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JOSÉ ÁNGEL BUESA
SU OBRA 1
Desde este mismo instante seremos dos
extraños
por estos pocos días, quién
sabe cuántos años...
yo seré en tu recuerdo como un
libro prohibido
uno de esos que nadie confiesa haber
leído.
Y así mañana, al vernos
en la calle, al ocaso,
tú bajaras los ojos y apretarás
el paso,
y yo, discretamente, me cambiaré
de acera,
o encenderé un cigarro, como si
no te viera...
Seremos dos extraños desde este
mismo instante
y pasarán los meses, y tendrás
otro amante:
y como eres bonita, sentimental y fiel,
quizás, andando el tiempo, te
casarás con él.
Y ya, más que un esposo será
como un amigo,
aunque nunca le cuentes que has soñado
conmigo,
y aunque, tras tu sonrisa de mujer satisfecha,
se te empañen los ojos al llegar
una fecha.
Acaso, cuando llueva, recordarás
un día
en que estuvimos juntos y en que también
llovía.
Y quizás nunca más te pongas
aquel traje
de terciopelo verde, con adornos de encaje.
O harás un gesto mío, tal
vez sin darte cuenta,
cuando dobles tu almohada con mano soñolienta.
Y domingo a domingo, cuando vayas a Misa,
de tu casa a la Iglesia, perderás
tu sonrisa.
¿Qué más puedo decirte?
Serás la esposa honesta
que abanica al marido cuando ronca la
siesta:
tras de fregar los platos y de tender
las camas,
te pasarás las noches sacando
crucigramas...
y así, años y años,
hasta que, finalmente,
te morirás un día, como
toda la gente.
Y voces que aún no existen sollozarán
tu nombre,
y cerrarán tus ojos los hijos
de otro hombre.
Con la simple palabra de hablar todos
los días,
que es tan noble que nunca llegará
a ser vulgar,
voy diciendo estas cosas que casi no
son mías,
así como las playas casi no son
del mar.
Con la simple palabra con que se cuenta
un cuento,
que es la vejez eterna de la eterna niñez,
la ilusión, como un árbol
que se deshoja al viento,
muere con la esperanza de nacer otra
vez.
Con la simple palabra te ofrezco lo que
ofreces,
amor que apenas llega cuando te has ido
ya:
quien perfuma una rosa se equivoca dos
veces,
pues la rosa se seca y el perfume se
va.
Con la simple palabra que arde en su
propio fuego,
siento que en mí es orgullo lo
que en otro es desdén:
las estrellas no existen en las noches
del ciego,
pero, aunque él no lo sepa, lo
iluminan también.
Y así, como un arroyo que se convierte
en río,
y que en cada cascada se purifica más,
voy cantando este canto tan ajeno y tan
mío,
¡con la simple palabra que no muere
jamás!
ELEGÍA
PARA MÍ Y PARA TI
Yo seguiré soñando mientras
pasa la vida,
y tú te irás borrando lentamente
en mi sueño.
Un año y otro año caerán
como hojas secas
de las ramas del árbol milenario
del tiempo,
y tu sonrisa, llena de claridad de aurora,
se alejará en la sombra creciente
del recuerdo.
Yo seguiré soñando mientras
pasa la vida,
y quizás, poco a poco, dejaré
de hacer versos,
bajo el vulgar agobio de la rutina diaria,
de las desilusiones y los aburrimientos.
Tú, que nunca soñaste más
que cosas posibles,
dejarás, poco a poco, de mirarte
al espejo.
Acaso nos veremos un día, casualmente,
al cruzar una calle, y nos saludaremos.
Yo pensaré quizás: "Qué
linda es todavía";
tú quizás pensarás:
"Se está poniendo viejo".
Tú irás sola, o con otro.
Yo iré solo o con otra.
o tú irás con un hijo que
debiera ser nuestro.
Y seguirá muriendo la vida, año
tras año,
igual que un río oscuro que corre
hacia el silencio.
Un amigo, algún día, me
dirá que te ha visto,
o una canción de entonces me traerá
tu recuerdo.
Y en estas noches tristes de quietud
y de estrellas,
pensaré en ti un instante, pero
cada vez menos....
Y pasará la vida. Yo seguiré
soñando;
pero ya no habrá un nombre de
mujer en mi sueño.
Yo ya te habré olvidado definitivamente
y sobre mis rodillas retozarán
mis nietos.
(Y quizás, para entonces, al cruzar
una calle,
nos vimos frente a frente, ya sin reconocernos.)
Y una tarde de sol me cubrirán
de tierra,
las manos para siempre cruzadas sobre
el pecho.
Tú, con los ojos tristes y los
cabellos blancos,
te pasarás las horas bostezando
y tejiendo.
Y cada primavera renacerán las
rosas,
aunque ya tú estés vieja,
y aunque yo me haya muerto.
No era amor. Fue otra cosa.
Pero según murmuran en la ciudad
aquella,
yo cometí el delito de inventarte
una estrella,
y fue tuyo el pecado de ofrecerme una
rosa.
No era amor, no era eso
que se enciende en la sangre como una
llamarada;
Era mirar tus ojos y no decirte nada
o acercarme a tu boca sin codiciar un
beso.
Tarde para mi hastío,
tarde para tu angustia de mariposa en
vano,
era como dos ciegos que se daban la mano,
como dos niños pobres, tu corazón
y el mío.
Nada más. Ni siquiera
suspirar en la lluvia de una tarde vacía,
No era amor, fue otra cosa. No sé
lo que sería
Yo sé que es triste que nadie
lo creyera.
CANCIÓN
DEL AMOR PROHIBIDO
Solo tú y yo sabemos lo que ignora
la gente
al cambiar un saludo ceremonioso y frío,
porque nadie sospecha que es falso tu
desvío,
ni cuánto amor esconde mi gesto
indiferente.
Sólo tú y yo sabemos por
qué mi boca miente,
relatando la historia de un fugaz amorío;
y tú apenas me escuchas y yo no
te sonrío...
y aún nos arde en los labios algún
beso reciente.
Solo tú y yo sabemos que existe
una simiente
germinando en la sombra de este surco
vacío,
porque su flor profunda no se ve, ni
se siente.
Y así dos orillas tu corazón
y el mío,
pues, aunque las separa la corriente
de un río,
por debajo del río se unen secretamente.
Quizás pases con otro que te diga
al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido
¡te amaré más que
nunca... y jamás lo sabrás!
La desolada estrofa, como si fuera un
ala,
voló sobre el silencio... y tú
estabas allí:
Allí en el más oscuro rincón
de aquella sala,
estabas tú, escuchando mis versos
para ti.
Y tú, la inaccesible mujer de
ese poema
que ofrece su perfume pero oculta su
flor,
quizás supiste entonces la amargura
suprema
de quien ama la vida porque muere de
amor.
Y tú, que nada sabes, que tal
vez ni recuerdes
aquellos versos tristes y amargos como
el mar,
cerraste en un suspiro tus grandes ojos
verdes,
los grandes ojos verdes que nunca he
de olvidar.
Después, se irguió tu cuerpo
como una primavera,
mujer hoy y mañana distante como
ayer...
vi que te distanciabas sin sospechar
siquiera
¡que yo soy aquel hombre... y tú
aquella mujer!
POEMA
DEL DOMINGO TRISTE
Este domingo triste pienso en ti dulcemente
y mi vieja mentira de olvido ya no miente.
La soledad a veces es el peor castigo,
ah, ¡pero qué alegre todo
si estuvieras conmigo!
Entonces no querría mirar las
nubes grises
formando extraños mapas de imposibles
países
y el monótono ruido del agua no
sería
el motivo secreto de mi melancolía.
Este domingo triste nace de algo que
es mío,
que quizás es tu ausencia y quizás
es mi hastío,
mientras corren las aguas por la calle
en declive
y el corazón se muere de un ensueño
que vive.
La tarde pide un poco de sol, como un
mendigo,
y acaso hubiera sol si estuvieras conmigo,
y tendría la tarde, fragantemente
muda,
el ingenuo impudor de una niña
desnuda.
Si estuvieras conmigo, amor que no volviste.
Oh, ¡que alegre me sería
este domingo triste!
Así, verte de lejos, definitivamente.
Tú vas con otro hombre, y yo con otra
mujer.
Y sí que como el agua que brota de
una fuente
aquellos bellos días ya no pueden
volver.
Así, verte de lejos y pasar sonriente,
como quien ya no siente lo que sentía
ayer,
y lograr que mi rostro se quede indiferente
y que el gesto de hastío parezca de
placer.
Así, verte de lejos, y no decirte
nada
ni con una sonrisa, ni con una mirada,
y que nunca sospeches cuánto te quiero
así.
Porque aunque nadie sabe lo que a nadie le
digo,
la noche entera es corta para soñar
contigo
y todo el día es poco para pensar
en ti.
AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001
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