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FRANCISCO ARIZA

"EL SIMBOLISMO DEL FOLKLORE EN CATALUÑA"*

21-11-2007

El folklore es un tema que apenas si hemos tocado alguna vez en el CES de Barcelona, y sin embargo cuando se penetra en él advertimos su importancia, pues nos abre perspectivas nuevas para continuar ampliando nuestros estudios e investigaciones sobre la simbólica universal. Y tanto Mª Angeles como yo, vamos a empezar hablando precisamente del folklore catalán, y ello por dos razones principales. La primera, obviamente, porque estamos en Cataluña; y la segunda porque el folklore de esta tierra, que es riquísimo en cuanto a calidad y cantidad (véase por ejemplo la obra de Joan Amades, especialmente el "Costumari Catalá", e incluso gran parte de la obra de Verdaguer, por citar dos de los autores más célebres, aunque hay otros muchos que han desempeñado y desempeñan esa labor de recopilación y estudio), decimos es un buen ejemplo para empezar a conocer qué es en verdad el folklore. Asimismo, la permanencia del folklore catalán, o de cualquier otro, no hace sino confirmar un hecho que observamos en otros lugares: que frente a la globalización y frente a ese Leviatán monstruoso en que se ha convertido nuestra sociedad moderna, hay muchas personas que temen perder sus señas de identidad más profundas, puesto que éstas se refieren precisamente a la continuidad de una memoria que nos habla de lo que en nosotros hay de más auténtico y esencial. Esto es así porque, como veremos, los temas que conforman el folklore, y más allá de su aparente "colorismo", son transmisores de valores e ideas que tocan el nervio medular del ser humano, a su naturaleza más íntima, es decir a su espíritu, y por eso mismo existe en él una atracción que resiste el paso del tiempo y está siempre de plena actualidad.

Por otro lado, no olvidemos que el folklore catalán hunde sus raíces en tradiciones y culturas que lo han ido modelando a lo largo del tiempo, siendo, como es Cataluña, una encrucijada geográfica donde han desembarcado numerosos pueblos y culturas a lo largo de su historia, otorgándole su raigambre y solera. En esto, como en tantas otras cosas, Cataluña es como una síntesis de la geografía y la historia que se ha dado en la Península Ibérica, al menos en sus trazos principales, pues también en esta última se vierte la corriente cultural venida de Europa (o de Eurasia) a lo largo de numerosas oleadas y en distintos períodos de tiempo, y asimismo, a través del Mediterráneo, de las diversas civilizaciones que se desarrollaron en sus dos riberas y las que procedían del Oriente Próximo. Pero además España goza asimismo de una de las culturas de orígenes más arcaicos que existen actualmente, no sólo en Europa sino en casi todo el mundo: nos referimos a la vasca, cuyo folklore, como el catalán, es de una riqueza inagotable. Y si miramos al sur, a Andalucía, nos encontramos con los vestigios de otra cultura que fue además una civilización en toda regla y que ha dejado huellas de su esplendor en el folklore de allí: nos referimos a Tartesos, de la que incluso se cree que era nada más y nada menos que de origen atlante, como lo indica el arqueólogo que fue su descubridor a principios del siglo XX, el alemán A. Schulten. Podríamos decir, en definitiva, que el solar hispano es como un huerto lleno de frutos culturales, pero hay que saber buscarlos para poder nutrirse de su legado, como parte constitutiva también de nuestra memoria vertical, es decir como una manifestación de la Filosofía Perenne.

Ahora bien, para conocer lo que es el folklore, catalán o cualquier otro, es necesario hablar primeramente del marco teórico donde se inscribe, es decir de su didáctica, pues es evidente que la tiene, y bastante más de lo que podríamos imaginar cuando lo abordamos de una manera superficial y anecdótica, es decir cuando lo confundimos con el "folklorismo". Es evidente que el "folklore de pandereta" es una degradación del auténtico folklore, pues al considerarlo como un tópico se ha acabado por extirparle sus diferentes sentidos, analogías y correspondencias con otra realidad de las cosas de mucho mayor contenido y enjundia. Dicho de otra manera: al contemplarlo desde esa perspectiva tan limitada se ha acabado por negar al folklore su valor simbólico, es decir esa cualidad que tiene de sugerir y entrever otros significados que es propio del lenguaje de los símbolos, de la "lengua de oc". Precisamente este trabajo pretende ser una pequeña introducción a esa dimensión simbólica del folklore.

Esa didáctica constituye una enseñanza de ciertos valores, ideas y principios que han sido recogidos por el pueblo llano, y que éste transmite a través de las fiestas, los juegos, la música, la danza, los refranes, los proverbios, los relatos, los cuentos y las leyendas, que siempre fueron orales y que de manera velada esconden todo un sentido esotérico e iniciático incuestionable. Recordemos entre los cuentos más conocidos La Bella Durmiente, Caperucita Roja, Blancanieves, Cenicienta, Hansel y Gretel, La Bella y la Bestia, Pulgarcito, etc. Haciendo un paréntesis: observemos que en todos estos cuentos aparecen siempre el bosque y la casa, o el castillo, que se corresponden con dos espacios interiores del ser humano; el bosque como representación simbólica del laberinto iniciático, y la casa o castillo, como el símbolo del centro, del lugar donde el ser humano se encuentra a sí mismo después de numerosas peripecias y pruebas, que tienen que ver con las disoluciones y coagulaciones alquímicas. En el caso de la Bella Durmiente se trata del alma que yace dormida en lo profundo del bosque, es decir que anda perdida en el laberinto, y es despertada por el beso del príncipe, símbolo del espíritu. Leemos en el Programa Agartha (acápite "El Bosque"):

En muchos pueblos y culturas, cuya configuración geográfica así lo exige, el bosque o la selva adquiere un papel muy importante y significativo en cuanto a lugar reservado al culto, las iniciaciones y la contemplación. La elevación de dólmenes y las construcciones funerarias en el interior de los bosques, especialmente en claros y lugares despejados, es muy habitual en las culturas arcaicas. Muchos usos y ritos ancestrales, mantenidos por la memoria popular, siguen repitiéndose periódicamente en estos parajes. Los mitos y leyendas antiguos están plagados de alusiones a bosques mágicos en donde transcurre la trama de sus argumentos y en donde en general habitan seres o entes no humanos cuya relación con los héroes y los hombres está vinculada simbólicamente al propio proceso alquímico y espiritual. Un clásico de este género es el cuento de Blancanieves. Custodiada por siete enanos en un bosque (psiquis), se halla semimuerta por haber comido el fruto que astutamente le ofreciera la bruja hechicera, el mismo que otrora comiera Eva en el paraíso; mientras espera el "despertar" a través del beso del príncipe (Eros).

En efecto, la tradición hace de los gnomos, los silfos, las ondinas y las salamandras habitantes mágicos de los bosques, lo cual nos ofrece una descripción figurada de nuestras propias potencias anímicas y terrestres. Estos seres están alquímicamente relacionados con los cuatro elementos, respectivamente la tierra, el aire, el agua y el fuego, así como Blancanieves se asimilaría en el ejemplo al quinto, el éter, cada uno simbolizando la conciencia y función específica de cada elemento, conciencias que habitan potencialmente dentro de nuestra propia naturaleza microcósmica, revelándose como impulsos y tendencias elementales.

El bosque, o la selva, como templo natural y espacio sagrado, nos ofrece dentro de su inmensa riqueza de matices (la fuente, la gruta, la mina, la montaña, etc.), inagotables temas de meditación. Toda una cosmogonía que nos habla simbólicamente de la fauna, la flora y la topografía de nuestra propia naturaleza interna e invisible.

Como íbamos diciendo, todos esos cuentos eran orales hasta que a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX, distintos escritores los recopilaron de forma escrita. Es interesante observar que esos siglos coinciden exactamente con el nacimiento y auge de la mentalidad racionalista, que estaba creando un tipo de sociedad (con la producción industrial como su eje vertebrador) en la que no tenían cabida no sólo las "tradiciones populares" (propias de los artesanos y campesinos) sino cualquier tradición sapiencial y metafísica. Era entonces natural que todo ese legado que se transmitía oralmente a través de los cuentos y leyendas se pusiera por escrito, justamente para que semejante herencia no acabara por perderse definitivamente. En realidad el proceso de fijar la palabra en la escritura es prototípico, y en mayor o menor medida ha sido común a todas las civilizaciones a lo largo de la historia, y tiene que ver fundamentalmente con la idea de conservación de la Ciencia Sagrada en sus diferentes expresiones.

Recordemos que a lo largo de esos tres siglos escritores como Walter Scott en Escocia (conocido masón que por cierto también tradujo al inglés el Corpus Hermeticum, como señala Federico González en el IIº cap. de Hermetismo y Masonería), los hermanos Grimm en Alemania, Asbajörsen en Noruega, Andersen en Suecia, Perrault y La Fontaine en Francia, Afanassief en Rusia, etc., etc., recorrieron los caminos y los pueblos de Europa y del mundo a la búsqueda de todo ese "saber inmemorial" que el pueblo había conservado en los cuentos, los proverbios y los refranes. El propio Jonathan Swift, en Los Viajes de Gulliver, se hace seguramente eco de algunas leyendas recogidas en el folklore de su tierra. En cuanto a los refranes se refiere, aquí en España tenemos la labor emprendida por el Marqués de Santillana ya en el siglo XV, también el Diccionario de Correas, etc. (Por ejemplo, el refrán "El hombre propone y Dios dispone" está en el libro de los Proverbios).

En todos esos juegos, fiestas, cuentos, refranes y leyendas reside en verdad la fuerza mnemotécnica de los mitos, los símbolos y los ritos universales, que se entrelazan permanentemente con el quehacer cotidiano del pueblo, del que emana una imaginería propia y característica que se añade finalmente a esos mismos símbolos, ritos y mitos, adornándolos en cierta manera, dando así origen al folklore propiamente dicho. Precisamente, es por esa capacidad de recepción y transmisión que el folklore recibe el nombre de "tradición popular", siendo así como se expresa a un determinado nivel de comprensión una auténtica tradición sapiencial, de la que el folklore siempre ha extraído su propia realidad y razón de ser, o sea todo lo que constituye su esencia, que es de carácter esotérico y metafísico. Como ha afirmado a este respecto Luc Benoist: "El interés profundo de todas las tradiciones llamadas populares reside sobre todo en el hecho de que no son populares en origen". En resumidas cuentas, que el folklore puede ser, y de hecho lo es, una puerta de entrada y una apertura muy válida a otras lecturas más elevadas de la realidad.

Y en este punto conviene recordar la etimología de la palabra folklore, no sin antes decir que todo lo que se refiere a la etimología nos habla de la esencia de la palabra en cuestión, de su significado verdadero, y como nos dice Federico González en Introducción a la Ciencia Sagrada (Programa Agartha) en el acápite llamado precisamente "Etimológicas", los

orígenes de las palabras son importantísimos e iluminadores, pues las raíces de donde provienen, así como los diferentes sentidos que ellas tienen, o pueden tener, y las relaciones a que estas analogías nos llevan, conforman un estudio revelador acerca de los conceptos de donde ellas derivan, las que por su uso profano se han desgastado y han perdido así su tremendo valor evocativo y anímico, hasta hacerse consumibles e insignificantes.

Pues bien, teniendo todo esto presente, la palabra folklore, nos dice Joan Corominas en su Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, que significa "erudición o saber del pueblo", o bien "creencia del pueblo". Es lo mismo que afirma Julio Caro Baroja en su libro Los Pueblos de la Península Ibérica, donde además nos dice que en Italia y en algunos otros países se utilizó un neologismo del griego que se llamaba la "demosofía", o sea, la sabiduría popular. Y añade a continuación lo siguiente, en donde podemos entrever que efectivamente el folklore es algo más que simple "costumbrismo":

en los pueblos de Europa, y de España especialmente, es lícito afirmar que se dan ciertas formas de saber que podríamos considerar como estrictamente filosófico, en un sentido riguroso de la palabra, y que se refieren a concepciones de la existencia humana, a imágenes del mundo exterior, a lo que se puede llamar también 'concepciones del mundo'; con frecuencia a éstas suelen aludir –o han aludido a veces– los viajeros y algunos literatos, pero de todas maneras no lo han hecho con la profundidad o el detalle que se necesita para tener una idea exacta de lo que puede ser esta filosofía popular (…)

No cabe duda de que dentro del pueblo, aunque no sea de forma sistemática, pedagógica, hay una filosofía real: hay conceptos que se refieren a una concepción metafísica; hay conceptos que se refieren a una filosofía de la naturaleza, o a una concepción de la naturaleza; (…) y, sobre todo, de filosofía moral, poética y cultural.

Sin embargo, todo ese saber, todo ese conjunto de conceptos filosóficos, afirma a continuación el antropólogo e historiador de Vera de Bidasoa, está formulado de forma fragmentaria. Y es que el folklore está constituido por los vestigios que han ido quedando de antiguas cosmogonías procedentes de distintas tradiciones que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo y en un determinado espacio geográfico, de ahí el carácter auténticamente prehistórico y arcaico que revisten algunas manifestaciones del folklore, que literalmente se "pierden en la noche de los tiempos".

Como nos dice en este caso René Guénon, el pueblo conserva los restos

de tradiciones muy antiguas, que se remontan a veces, inclusive, a un pasado tan remoto que sería imposible de determinar y que es costumbre contentarse con referir, por tal razón, al dominio oscuro de la "prehistoria"; cumple con ello la función de una especie de memoria colectiva más o menos "subconsciente", cuyo contenido ha venido, manifiestamente, de otra parte [y en nota añade: Es ésta una función esencialmente "lunar", y es de notar que, según la astrología, la masa popular corresponde efectivamente a la luna, lo cual, a la vez, indica a las claras su carácter pasivo]. Lo que puede parecer más sorprendente, continúa Guénon, es que, cuando se va al fondo de las cosas, se verifica que lo así conservado contiene sobre todo, en forma más o menos velada, una suma considerable de datos de orden esotérico, es decir, precisamente lo que hay de menos popular por esencia; y este hecho sugiere de por sí una explicación que nos limitaremos a indicar en pocas palabras. Cuando una forma tradicional está a punto de extinguirse, sus últimos representantes pueden muy bien confiar voluntariamente a esa memoria colectiva de que acabamos de hablar lo que de otro modo se perdería sin remedio; es, en suma, el único recurso para salvar lo que puede salvarse en cierta medida.

Estas palabras pertenecen al capítulo IV de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada. Y en otro de sus libros Guénon vuelve a tratar de nuevo este tema, concretamente en el capítulo XXVIII de Iniciación y Realización Espiritual, titulado "La Máscara Popular". Es interesante que leamos algunos fragmentos del mismo, que nos harán entender todavía más lo que significa realmente el sentido simbólico de esa memoria popular, y por lo tanto del folklore. No es necesario decir que la palabra "elite" que aquí aparece varias veces la utiliza Guénon en el sentido estrictamente espiritual, o sea que se refiere a aquellos que detentan la verdadera sabiduría, y por lo tanto no tiene nada que ver con un pretendido y hasta ridículo "elitismo social". Nos dice Guénon:

Hay todavía otra cosa que acabará de explicar lo que estamos diciendo y que le da además toda su significación: se trata de que la elite, por la misma razón de que el pueblo es su extremo opuesto encuentra verdaderamente en él su reflejo más directo, como en todas las cosas el punto más alto se refleja directamente en el punto más bajo y no en uno u otro de los puntos intermediarios. Es, ciertamente, un reflejo oscuro e invertido, como el cuerpo lo es con respecto al espíritu, pero no por ello deja de ofrecer la posibilidad de un "enderezamiento", comparable al que se produce al fin de un ciclo: es precisamente en el momento en que el movimiento descendente ha llegado a su término, por tanto a su punto más bajo, que todas las cosas pueden ser devueltas inmediatamente a su punto más alto para comenzar un nuevo ciclo; y es aquí cuando se puede decir en verdad que "los extremos se tocan" o más bien se reúnen. La similitud entre el pueblo y el cuerpo, a la cual hacíamos alusión anteriormente, se justifica aún por el carácter de elemento "substancial" que presentan por igual uno y otro, tanto en el orden social como en el individual respectivamente, en tanto que lo mental, sobre todo cuando se presenta bajo su aspecto de "racionalidad", corresponde más bien a la "clase media" [en este artículo Guénon hablaba más arriba de la "clase media" como el ejemplo más genuino de la "vida ordinaria", y dándole a la palabra "media" en este caso el sentido de "mediocridad"]. De aquí resulta que la elite, descendiendo en cierto modo hasta el pueblo, encuentra todas las ventajas de la "incorporación", en la medida en que ésta es necesaria para la constitución de un ser realmente completo en nuestro estado de existencia; y el pueblo es por ello un "soporte" y una "base", de igual manera que el cuerpo lo es para el espíritu manifestado en la individualidad humana.

Guénon pone varios ejemplos de cómo esa elite espiritual se mezcla con el pueblo, que es la mejor manera de ocultarse de los inquisidores de turno y de distinto pelaje y condición que hay en cualquier época; Guénon menciona a los taoístas, a los sufís, a los hermetistas, e incluso a los templarios, algunos de los cuales

escaparon a la destrucción de su Orden disimulándose entre los obreros constructores; si determinadas personas no quieren ver aquí sino "leyendas", la cosa no es menos significativa por su simbolismo; y, de hecho, es incontestable que al menos algunos hermetistas actuaron así, especialmente entre aquellos que pertenecían a la corriente rosacruz. En este sentido, recordaremos aún que entre las organizaciones iniciáticas cuya forma está basada en el práctica de un oficio, aquellas que permanecen siempre puramente "artesanales" sufrieron una menor degeneración que aquellas otras que fueron afectadas por la intrusión de elementos pertenecientes en su mayor parte a la "burguesía"; además de otras razones que hemos expuesto ya en otra parte, ¿no puede verse aquí también un ejemplo de esta facultad de conservación "popular" del esoterismo de la que el "folklore" es igualmente una manifestación?

Al hilo de lo que dice Guénon, nosotros pensamos que en todas esas adaptaciones tuvo que intervenir de una u otra manera el dios Hermes-Mercurio, que es precisamente la deidad que gracias a su función de intermediaria entre el Cielo y la Tierra siempre está vinculada con las adaptaciones y ajustes de la doctrina tradicional a las circunstancias históricas e incluso personales en las que se ve envuelto el ser humano en su paso por este mundo. No olvidemos que Hermes, el Dios Vivo, ha sido y sigue siendo sin duda alguna la deidad más popular de todas (lo cual no es contradictorio con el carácter al mismo tiempo "hermético" y "oculto" de la doctrina que de él emana), aquel que siempre ha procurado que el ser humano no pierda contacto con la Tradición mediante la transmisión y mantenimiento de la verdadera cultura, ya sea al nivel en que ésta se exprese, y claro está el folklore constituye uno de esos niveles. Además, qué duda cabe que la influencia de Hermes, y por lo tanto del Hermetismo, se ha dejado sentir en las distintas expresiones del arte popular a través de los distintos oficios y artesanías: el tejido y el bordado, la cerámica, el vidrio, la herrería, la ropa y el calzado, carpintería, joyería, jardinería, teatro, escultura, poesía, danza, etc., etc., sin olvidarnos por supuesto de la agricultura.(1)

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Precisamente la agricultura, que quiere decir "cultura del agro", es uno de los oficios más antiguos que existen, y muchos autores clásicos y auténticos intérpretes de la Tradición (Hesíodo, Virgilio, Ovidio, Plinio el Viejo, etc.), nos han hablado de sus virtudes y de su cosmogonía, pues es evidente que esa actividad ejemplifica la íntima relación entre la tierra y el cielo. Como todos sabemos aún existe lo que se llama "El Calendario de los Payeses", que es también de los Ganaderos, y que es de uso no sólo en Cataluña sino también en distintos lugares de España; si lo observamos con atención comprobaremos que se trata de un pequeño manual de astronomía, cuyos ciclos y ritmos estructuran el tiempo de sembrar y de recolectar, como canta Hesíodo en este versículo de Los Trabajos y los Días:

Al surgir las Pléyades descendientes de Atlas, empieza la siega; y la labranza, cuando se oculten. Desde ese momento, están escondidas durante cuarenta noches y cuarenta días y de nuevo al completarse el año empiezan a aparecer cuando se afila la hoz.

Y todo ello además está ligado con las fiestas litúrgicas (Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, Pascua, Pentecostés, etc.). Es importante resaltar que casi todas esas fiestas son adaptaciones de otras muchísimo más antiguas dedicadas a las divinidades celestes y terrestres, fiestas que no son sólo precristianas sino en muchos casos incluso prerromanas, remontándose a los tiempos prehistóricos y del Neolítico.

Como dice a este respecto Xavier Fàbregas en su libro Tradicions, mites i creences dels catalans. La pervivència de la cultura ancestral:

Las antiguas divinidades es posible que hayan cambiado de hábito, pero, aunque disfrazadas, sin ningún rubor continúan hoy en día ocupando los asientos que el cristianismo intenta negarles, y convocan a sus fieles y los protegen. La adhesión popular se ha manifestado en ceremonias y ritos, en un material dramático y predramático de una gran variedad y riqueza; sobre todo de una autenticidad incontestable. Las divinidades locales que superaron sin obstáculos la llegada del panteón romano y su retirada se resistieron también a la aparición del cristianismo. […] En todo caso, durante los siglos VII y VIII no es seguro que el cristianismo haya sido abrazado por toda la población […] Subsistieron, pues, lugares de culto. El cristianismo se mostró impotente para vencer la costumbre de la población, que se dirigía a unos lugares determinados y pedía al espíritu de turno, al accidente orográfico que mostraba un poder y una exuberancia sobrenaturales, favor y protección.

Se habla aquí implícitamente de una geografía simbólica, la que subsiste efectivamente por encima de los cambios culturales, pues nos está hablando de la tierra como un ser vivo cuyo palpitar está alimentado por los efluvios sutiles de los planetas y estrellas, es decir por las deidades uránicas, y esto efectivamente se manifiesta con más intensidad en determinados espacios orográficos, que se convertían así en los lugares de culto, sacralizados por los dioses del cielo, de la naturaleza, la vegetación y del inframundo. A veces esos lugares se señalaban con menhires, dólmenes y santuarios. De todos ellos está plena Cataluña. Como leemos en el acápite "Geomancia" del Programa Agartha:

La tierra respira, pare, resplandece, y adquiere formas distintas en diversos sitios, signados por diferentes fenómenos (montañas, valles, planicies, ríos, cascadas, etc.), los cuales son símbolos de ideas arquetípicas, o mejor, de 'otras cosas' existentes también en el mundo de lo invisible, de lo espiritual. Por cierto que estas concepciones han de ponerse en directa conexión con la idea de la analogía entre macro y microcosmos, la que ve en la tierra un ser vivo, sensible y gigantesco, expresión natural, como el hombre, de un Ser Supremo, oculto en su propia creación. Motivo por el que las energías cósmicas, y en este caso especial las telúricas, son igualmente los conductos por los que se manifiesta la divinidad y por lo tanto señalan lugares específicos de comunicación cielo-tierra.

Cataluña es una tierra especialmente favorecida por las energías cósmicas y telúricas, por el encuentro armonioso entre ambas, lo que se refleja en una geografía que contiene toda la amalgama del paisaje, enmarcado al Norte por los Pirineos, de donde nacen los principales ríos que la fecundan y cuyo nombre, como nos recuerda Verdaguer en su inmenso poema La Atlántida, proviene de la ninfa Pirenne, de la cual se enamoró Hércules, el fundador legendario de Barcelona, durante su estadía civilizadora en la península. Precisamente los nombres de algunas cimas, valles y lagos pirenaicos sugieren una geografía mítica y simbólica: el Valle de la Virgen de Nuria (antiguo centro de fertilidad prehistórico), el "Pic de la Fossa del Gegant" (donde antiguamente había un dolmen) y el pico de "Noucreus", el "Pic de l’Infern", el "Pedraforca", "Els Encantats", "Coll de Arques" (Arques, o Arcas, es el nombre antiguo de los dólmenes), "L’Estany del Diable", el "Pic de l’Aliga (Aguila)", el "Puigmal", el que según la leyenda popular es un gigante petrificado guardián de los valles y los bosques, y por supuesto el "Canigó", el monte mítico por excelencia cantado como todos sabemos por Verdaguer, al que pudiéramos calificar como el Dante de Cataluña en la medida que es el que renueva su lengua y sobre todo porque trae al presente la memoria de los orígenes míticos y sagrados. Si los Pirineos son la puerta de entrada de las corrientes civilizadoras que llegan a Cataluña del continente europeo (la última de las cuales, la traída por el gran Carlomagno, dejó su sello definitivo y fundacional bajo el nombre de la "Marca Hispánica"), por el Oriente nos encontramos al Mediterráneo, el "Mare Nostrum" y con él todas las civilizaciones que nacieron en sus riberas, y que con mayor o menor intensidad han dejado su presencia, hasta el punto que una de las ciudades eminentes del Imperio Romano no fue otra que Tarraco, la que dio nombre a la provincia de la Tarraconensis que ocupaba casi la mitad de Hispania. Al Sur el río de los Iberos, el Ebro, el que da nombre a la Península, que trae las aguas de todos los ríos por donde transcurre; y al Occidente nos encontramos la "terra ferma" de Lleida, el río Segre, los cursos fluviales y las serranías de la Franja, que más que una frontera y una separación como pretenden algunos, es una juntura cosida a Aragón, como nos lo explica la historia misma a través de la Corona catalano-aragonesa instaurada por el no menos grande Jaume I el Conqueridor (el Conquistador), corona que encontró también en el Mediterráneo su expansión civilizadora y comercial, beneficiándose una vez más de él. Toda esta variada geografía entreverada con la historia, conforma al mismo tiempo un todo proporcionado, un microcosmos, aunque en ocasiones no faltan los grandes contrastes, como, por ejemplo, el que de las suaves y fértiles colinas del Penedés (nombre que evoca el del dios Pan) emerge de pronto, imponente, el asombro de esa sinfonía de piedra flamígera que es Montserrat, el corazón espiritual de Cataluña.

Bien, antes de este pequeño paréntesis estábamos hablando de la permanencia de las deidades paganas dentro de las fiestas litúrgicas cristianas; en este sentido he aquí lo que nos dice Joan Soler i Amigó en Cultura Popular Tradicional:

Así fue como san Antonio Abad ocupa el lugar de Saturno, dios sembrador de los romanos, que enseñó a los humanos a plantar los primeros cereales. Suplantando a Marte, Martín devino el santo de las fraguas y el introductor del arte de templar el hierro. San Galderico toma el relevo de una divinidad procuradora de lluvia y fertilizadora de los sembrados. Santa Bárbara asumió la función de la divinidad protectora contra truenos y tempestades. Santa Agata pasa a cumplir la función de la divinidad protectora de los partos y procuradora de leche a las madres que crían. Silvano, el dios selvático, fecundador de los bosques, se convierte en san Silvestre, patrón de las brujas. Los dos san Juan, Bautista y Evangelista, suplantan al dios solar Jano, a las puertas de los solsticios de verano e invierno. La virgen Lucina, Diana Luminosa, protectora de los nacimientos, toma la figura de santa Lucía (santa Llùcia), próxima al nacimiento del Niño Jesús. Y san Miguel, san Jaume y san Jordi, montados en sendos caballos blancos, serán revestidos de las atribuciones de los dioses psicopompos, conductores de las almas de los difuntos al fin de la tierra, al cielo, a su lugar de reposo.

Las biografías míticas de estos antiguos dioses, semidioses, héroes y demiurgos del paganismo se incorporaron a la leyenda áurea, convertidos en las vidas y milagros de los nuevos santos; sus lugares de culto devinieron santuarios cristianos y sus fiestas destacarán con gran relevancia dentro del almanaque cristiano: la fijación de las fechas mantiene una exacta coincidencia con las anteriores celebraciones paganas. A todo lo largo del calendario festivo en el entorno que envuelve a muchas fiestas mayores locales todavía es posible adivinar su presencia.

A algunos quizás pueda sorprender que todo esto haya sido conservado por el pueblo, arguyendo la elementalidad de éste; y sin embargo, y tras lo señalado por Guénon, no saben que es precisamente gracias a esa elementalidad o ingenuidad que podía en un momento determinado servir de receptáculo al esoterismo tradicional transmitido por los sabios, y las únicas modificaciones que podían hacer a esas enseñanzas eran sólo de pequeños matices que servían para adaptarlas a su idiosincrasia, pero respetando la esencia y el fondo. He aquí su valor. Como nos recuerda el historiador francés Michelet en su libro El Secreto de la Caballería:

los Maestros del Verbo proyectan sus creaciones en la memoria popular, que es un receptáculo maravilloso de conceptos maravillosos.

Por ejemplo, Caro Baroja nos recuerda en su libro citado que

el refranero popular sube al mundo bíblico, o al literario latino, o puede subir a unos mundos de los que evidentemente ha tenido que tomar no sólo un concepto, sino las formas específicas del refrán, que son calcadas o son traducidas (…) Lo mismo ocurre con otros aspectos de la literatura popular con carácter filosófico. Por ejemplo, en muchos pueblos de la península, en el norte, en Cataluña y en otras partes, hay fábulas, cuentos, leyendas, en los que se hace alusión a las edades sucesivas de la tierra, en un sentido casi parecido al que tiene en Hesíodo; es decir, la existencia de una edad de oro, la existencia de una edad argéntea, después, la existencia de una edad de hierro y una especie de línea degenerativa de una época feliz, una época importante en la que los hombres vivían felices, los animales hablaban (…) y tenían poder de hablar como si fueran personas (…) Esto, como les digo a ustedes, tiene su expresión en distintas áreas de la península, y en castellano quedan algunos vestigios. Porque hasta una expresión que hoy es común en algunos sitios pero que está desprovista de contenido alude a esta edad pretérita; así, cuando ahora la gente habla "del tiempo de Maricastaña" no sabe qué es lo que quiere decir, es un tiempo antiguo y nada más, un tiempo remoto, pero en el Diccionario de Correas y en otros textos antiguos es la época en la que los animales hablaban, etc.

Sin embargo, para que el pueblo fuese de alguna manera soporte y receptor de todo ese mensaje tenía que existir en él una cierta familiaridad con las ideas que iba recibiendo, esto es, que debía tener una predisposición para que pudiera admitirlas en su seno. Dicho de otra manera: debía amar a la cultura que recibía, en el grado que esto fuese, y desde luego su contacto con ella tenía que ser mucho más intenso de lo que pudiéramos creer hoy en día. Es decir que existía en otros tiempos, y no muy lejanos, una comunicación mucho más permeable entre los distintos estamentos que conformaban la sociedad humana, de tal manera que desde los centros donde se gestaba ese saber hasta la periferia, fluía de manera natural una serie de conocimientos que finalmente se plasmaban, generándola, en el "alma popular"; y ésta en la medida de sus posibilidades participaba también de la tradición que en esos momentos estaba vigente, propiciando así, como decíamos antes, la manifestación del "arte popular".

Esto cobra todo su sentido cuando comprobamos que en las sociedades tradicionales el conjunto entero de la población participaba de una idéntica concepción del mundo, y el resultado del arte que se derivaba de esa concepción era visible para todos por igual. Lo único que cambiaba era el grado de comprensión más o menos profundo que cada cual tenía del contenido esotérico, cosmogónico y metafísico que se expresaba a través de dicho arte; en consecuencia existía dentro de esa sociedad "una comunidad de ideas y sentimientos que hace que el conjunto del pueblo forme un solo individuo", como si fuera un cuerpo u organismo, que es uno solo aunque dentro de él existe una jerarquía de funciones que hacen posible su regular y armonioso funcionamiento. Por eso mismo y por poner un ejemplo que tenemos cerca, esto explicaría que en los capiteles de algunos claustros, como los de las catedrales de Ripoll, San Cugat, Girona o Barcelona, por poner sólo cuatro, y junto a las escenas que describen facetas de la historia sagrada extraídas de la Biblia, aparezcan también escenas propias de la vida de las gentes de la época en que se construyeron esos capiteles, y todo ello no desentona en absoluto, sino que aparece perfectamente integrado en el conjunto. También en la puerta de entrada a Santa María del Mar podemos observar escenas de los distintos oficios. En fin, como decimos los ejemplos son numerosos.

A todo esto alude en cierto modo Ananda Coomaraswamy cuando afirma:

En las sociedades tradicionales y unánimes observamos que no puede establecerse una división rígida entre las artes que se dirigen al campesino y las que se dirigen al señor; ambos viven esencialmente del mismo modo, pero en una escala distinta. Las diferencias son de refinamiento y de lujo, pero no de contenido o estilo; en otras palabras, las diferencias se pueden medir en términos de valor material, pero no son de orden espiritual o psicológico. El intento de distinguir entre motivos aristocráticos y motivos populares en la literatura tradicional es erróneo; todo arte tradicional es un arte popular en el sentido de que es el arte de un pueblo unánime. (p. 138-39).

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"El tiempo de Maricastaña" al que se refería anteriormente Caro Baroja, está aludiendo de manera clara a la edad de oro, al Paraíso, en donde como nos dice la Biblia los animales hablaban con los hombres, es decir que en aquella primavera del mundo todos los seres de la Creación participaban de un mismo lenguaje, y se podían comunicar entre sí; no existían barreras en ese entendimiento, y la conciencia de vivir dentro de la Unidad supraindividual era plena en todos ellos. Los cuentos que nos hablan de los animales parlantes están repartidos prácticamente por todos lados. Y esto ocurre con casi todos los grandes símbolos y mitos implícitos en los cuentos y leyendas, lo que nos lleva de nuevo a la confirmación del carácter universal de muchos elementos simbólicos contenidos en el folklore. El gran Ramón Llull, filósofo hermético y uno de los padres fundadores de la cultura catalana, y por lo tanto hispánica, y con una enorme proyección europea durante la Edad Media y posteriormente el Renacimiento, aporta con El Libro de las Bestias muchísimas ideas al imaginario popular catalán, o valenciano y por supuesto balear. Y lo mismo podríamos decir de Esopo y sus conocidas Fábulas, de las que aquí en Cataluña se hicieron numerosas ediciones antes del siglo XX, y como dice nuevamente Xavier Fábregas en Les Arrels Llegendàries de Catalunya:

en el banco o bancada del pagés y la mesa del artesano el esopo, llamado así, en minúscula, familiarmente, era el libro de cabecera, el pozo de ciencia, el recordatorio de aquello que debía hacerse y de aquello que debía evitarse.

Existe en todas las tradiciones un Bestiario sagrado, una fauna espiritual, dentro de la cual también se encuentran los animales fabulosos; y todos ellos, reales y fantásticos, participan del imaginario simbólico del folklore. Expresan cualidades del alma humana y algunos son también el símbolo de las energías cósmicas y telúricas, celestes y terrestres. Tal el caso del Aguila y el Dragón (o la Serpiente), respectivamente. Y no es por casualidad que dentro del folklore ambos animales tengan un lugar eminente, como símbolos representativos de esas energías, y en este sentido constituyen un arquetipo que se da de una u otra manera en todos los lugares del mundo. En el folklore catalán, inscrito dentro de las tradiciones europeas y mediterráneas, son numerosas las fiestas que tienen como protagonistas al Aguila y al Dragón; ambos van unidos y su danza manifiesta el discurso perenne entre lo celeste y lo terrestre, que a veces se repelen y otras se entrelazan armoniosamente contribuyendo a la continuidad de la vida en todas sus formas y manifestaciones.

Esto se ve con claridad en una de las fiestas más célebres de Cataluña: la Patum de Berga, inscrita dentro del ciclo festivo del Corpus, es decir en las fiestas sagradas de la Primavera que anuncian la proximidad del solsticio de Verano, donde se produce la comunión de la luz celeste encarnada en el Aguila, (ave solar y aérea por excelencia) y las energías vitales personificadas en el Dragón, animal asociado con lo telúrico. Manifiesta así este último el espíritu de la tierra, o "genio del lugar", el principio de la fertilidad y la fecundidad alimentadas por los efluvios de la luz solar simbolizada por el Aguila, y por eso aparecen siempre estos dos animales, o análogos, en las fiestas de Primavera y Verano, cuando esas dos potencias, terrestre y celeste, se manifiestan en su máxima plenitud. Son las fiestas del fuego, ya celeste, ya terrestre, pero siempre considerado como un elemento transmutador y purificador.

La leyenda de San Jordi y el Dragón se inscribe en la misma temática, aunque en ella acabó por imponerse una visión religiosa y exotérica, es decir dual y moralista de la lucha entre el bien y el mal, que es una lectura que sólo habla de un aspecto muy superficial olvidándose de todos los demás. Este es el caso también de San Miguel y su combate con el Diablo, y sin embargo nosotros nos preguntamos si todas esas imágenes no vendrían a significar el mismo simbolismo que tiene el caduceo de Hermes, en el que aparecen las dos serpientes aladas (como los dragones) en torno al eje central, equivalente a la espada o la lanza, ejemplificando la domesticación, si así pudiera decirse, de la fuerza vital, "de tal suerte que facilite la transmutación", como nos dice Federico González en El Simbolismo de la Rueda.

Y hablando de la rueda, sería imperdonable no hablar aquí de la danza catalana por antonomasia: la sardana, de la que por cierto Antoni Guri escribió una bella nota acerca de su simbolismo en el Nº 5 de la revista SYMBOLOS; y asimismo cómo no recordar un juego tan popular también como el de la "cucanya", que de alguna manera también está relacionado con la rueda en la medida en que su estructura es una cruz, como nos recordaba Marc García en otra sugerente nota en el Nº 7 de SYMBOLOS.

Como es lógico el origen de la sardana, al igual que todos los grandes símbolos, se pierde también en la noche de los tiempos. Pero lo que nos interesa destacar en estos momentos es su relación con las ideas que estamos evocando. Y la relación está clara: en las más antiguas representaciones de la sardana, llamada entonces el "baile redondo", se danzaba en torno a un eje central, como veremos después en algunas de las imágenes que proyectaremos, ya sea dicho eje el árbol, el poste ritual, el menhir o cualquier otro objeto que evoque esa idea de forma clara. Es la comunión mágico-teúrgica del género humano en torno al origen que le da la vida, y al mismo tiempo, como leemos en la nota de SYMBOLOS,

nos transmite la serena alegría de quien se sabe inmerso en un Todo Armónico, expresado en este caso por un aro compacto que gira y se eleva, una cadena de unión absorbida por el polo común hacia el cual apuntan con fuerza, no sólo las manos sino todas las expectativas de los danzarines en su último compás.

 

NOTAS

* Francisco Ariza es español, autor de "Las corrientes hispánicas de la Cábala" y "Masonería, símbolos y ritos". Colaborador habitual de la revista SYMBOLOS. Esta conferencia fue pronunciada el 12 de Diciembre de 2006, en la sede del Centro de Estudios Simbólicos de Barcelona, del que es profesor.

(1) Sobre la verdadera naturaleza del Hermetismo y su influencia en la historia de Occidente ver las obras de Federico González, especialmente El Simbolismo de la Rueda, Hermetismo y Masonería y Las Utopías Renacentistas. Esoterismo y Símbolo.