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Félix Sautié

 

Salvar las esencias socialistas del proyecto
00:39h. del Lunes, 1ro de octubre.

Con motivo del Discurso de Raúl Castro el 26 de julio del 2007 y su debate en toda Cuba.

Me encuentro insertado en el límite mismo de una generación denominada "intermedia" por algunos estudiosos, dada su ubicación espacio temporal entre los que encabezaron la lucha guerrillera en las montañas, junto con la clandestina en las ciudades y las dos últimas promociones de dirigentes y cuadros. Digo en el límite porque dada mi edad, nací en 1938, y las particulares circunstancias de vida, participé en la lucha de la ciudad desde mi posición de miembro de la Acción Católica y de inmediato al triunfo de 1959 comencé a formar parte de los primeros activistas y cuadros que en la base trabajamos a favor de un proceso en el que veíamos las posibilidades de saciar nuestra "hambre y sed justicia" al decir del Evangelio.

Carentes del crédito y de la autoridad de los "históricos", algunos de los exponentes más destacados de esa confluencia de generaciones, siendo apenas unos adolescentes conocimos y conocieron, no obstante, el íntimo regocijo de saberse miembros de filas, participantes activos, soldados de un movimiento revolucionario que desencadena la lucha insurreccional contra el régimen impuesto por el cuartelazo del 10 de marzo de 1952 con el que dio inicio la sangrienta dictadura de Fulgencio Batista de los años 50 del siglo pasado. Movimiento en el que cumplimos y cumplieron modestas funciones. Posteriormente estuvimos juntos y formamos parte del complejo contingente humano integrado con otros incorporados entonces, que sin haberlo pretendido ni siquiera imaginado, ejercimos y ejercieron responsabilidades políticas y administrativas dentro del proceso socio político desencadenado por la Revolución Triunfante.

De un modo u otro retornados a las vivencias del ciudadano de a pie, muchos de nosotros y de ellos nos encontramos hoy en aquella intimidad sustentada, como en nuestros orígenes, por una militancia sin liturgias fundamentalistas ni expectativas personales, y desde ella, con la visión de la desoladora peripecia en que nos sumió la debacle del Socialismo Real y los datos de la realidad cotidiana que sin pausa proporciona para los de a pie el vivir en Cuba, intentamos discernir la fisonomía de la sociedad en que vivirán los hijos de nuestros nietos.

Unidos a los que de inmediato al triunfo se incorporaron a la lucha, participamos ahora en esa búsqueda de alternativas y caminos, evocando la experiencia compartida cuando sin haber cumplido veinte años mientras la dictadura batistiana sucumbía transitamos de manera tan acelerada como intensa de una comprensión martiana sobre la "patria interrumpida" que Fidel Castro había convocado a colmar y culminar, a una cosmovisión según las pautas del marxismo-leninismo de factura soviética en la cual, de súbito, creímos hallar todos los fundamentos de nuestros afanes emancipadores y de justicia social, más instintivos que doctrinales, porque dados nuestros disímiles orígenes y credos no podía ser de otra forma. Sin mayores traumas, salvo la desdichada impronta ateísta que nos interpuso ante una encrucijada a los revolucionarios con creencias religiosas e incluso participación esotérica y masónica, amalgamados con los integrantes del ala radical del movimiento insurreccional, ―procedentes en lo fundamental de las capas medias de la sociedad- con frecuencia convictos de un anticomunismo elemental- hicimos nuestro el prisma de la clase obrera y en un lapso fugaz no exento de conflictos nos fusionamos con el hasta entonces minoritario destacamento de los comunistas cubanos, que por nuestra parte denominábamos como los "viejos comunistas" o militantes del "viejo partido", aún y cuando fueran incluso algunos tan jóvenes como nosotros, quienes se habían disuelto como partido independiente y acatado el liderazgo de Fidel Castro. En ese contexto, las tradiciones solidarias cubanas enraizadas desde las guerras de independencia y convertidas en voluntad programática por el propio José Martí, se entroncaron con el internacionalismo que ya había conocido el capítulo excepcional, auspiciado por aquel primer partido comunista que denominábamos "el viejo partido" de más de mil combatientes cubanos a favor de la República en la guerra civil española, hasta dotarnos de la conciencia de una enorme responsabilidad: la de encarnar, dada nuestra vecindad inmediata con Estados Unidos, el escenario geopolítico más avanzado del enfrentamiento universal entre los regímenes sociales antagónicos cuya contienda se teorizaba como el signo de la época. De esa misma dimensión fue la evidencia de hallarnos solos en la estacada, tras la transfiguración del mapa político en Europa Oriental y el colosal espacio euroasiático de la fenecida Unión Soviética. No es de extrañar que proliferaran vaticinios apocalípticos, dando por hecho que Cuba renunciaba a ese protagonismo, impuesto ahora en solitario por su propia singularidad, o se exponía a desaparecer como experiencia de construcción socialista. Fue en esa coyuntura, temprana avizorada por Fidel Castro, cuando éste llama a salvar las conquistas del Socialismo en Cuba y en un momento ulterior hizo énfasis en la cultura como lo primero que debía ser salvado.

En un consenso virtual que no ha requerido concertaciones formales, una incuestionable mayoría de los integrantes de mi compleja generación rechaza los desembozados designios de recolonizar al país contenidos en una Ley Imperial, no por ridícula menos siniestra, con tanta energía y convicción como las que nos animan a los que consideramos factibles los cambios favorables y los esfuerzos para lograr la perfectibilidad en cuestiones medulares del sistema socio económico y político instaurado por la Revolución. Así como a cuestionar la sacralización de un modelo de socialismo en el que se han fundamentado aciertos, avances y logros históricos, pero también errores, costosas desmesuras, marchas forzadas y lacerantes contramarchas. No se trata de una profesión de fe ni de la perfección como expediente intemporal y socorrido; lo que tenemos en común es la certeza de que en nuestra sociedad existen –o son susceptibles de de crearse a mediano plazo-las premisas materiales, jurídicas y políticas para la salvación de las esencias básicas de justicia social, equidad distributiva y paz propias del proyecto socialista. Consolidando la independencia nacional sin la cual el socialismo en Cuba es impensable y preservando la mismísima existencia de la nacionalidad cubana. Expectativas que en modo alguno sería retornar a la situación prevaleciente antes del colapso de la comunidad socialista europea, sino avanzar hacia una etapa cualitativamente superior a la que transitábamos hasta las emergencias, experimentos, concesiones y hallazgos que sintetizamos con la eufemística expresión "Período Especial en tiempo de paz", sinónimo cubano de crisis, estancamiento y resistencia. Las antípodas a soslayar no pueden ser más obvias: ni aquel igualitarismo tutelador y desmotivante, sin base económica real, ni estas desigualdades ilegítimas y desmoralizantes que han invertido la pirámide social, fomentando tendencias venales y corruptas.

Somos coetáneos, lo sabemos, de otros que se han decantado, instan a "tirar la toalla" y legitiman -con nuestros propios errores y las carencias, transgresiones y extravíos que lastran la historia del socialismo en el Siglo XX-, la presunta inviabilidad de una alternativa de equidad a la lógica del capital; son las que solazan, y están en su derecho, con el mito de una versión criolla de la sociedad de bienestar al estilo europeo que si bien en ese Continente tiene su origen histórico como alternativa a lo que devino el socialismo real, en las condiciones socioeconómicas y caribeñas de Cuba sería, cuando menos, poco viable, o de un capitalismo "suave" al que pudiéramos exportar desde Suecia o de Holanda, con monarquía y todo.

Paralela a los que dieron por inviable la superación revolucionaria de las relaciones capitalistas a partir de las condiciones neocoloniales y dependientes y con cierto pudor por sus antecedentes ideológicos sugieren aguardar a la maduración a escala del planeta de las premisas enunciadas por los fundadores del socialismo científico, emerge una tendencia especulativa, balbuceante a veces, torrencial a otras, que intenta colocarse entre el socialismo que no pudo ser y el que nunca ha sido. Niega el modelo soviético y guarda una distancia expectante con las experiencias vietnamitas y chinas de "economía socialista de mercado", al tiempo que abre un espacio a lo que, en rigor, no podría ser sino experimentación de alternativas en las que nadie ha incursionado hasta hoy.

Dejando a un lado matices, suelen coincidir en propuestas donde la edificación económica transcurre a través de la gestión en la que el papel rector del Estado se articule con una democratización no ya sólo política -en el sentido de la participación sistemática y real de los sujetos sociales en el diseño, evaluación y control de los lineamientos a nivel local, territorial y del país- sino, ante todo, socioeconómica a partir del protagonismo de los colectivos laborales tanto en la planificación y el establecimiento de objetivos como en la determinación de las modalidades de remuneración y del empleo consensuado de una parte de los recursos obtenidos en interés del desarrollo de las entidades productivas o de servicios y de las comunidades donde éstas se radican, dando lugar a diferentes variantes de propiedad social, de cooperativas, asociaciones con el Estado y unidades auto gestoras.

No adelantaría juicios de valor personales sobre propuestas específicas cuyo análisis pormenorizado corresponde a equipos interdisciplinarios de economistas, polí­ticos, sociólogos, especialistas en suma así como al pueblo en su conjunto y de cualquier manera intentarlo a título de observador vitalmente interesado, trascenderí­a el propósito de estas notas. Sólo deseo apuntar ahora el respeto con que tales indagaciones debieran ser acogidas, mientras obedezcan a un sincero afán de renovación del pensamiento socialista, aún cuando no pocas veces se presentan como fórmulas de laboratorio, cuya debilidad más recurrente es que sus promotores nunca han conocido en carne propia cruciales dilemas ante el imperativo de tomar decisiones en las condiciones de la hostilidad de la potencia más poderosa que hemos padecido los terrícolas y, durante los dos últimos decenios, hacerlo, además, para la preservación de un orden social al cabo sólo emparentado, históricamente hablando, con sus antecesores asiáticos, hoy por hoy más cercano a Corea Democrática, de la cual muy poco podríamos parecernos en los demás, sólo por la hegemonía absoluta en ambos países de la propiedad estatal y la planificación hipercentralizada de la economí­a que cada vez se hace más improcedente tal y como está concebida a partir de la rígida y excluyente rectoría del estado.

En la intuición que compartimos vemos aproximarse un escenario donde la consolidación del orden socialista marcha en dirección opuesta a la multiplicación de estructuras burocráticas cuya existencia se legitima mediante una centralización avasalladora, personificada por un tropel de funcionarios que mediatizan el vínculo entre los centros de decisión y los colectivos laborales donde se concretan realmente las directivas, hasta convertirlo en un monólogo desde las tribunas presidenciales. Abogamos en consecuencia por la instauración del diálogo como forma principal de dirección y avanzar hacia fórmulas de control obrero y popular sobre la gestión de las unidades productivas y de servicios. Si un error está a la vista de todos los revolucionarios y patriotas es la tendencia de los cuadros responsabilizados, tanto del Partido como de la administración, a dar por hecho un consenso favorable que en realidad solapa múltiples inconformidades, dudas, incomprensiones, discrepancias y cuestionamientos. Sólo fomentando institucionalmente una genuina participación en los procesos de toma de decisiones y en su control, en plena libertad de conciencia y de opinión, dejaremos atrás la doble moral que de modo cotidiano se expresa en el acatamiento formal y externo de lo que en realidad se cuestiona, incumple y viola.

La posibilidad de proponerse un paso adelante bien pensado -para no dar luego dos atrás- se fundamenta en la certidumbre, que ya he expuesto en otras ocasiones, de que disponemos del potencial humano en todas las disciplinas cientí­ficas, imprescindible para culminar la transición poscapitalista y consolidar un modelo autóctono en el que se conjuguen justicia social, racionalidad económica y vida democrática, cuya esencia socialista se reproduzca, enriquezca y consolide de continuo, donde la población sea sujeto protagónico y no un simple ejecutor de directivas superiores. Dejar atrás el inmovilismo y la autocomplacencia acrecienta, hasta tornar decisivo, el papel de la subjetividad ¾léase la lucidez, vitalidad y ascendencia moral del liderazgo ¾, porque la complejidad de los multifacéticos procesos de orden socioeconómico y político a través de los cuales se verifica esa transformación demanda tanto el aporte consciente de las clases trabajadoras y la participación real del potencial científico en el diseño de las estrategias como un ejercicio democrático inédito de consulta previa y evaluación sistemática.

La ausencia o precariedad de uno de esos pilares: equidad, eficiencia económica y espacios democráticos de concertación y control, mediatiza el gran objetivo estratégico de excluir por completo las premisas de una regresión. Sean cuales fueren los cambios puntuales, la esencia socialista de nuestra sociedad será irreversible mientras predomine, se reproduzca y enriquezca de continuo como cimiento de un proyecto de vida personal y familiar que logre una adecuada correspondencia entre los intereses personales y familiares de la población con los grandes intereses colectivos de la nación en su conjunto y de la humanidad en general, con plena aquiescencia social.

Lo que estamos llamados a salvar ante todo es esa esencia; que sus raíces e inmanencias están presentes en cada decisión, en cada alternativa, en cada fórmula. Salvación es cambiar todo lo que deba ser cambiado sin dejar de ser socialistas, es liberarnos de los esquemas que nos maniatan y comenzar a movernos hacia un futuro concreto, perceptible. Contamos con los instrumentos para construirlo y el arsenal para defenderlo desde la crí­tica de las armas hasta el arma de la crítica gracias a la obra revolucionaria, fruto del trabajo y la inteligencia de todo un pueblo.

En estos días, un compañero de cuando en las faenas de la descomunal zafra azucarera de 1970 compartíamos responsabilidades en la Columna Juvenil del Centenario, en Camaguey, me escribía a propósitos de estos artículos, recordándome nuestras cavilaciones de entonces respecto a las generaciones sucesoras y cuánta esperanza albergábamos en "los que vienen detrás". Como no le he pedido autorización, omito su nombre, pero me tomo la libertad de compartir con mis lectores el párrafo final de su carta:

Gracias a Dios, Félix, dirías tú y yo no te desmentiría, esos que vendrán detrás ya están aquí­. Lo inimaginable entonces era que a ellos estarían deparados cruciales desafíos para el destino de la nación cubana y jornadas por el socialismo tan gloriosas como las de la generación histórica que abrió el camino y nos precedió.