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JACOBO BOEHME
(1575-1624)

"CONFESIONES" (Selección)

Primera parte

Capítulo I

No es el arte el que ha escrito esto, ni hubo tiempo tampoco para entrar a considerar cómo hacerlo correctamente de acuerdo con la debida comprensión del arte de escribir, pero todo fue ordenado de acuerdo al Espíritu, que a menudo actuaba de prisa; de esta manera es probable que en muchas palabras hagan falta letras y en otros casos falten letras mayúsculas en una palabra. La mano del escriba por no estar acostumbrada a la tarea a menudo temblaba; y aunque pude haber escrito de manera más precisa, correcta y simple, la razón por la cual no lo hice fue que el quemante fuego forzaba esa velocidad en mí y tanto la mano como la pluma tenían que apresurarse a obedecer. Pues ese fuego viene y se va como una lluvia súbita.

Soy incapaz de escribir nada por cuenta propia, como un niño que no sabe ni comprende nada, no habiendo aprendido nunca nada; y sólo escribo lo que el Señor quiere manifestar a través de mí.

Nunca quise saber nada del Divino Misterio y mucho menos quise saber la manera de buscarlo y encontrarlo. No sabía nada de él, cuál es la condición de los legos en su simplicidad.

Sólo buscaba yo el Corazón de Jesucristo para refugiarme en él de la colérica ira de Dios y de los violentos asaltos del Diablo. Y oraba con unción al Señor pidiéndole hacerme llegar su Santo Espíritu y su gracia; que se molestara en bendecirme y guiarme hacia él, y retirara de mí todo aquello que conspirara en apartarme de él. Me entregué en total renuncia a él, de modo que no pesara mi voluntad sino la suya, y que él sólo me guiara y dirigiera de modo que finalmente yo pudiera ser criatura suya en su hijo Jesús.

En esta seria búsqueda y deseo (en la cual sufrí muchas acerbas repulsas hasta que por fin resolví mas bien arriesgarme que desertar) la Puerta se abrió para mí, y en un cuarto de hora vi y aprendí más que si hubiese estado años en la Universidad; por lo cual mi admiración no tuvo límites y me dirigí a Dios en alabanza por ello.

De modo que no sólo me maravillé sino también me  regocijé; y de pronto me vino la urgencia de poner todo eso por escrito, como en conmemoración de mí mismo, aunque con grandes dificultades pudo mi hombre externo aprehender el sentido de todo aquello y menos aun expresarlo a través de la pluma. A pesar de lo cual debo empezar a trabajar en este gran misterio como un niño que va al colegio.

Lo vi en el interior de mí mismo como un gran abismo, pues tuve una vista completa del Universo, como una compleja y dinámica plenitud, dentro de la cual todas las cosas están ocultas y contenidas; pero me fue imposible explicar aquello.

Y aquello se abrió en mí, de tiempo en tiempo, como en una planta nueva. Estuvo conmigo por espacio de doce años como si hubiese estado gestándose. Dentro de mí una poderosa compulsión se produjo antes que pudiera ponerla por escrito; pero lo que iba lentamente elaborándose a mi nivel mental, eso yo lo ponía enseguida por escrito.

Después, sin embargo, el Sol resplandeció en mí un buen tiempo, aunque no constantemente, porque algunas veces se escondía,  y entonces yo era incapaz de saber ni de comprender bien mi propia labor.   El hombre debe, entender que su conocimiento no le pertence, sino que es de Dios, que le manifiesta las Ideas de Sabiduría al alma, en la medida que le complace hacerlo.

De ninguna manera debe entenderse que mi razón es más grande o mejor que la de otros hombres viviente; sólo soy una ramita del Señor y una pequeña y miserable chispa de su luz; él puede colocarme donde le plazca, que yo no le voy a objetar.

Ni tampoco debe entenderse que ésta es mi voluntad natural, ni que hago esto a través de mi propia y pequeña habilidad; porque si el Espíritu fuese retirado de mí, yo no sería capaz de comprender mis propios escritos.

¡Oh, graciosa Gloria y gran Amor, cuan dulce eres! ¡Y cuan amistoso y cortés! ¡Qué agradable es tu sabor y gusto! ¡Qué embriagadoramente exquisito es tu olor! ¡Oh, noble Luz, resplandeciente Gloria!, ¿quién puede captar tu extraordinaria belleza? ¡Cuan gentil es tu amor! ¡Qué curiosos y excelentes tus colores! Y todo esto por toda la eternidad.¡Cómo  expresarlo!

¿Y por qué o cómo puedo escribirlo yo, cuya lengua balbucea como la de un niño que estuviese aprendiendo a hablar? ¿Con qué podría yo compararlo? ¿Con qué encontrarle alguna similitud? ¿Compararle acaso con el amor de este mundo? No, que eso es sólo un valle de sombras...

¡Oh, inmensa Grandeza!. No puedo compararte con nada, sino tal vez con la resurrección de los muertos: allí, otra vez el Amor de fuego se alzará en nosotros e inflamará otra vez nuestros astringentes, amargos y fríos, oscuros y muertos poderes, y nos ofrecerá de nuevo su abrazo cortés y amistoso.

Oh, Amor gracioso y amable, bendito Amor, y clara y radiante Luz, quédate con nosotros, te lo ruego, porque se acerca el crepúsculo.

Capítulo II

Soy un pecador y hombre mortal como tú y debo, cada día y cada hora, desgarrarme, luchar y combatir con el Diablo, que me aflige en mí naturaleza corrupta y perdida, en ese poder colérico que existe en mi carne, como en todos los hombres, continuamente.

A veces, súbitamente, logro imponerme y otras pierdo la partida; a pesar de lo cual él no me ha vencido ni conquistado, sino que solamente ha adquirido cierta ventaja sobre mí. Si me abofetea, entonces me repliego, pero el poder divino me ayuda de nuevo; entonces él recibe un golpe y a menudo pierde la partida en la lucha.

Pero cuando él es vencido, entonces la puerta celestial se abre en mi espíritu y el espíritu contempla el divino y celestial Ser, no externamente más allá del cuerpo, sino en la fuente del corazón. Allí surge un resplandor de la Luz en la sensibilidad o pensamientos del cerebro, y allí el Espíritu contempla.

El hombre está hecho de todos los poderes de Dios, extraído de los siete espíritus de Dios, como los ángeles. Pero como es material corruptible, no siempre el poder divino se manifiesta y desarrolla sus poderes, operando en él. Y aunque se despliega en él, e incluso resplandece en él, es incomprensible a la naturaleza corruptible.

Porque el Espíritu Santo no se sujeta en la carne pecadora, sino que estalla como un relámpago, en la misma forma que la chispa de fuego relampaguea en una piedra cuando el hombre la golpea.

Pero cuando este resplandor es captado en la fuente del corazón, entonces el Espíritu Santo se alza en los siete espíritus-fuente hacia el cerebro, como el amanecer del día, como la rojez del amanecer.

En esa Luz el uno ve al otro, lo siente, lo huele, le toma el gusto y lo escucha como si la Deidad entera surgiera en él.

He aquí que el espíritu se asoma a la profundidad de la Deidad. Porque el Dios próximo y lejano es todo uno; y el misino Dios está en su aspecto triple tanto en el cielo como en el alma del santo.

Es de este Dios de quien tomo yo mis conocimientos y no de ninguna otra cosa; ni quiero saber ni conocer otra cosa que no sea ese mismo Dios. Y él es el que me da esta seguridad de mi espíritu, y por eso yo creo, y confío firmemente en él.

Aunque viniese un ángel del cielo a decírmelo yo no lo creería, mucho menos me aferraría de eso, pues dudaría siempre sobre su verosimilitud. Pero el Sol mismo se alza en mi espíritu y por lo tanto de ello estoy absolutamente seguro.

El alma vive en perpetuo peligro en este mundo; por esta razón esta vida está muy bien definida como valle de miseria, lleno de angustia, un ajetreo constante en que somos traídos, llevados, empujados, arrastrados, combatidos.

Pero el cuerpo, frío y medio muerto, no siempre comprende esta lucha del alma. No sabe qué pasa, pero se siente pesado y ansioso; va de una cosa a otra y de un lugar a otro lugar, en busca de quietud y reposo.

Y cuando llega adonde va, no encuentra lo que buscaba. Entonces se llena de dudas y confusiones; le parece que está dejado de la mano de Dios. No comprende la lucha del espíritu, ni como éste a veces está caído y otras exultante.

Tú debes saber que no escribo esto como quien narra una historia que me hubiesen contado. Yo debo permanentemente librar ese combate, y considero que ese esfuerzo que a veces parece derribadme, como a cualquier otro nombre, es algo realmente aniquilador.
Pero justamente porque la lucha es tan violenta y en razón de la seriedad con que abordamos el tema, me ha sido dada esta revelación, y también el vehemente impulso de poner todo esto sobre el papel.

Cuál es la secuela de todo esto, y en qué puede traducirse, no lo sé en absoluto. Sólo a veces tengo acceso a los misterios del futuro en el abismo.

Cuando el resplandor surge en el centro, uno ve a través de él, pero no puede aprehender, ni sujetar lo que ve; le sucede a uno como en una tormenta eléctrica, cuando el resplandor de fuego surge súbitamente y asimismo desaparece.

Así pasa en el alma cuando se abre una brecha en pleno combate. Entonces contempla a la Deidad como el resplandor del relámpago, pero la fuente y el despliegue de los pecados la cubre súbitamente de nuevo. Pues el viejo Adán pertenece a la tierra, y no, a causa de la carne, a Dios.

En este combate he pasado pruebas terribles que han amargado mi corazón. Mi Sol a veces se ha eclipsado y a veces extinguido, pero siempre se alzó de nuevo. Y cuanto más a menudo se eclipsaba, más resplandeciente y claro se alzaba de nuevo.

No escribo esto en mi propia alabanza, sino para ilustrar al lector sobre la base de mi conocimiento, para que así no busque en mí lo que yo no puedo darle, o piense de mí lo que no soy.

Pero lo que yo soy, lo puede ser también cualquier hombre que luche en Jesucristo, nuestro Rey, por obtener la corona del eterno Gozo y vivir en la esperanza de la perfección.
Me maravilla que Dios pueda revelarse tan plenamente a un hombre tan simple y que además a ese precisamente le ordené escribirlo; sobre todo habiendo tantos hombres sabios, que lo harían mejor y más exactamente que yo, que soy tan poca cosa y un ser tan estúpido para el mundo.

Pero yo no puedo ni quiero oponerme a él, aunque a menudo me opuse a él, y si no fuera su impulso y voluntad el que yo lo hiciera, ya me habría retirado la tarea; pero lo único que obtuve con oponerme fue recoger más piedras para el edificio.

Ahora he trepado tan alto que no me atrevo a mirar para atrás, pues temo al vértigo y ya no me resta más que un pequeño trecho para llegar a la meta que mi corazón aspira, anhela y desea alcanzar en plenitud. Mientras voy subiendo no siento el vértigo, pero cuando miro para atrás y entreveo la posibilidad de regresar, entonces me viene el mareo y el miedo de caer.

Por lo tanto he puesto mi confianza en el Dios fuerte y ya veremos qué sucede. No tengo sino un cuerpo, el cual es mortal y corruptible; gustosamente lo aventuraré en la empresa. Si la luz y el conocimiento de mí Dios permanecen conmigo, tengo suficiente para esta vida y la que le sigue.

Así no me enojaré con mi Dios, aunque en su nombre tuviese que soportar ignominia, vergüenza y reproches, que brotan, abotonan y florecen para mí cada día, de tal modo que me he hecho casi inmune a ellos; cantaré con el profeta David: Aunque mi cuerpo y mi alma desmayen, de todas maneras, oh, Dios, eres mí confianza y mi esperanza; y también mi salvación y el consuelo de mi corazón.

Capítulo III

Los hombres han sido siempre de opinión que el cielo está localizado a muchos cientos, o mejor dicho miles de kilómetros de distancia de la faz de la tierra, y de que Dios reside en ese cielo.

Algunos hubo que hasta intentaron medir esta altura y esta distancia, y han fabricado al efecto artefactos extraños e incluso monstruosos. Y yo ciertamente creía que el cielo, antes de mi conocimiento y revelación de Dios, estaba constituido por esa circunferencia redonda, de azur, color celeste que se extiende sobre las estrellas; suponiendo que Dios, como Ser Absoluto tenía allí su residencia, reinando sobre el mundo solamente en el poder de su Espíritu Santo.

Pero como todo esto me había causado ya efectos chocantes, sin duda procedentes del Espíritu, que parecía tener una debilidad por mí, caí en un estado de profunda melancolía y gran tristeza, especialmente cuando contemplaba el gran Abismo de este mundo, y también el sol y las estrellas, las nubes, la lluvia y la nieve, y entraba a considerar en mi espíritu la totalidad de la creación del mundo.

Encontré que todas las cosas contenían el bien y el mal; amor y cólera; tanto las criaturas inanimadas como la madera, piedras, tierra y elementos, y también el hombre y las bestias.

Y me detuve a considerar esa pequeña chispa de luz, el hombre, cómo debía ser considerado con respecto a Dios, en comparación con la gran obra del cielo y la tierra.

Y me compenetré del hecho que en todas las cosas residía tanto el bien como el mal, en los elementos como en las criaturas. Me vino una gran melancolía al considerar que ello ocurría con los buenos y con los malos por igual; al ver que incluso las gentes más bárbaras habitaban los mejores países y que en general tenían más prosperidad que los virtuosos y buenos. Ni la lectura de las Escrituras, aunque estaba muy versado en ellas, me daba ningún consuelo. El Demonio agitaba en mí esos pensamientos rebeldes que prefiero ni recordar siquiera.

En esta aflicción y preocupación tan grandes eleve mi espíritu; (aunque por entonces casi nada sabía al respecto), con todas mis fuerzas lo alcé hacia Dios, como en una gran tormenta que arrasara con todo mi corazón y mi mente, como asimismo con mis pensamientos y el total de mi voluntad y resolución, proyectándolo en su lucha hacia el Amor y la Misericordia de Dios, sin ceder hasta que él me bendijera, esto es hasta que me iluminara con su Espíritu Santo, haciéndome conocer su voluntad, lo que me libraría de la desesperación. Y entonces, súbitamente, mi espíritu irrumpió ...

En un arrebato de celo decidí tomar al cielo por asalto, y al infierno si fuere necesario, como si tuviese listas reservas extras de virtud y poder, con la firme resolución de arriesgar mi vida en ello (lo cual evidentemente no dependía de mí, sin la asistencia del Espíritu de Dios), y entonces súbitamente mi espíritu iluminado por Dios rompió las puertas del Infierno y se precipito hacia Lo Profundo de la Divinidad y sentí su abrazo de amor, como un novio que abrazara, por fin, a su bienamada.

La certeza del triunfo que inundó mi espíritu, y la grandeza de todo ello, fue tal que no cabe en palabras, ni dichas ni escritas; ni puede ser comparada con cosa alguna sino tal vez con sentir como la vida surge en medio de la muerte. Es como resucitar de entre los muertos.
Con esta luz mi espíritu fue capaz de ver a través de todas las apariencias, de ver a Dios en todas las criaturas, aun en las hierbas y el césped; supo quién era, cómo era y cuál es Su voluntad. Y en esa luz, mi voluntad sintió el impetuoso impulso de describir el Ser de Dios.
Pero como no podía entonces aprehender los más sutiles movimientos de Dios y comprenderlos a nivel racional, pasaron casi doce años sin que me fuera concedida la exacta comprensión de todo esto.

Y sucedió conmigo como con un árbol nuevo, que es plantado en el suelo y al principio parece joven y tierno, floreciente al ojo, especialmente por la lozanía de su crecimiento; pero no da fruto todavía y aunque tiene su florescencia, los capullos caen: hace falta que sea batido por los vientos fríos, y azotado por el cierzo helado y la nieve para que aquella madurez se traduzca en flor y fruto.

Así pasó conmigo: ese primer fuego sólo fue un principio y no una luz constante y duradera; y desde entonces muchas veces el frío viento se abatió sobre él, pero sin lograr jamás extinguirlo.

A menudo el árbol sintió la tentación de ver si podía dar ya fruto y se llenó de capullos. Pero los capullos fueron arrancados hasta ahora en que ha llegado el momento del fruto.
Es de esta luz que yo obtengo ahora mi conocimiento, mi voluntad, mi impulso y mis esfuerzos. Por lo tanto escribiré este conocimiento de acuerdo con mi capacidad y dejaré al Señor hacer su voluntad. Y aunque enfureciera a todo el mundo, al Diablo y a todas las puertas del infierno, lo haré y observaré hasta ver qué intenta hacer el Señor de él.
Porque soy demasiado débil para conocer sus propósitos. Y aunque el Espíritu a veces permite que a través de esa luz puedan visualizarse algunas cosas futuras, de acuerdo con el hombre exterior soy demasiado débil para aprehenderlas.

El espíritu animado o alma, que desenvuelve sus poderes y se une a Dios, le comprende bien, pero el cuerpo animal sólo obtiene un reflejo, un relámpago breve de comprensión. Este es el estado de movimiento interior del alma, cuando atraviesa la cutícula exterior por acción del Espíritu Santo. Pero lo exterior se cierra de nuevo porque allí se enciende la ira del Señor así como el fuego eclosiona de la piedra y lo sujeta cautivo en su poder.

Entonces se aleja el conocimiento del hombre exterior y él camina de acá para allá, afligido y ansioso, como mujer en trabajo de parto, que de buena gana daría a luz si pudiera, pero no puede hacerlo y continúa sufriendo.

Así pasa con el cuerpo animal cuando ha gustado una vez siquiera de la dulzura de Dios. Se le abre el apetito y anda ávido, con hambre y sed de él; pero el Diablo en el poder de la ira de Dios se opone con todas sus fuerzas, y el hombre en este estado vive en perpetua ansiedad; y no le queda otra cosa que hacer sino combatir y luchar.

No escribo esto para mi gloria sino para confortar al lector. Así tal vez, si se aviene a cruzar conmigo por este estrecho puente, no se sentirá súbitamente desanimado y desconfiado cuando las puertas del infierno y la ira de Dios le salgan al paso y se hagan presentes ante él.

Cuando nos reunamos, sobre este estrecho puente de la carne, para ir hacia aquella verde pradera hasta la cual la ira de Dios no llega, seremos recompensados por todo lo que hemos tenido que soportar. Y aunque hasta ahora el mundo nos tome por necios, debemos permitir que el Diablo nos domine, apremie y ruja sobre nosotros.

Ahora fíjate: si diriges tus pensamientos en lo que se refiere al cielo y concibes en tu mente lo que es, dónde está y cómo es, no necesitas llevar tus pensamientos a muchos kilómetros de distancia, porque ese lugar, ese cielo, no es tu cielo.

Y aunque, en verdad, eso está unido con tu cielo como un solo cuerpo, constituyendo un único cuerpo con Dios, tú no has sido hecho para ser una criatura de ese lugar que está a muchos cientos de miles de kilómetros de distancia, sino que fuiste hecho para un cielo de este mundo, que contiene también tal abismo como nadie puede ni siquiera imaginar.

El verdadero cielo está en todas partes, aun en ese lugar donde estás. Y así cuando tu espíritu presiona a través del astral y de la carne y aprehende el movimiento interior de Dios, entonces allí está muy realmente en el cielo.

Es innegable que hay un glorioso cielo con sus tres planos en alto por sobre el abismo de este mundo, en el cual el Ser de Dios, en compañía de sus ángeles se mueve y regocija con gran pureza, brillo y belleza. Y sólo podría negarlo el que no procede de Dios.

Tú debes saber que este mundo en sus pliegues profundos e interiores desenvuelve sus propiedades y poderes, en unión con el cielo que está más arriba. Así hay un Corazón, un Ser, una Voluntad, un Dios, todo en todo.

El movimiento exterior de este mundo no puede captar el movimiento exterior del cielo que está sobre, él, porque son el uno con respecto al otro como la vida y la muerte; o como el hombre y una piedra son recíprocamente.

Hay un sólido firmamento dividiendo el exterior de este mundo y el del cielo superior, y ese firmamento se llama Muerte, que reina por doquier en el exterior de este mundo y constituye un gran golfo entre ambos.

El segundo movimiento de este mundo está en la vida; es el astral, del cual se genera el tercer y sagrado movimiento. Y allí el amor y la ira se entrechocan permanentemente. Porque el segundo movimiento yace en los siete espíritus de este mundo, y está en todas partes y en todas las criaturas como asimismo en el hombre. Pero el Espíritu Santo también reina en este segundo movimiento y ayuda a generar el tercero, el santo movimiento.

Este, el tercero, es el claro y sagrado cielo que se une con el Corazón de Dios, distinto de todos los cielos, y sobre todos ellos, como un corazón.

Por lo tanto, hijo del hombre, no te descorazones, ni seas timorato, ni pusilánime. Si en tu celo y honesta sinceridad tú siembras la semilla de tus lágrimas, no la siembras en la tierra, sino en el cielo; porque en tu movimiento astral la siembras y en tu alma la maduras y en el reino del Cielo la posees y gozas.

Si los ojos del hombre fueran abiertos vería a Dios en todas partes en su cielo; pues el cielo consiste en la profundidad de todo.

Cuando Esteban vio el cielo abierto y al Señor Jesús a la derecha de Dios, entonces su espíritu no ascendió al cielo superior sino que penetró en el movimiento interior, donde el cielo está por doquier.

Ni pienses tampoco que Dios es un ser que permanece en el cielo superior y que el alma cuando sale del cuerpo asciende alejándose a miles de kilómetros. No necesita hacer eso. Se ubica en el movimiento interior y allí está con Dios, y en Dios, y con todos los santos ángeles y puede de súbito estar arriba y de pronto abajo; no hay nada que la obstaculice.

Porque en el interior la Deidad superior o inferior forma un solo cuerpo y es una puerta abierta. Los santos ángeles conversan y caminan para arriba y para abajo en el interior de este mundo, al lado de nuestro Rey Jesucristo; en la misma forma en que lo hacen en las alturas en sus mansiones, regiones o cortes.

¿Dónde estaría o quisiera estar mejor el alma del hombre que con su Rey y Redentor Jesucristo? Porque cerca y lejos en Dios es una y misma cosa, una posibilidad de captación, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por doquier, en todas partes están.

La puerta de Dios en el cielo Superior, no es otra, ni es tampoco más brillante, que la que está acá en este mundo. Y ¿dónde podría haber dicha mayor que en ese lugar donde en cada hora, en cada momento, hermosos, encantadores y adorables niños recién nacidos y ángeles llegan al Cristo, pasando de la muerte a la vida? ¿Dónde podría haber mayor alegría que allí donde en medio de la muerte, la vida se genera continuamente? ¿No aporta cada alma consigo un nuevo triunfo? Y por supuesto hay acá para ella un calidísimo y cordial saludo de bienvenida.

¿Consideras que mi manera de escribir es muy terrenal? Si pudieras asomarte a mi ventana no pensarías que lo es. Aunque deba usar un lenguaje terrenal, bajo él subyace un sentido auténticamente celestial que en mi lenguaje exterior no soy capaz de expresar.
Me doy perfecta cuenta de que lo que digo referente a los tres movimientos no puede ser aprehendido por el corazón de cualquier hombre, especialmente si éste está sumergido, ahogado, inmerso en la carne. Pero no puedo expresarlo en otra forma, porque es así no más; y como yo me refiero al puro espíritu, porque en rigor de verdad no hay otra cosa, tal corazón es totalmente inhábil de comprender esto, no pudiendo captar otra cosa que no sea lo carnal.

No debes suponer que lo que escribo aquí es algo dudoso, susceptible de ser cuestionado si es así o no; pues las puertas del cielo y del infierno permanecen abiertas para el espíritu y en la Luz él ensaya pasar a través de ambas, contemplándolas, probándolas y examinándolas.
Y aunque el Diablo no puede arrebatarme la Luz, suele escondérmela a través del movimiento exterior carnal, de modo tal que el astral sufre ansiedad y la sensación de encierro, como si le aprisionaran.

Pero éstos son sólo sus turbios manejos con los cuajes disimula y oscurece la semilla del paraíso. Referente a esto el Santo apóstol Pablo dijo que le habían puesto una gran espina en su carne y que él había rogado fervorosamente al Señor la apartara de sí, a lo cual el Señor le respondió: Bástate mi gracia.

Porque él también había llegado a este lugar y hubiese de buena gana preferido poseer la Luz sin obstáculos ni impedimento, sentiría suya en el movimiento astral. Pero no podía ser así; porque la ira mora en el movimiento carnal y allí reside, la corrupción. Sí la ira fuese totalmente retirada del astral, entonces él allí sería como Dios y sabría todas las cosas como Dios las sabe.

Lo cual ahora en esta vida sólo es accesible como conocimientos al alma que desenvuelve sus poderes en unión con la luz de Dios, y aun así esa alma no puede traerla de vuelta otra vez al astral. En la misma forma que una manzana en un árbol, no puede entregar de nuevo su olor y sabor al árbol o a la tierra, aunque proceda de ese árbol; así mismo sucede con la naturaleza humana.

El santo hombre Moisés estaba tan profundamente inmerso en la Luz que aquella glorificó, clarificó e hizo resplandecer también el astral, de tal manera que incluso la apariencia exterior de su cara radiaba el mismo esplendor.

El también deseaba ver la luz de Dios perfectamente en el astral; pero no podía ver pues el obstáculo de la ira yace ante ella. Aun la naturaleza entera y universal del astral en este mundo no puede aprehender la Luz de Dios; por lo tanto el Corazón de Dios está escondido, aunque resida en todo lo creado e interpenetrándolo todo.

Tú ves cómo la ira de Dios yace escondida en el exterior de la naturaleza, y no puede ser despertada, a no ser que el hombre la despierte, el cual lo hace a través de su envoltura carnal que desarrolla una capacidad de activarse y unirse con la ira de la envoltura exterior de la naturaleza.

Por lo tanto si alguno es condenado al infierno no debiera decir que Dios lo ha hecho, o que desea que sea así. El hombre despierta el fuego de la ira en sí mismo y si esto es atizado se une a la ira de Dios y al fuego infernal como una sola y misma cosa.

Porque cuando tu luz se extingue, entonces permaneces en la oscuridad. Dentro de la oscuridad se esconde la ira de Dios y si la despiertas, arde dentro de tí.

Hasta dentro de una piedra hay fuego; si no la golpeas, el fuego yace escondido; pero si la golpeas, el fuego estalla y si en la cercanía hay un elemento combustible, éste se encenderá y arderá convirtiéndose en un gran fuego. Asimismo sucede con el hombre, cuando inflama el fuego de la ira que de otro modo yace dormido.

Capítulo V

El Simple dice: "Dios hizo todo de la nada". Pero ese no conoce a Dios ni sabe lo que el mismo es. Cuando contempla la tierra junto con el abismo que está sobre ella, éste hombre piensa que todo esto no es Dios; o piensa que Dios no está allí. Siempre ha creído que Dios reside sobre el cielo azulado de las estrellas y reina, por decirlo así, a través de algún espíritu que va de aquí para allá por el mundo en su sombra; y que su cuerpo no está presente aquí abajo en la tierra.

Yo he leído opiniones similares en libros de versados Doctores, y he hallado muchas opiniones, disputas y controversias de este tipo entre los eruditos.

Pero en vista de que Dios me abre la puerta de su Ser en su gran amor, y recuerda los pactos que ha hecho con los hombres, fielmente, seriamente, y de acuerdo con mis capacidades, yo mostraré a ustedes esas puertas abiertas hasta donde él me lo permita.
Esto no quiere decir que soy un experto en estas cosas, sino que explicaré hasta dónde yo soy capaz de entender.

Por el Ser de Dios es como una rueda, donde muchas ruedas se entrecruzan, hacía arriba, hacia abajo, hacia los lados, pero todas concéntricas, girando todas juntas.
Y cuando un hombre contempla esa rueda, se maravilla y no puede de una sola vez aprehender el sentido de lo que está mirando. Pero cuanto más contempla la rueda, más aprende de su forma, y cuanto más aprende más anhelo tiene de ella, porque cada vez ve algo más maravilloso. Así nunca contempla lo suficiente ni nunca aprende bastante.
Eso me pasa a mí también. Lo que no digo en un lugar referente a este gran misterio, ustedes lo encontrarán en otra parte. Y lo que no puedo describir aquí con respecto a la grandeza de este misterio y a mi propia incapacidad, ya lo encontrarán en otra parte.

Porque este es el primer brote de esta rama que arranca de su madre, como un pequeño que empieza a caminar y por supuesto de entrada no puede correr.

Aunque el espíritu ve la rueda y está más que dispuesto a aprehender su forma en cualquier lugar, no es capaz de hacerlo justamente por el giro de la rueda. Pero cuando al espíritu se le da la oportunidad de volver a ver esa forma ya aprehendida, entonces va aprendiendo cada vez más y se regocija y deleita en la rueda, anhelando volver a encontrarse frente a ella.

Ahora observen: La tierra tiene justamente las mismas cualidades y espíritus fuente que el abismo que ésta sobre la tierra tiene, o que el cielo tiene, y todo esto junto pertenece a un solo cuerpo. El Dios universal es este único cuerpo total. Pero el pecado es responsable de que ustedes no puedan enteramente verle o conocerle. A causa del pecado, tú, dentro de este gran cuerpo divino, permaneces encerrado en la carne mortal y el poder y la virtud de Dios se esconden de ti, como la médula de los huesos se esconde de la carne.

Pero si tú en el espíritu irrumpes a través de la muerte, que es la carne, entonces tú puedes ver el Dios escondido. Porque la carne mortal no pertenece al movimiento de la vida, de modo que no puede recibir ni concebir la Vida de la Luz como algo propio de ella; pero la Vida de la Luz en Dios asciende de la carne y genera para sí misma, a través de ella, un cuerpo celestial y viviente, que conoce y comprende a la Luz.

El cuerpo mortal es un cascarón del cual emerge el nuevo cuerpo, como un grano de trigo sale de la tierra. El cascarón no se alzará y vivirá de nuevo, sino que permanecerá para siempre en la muerte.

Contemplad el misterio de la tierra: así como ella da a luz, así debéis hacer vosotros. La tierra no es ese cuerpo que sale hacia la luz, pero es la madre de la cual procede; así también tu carne no es el espíritu, pero es la madre del espíritu.

Y en ambos, en la tierra y en tu carne, la Luz de la clara Deidad está escondida, pero de ambos emerge y se cobija en un cuerpo que es diferente para cada especie.

Y como es la madre es el hijo: el hijo del hombre es el alma que nace en el movimiento astral de la carne; y el hijo de la tierra es el pasto, las hierbas, los árboles, la plata, el oro y todos los minerales.

De la tierra sale el pasto, las hierbas y los árboles; y de la tierra proceden la plata, el oro y los minerales. En el abismo sobre la tierra emergen los maravillosos dones del poder y la virtud.

Ahora invito a todos los amantes de las estimables y altamente consideradas artes de la filosofía y teología, ante este espejo donde abriré las raíces y bases de estas materias.
Yo no uso sus tablas, fórmulas o esquemas, reglas o maneras, porque no he aprendido de ellos. Tengo otro profesor, que es la fuente viva de la naturaleza.

¿Qué podría yo, un simple lego, enseñar o escribir acerca de su gran arte, si no me fuera dado por el Espíritu de la naturaleza, en quien vivo y soy? ¿Me debo oponer a que ese Espíritu se manifieste, dónde y en quién le plazca?

Oh, hijo del hombre, abre los ojos de tu espíritu, porque te mostraré aquí la verdadera, la real puerta de Dios.

¡Contempla! Ese es el verdadero, único, sólo Dios del cual fuiste creado y en el cual vives; y cuando tú contemplas el abismo y las estrellas y la tierra, entonces tú contemplas a tu Dios. En él tú vives y tienes tu ser; y ese mismo Dios te gobierna y de él tú obtienes tus sentidos. Eres una criatura de él y en él; y si no, jamás habrías sido.

Ahora dirás que escribo de un modo pagano. ¡Cuidado con lo que dices! Observa cuidadosamente cómo son las cosas que te digo. Porque no escribo paganamente, sino en el amor de la sabiduría; ni soy un pagano sino que tengo el real conocimiento del único y grande Dios que es el Todo.

Cuan tú contemplas el abismo, las estrellas, los elementos y la tierra, entonces no aprehendes con tus ojos la brillante y clara Deidad, aunque ella está ahí y en ellos; sino que tú ves y aprehendes, con tus ojos, primero la muerte y después la ira de Dios.

Pero si elevas tus pensamientos y entras a considerar donde está Dios, entonces tú aprehenderás el movimiento astral, donde el amor y la ira se entrecruzan. Y cuando la fe te acerque a Dios, que reina santamente en estos dominios, entonces tú llegarás a él porque habrás llegado a su Corazón.

Y cuando esto esté hecho, entonces tú serás como Dios es, que en sí mismo es el cielo, la tierra, las estrellas y los elementos.