Martí, el periodista 

De Cabo Haitiano a Dos Ríos 

26.- Al formar con el sol. A caballo soñolientos. Cojea la gente, aún no repuesta. Apenas comieron anoche. Descansamos, a eso de las 10, a un lado y otro del camino. De la casita pobre envían de regalo una gallina al "general Matías", - y miel. De tarde y noche escribo, a Nueva York, a Antonio Maceo que está cerca e ignora nuestra llegada ; y la carta de Manuel Fuentes al "World", que acabé con lápiz sobre la mano, al alba. A ratos ojeé ayer en el campamento tranquilo y dichoso: llama la corneta ; traen cargas de plátanos al hombro; mugen las reses cogidas, y las degüellan. Victoriano Garzón, el negro juicioso de bigote y perilla, y ojos fogosos, me cuenta, humilde y ferviente, desde su hamaca, su asalto triunfante al Ramón de las Yaguas: su palabra es revuelta e intensa, su alma bondadosa y su autoridad natural: mima con verdad a sus ayudantes blancos, a Mariano Sánchez y Rafael Portuondo ; y si yerran en un punto de disciplina, les levanta el yerro. De carnes seco, dulce de sonrisa : la camisa azul y negro el pantalón : cuida uno a uno sus soldados. José Maceo, formidable pasea el alto cuerpo : aún tiene las manos ajadas, de la maraña del pinar y del monte, cundo se abrió en alas la expedición perseguida de Costa Rica, y a Flor lo mataron, y Antonio llevó dos consigo, y José quedó al fín sólo; hundido bajo la carga, moribundo de frío en los pinos húmedos, los pies gordos y rotos ; y llegó y ya vence.

27.- El campamento al fin, en la estancia de Filipinas. Atiendo enseguida al trabajo de la jurisdicción: Gómez escribe junto a mí, en su hamaca. A la tarde, Pedro Pérez, el primer sublevado de Guantánamo; de 18 meses de escondite, salió al fin, con 37, seguido de muerte, y hoy tiene 200. En el monte. con los 1 7 de la casa, está su mujer, que nos manda la primera bandera. ¡Y él sirvió a España en las escuadras, en la guerra grande! Lealtad de familia a Miguel Pérez. Apoyado en su bastón, bajo de cuerpo, con su leontina de plata, caídas las patillas pocas por los lados del rostro enjuto y benévolo, fue con su gente brava, a buscar a Maceo en vano por toda Baracoa, en los dientes de los indios : su jipijapa está tinto de púrpura, y bordada de mujer es la trenza de color de su sombrero, con los cabos por la espalda. El no quiere gente a caballo, ni monta él, ni tiene a bien los capotes' de goma, sino la lluvia pura, sufrida en silencio.

28.- Amanezco al trabajo. A las 9 forman, y Gómez sincero y conciso arenga. Yo hablo, al sol. Y al trabajo. A que quede ligada esta fuerza en el espíritu unido: a fijar, y dejar ordenada, la guerra enérgica y magnánima : a abrir vías con el norte, y servicio de parque: a reprimir cualquier intentona, de perturbar la guerra con promesas. Escribo la circular a los jefes, a que castiguen con la pena de traición la intentona, - la circular a los hacendados, la nota de Gómez a las fincas, - cartas a amigos probables, - cartas para abrir el servicio de correo y parque, - cartas para la cita de Brooks, - nota al gobierno inglés por el cónsul de Guantánamo, incluyendo la declaración de José Maceo sobre la muerte casual, de un tiro escapado de Corona, de un marino de la goleta "Honor", en que vino la expedición de Fortune Island, - instrucciones a José Maceo, al que se nombra Mayor General, - nota a Ruenes, invtándole a enviar el representante de Baracoa a la Asamblea de Delegados del Pueblo Cubano revolucionario, para elegir el gobierno que debe darse la revolución, - carta a Masó. Vino Luis Bonne, a quien se buscaba por sagaz y benévolo, para crearme una escolta. Y de ayudante trae a Ramón Garriga y Cuevas, a quien de niño solía agasajar, cuando lo veía travieso o desarmado en Nueva York, y es manso, afectuoso, lúcido y valiente. 

29.- Trabajo. Ramón queda a mi lado. En el ataque de Arroyo Hondo un flanco nuestro, donde estaba el hermano de un teniente criollo, mató al teniente, en la otra fuerza. Se me fue, con su aijada, Luis González. "Ese rostro quedará estampado aquí" Y me lo decía con rostro celeste. 

30.- Trabajo. Antonio Suárez, el colombiano, habla quejoso y díscolo, que desatiendo, que coronel. Maceo, alegando operación urgente, no nos esperará. Salimos mañana.

1 de Mayo. Salimos del campamento de Vuelta Corba. Allí fue donde Policarpo Pineda, el Rustán el Polilla, hizo abrir en pedazos a Francisco Pérez, el de las escuadras. Polilla, un día, fusiló a Jesús: llevaba al pecho un gran crucifijo, una bala le metió todo un brazo de la cruz en la carne : y a la cruz, luego, le descargó los cuatro tiros. De eso íbamos hablando por la mañana, cuando salió del camino, ya en la región florida de los cafetales, con plátano y cacao, a una mágica hoya, que llaman la Fontina, y en lo hondo del vasto verdor enseña apenas el techo de guano, y al lado, con su flor morada, el árbol del caracolillo. A poco más, el "Kentucky", el cafetal de Pezuela, con los secadores grandes de mampostería frente a la casa, y la casa, alegre y espaciosa, de blanco y balcones; y el gran bajo con las máquinas, y a la puerta Nazario Soncourt, mulato fino, con el ron y el jarro de agua en un taburete y vasos. Salen a vernos los Thoreau, de su vistoso cafetal, con las casitas de mampostería y tejas: el menor, colorado, de... y los ojos ansiosos y turbios, tartamudea: ¿"pero podemos trabajar aquí, verdad? podemos seguir trabajando". Y eso no más dice, como un loco. Llegamos al monte.
Estanislao Cruzat, buen montuno, caballerizo de Gómez, taja dos árboles por cerca del pie, clava al frente de cada uno, dos horquetas, y otras de apoyo al tronco, y cruces, y varas a lo largo, y ya está el banco. Del descanso corto, a la vereda espesa, en la fértil tierra de Ti- Arriba. El sol brilla sobre la lluvia fresca: las naranjas cuelgan de sus árboles ligeros: yerba alta cubre el suelo húmedo: delgados troncos blancos cortan, salteados, de la raíz al cielo azul la selva verde; se trenza a los arbustos delgados el bejuco, a espiral de aros iguales, como de mano de hombre ; caen a la tierra de lo alto, meciéndose al aire, los cupeyes: de uricurujey, prendido a un jobo, bebo el agua clara: chirrían, en pleno sol los grillos. A dormir a la casa del "español malo": huyó a Cuba: la casa, techo de zinc y suelo puerco: la gente se echa sobre los racimos de plátanos montados en vergas por el techo, sobre dos cerdos, sobre palomas y patos, sobre un rincón de yucas. Es la Demajagua. 

2.- Adelante, hacia Jaragüeca. En los ingenios. Por la cana vasta y abandonada de Sabanilla: va Rafael Portuondo a le casa, a traer las 5 reses: vienen en mancuerna: ¡pobre gente, a la lluvia! Llegamos a "Leonor", y ya, desechando la tardía comida, con queso y pan nos habíamos ido a la hamaca, cuando llega con caballería de Zefi el corresponsal del "Herald", George Eugene Bryson. Con él trabajo hasta las 3 de la mañana.

3.- A las 5, con el Coronel Ferié, que vino anoche a su cafetal de Jaragüeca, en una altura, y un salón como escenario, y al pie un vasto cuadro, el molino ocioso, del cacao y café. De lo alto, a un lado y otro, cae, bajando, el vasto paisaje, y dos aguas cercanas, de techos de piedras en lo hondo, y las palmas sueltas y foado de monte, muy lejano. Trabajo el día entero, en el manifiesto al "Herald", y más para Bryson. A la 1, al buscar mi hamaca, veo a muchos por el suelo, y creo que se han olvidado de colgarla. Del sombrero hago almohada: me tiendo en un banco: el frío me echa a la cocina encendida, me dan la hamaca vacía: un soldado me echa encima un mantón viejo: a las 4, diana.

4.- Se va Bryson. Poco después, el consejo de guerra de Masabó. Violó y robó. Rafael preside, y Mariano acusa. Masabó sombrío, niega: rostro brutal. Su defensor invoca nuestra llegada, y pide merced. A muerte. Cuando leían la sentencia, al fondo del gentío, un hombre pela una caña. Gómez arenga. "Este hombre no es nuestro compañero: es un vil gusano". Masabó, que no se ha sentado, alza con odio los ojos hacia él. Las fuerzas, en gran silencio, oyen y aplauden. "¡Que viva!" Y mientras ordenan la marcha, en pie queda Masabó, sin que se le caigan los ojos, ni en la caja del cuerpo se vea miedo: los pantalones, anchos y ligeros, le vuelan sin cesar, como a un viento rápido. Al fin van, la caballería, el reo, la fuerza entera, a un bajo cercano; al sol. Grave momento el de la fuerza callada, apiñada. Suenan los tiros y otros más, y otro de remate. Masabó ha muerto valiente. ¿Cómo me pongo Coronel? ¿De frente o de espalda ? "De frente". En la pelea era bravo.

5.- Maceo nos había citado para Bocucy, a donde no podemos llegar a las 12, a la hora que nos cita. Fue anoche el propio, a que espere en su campamento. Vamos con la fuerza toda. De pronto, unos jinetes. Maceo, con un caballo dorado, en traje de holanda gris: ya tiene plata la silla, airosa y con estrellas. Salió a buscarnos, porque tiene a su gente de marcha al ingenio cercano; a Mejorana, va Maspon a que adelanten almuerzo para cien. El ingenio nos ve como de fiesta: a criados y trabajadores se les ve el gozo y la admiración-, el amo, anciano, colorado y de patillas, de jipijapa y pie pequeño, trae Vermouth, tabaco, ron, malvasía. "Maten tres, cinco, diez, catorce gallinas". De seno abierto y chancleta viene una mujer a ofrecernos aguardiente verde, de yerbas: otra trae ron puro. Va y viene el gentío. De ayudante de Maceo lleva y trae, ágil y verboso, Castro Palomino. Maceo y Gómez hablan bajo, cerca de mi: me llaman a poco, allí en el portal: que Maceo tiene otro pensamiento de gobierno: una junta de los generales con mando, por sus representantes, y una Secretaría General: - la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército, como Secretaría del ejército. Nos vamos a un cuarto a hablar. No puedo desenredarle a Maceo la conversación: "¿pero usted se queda conmigo o se va con Gómez?". Y me habla, cortándome las palabras, como si fuese yo la continuación del gobierno leguleyo y su representante. Lo veo herido - "lo quiero - me dice, menos de lo que lo quería" - por su reducción a Flor en el encargo de la expedición, y gastos de sus dineros. Insisto en deponerme ante los representantes que se reúnan a elegir gobierno. No quiere que cada jefe de operaciones mande el suyo, nacido de su fuerza: él mandará las cuatro de Oriente: "dentro de 15 días estarán con usted - y serán gentes que no me las pueda enredar allá el Doctor Martí". - En la mesa, opulenta y premiosa, de gallina y lechón, vuélvese el asunto: me hiere y me repugna: comprendo que he de sacudir el cargo, con que se me intenta marcar, de defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar. Mantengo, rudo: el Ejército, libre. - y el país, como país y con toda su dignidad representado. Muestro mi descontento de semejante indiscreta y forzada conversación, a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir. Que va a caer la noche sobre Cuba, y ha de andar seis horas. Allí cerca, están sus fuerzas : pero no nos lleva a verlas: las fuerzas reunidas de Oriente, Rabí, de Jiguaní, Busto de Cuba, las de José, que trajimos. A caballo, adiós rápido. "Por ahí se van ustedes" - y seguimos con la escolta mohína; ya entrada la tarde, sin los asistentes que quedaron con José, sin rumbo cierto. a un galpón del camino, donde no desensillamos. Van por los asistentes: seguimos a otro rancho fangoso, fuera de los campamentos, abierto ataque. Por carne manda Gómez al campo de José: la traen los asistentes. Y así, como echados, y con ideas tristes, dormimos.

6.-Después de la muerte de Martí, el General Máximo Gómez teniendo en su poder el diario, arrancó la página de este día. Se supone que en el mismo se recogía los comentarios de la reunión efectuada con Maceo y Gómez el día anterior.

7.- De jagua salimos, y de sus mambises viejos y leales, por el Mijial. En el Mijial, los caballos comen la piña forastera, y de ella, y de cedros hacen tapas, para gafones. A César le dan agua de hoja de guanábana, que es pectoral bueno y cocimiento grato. En el camino nos salió Prudencio Bravo, el guardián de los heridos, a decirnos adiós. Vimos a la hija de Nicolás Cedeño, que habla contenta, y se vá con sus 5 hijos al monte de Holguín.' Por el camino de Barajagua, "aquí se peló mucho", "todo esto llegó a ser nuestro", vamos hablando de la guerra vieja. Allí, del monte tupido de los lados, o de los altos y codos enlomados del camino, se picaban a las columnas, que al fin, cesaron : por el camino se va a Palma y a Holguín. Zefi dice que por ahí trajo él a Martínez Campos, cuando vino a su primer conferencia con Maceo: "El hombre salió colorado como un tomate, y tan furioso que tiró el sombrero al suelo, y se fue a esperar a media legua. Andamos cerca de Baraguá. Del camino salimos a la sabana de Pinalito, que cae, corta, al arroyo de las Piedras, y tras él, a la loma de la Risueña, de suelo rojo y pedregal, combada como un huevo, y al fondo graciosas cabezas del monte de extraños contornos. un bosquecillo, una altura, que es como una silla de montar, una escalera de lomas. Damos de lleno en la sabana de Vio, concha verde, con 'el monte en torno y palmeras en él, y en lo abierto un cayo u otro, como florones, o un espino sólo, que da buena leña : las sendas negras van por la yerba verde, matizada de flor morada y blanca. A la derecha, por lo alto de la sierra espesa, la cresta de pinos. Lluvia recia. Adelante va la vanguardia, uno con la yagua a la cabeza, otro con una caña por el arzón, o la yagua en descanso, o la escopeta. El alambre deI telégrafo se revuelca en la tierra. Pedro pasa con el portabandera desnudo, una vara de... : A Zefí, con la cuchara de plomo en la cruz de la bandolera, le cose la escarpela el ala de atrás. A Chacón, descalzo, le relumbra, de la cintura a la rodilla, el pavón del rifle. A Zambrana, que se hala, le cuelga por la cadera el cacharro de hervir. Otro, por sobre el saco, lleva una levita negra. Miro atrás, por donde vienen, de cola de la marcha, los mulos y los bueyes, y las tercerolas de retaguardia, y sobre el cielo gris ve, a paso pesado tres... y uno, como poncho, lleva por la cabeza una yagua. Por la sabana que sigue, por Hato del Medio, famosa en la guerra, seguimos con la yerba ahogada del aluvión, al campamento, allá detrás de aquellas pocas reses, "aquí, me dijo Máximo Gómez, nació el cólera, cuando yo vine con doscientas armas y 4,000 libertos, para que no se los llevasen los españoles. y estaba ésto cerrado de reses, y mataron tantas, que del hedor se empezó a morir la gente, y fui regando la marcha con cadáveres : 500 cadáveres dejé en el camino de Tacajó, el acuerdo entre Céspedes y Donato Mármol. Céspedes, después de la toma de Bayamo, desapareció, Eduardo Mármol, culto y funesto, aconsejó a Donato la Dictadura. Félix Figueredo pidió a Gómez que apoyase a Donato, y entrase en lo de la dictadura, a lo que Gómez le dijo que ya lo había pensado hacer, y lo hacía, no por el consejo de él, sino para estar dentro, y de adentro impedirlo mejor: "Si, decía Félix, porque a la revolución le ha nacido una víbora". "Y lo mismo era él", me dijo Gómez. De Tacajó envió Céspedes a citar a Donato a conferencia cuando ya Gómez estaba con él, y quiso Gómez ir primero, y enviar luego recado. Al llegar donde Céspedes, como Gómez se venía con la guardia que halló como a un cuarto de legua, creyó notar confusión y zozobra en el campamento. hasta que Marcano salió a Gómez que le dijo: "Ven acá, dame un abrazo". Y cuando los Mármol llegaron, a la mesa de cincuenta cubiertos, y se habló allí de la diferencia, desde las primeras consultas se vio que como Gómez, los demás opinaban por el acatamiento a la autoridad de Céspedes.
"Eduardo se puso negro". "Nunca olvidaré el discurso de Eduardo Arteaga : "El sol, dijo, con todo su esplendor, suele ver oscurecida su luz por repentino eclipse ; pero luego brilla con nuevo fulgor, más luciente por su pasajero oscurecimiento: así ha sucedido al sol de Carlos Manuel de Céspedes". Habló José Joaquín Palma. "¿Eduardo? Dormía la siesta un día, y los negros hacían bulla en el batey. Mandó callar, y aún hablaban". "¿Ah, no quieren entender?" Tomó el revólver, - él era muy buen tirador: y hombre al suelo, si una bala en el pecho. Siguió durmiendo". Ya llegamos, a son de corneta, a los ranchos, y la tropa formaba bajo la lluvia de Quintín Banderas. Nos abraza, muy negro, el bigote, y barbija, en botas, capa y jipijapa. Narciso Moncada, el hermano de Guillermo; "Ah, sólo que falta un número". Quintín, sesentón, con la cabeza metida en los hombros, troncudo de cuerpo, la mirada baja y la palabra poca, nos recibe a la puerta del rancho : arde de la calentura : se envuelve en su hamaca : el ojo, pequeño y amarillo, parece que le viene de hondo, y hay que asomarse a él : a la cabeza de su hamaca hay un tamboril. Deodato Carvajal es tu teniente, de cuerpo fino, y mente de ascenso, capaz y ordenada: la palabra, por afirmarse, se revuelve, pero hay en él método y mando, y brío para su derecho y el ajeno: me dice que por él recibía mis cartas Moncada. Narciso Moncada, verboso y fornido, es de bondad y pompa: "en verbo de liaor no gasta nada" ; su hermano está enterrado "más abajo de la altura de un hombre, con planos de ingeniero, donde sólo lo sabemos muy pocos, y si yo me muero, otro sabe, si ese se muere, otro, y la sepultura siempre se salvará". ¿Y a nuestra madre, que nos la han tratado como si fuera la madre de la patria'? "Dominga Moncada ha estado en el Morro tres veces: y todo porque aquel General que se murió la llamé para decirle que tenía que ir a proponerle a sus hijos, y ella le dijo: Mire, General, si yo veo venir a mis hijos por una vereda, y le veo venir a usted por el otro lado, les grito: "huyan, mis hijos que este es el General español". A caballo entramos al rancho, por el mucho fango de afuera, para podernos desmontar, y del lodo y el aire viene hedor, de la mucha res que han muerto cerca: el rancho, gacho, está tupido de hamacas. A un rincón, en un cocinazo hierven calderos. Nos traen café, gengibre, cocimiento de hojas de guanábana. Moncada, yendo y viniendo, alude al abandono en que dejó Quintín a Guillermo. Quintín me habla así : "y luego tuvo el negocio que se presentó con Moncada, o la tuvo él conmigo, cuando me quiso mandar con Masó, y pedí baja". Carvajal había hablado de las decepciones sufridas por Banderas. Ricardo Sartorius desde su hamaca me habla de Purnio, cuando les llegó el telegrama falso de Cienfuegos para alzarse: me habla de la alevosía con su hermano Manuel, a quién Miró hurtó sus fuerzas, y "forzó a presentarse": "le iba esto", la garganta. Vino Calunga, de Masó, con cartas para Maceo: no acudirá a la cita con M. muy pronto, porque está amparando una expedición del sur, que acaba de llegar. Se pelea mucho en Bayamo. Está en armas Camagüey. Se alzó el Marqués, y el hijo de Agramonte. Hiede.

8.- A trabajar, a una altura vecina, donde levantan el nuevo campamento: ranchos de troncos, atados con bejucos, techados con palma. No limpian un árbol, y escribimos al pie. Carta a Miró: de Gómez, como a Coroi.el, seguro de que ayudará "al Brigadier Ángel Guerra, nombrado "Jefe de Operaciones", y mía, con el fín de que, sin desnudarle el pensamiento, vea la conveniencia y justicia de aceptar y ayudar a Guerra. Miró hace de árbitro de la comarca, como Coronel. Guerra sirvió los 10 anos, y no le obedecería. Cartas a prominentes de Holguín, y circulares : - a Guadalupe Pérez, acaudalado, - Rafael Manduley, Procurador, - a Francisco Frexes, abogado. En la mesa sin rumbo, funge el consejo de guerra de Isidro Tejera, y Onofre y José de la O. Rodríguez; los pacíficos dijeron parte del terror en que pusieron al vecindario: el Capitán Juan Pena Jiménez, - -Juan el Cojo, que sirvió "en las tres guerras", de una pierna sólo tiene un muñón, y monta a caballo de un salto, - oyó el susto a los vecinos, y vio las casas abandonadas, y define que los tres le negaron las armas, y profirieron amenazas de muerte. El Consejo, enderezado de la confusión, los sentencia a muerte. Vamos al rancho nuevo, de alas bajas, sin paredes. José Gutiérrez, el corneta afable que se lleva Paquito, toca a formación. Al silencio de las filas traen los reos y lee Ramón Garriga la sentencia, y el perdón. Habla Máximo Gómez de la necesidad de la honra en las banderas: "ese criminal ha manchado nuestra bandera". Isidro, que venía llorando, pide licencia de hablar : habla gimiendo y sin idea, que muere sin culpa, que no le dejarán morir, que es imposible que tantos hermanos no le pidan el perdón. Tocan marcha. Nadie habla. El gime, se retuerce en la cuerda, no quiere andar. Tocan marcha otra vez, y las filas siguen, de dos en fondo. Con el reo implora Chacón v entre, rifles, empujándolos. Detrás, solo, sin sus polainas, saco azul y sombrero pequeño, Gómez. Otros atrás, pocos, y Moncada, - que no va al reo, ya en el lugar de muerte, llamando desolado, sacándose el reloj, que Chacón le arrebata, y tira en la yerba... manda Gómez, con el rostro demudado, y empuña su revólver, a pocos pasos del reo. Lo arrodillan, al hombre espantado, que aún, en aquella rapidez, tiene tiempo, sombrero en mano, para volver la cara dos o tres veces. A dos varas de él, los rifles bajos. ¡Apunten!, dice Gómez: ¡Fuego!. Y cae sobre la yerba muerto. De los dos perdonados, - cuyo perdón aconsejé y obtuve -, uno, ligeramente cambiando de color pardo, no muestra espanto, sino sudor frío : otro, en sus cuerdas por los codos, está como si aún se hiciese atrás, como si huyese el cuerpo, ido de un lado lo mismo que el rostro, que se le chupó y desencajó. El, cuando les leyeron la sentencia, en el viento y las nubes de la tarde, sentados los tres por tierra, con el pie en el cepo de varas, se apretaba con las manos las sienes. El otro, Onofre, oía como sin entender, y volvía la cabeza a los ruidos. "El Brujito", el muerto, mientras esperaba el fallo, escarbaba, doblado la tierra, - o alzaba de repente el rostro negro, de ojos pequeños y nariz hundida de puente ancho. El cepo fue hecho al vuelo : una vara recia en la tierra, otra más fina al lado, atado por arriba, y clavada abajo de modo que deje paso estrecho al pie preso. "El Brujito", decían luego, era bandido de antes : "puede usted jurar, decía Moncada, que deja su entierro de catorce mil pesos". Sentado en un baúl, en el rancho, alrededor de la vela de cera; Moncada cuenta la última marcha de Guillermo moribundo ; cuando iba a la cita con Masó.
A la prisión entró Guillermo sano, y salió de ella delgado, caído, echando sangre en cuajos a cada tos. Un día, en la marcha, se sentó en el camino, con la mano en la frente: "me duele el cerebro" : y echó a chorros, la sangre en cuajos rojos. "Estos son de la pulmonía, decía luego Guillermo. revolviéndose - "y estos, los negros, son de la espalda", Zefi cuenta, y Gómez, de la fortaleza de Moncada. "Un día, dice, lo hirieron en la rodilla, y se le montó un hueso sobre el otro, así", y se puso al pecho un brazo sobre otro: "no se podía poner los huesos en lugar, y entonces, por debajo de los brazos, lo colgamos en aquel rancho más alto que éste, y yo me abracé a su pierna, y con todas mis fuerzas me dejé descolgar, y el hueso volvió a su puesto, y el hombre no dijo palabra". Zefi es altazo, de músculo seco : "y me quedo de bandido en el monte si quieren otra vez acabar esto con infamias". "Una cosa tan bien planificada como ésta, dice Moncada, y andar con ello trafagando. Se queja con amargura, del abandono y engaño en que tenía a Guillermo, Urbano Sánchez. Guillermo siempre ansioso de la compañía blanca: "le dijo que en Cuba hay una división horrorosa". Y se le ve el recuerdo rencoroso en la censura violenta a Mariano Sánchez, cuando en el "Ramón de las Llaguas" abogó porque se cumpliese al Teniente rendido la palabra de respetarle las armas, y M., que se veía con escopeta, y otros más, quería echarse sobres los 60 rifles. "¿Y usted quién es? dice N. que le dijo M., para dar voto en esto. Y G. expresa la idea de que M. "no tiene cara de cubano, por más que usted me lo diga, y dispénseme". Y de que el padre anda fuera y mandó al hijo adentro, para estar a la vez en los dos campos. Mucho vamos hablando de la necesidad de picar al enemigo aturdido, y sacarlo sin descanso a la pelea, - de cuajar con la pelea el ejército revolucionario desocupado - -, de mudar campos como éste, de 400 hombres, que cada día aumenta y comen en paz y guardan 300 caballos, en fuerza más ordenada y activa, que: "yo, con mis escopetas y mis dos armas de precisión, sé como armarme", dice Banderas: Banderas, que pasó allá abajo el día, en su hamaca solitaria, en el rancho fétido.

9.- Adiós, a Banderas, - a Moncada, - al fino Carvajal que quisiera irse con nosotros, a los ranchos donde asoma la gente, saludando con los yareyes: "¡Dios los lleve con bien, mis hermanos!" Pasamos, sin que uno solo vuelva a ella los ojos, junto a la sepultura. Y a poco andar, por el hato lodoso se sale a la sabana, y a unos mangos al fondo: es Baraguá, son los mangos, aquellos dos troncos con una sola copa, donde Martínez Campos conferenció con Maceo. Va de práctico un mayaricero que estuvo allí entonces: "Martínez Campos lo fue a abrazar, y Maceo le puso el brazo por delante, así: ahí fue que tiró el sombrero al suelo. Y cuando le dijo que ya García había entrado, viera el hombre cuando Antonio le dijo: "¿quiere usted que le presente a García?" García estaba allí, en ese monte; todo ese monte era de cubano no más. Y de ese lado había otra fuerza, por si venían con traición". De los llanos de la protesta salirnos al borde alto, del rancho abandonado, de donde se ve el brazo del río, aún seco ahora, con todo el cauce de yerbal y los troncos caídos cubiertos de bejuco, con flores azules y amarillas, y luego de un recodo, la súbita bajada : "¡Ah, Cauto, - dice Máximo Gómez - - cuánto tiempo hacía que no te veía!" Las barrancas feraces y elevadas penden, desgarradas a trechos, hacia el cauce, estrecho aún, por donde corren, turbias y revueltas las primeras lluvias.
De suave reverencia se hincha e! pecho y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de una ceiba, y, luego del saludo a una familia mambí, muy gozosa de vernos, entramos al bosque claro, de sol dulce, de arbolado ligero, de hoja acuosa. Como por sobre alfombras van los caballos, de lo mucho del césped. Arriba el curujeyal da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame que da la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es festón y hojeo, y por entre los claros, a la derecha, se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso. Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el caguairán, "el palo más fuerte de Cuba", el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua, de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cáscara de curtir, el jubabán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa, "vuelven raso el tabaco", la caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha, de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de raíces, (el caimitillo y el cupey y la pica pica) y la yamagua, que estanca la sangre. A Cosme Pereira nos hallamos en el camino, y con él a un hijo de Eusebio Venero, que vuelve a anunciarnos en Altagracia. Aún está en Altagracia Manuel Venero, tronco de patriotas, cuya hermosa hija Panchita, murió, de no querer ceder, al machete del asturiano Vedericón. Con los Venero era muy íntimo Gómez, que de Manuel osado hizo un temido jefe de guerrilla, y por Panchita sentía viva amistad, que la opinión llamaba amores. El asturiano se llevó la casa un día y en la marcha iba dejando a Panchita atrás y solicitándola y resistiendo ella. "Tu no me quieres porque eres la querida de Gómez". Se irguió ella, y él la acabó, con su propia mano. Su casa hoy nos recibe con alegría, en la lluvia oscura y con buen café. Con sus holguineros se alberga allí Miró, que vino a alcanzarnos al camino: de aviso envió a Panchito Díaz, mozo por una muerte que hizo se fue a asilar a Montecristi, y es práctico de ríos, que los cruza en la cresta, y enlazador, y hoceador de puercos, que mata a machetazos. Miró llega, cortés en su buen caballo: le veo el cariño cuando me saluda: el tiene fuerte habla catalana; tipo fino, barba en punta y calva, ojos vivaces. Dio a Guerra su gente, y con su escolta de mocetones subió a encontrarnos. "Venga Rafael". Y se acerca, en su saco de nipe amarillo, chaleco blanco, y jipijapa de ala corta a la oreja, Rafael Manduley, el Procurador de Holguín que acaba de salir al campo.
La gente, montada, es de muy buena cepa. Jaime Muñoz, peinado al medio, que administra bien, José González, Bartolo Rocaval, Pablo García, el práctico astuto, sagaz, Rafael Ramírez, Sargento primero de la guerra, enjuto; de bigotillo negro, Juan Oro, Augusto Feria, alto y bueno, del pueblo, cajista y de letra, Teodorico Torres, Nolasco Peña, Rafael Pena, Luis Pérez, Francisco Díaz, Inocencio Sosa, Rafael Rodríguez, - y Plutarco Artigas, amo de campo, rubio y tuerto, puro y servicial: dejó su casa grande, su bienestar, y "nueve hijos de los diez que tengo, porque el mayor me lo traje conmigo". Su hamaca es grande, con la almohadilla hecha de manos tiernas, su caballo es recio, y de lo mejor de la comarca; él se va lejos, a otra jurisdicción, para que de cerca "no lo tenga amarrado la familia": "y mis hijitos se me hacían una piña alrededor y se dormían conmigo". Aún vienen Miró y Manduley henchidos de su política local; a Manduley "no le habían dicho nada de la guerra", a él que tiene su fama de erguido, y de autoridad moral; trae espejeras: iba a ver a Masó: "y yo, que alimentaba a mis hijos científicamente; quién sabe lo que comerán ahora". Miró de gesto animado y verbo bullente, alude a su campaña de siete años en "La Doctrina de Holguín" y luego en "El Liberal" de Manzanillo, que le pagaban Calvart y Beattle, y donde le sacó las raíces a los "cuadrilongos", a los "astures", a la "malla integrista".
"Dejó hija y mujer, y ha paseado, sin mucha pelea, su caballería que es de buena gente, por la comarca". Me habla de los esfuerzos de Gálvez, en La Habana, para rebajar la revolución: del grande odio con que Gálvez habla de mí, y de Juan Gualberto Gómez: "a usted, a usted es a quien ellos le temen" : "a la voz en cuello decían que no vendría usted, y eso es lo que los va ahora a confundir". Me sorprende, aquí como en todas partes, el cariño que se nos muestra, y la unidad de alma, a que no se permitirá condensación, y a la que se desconocerá, y de la que se prescindirá, con daño, o por lo menos el daño de demora de la revolución, en su primer año de ímpetu. El espíritu que sembré, es el que ha cundido, y el de la Isla, y con él, y guía conforme a él, triunfaremos brevemente, y con mejor victoria, y para paz mejor. Preveo que, por cierto tiempo al menos, se divorciará a la fuerza a la revolución de este espíritu, - se le privará del encanto y gusto, y poder de vencer de este consorcio natural, se le robará el beneficio de esta conjunción entre la actividad de estas fuerzas revolucionarias y el espíritu que las anima.
Un detalle: "Presidente" me han llamado, desde mi entrada al campo, las fuerzas todas, a pesar de mi pública repulsa, y a cada campo que llego, el respeto renace, y cierto suave entusiasmo del general cariño, y muestras del goce de la gente en mi presencia y sencillez. Y al acercarse hoy uno: "Presidente", y de sonreír yo : "No me le digan a Martí Presidente: díganle General: él viene como General: no me le digan Presidente". "¿Y quién contiene el impulso de la gente, General?", le dice Miró: "eso les nace del corazón a todos". "Bueno, pero él no es Presidente todavía: es el Delegado". Callaba yo, y noté el embarazo y desagrado de todos, y en algunos como el agravio. Miró vuelve a Holguín, de Coronel; no se opondrá a Guerra: lo acatará: hablamos de la necesidad de una persecución activa, de sacar al enemigo de las ciudades, de picarlo por el campo, de cortarle toda las proveedurías, de seguirle los convoyes.
Manduley vuelve también, no muy a gusto, a influir en la comarca que lo conoce, a ponérsele a Guerra de buen consejero, a amalgamar las fuerzas de Holguín e impedir sus choques, a mantener el acuerdo de Guerra, Miró, Feria. Dormimos, apiñados, entre cortinas de lluvia. Los perros, ahítos de la matazón, vomitan la res. Así dormimos en Altagracia. En el camino, el único caserío fue Arroyo Blanco: la tienda vacía: el grupo de los ranchos: el ranchero barrigudo, blando, egoísta, con el pico de la nariz caído entre las alas del poco bigote negro: la mujer, negra: la vieja ciega se asomó a la puerta, apoyada a un lado, y en el báculo amarillo el brazo tendido: limpia, con un pañuelo a la cabeza: "¿Y los patipeludos matan gente ahora?" Los cubanos no me hicieron nadita a mi nunca, no señor.