Soledad Cruz |
HAMLET ANTE LA ADUANA
AUTORA: SOLEDAD CRUZ GUERRA
1952, FLORIDA, CAMAGUEY
CUBA
Me quedo o no me quedo. Esa es la cuestión. Es tan fácil. Doy media vuelta. No paso la aduana. Tomo un taxi. No, un taxi no. Cuestan una
barbaridad. Vuelvo en bus a casa de Nadine. Me caso con ella para garantizar los papeles de residencia. Y a gozar el dinero del premio
mientras encuentro trabajo. Adiós libreta de abastecimiento, bicicleta desde Mantilla hasta el Vedado, pujilato diario de vender la
camisa comprada en el último viaje, porque el salario de corrector en la editorial no alcanza para comprar en el mercado campesino.
Adiós la espera humillante de que mi madre me mande un puñado de dólares de Miami para comprar el jabón, la pasta de dientes, el
desodorante y el aceite. Adiós las caras de reproche de los funcionarios de la editorial porque me gané el premio con el mismo cuento
que no quisieron publicar aunque dice la verdad sobre la situación en la Isla. La verdad y no las mierdas esas que escriben los que se
van y reniegan de todo para ganar dinero. Me dan asco. Hacen lo mismo que critican al revés. Son unos oportunistas. Iguales a los
funcionarios que piden sacrificios al pueblo, mientras ellos ya llegaron al comunismo porque lo tienen todo garantizado.
A mí me gusta la verdad, aunque no tenga remedio, como dice la canción de Serrat. Pero me canso, no puedo evitar el cansancio. Son
cuarenta años esperando el futuro mejor y ya voy a cumplir los cincuenta. Sí, me tomo un descanso. Me quedo con Nadine, aunque no
soporte sus carnes pálidas y sus ademanes de superioridad a la francesa. Será muy profesora de literatura, pero no se ha leído a Martí,
ni a Lezama Lima.
¿Por qué rayos nosotros somos incultos si no hemos leído a Proust y ellos se creen cultos ignorando la existencia de Martí y Lezama?
Quedarme con ella es tan humillante como esperar los dólares de mi madre o tener que escuchar esos discursos que me parecen un atentado
a mi inteligencia. Cómo van a decir que la salud sigue siendo una maravilla cuando no encuentras aspirinas en la farmacia y si ingresas
en el Calixto García tienes que llevar la sábana y hasta el agua para asearte. El sistema de salud es de los mejores del mundo. Un
privilegio de país desarrollado. Pero ahora no es igual. Nada es igual desde la caída del Muro, desde que llegaron los turistas, desde
que el dólar circula. Entonces por qué empeñarse en seguir diciendo lo mismo, usar los mismos métodos y pretender que la gente reaccione
igual. Si todo cambió, usted tiene que cambiar también, señor mío. Y todavía podríamos darle la patá a la lata. Porque la gente
comprende que la otra oferta es una mierda también. Eso es lo jodío que tiene este mundo ahora mismo. No tienes para dónde coger. Me
quedo y me puede pasar como a Willy. Dos años con su francesa que no le gusta, sin trabajo, dependiendo de ella. Pintando unos cuadritos
pendejos que intenta vender en el metro para jugar la Loto. Cuando la gente está desmoralizada invoca a los dioses o a la suerte. O
cuando está bajo la tiranía de la incertidumbre. Por eso reverdecieron las creencias en Cuba. Todo estaba seguro. Ibas a la escuela
hasta graduarte en la Universidad, tenías un trabajo, un médico si te enfermabas, una jubilación en la vejez y hasta un entierro gratis
cuando morías. No era perfecto, pero tenías todo eso. Y no pensabas en democracia, ni un carajo, porque gozabas de todos los derechos
que no tuvieron tus padres. Total, que mis padres vivieron en una supuesta democracia y no pudieron estudiar y dos de mis hermanos
murieron por falta de atención médica. Esas son verdades que no se pueden ocultar. Como no se puede ocultar que no es suficiente que le
garantices la vida a la gente, porque la gente no es una masa amorfa. Ese bulto que son las gentes tienen necesidades, aspiraciones y
sueños diferentes. Y quieren expresarse a su manera. Pero a los camaradas no les gustan las diferencias, ni las críticas. Y ahí mismo se
trabó el paraguas. Pero yo no voy a arreglar la Isla, ni el mundo. Los terrícolas viven a toda costa, se mueven de un lado a otro. Los
aeropuertos, a pesar de la aduana, siempre me han parecido una tierra de nadie. Una especie de no estar en ninguna parte.
Pero si paso por esa taquilla. Ya voy a alguna parte. Y no me animo.
Podría quedarme en el sótano del aeropuerto como esos sin casa. Mientras me alcance el dinero puedo sobrevivir y después escoger.
Quedarme o irme. Nadine estará dispuesta a recibirme porque se acostumbró a templar a la cubana y el estado francés a expulsarme cuando
descubra que estoy indocumentado. La libertad. ¿A qué se referirán unos y otros cuando mencionan esa palabra? No puedo comprar un
billete de avión ni en La Habana, ni en ninguna ciudad, si no tengo dinero; no puedo residir en el lugar del mundo que me plazca, si no
tengo dinero para asegurar que no seré una carga; no importa que sea graduado en Lengua y Literatura francesa, que ame a Francia y
quiera hacer una estancia aquí sin prostituirme. No hay trabajo para los francesas, mucho menos para los emigrados. Ni hablar de una
carrera de escritor porque las editoriales sólo le publican a los cubanos si reniegan del Castrocomunismo. Y a mí el comunismo me tiene
hasta los mismísimos cojones, pero por razones muy diferentes a toda la catibía que dicen los que no profundizan en nada, ni comprenden
nada, o se mienten a sí mismos resolviendo su pequeña vida como esclavitos de otras dependencias. Defensores de la libertad, los derechos
humanos, la democracia. Es para echarse a llorar, aunque lo acusen a uno de maricón. Porque los hombres no lloran. Pues bien, yo,
Bienvenido Pérez, estoy a punto de echarme a llorar ante la ventanilla de esta aduana francesa porque todo es una asquerosa mentira y los
honestos ni se pueden ir a un convento porque ya Dios no está en ninguna parte. Si me quedo más tarde o más temprano tendré que ir a
parar a Miami y entonces serán los discursos imbéciles, esos mafiosos que tiene cogidos por los huevos a los yanquis, que en su
prepotente estupidez, creen que los cubanos somos tan brutos como los rusos, que nunca dejaron de ser zaristas y ese es el único punto
de regreso que tienen. Bonita democracia la que nos proponen. Devolverle las propiedades a las transnacionales y a los ricos. Se piensan
que la gente va a permitir que los echen a la calle, le quiten las escuelas a los hijos y los marines se vuelvan a mear en la estatua de
José Martí. Volver al 58.
Es que los gringos son estólidos o hijos de puta de nacimiento. Mira, lo que me dijo el tal Hamilton en la entrega del premio. Primero
me felicitó como miembro del jurado: Su obra es muy interesante porque dice verdad sobre Cuba, pero usted tiene algunas confusiones sobre
la democracia. Confusiones de la democracia porque sostengo que la democracia tiene que estar en relación con el bienestar real de la
gente. Ah, no. Yo estoy confundido. La democracia es el acto libérrimo de votar por quien se prefiera, según Hamilton, sin ningún
compromiso con la vida de los ciudadanos. Son los dueños del mundo, como lo fue Roma, pero como Roma caerán. Claro está que antes lo
habrán jodido todo definitivamente.
Con esos argumentos a qué persona inteligente van a convencer, a qué espíritu verdaderamente libre van a reclutar.
Que lo compren todo es otra cosa. Que esclavicen con su dinero es otra cosa. Y eso es lo que yo no quiero ser. Ese es el derecho humano
que yo pido que me defiendan. Y es lo que les pido a los de la Isla, que sí buscan el bienestar de la gente, pero están entrampados en
la bronca con los yanquis y se quedaron en la dictadura del proletariado, cuando podíamos ensayar la democracia participativa de verdad.
Pero, por qué me enredo y torturo con lo imposible. No voy a solucionar los problemas del mundo, ni los de la Isla y con una simple
media vuelta, distanciándome de esta maldita casilla de la aduana puedo solucionar algunos de mis problemas. No soy comunista, nunca fui
comunista. Cuando quisieron darme la militancia en el Partido, no acepté por honestidad, aunque he participado en cuanta movilización se
ha hecho, desde la alfabetización hasta la agricultura. Todo lo que consideré que se hacía para mejorar a la gente y al país.
Porque yo amo a ese país y agradezco al Jesuita años de no doblegarse a los yanquis, de cantarles las cuarenta, de decirles todas las
verdades que nadie tiene cojones en el mundo para decirles. Total, si me quedo a nadie le va a extrañar. Las pocas veces que he salido
siempre piensan que me voy a quedar. Y cuando fui a Estados Unidos a ver a mi madre, estaban seguros. Pero no me gusta Estados unidos.
Es muy vulgar y poco auténtico para mi gusto. Francia todavía es otra cosa. No por el brillo de sus monumentos, sino porque le queda el
esplendor de sus fantasmas. Pero, aquí tampoco podría vivir y allá nadie me entiende. Ni Beatriz, con quien me acuesto hace veinte años,
sin casarme, ni juntarme, mientras sus hijos se han hecho adultos y los míos ya me han dado nietos. Ella es una comecandela furibunda,
una revolucionaria intransitable, pero consecuente. La admiro por eso. La echaría de menos, como al mar. No puedo vivir sin ver el mar y
el mar está tan lejos de París. Mierda, no puedo vivir sin Cuba, ni en Cuba, ni en ninguna parte.
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¿Qué coño han hecho con este mundo para que sea invivible? Están anunciando la salida del vuelo. Pobre Nadine y sus ahorros para tener
una vejez segura. Y su angustia que no es por la pasta de dientes, ni por el jabón, ni el desodorante, ni es la angustia legítima por la
muerte, esa sombra que acecha desde que naces. Esa angustia sucia de contar cada centavo y trabajar como una bestia, para tener casa,
carro, vacaciones, y poder pagar a un cubano que le recordó que el sexo existe como goce y no como una función de desahogo semanal,
porque hasta eso han perdido los desarrollados estos. Pobre París que en cualquier momento tiene un anuncio de McDonald en la Torre
Eiffel. Pobre Bienvenido Pérez a quien el comunismo tiene hasta los mismísimos cojones, pero el capitalismo ya se los desbordó. Pobre
Bienvenido Pérez, que como Jesucristo, cree en la verdad y en la justicia y en la democracia de los panes y los peces compartidos y como
Jesucristo será crucificado aquí en la Tierra como en el Cielo. ¡Coño! ¿Qué es lo que está diciendo el altoparlante? Nooo. Me cago en
Dios, por razones técnicas, el vuelo acaba de ser demorado.
París, 1999
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