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Soledad Cruz

 

QUIEN SALE A LA LLUVIA TIENE QUE MOJARSE
Soledad Cruz

Ojo por ojo el mundo acabaría ciego, dijo con gran sabiduría Ghandi, quien fue víctima de un fanático. Y a pesar de esa advertencia ya el mundo anda tuerto. Me apenan por igual los fanatismos de derecha que los de izquierda porque tanto uno como el otro impiden el entendimiento indispensable para poder asimilar la diferencia y han sido históricamente la causa de las grandes disputas que han hecho del transcurrir de la civilización el elogio de la violencia, aprovechado siempre para sacar dividendos económicos.

Las revoluciones han tenido que ser hechos violentos porque esa minoría que ha gobernado en el mundo, que se ha apropiado de las riquezas, violando el más elemental sentido de equidad y la máxima cristiana de compartir los panes y los peces, siempre ha hecho oídos sordos a los reclamos de justicia. Pero la violencia revolucionaria siempre es satanizada mientras que la violencia cotidiana de vivir en un mundo completamente cruel es tolerada en nombre de la democracia, la libertad y otras lindezas que sòlo dejan margen a la ley del más fuerte. Muchos de los enemigos de la revolución cubana o de los que se sienten afectada por la violencia a la que fue obligada o por sus errores, conviven tranquilamente con el genocidio cotidiano y no los veo manifestarse sobre las atrocidades en Irak o sobre ese desastre en que se està convirtiendo el mundo gracias a la política seguida por los grandes centros de poder. Que los enemigos chillen no es noticia, que los presuntos camaradas coincidan con ellos es algo que merece particular atención. Sobre todo cuando se necesita serenidad en el análisis.

Con terrorismo verbal se han involucrado algunos en el debate sobre Cuba, algunos miopes desde la isla han hecho pública sus miserias humanas tratando de descaracterizar las voces que a puro riesgo se levantan para alertar las urgencias, otros dogmáticos anónimos han recurrido al viejo cartelito de acusar de contrarrevolucionarios a los que se atreven a decir lo que piensan, algunos disidentes pagados por Estados Unidos se han creído secundados y no pocos exiliados recalcitrantes han entrado en crisis histérica intentando invalidar todo lo renovador que pueda surgir desde dentro de la nación porque no les conviene a sus intereses y apoyo al Plan Bush.

Es decir, la violencia, y no la revolucionaria, ha sido la respuesta de los distintos sectores involucrados, aunque no ha faltado el apoyo honesto. Es muy útil que hayan salido a la luz todas esas tendencias para saber cual es el panorama que tenemos cuando el líder histórico acaba de cumplir 81 años, continùa enfermo, su sustituto tiene 76 y por ley de la existencia pueden desaparecer en cualquier momento mientras las fauces del vecino poderoso se regodean por la presunta cercanía del momento de caer sobre Cuba utilizando los espacios de todas esas contradicciones, con la fuerza militar o con la fuerza económica.

Hay que ser irresponsable, malvado, cobarde o por lo menos un redomado iluso para no inquietarse o para no intervenir por miedo a las represalias de adentro o a las de afuera. Yo no tengo nada que perder, como no sea que la revolución se pierda. Y hace mucho tiempo que veo marabú, esa espinosa planta que se multiplica a gran velocidad, en varias esferas de la sociedad cubana, lo cual he alertado por las vías que he encontrado a mi alcance desde siempre. Tal como tengo concebido mis compromisos éticos, es mi deber decir todo lo que me inquieta ahora, cuando las soluciones están en nuestras manos, cuando todas las generaciones participantes en el proceso socialista cubano conviven y pueden mezclar experiencia e ímpetu renovado para enfrentar los obstáculos, aunque mis propios camaradas no lo entiendan o aprueben.

Creo que la convocatoria a discutir masivamente los problemas nacionales a partir del discurso de Raúl el 26 de julio y de la proclama de Fidel el 31 de ese mes es el comienzo de poner en práctica el principio de que revolución es cambiar todo lo que haya que cambiar, expresado por Fidel, sin el cual no hay avance posible y que he asumido como derecho y deber. No tengo ningún recato en declarar mi amor, gratitud y lealtad a Fidel, Raúl y todas las mujeres y los hombres que hicieron posible el triunfo de la revolución y su permanencia, digan lo que digan los canijos de dentro y fuera, pero como ya he hecho público no creo que fidelidad pueda confundirse con servidumbre, ni voy a permitir que el natural temor a ser juzgada por la maledicencia o la torpeza impida que haga lo que considero mi deber, cualesquiera que sean las consecuencias en un sentido o en otro, en Madrid, Miami o en La Habana.

Los que miran a la patria como una vía para el ejercicio del poder y no del servicio público se asustan y preocupan pensando que no puede haber desinterés en cumplir con el deber sencilla y naturalmente, como sentenció el Maestro mayor de los cubanos.. Son los herederos, de izquierda o de derecha, de aquellos obtusos que no comprendieron el imperativo categórico de José Martì cuando, sin otras armas que sus ideas, se propuso emprender una guerra definitiva contra la época colonial, la cual sòlo parecía posible si eran los veteranos guerreros quienes la encabezaban y, por supuesto, Martì sabía que sin ellos no podría libarla y tuvo que sufrir negativas y humillaciones muy amargas, pero no se desanimó por eso, ni por las incomprensiones de aquellos que se preguntaban con suspicacia que quería aquel hombre menudo de cuerpo, sin otra experiencia que los dolores sufridos, y una sensibilidad extrema para los males del mundo.

Las cubanas y cubanos revolucionarios estamos obligados a emprender otra guerra necesaria contra todo lo que afecta el desarrollo de nuestro socialismo. Sabemos que el liderazgo de Fidel, su genialidad, su prestigio y valentía nos han allanado el ardua camino, pero también que estamos obligados a crecernos ante al desafío de no permitir que la revolución termine en él y con él, como esperan los enemigos. Que discutamos, analicemos, reflexionemos sobre nuestros problemas internos y propongamos posibles soluciones, como pide el debate propuesto por la dirección del país, no puede ser del gusto de los que no quieren soluciones desde dentro, rectificaciones, perfeccionamiento, porque saben que eso asegura la continuidad de la revolución y quieren acabar con ella.

Los que siendo revolucionarios asumen la política del avestruz, se niegan a asumir la problemática existente, esperan orientaciones para ponerse las pilas, no quieren buscarse conflictos, hay que recordarles aquella frase de Mariana Grajales a su hijo más pequeño cuando le exigió empínate para que pelees por Cuba libre. Es la nación la que està en juego y leyendo las expresiones de los recalcitrantes del exilio, conociendo sus ansias de venganza, sabiendo las tretas que preparan las administraciones norteamericanas, peligrosas hasta las que parecen más dulces, se sabe que no son tiempos para dormir tranquilo, mucho más cuando hay problemas esenciales que resolver dentro del país, cuyas soluciones se han sido postergando durante años.

Es duro para los realizadores de una obra esencialmente valiosa reconocer sus defectos, pero peor es perderla por no asumir con humildad los llamados de quienes con buena fe quieren ayudar a conservarla, peca por soberbia quien no escucha y confunde el señalamiento amistoso con los ataques enemigos. Esas confusiones debilitan el entendimiento imprescindible entre todas las gentes de buena voluntad que saben de la importancia de Cuba como bastión de resistencia. En la medida que Cuba tenga capacidad para resolver sus problemas, en la medida que Cuba se empeñe en solucionar su conflictos internos, sus ineficiencia, saldrá más fortalecida y será mayor su contribución al ideal del socialismo y al mundo posible al que se aspira.

Personalmente, he hecho en cada momento de mi vida lo que creo que tengo que hacer, con aciertos y errores, según mis fuerzas y capacidades, como cualquier mortal, pero el único error que no me perdonaría nunca es renegar de mi condición de revolucionaria cubana, convencida de que el comunismo tendrá que ser algo más que una aspirina gigante, como proclamó el inolvidable Roque Daltòn que pagó con su vida confusiones lamentables entre revolucionarios. Quien sale a la lluvia tiene que mojarse. Y no temo a los truenos, ni de izquierda, ni de derecha. No hay pararrayo mejor que ser consecuente con una misma.