Criterios
actuales sobre Conservación y Restauración
Enviada
por Felipe Enrique Martín Santiago INGENIO
Criterios actuales sobre Conservación y Restauración Las primeras línea van
dedicadas a el MAESTRO BLAS SÁNCHEZ, que por rechazo o abandono de la
clase política de Ingenio, con fuertes trabas para las aportaciones
económicas para su Fundación, ha decidido mantenerse al margen públicamente.
En su corazón están sus molinos, su Casa del Reloj. Blas eres el
mejor, el más "loco" entre los cuerdos que se cargan
nuestro patrimonio, el más creativo entre los sin-ideas, el más
alegre entre los aburridos que se agrupan al sureste. ÁNIMO BLAS.
Con
el estudio de las distintas escuelas de conservación y restauración,
podemos apreciar que las divergencias actuales, entre la rehabilitación
realizada y la restauración propuesta por la Plataforma Amigos del
Patrimonio Histórico de Ingenio, es un tema que viene de lejos.
En
esta cuarta carta, ante la necesidad del reciclaje profesional, Don
Valentín Barroso, he desarrollado la evolución de los criterios de
conservación y restauración: “Desde el siglo XIX han existido
divergencias sobre la forma de actuar sobre el patrimonio histórico,
existiendo dos maneras de entender la restauración, totalmente
enfrentadas. Por un lado, la escuela francesa de Viollet-le-Duc y, por
otro lado, la abanderada por el inglés John Ruskin.
Para Viollet-le-Duc
el restaurador tenía total libertad de actuación: “Restaurar un
edificio significa restablecerlo en un grado de integridad que pudo no
haber tenido jamás”. La rehabilitación del Molino de Los Díaz
estaría en la línea de la escuela francesa, más pendiente del
espacio disponible para los contenidos, que se van a instalar en el
inmueble, que de la propia restauración del edificio.
John Ruskin,
precursor de la restauración romántica, para el que la obra de arte
merece un respeto casi religioso en el estado en el que se encuentra
en ese determinado momento, negando toda posible intervención que
atente a su esencia.
RESPETO al molino, a la historia de Ingenio.
A
finales del siglo aparecen en Italia dos escuelas que intentar
conciliar lo mejor de Viollet y Ruskin, la primera de ellas postula
una “restauración histórica”que se enfrenta a la obra de arte
con la premisa de que cualquier intervención sobre ella debe basarse
en datos de archivo existentes, como dibujos o grabados, etc.
La otra
de las vías es la defendida por Boito, para el que los monumentos
documentan toda la historia de la humanidad, y ante los que recomienda
una respetuosa prudencia, mejor consolidar antes que reparar y mejor
esto último que restaurar, por supuesto evitando toda adición o
renovación, y si esto no es posible, integrarlas de tal manera que la
nueva intervención sea claramente identificable.
Ya en el siglo XX y
también en Italia, Giovannoni presenta su “restauración científica”,
cada monumento es considerado como un documento artístico e histórico.
Contribuyó en la redacción de la “Carta de Atenas”, documento
publicado en 1931 que entre otras cuestiones abogaba por la conservación
antes que la restauración, intentar que el uso de los monumentos sea
lo más acorde posible con su carácter, derecho de la colectividad
sobre la propiedad privada en caso de posibles interferencias.
En España,
en las primeras décadas del siglo XX coexistieron dos tendencias, por
un lado la “escuela restauradora”, con claras influencias de
Villet-le-Duc, cuyo representante más señalado fue Vicente Lampérez
y Romea, y la “escuela conservadora”, inspirada por la Institución
Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos y cuya postura era
exactamente la opuesta, considerando que el edificio viene históricamente
determinado y no es posible rehacerlo, por lo que defienden el uso en
lo posible de la consolidación o reparación, huyendo de las
reconstrucciones que propugnaban los restauradores.
En la Convención
de La Haya de 1954 aparece un nuevo concepto, el de “bien
cultural”, que va a perdurar hasta el presente. Se intentó también
buscar un compromiso internacional para proteger el patrimonio en
casos de guerra, que no tuvo ningún éxito.
Más tarde, en la Carta
de Venecia de 1964 se considera ya la necesidad de proteger no
solamente el monumento singular, sino ámbitos urbanos y rurales, así
como otras realizaciones “obras modestas que han adquirido con el
tiempo un significado cultural”.
La Carta de Ámsterdam de 1975
servirá para sentar las bases de una política de actuación homogénea
en el ámbito europeo, y se recomienda a todos los países la adopción
de las necesarias medidas de orden legislativo, administrativo,
financiero y educativo para lograr tal fin.
Otras aportaciones
fundamentales indican que:“ El Patrimonio Arquitectónico Europeo no
sólo está formado por los monumentos, sino también por los
conjuntos y sus entornos naturales o construidos. El patrimonio
arquitectónico tiene un valor educativo determinante..”
En la reunión
de Sintra, en 1987, el Consejo de Europa discutió las posibilidades
de financiación posible del patrimonio en las particulares
condiciones de cada país, señalando que el patrimonio es fuente de
riqueza y empleo, y las inversiones necesarias para su conservación
no deben de ser consideradas como un gasto inútil, sino una inversión
de claro futuro.
También se vio necesario contar con la participación
en estos costes de la iniciativa privada, de quien era preciso
conseguir un cierto grado de implicación en el proyecto.
Por último,
en el año 2000, con la Carta de Cracovia, se pretende dar un impulso
a la restauración, respetando en todo momento el contexto histórico.
Rechazando la alteración de los inmuebles, la rehabilitación sin
sentido."
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