Ernst
Jünger
Traducción
de Ricardo Bada
Alonso
de Contreras, capitán español de barco y de milicia, que demostró ser
-durante la Guerra de los Treinta Años, y al cabo de incontables aventuras por
tierra y por mar- un tipo con agallas y un guerrero duro, pertenecía, según
Lope de Vega, a esa categoría de hombres con quienes uno se siente obligado a
partir la capa. Poseía todos los rasgos característicos de su raza, por los
que la circunspección alemana jamás pudo sentirse atraída. Esa sangre
meridional es, sin embargo, un magnífico jugo, muy oscuro, y sazonado con un
buen chorro de bilis a guisa de azafrán. Se parece al denso, casi negro vino de
su país que, a causa de los odres en que se lo conserva, adquiere ese áspero y
resinoso sabor al que los paladares extranjeros no se acostumbran fácilmente.
La devoción y el valor caballeresco son sus excelentes atributos, el fanatismo
y la crueldad los limitan como sombras. Todo ello se muestra decisivamente en el
caso de Contreras.
¡Cuántos
recios muchachos de esa especie deben haber desaparecido sin dejar huella, deben
haber mordido el polvo con un tesoro natural de vivos recuerdos! Por ello no
podemos sino felicitarnos ante la inusual casualidad que hizo que un
Gelmmelshausen, un Commynes, un Cervantes o un Contreras, echasen mano de la
pluma para relatar la historia de su tiempo a partir del lugar en que late más
cálida e inmediatamente: desde el corazón del guerrero.
Es
en especial Contreras quien nos descubre algún extraño rincón del mundo y la
visión de unas luchas que se hallan más bien lejos de las cosas que nos son
habituales. Porque si es verdad que con trece años parte como mozo de cocina a
Flandes, donde se cuentan tantos campos de batalla como pueblos, pronto nos lo
encontraremos en el sur de Italia, desde cuyos puertos sale a participar en
numerosas singladuras de guerra y de corso, contra el turco y contra el moro,
para desempeñar ya en años muy mozos, como capitán de barcos de la Orden de
Malta y de los del virrey de Nápoles, parejas su fortuna y su valor, un papel
temido en todos los puertos paganos del Levante.
En
animada sucesión lo hallamos luego de alférez en etapas por España y
Portugal, por Flandes y por Francia y por Italia, de caballero en la isla de
Malta, y en Sicilia de esposo desventurado que cobra con la espada la común
infidelidad de su mujer y su amigo, pues que en resumidas cuentas -y de acuerdo
con una piadosa tradición- a él le asedian menos remordimientos de conciencia
por cometer un homicidio que por el pecado de quebrar el ayuno los viernes. En
La Mahometana, en la costa de Berbería, es uno de los pocos que se libra de la
matanza que organizan entre los desembarcados en la playa los moros que surgen
repentinamente de sus escondrijos, y llega de vuelta a las galeras cuando el
peso de su armadura casi lo hace ahogarse. Es izado a bordo por un cómitre que
le había prestado su jacerina y que no quería perder tan buena prenda. En España
se compra un sayal, unos libros de penitencia y una calavera, para vivir luengos
meses como penitente y ermitaño en una solitaria región montañosa; luego
vuelve a aparecer de capitán en un extraño proceso en Cádiz, navega como
capitán de barco a las Indias para hacer la guerra naval en las costas de Cuba
y Santo Domingo contra el filibustero inglés Guatarral, gana algunas
escaramuzas, lo nombran gobernador de la pequeña isla siciliana de Pantanalca.
Después
de una estancia en Roma, donde el papa le favorece, ganado por su viril
personalidad, recibe del virrey de Nápoles una patente como capitán de
caballos de coraza..., pero nos llevaría muy lejos seguir la plétora de
acontecimientos, aunque sólo fuese un esbozo. El propio Contreras sólo nos da
un sucinto extracto, y de vez en cuando, en oraciones subordinadas aflojadas
como al descuido, da a entender al lector que aquello que no fue mencionado es
lo que abarca la parte más considerable de su vida. Además, las anotaciones se
interrumpen de pronto en el año de 1633: es probable que fueran sustituidas de
nuevo, ellas, que debieron su nacimiento a un breve período de calma, por la más
enérgica escritura de la espada. Vertidas a un buen alemán por Otto Fischer,
aparecieron en el año 1924 en la editorial Propyläen. Hay que leerlas: quizá
algunas pequeñas anécdotas despierten el apetito.
Así,
por ejemplo, en sus primeras aventuras, una de las cuales se desarrolla entre la
captura de un galeón maltés y la de un caramuzal turco en un pinar cerca del
cabo Silidonia, Contreras participa siendo aún un diminuto mozalbete.
Completamente solo, topa en el pinar grande con un turco gigantesco, a quien sin
más le ordena arrojarse al suelo como prisionero. Al mirarlo, el turco se ríe
a carcajadas: Bremaneur casaca cocomiz, que quiere decir: "Putillo que te
hiede el culo como a un perro muerto". Contreras, enfurecido, se arroja
contra él, detiene un terrible lanzazo y consigue dar a su adversario una buena
estocada en el pecho. Una bandera, mil quinientos ducados, y cien ducados de
gratificación por el prisionero, a quien aguarda la esclavitud, le corresponden
como botín de guerra.
Éste,
como todos los botines que gana más tarde o más temprano, lo dilapida en
alegre compañía, exceptuando lo que se reserva para obras pías. Esta parte no
es menospreciable: así, por ejemplo, algún tiempo después manda construir una
iglesia en su isla. Los taberneros y las mozas sacaban buena tajada si no
escatimaban humor y celo, de lo contrario les hacía darse cuenta de que con él
era mejor estar a partir un piñón. Por ejemplo: el dueño de una hostería en
Palermo, que no aguanta una broma, cae apuñalado durante una gran borrachera; a
golpes de espada sigue la cuestión con cocineros y criados, quienes a su vez
carga con asadores y cuchillos de cocina. En el curso de una francachela
parecida, en Nápoles, caen sobre las botas de vino, las cuales, acuchilladas,
derraman su contenido como fuentes. Afuera se oye una voz socarrona: "No se
quejará más el bujarrón, le he enviado a cenar al infierno". Uno de los
camaradas se desploma derribado por un tiesto que le arrojan desde arriba, a
otro le pasan la muñeca de un alabardazo de los de la ronda italiana, el
tumulto se extiende hasta que llega el cuerpo de guardia principal de los españoles,
con alabardas y arcabuces, para poner fin. A Contreras lo engaña su moza, se le
sube la sangre, agarra su daga para dejarle un recuerdo en el rostro, pero como
ella, previendo lo que le espera, esconde su cabeza entre las piernas, él le
marca dos buenos chirlos en las asentaderas, como en un melón maduro.
Durante
el mismo viaje en el que vence a un turco como un filisteo, descubren un bajel
tripulado por cuatrocientos turcos, y que además viene artillado. El capitán,
un matasiete, hace enclavar los escotillones para la tripulación en cubierta,
de suerte que era menester pelear o saltar a la mar. Entonces comienza un baile
en el que suceden las más milagrosas peripecias. Así, por ejemplo, a un
artillero holandés los turcos le aciertan en medio de la cabeza, haciéndosela
añicos. Un hueso grande le da a un vecino del artillero, que de nacimiento tenía
tuertas las narices, con tan buena fortuna que se las deja derechas y naturales.
A otro, adolorido desde hace mucho por una enfermedad insoportable, una bala de
artillería le raspa las nalgas con el notable resultado de que el así raspado
se siente curado desde esa hora, y declara que el aire de una bala es la más
provechosa medicina del mundo.
Educado
en una ruda escuela, Contreras es, en años posteriores, un jefe que sabe
asegurarse el respeto en cualquier situación. Así, por ejemplo, al comienzo de
su aventura por las Indias se trama un motín entre su tripulación. Cuando una
noche, como de costumbre, quiere enviarla abajo, a sus ranchos, un mozallón
bastante insolente le grita: "Aquiétese su ánima". Sin gastar tiempo
en palabras, Contreras saca su espada y le parte el cráneo de una sola
cuchillada. Al punto desaparecen los descontentos. Al cabo de algún tiempo le
comunican que el interfecto está muriéndose: "Confiésenlo y échenlo al
mar". A partir de ahí su gente se vuelve más suave que un guante: a quien
arriesga, aunque sólo sea una leve maldición, le hacía estar de pie una hora
con un morrión que pesaba treinta libras y un peto del mismo peso, de modo que
"aún echar, ¡voto a Dios!, no se echó en todo el viaje".
A pesar de su rudeza, Contreras es un tipo formidable. Lope de Vega le dedica su comedia El rey sin reino, alusión a una de las aventuras que tuvo con los moriscos. A la altura de sus movidos y peligrosos tiempos, y dominando sus medios, ofrece la imagen de un caballero de fortuna que sabe desenvolverse por el mundo y que en todos sus salvajes actos no transgrede nunca, sin embargo, las leyes de la fidelidad, el honor y la camaradería. Ofuscado ayer por la gritería borracha de las tabernas y arrojando a manos llenas las monedas de oro, corona hoy el primero la muralla calcinante por el sol de una fortaleza solitaria en la Berbería o le arrebata una fragata al rey de Túnez, para hacerse mañana amigos y valedores, en charlas confidenciales, entre los príncipes de la sangre y los de la Iglesia. Sabedor de lo que vale, se reconoce pecador, pero está al propio tiempo convencido de que a hombres como él los protege una gracia especial. Así vive su abigarrada vida, sin coerción, acorde con su naturaleza interior, y nos hace participar en ella.
Fuente : http://www.elmalpensante.com/24_breviario.asp