
Soledad Cruz |
La pelea cubana contra los demonios
Soledad Cruz
Cualquier declaración sobre Cuba suele levantar una polvareda cósmica. Pocos temas apasionan a favor o en contra como esta isla
grande del Caribe, que màs que un lagarto se asemeja a un escorpión en su capacidad de resistencia. Los amigos pretenden defenderla
como el paraíso que no es y los enemigos como el infierno que tampoco es. Y ese agudo contrapunto ha impedido las reflexiones
serenas dentro y fuera, ha condicionado una falta de delimitación entre las críticas a los procederes inadecuados y el apoyo a los ideales
revolucionarios y ha impedido una cultura del diálogo, de la utilidad de las discrepancias, del cuestionamiento a lo que se hace, sin que
ello merme la solidez de la unidad imprescindible cuando hay que enfrentar un enemigo tan poderoso como el que tiene la revolución
cubana desde su triunfo.
Concebir la unidad como unanimidad puede ser una de las causales de los impedimentos y obstáculos que siempre encuentra cualquier
actitud cuestionadora, pero también la comodidad de la autocomplacencia y la impunidad que supone el no rendir cuenta
verdaderamente de las gestiones que se realizan o hacerlo acudiendo a todo tipo de justificaciones que sitúan los problemas en causas
externas o acudiendo a esa suerte de chantaje emocional que es esgrimir que en el capitalismo ocurren cosas peores, y enumerar las
ventajas indudables de los cubanos respecto a las tres cuartas partes del mundo que a pesar de no haber incursionado en el socialismo
tienen problemas sociales mayores que los que son causas de quejas o insatisfacciones de los habitantes de la isla.
Existe una mentalidad burocrática, muchas veces escudada en un presunto discurso de barricadas, que acude a todo género de
argumentos justificativos para no enfrentar las responsabilidades y a la cual no le conviene para nada que sus ineficiencias se ventilen
públicamente. Tan tempranamente se manifestó esa tendencia que ya en los años sesenta hubo una gran campaña contra el
burocratismo que entonces parecía una mala herencia de la administración prerrevolucionaria, porque quien estudie la historia de la
revolución cubana encontrará una voluntad constante de rectificar los males que iban surgiendo en el difícil camino de proponerse
edificar una sociedad más justa con los mismos seres humanos formados en otras circunstancias y que estaban obligados a cambiar su
mentalidad al mismo tiempo que se empeñaban en transformar la vida del país.
La primera alarma sobre los efectos nefastos del burocratismo y su pariente el dogmatismo, pero esta vez de presunto signo socialista,
se dio también en los años 60 cuando se produjo el enfrentamiento al sectarismo que en su discurso de descaracterización Fidel definió
en los siguiente términos: “El sectarismo de creer que los únicos revolucionarios, que los únicos compañeros que podían ser de
confianza, que los únicos que podían ir a un cargo en una granja, en una cooperativa, en el Estado, en donde quiera, tenía que ser un
viejo militante marxista” . Y definía Fidel en ese discurso del 26 de marzo de 1962: “Esta revolución se estaba saliendo de su vía
principal y estaba marchando por una rama. Fabricando una camisa de fuerza, un yugo compañeros; nosotros no estábamos
promoviendo una asociación libre de revolucionarios, sino un ejèrcito de revolucionarios domesticados y amaestrados.”
A pesar de esa alerta sobre las contradicciones que podían aparecer en el propósito socialista, manifiestas también en conflictos entre
el Movimiento 26 de Julio y el Directorio 13 de marzo y de estos dos con conceptos y métodos del viejo Partido Socialista Popular, sea
porque la agresión enemiga era demasiado fuerte y la alianza con la Unión Soviética condicionaba algunas tendencias o porque es más
fácil ser dogmático que dialéctico, es más fácil ser totalitario que diverso, es más fácil ser conservador que revolucionador, el espíritu
burocrático ha estado socavando durante mucho tiempo esa asociación libre de revolucionarios que hizo la revolución con las armas y
luego la ha mantenido por estos casi 50 años.
El espíritu burocrático apela al dogma y a métodos totalitarios, sin tener plena conciencia de ellos, enmascara su temor a los cambios
necesarios enarbolando los peligros, considera que el respeto a la autoridad es acatamiento y la fidelidad servidumbre y con esos
recursos va estrangulando silenciosamente a los agentes transformadores revolucionarios al establecer como ley no escrita que lo que
viene de arriba es lo correcto, que los que ostentan cargos tienen las verdades porque saben más y están mejores informados, que los
inconformes suelen ser unos majaderos mal agradecidos que no comprenden la complejidad de lo que está sucediendo en el mundo y
así, con esos presupuestos, se fomentan males como la doble moral que consiste en aceptar lo que no se entiende o con lo que no se
está de acuerdo para evitarse problemas y lo peor de todos los males, se lastra la iniciativa, la creatividad, la responsabilidad, el sentido
de pertenencia y esos caminos conducen a la apatía, la ineficacia, la improductividad .
El espíritu burocrático, el dogmatismo y las fórmulas totalitarias constituyen una respuesta simplificadora ante los desafíos de la
complejidad de la existencia humana y social y no son características del socialismo como señalan algunos, sino mecanismos que
conscientes o inconscientemente emplean personas, grupos, ideólogos, religiones en cualquier sistema de ideas, creencias o formas de
organización pero cuando se ponen de manifiesto en el objetivo socialista causan particular daño porque van contra la esencia del
propio sistema y retardan su desarrollo o lo llevan al traste como ocurrió en el otrora campo socialista.
Para aquellos, mayoritariamente jóvenes, que tomaron el poder en 1959, sin experiencia de gobierno, sin cultura política en su mayoría,
sin referentes culturales sólidos, asqueados de los mecanismos de la democracia representativa burguesa que durante 58 años no había
resuelto los problemas del país, fundar la nación que previó Martí, con todos y para el bien de todos, encontró el primer gran
impedimento en la enemistad voluntaria y declarada de Estados Unidos que se apresuró a boicotear todas las medidas del gobierno
revolucionario que mejoraban la vida de las gentes, así que, efectivamente por manida que resulte la frase el primer gran culpable de los
problemas de Cuba es el imperialismo por aplicar contra Cuba una política fundamentalista, burocrática, dogmática, totalitarista, porque
una sociedad bloqueada, agredida, espiada en todos sus movimientos está condicionada a un sentimiento de autodefensa muy fuerte
que va desde los gastos imprescindibles, justificados y enormes para la defensa militar hasta la aparición de síndromes como el
misterio, la sospecha y la intolerancia con todo aquel que no aplauda el esfuerzo enorme que representa sobrevivir en esas
circunstancias.
A ese primer gran impedimento, la política estadounidense, se agregó después la puesta en práctica de un sistema económico social
tutorado por la Unión Soviética, que sin dudas fue fundamental por su ayuda, pero cuyos problemas, discutidos en el XX Congreso del
PCUS, no habían encontrado verdadera solución como el pasar del tiempo demostró y que influyó en concepciones y métodos para regir
la economía y otros aspectos de la organización social cubanas.
Son aspectos de nuestra historia que requieren de análisis especializados y urge además de realizarlos, hacerlos públicos sobre todo
para que la juventud tenga referentes desde la óptica revolucionaria de las causas de muchos contratiempos y para que pueda valorar
con mejores elementos la importancia de esa generación que llamamos histórica, los desafíos que tuvo que enfrentar y las razones por
las cuales fue seguida mayoritariamente en sus aciertos y desaciertos por los que éramos niños en 1959 y hoy constituimos un núcleo
fuerte de defensa de la revolución porque conocimos el capitalismo cubano y hemos vivido los buenos y los malos tiempos del
socialismo.
Es significativo que fuera el Che el quien primero hablara de las fórmulas congeladas del socialismo en el memorable ensayo El
socialismo y el hombre en Cuba. El también tenía por Meca a Moscú hasta que conoció las interioridades del funcionamiento de la
sociedad allí. Pero ese llamado de atención no impidió que se cerrara Pensamiento crítico, una revista de filosofía con mirada crítica
sobre como se estaba haciendo el socialismo, ni evitó las depuraciones en la Universidad, ni de ser acusado de pequeño burgués por
gustar de la belleza, ni de condenar al ostracismo a una parte de la intelectualidad, ni de tener una prensa que oponía al amarillismo
capitalista la grisura del Pravda, ni evitó los mítines de repudio que pararon en golpizas injustificadas cuando el éxodo masivo del año
80.
Fueron hechos que ocurrieron en el fragor de la contienda y no se pueden negar y vistos desde el prisma de la complejidad y no de la
simplificación tienen explicaciones, incluso muy sinceras y honestas de quienes se involucraron en ellos convencidos de que salvaban la
revolución de debilidades no contempladas en el esquema estudio, trabajo, fusil, tres ejes a los que se intentó reducir la diversidad de
expresiones de la vida, muy apegados al machismo leninismo, porque hasta la sentimentalidad, no digo ya la buena educación, parecía
fragilidad burguesa. Fueron errores sobre los que no se ha reflexionado suficientemente y han ocasionado heridas en los más nobles y
un amargo resentimiento en aquellos que no pudieron sobrepasar la experiencia y hoy azuzan el odio desde el exterior o se alían a
Estados Unidos para poder perpetrar su venganza sin importarles que en ello esté en juego la nación.
Sin embargo, se han producido rectificaciones muy honrosas respecto a temas como las creencias religiosas, el respeto por las
inclinaciones sexuales y muchos intelectuales maltratados en otros tiempos hoy son figuras fundamentales de la vida cultural e
intelectual, lo cual es un síntoma de que la mentalidad burocrática, dogmática y totalitaria puede ser trascendida, sólo que no se
pueden esperar otros veinte años para subsanar lo que ya se demostró por la vida inoperante y preciso es recordar esa máxima a la que
mi madre Zoila Guerra acudía cuando se tensaban los conflictos familiares: errar es humano, rectificar es de sabios, perdonar es divino.
¿Por qué hablar de todo eso en momentos tan difíciles? (Nunca este país ha conseguido nada fácilmente) Porque de las crisis sólo se
puede salir creciendo o desapareciendo y Cuba, una vez más, está obligada a crecer y no puede esperar para ello que aparezca petróleo
en suficientes cantidades e incluso si mañana existieran los recursos económicos para solucionar rápidamente sus tres problemas
fundamentales, la alimentación, la vivienda y el transporte, las lesiones en la vida espiritual no se regeneran con la misma celeridad.
De hecho, entre el 2005 y el 2007 se produjeron mejorías notables en sectores tan importantes como la energía, la educación y la salud.
Se terminaron los apagones prolongados, se reconstruyeron escuelas, se inauguraron nuevos servicios de salud, se flexibilizaron ciertas
draconianas regulaciones aduanales. Es fabuloso lo que se genera ante la amenaza de un ciclón, como el Dean, los recursos que se
ponen en acción para cuidar a los ciudadanos, las virtudes que entran en movimiento, pero ciertas polémicas en la red ciberespacial no
hechas públicas en los medios masivos, demostraron los lastres, las secuelas de una mentalidad que ya he descrito, tanto en los
involucrados, porque hacían evidentes las dificultades para un diálogo a fondo, como por parte de las autoridades que una vez más
daban el silencio como respuesta.
Se estaba produciendo un cuestionamiento de la política cultural durante años. Hubiera sido un buen momento para fomentar un diálogo
a gran escala, pero se optó por no informar sobre el suceso y de manera casi clandestina, propiciar encuentros que se siguen
efectuando, que resultan muy valiosos y que serían de utilidad pública. De la misma manera se actúa con muchas medidas que se están
poniendo en práctica para el mejoramiento de diversos sectores, se alega que es por recato, para no crear falsas expectativas, pero
tanto en un sentido como en otro la gente tiene que saber lo que ocurre en su país por las vías establecidas, no por rumores o por lo que
digan publicaciones extranjeras.
Ahora es el momento de analizar todo lo que nos daña, de hacer desde las posiciones revolucionarias los análisis que otros se apresuran
a exponer con las más perversas intenciones, de exorcizar los demonios propios y ajenos para que no entorpezcan la batalla que sigue,
porque la victoria, como la felicidad, no es una estación a donde se llega sino un modo de andar por la vida.
Agosto del 2007
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