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Martí, el periodista
La conferencia monetaria de las Repúblicas de América
(Obras
Completas, T 6, Editorial Ciencias Sociales, La Habana 1975, Pág. 155-167) |
La moneda del
comercio ha de ser aceptable a los países que comercian. Todo cambio en la
moneda ha de hacerse, por lo menos, en acuerdo con los países con que se
comercia más. El que vende no puede ofender a quien le compra mucho, y le da crédito,
por complacer a quien le compra poco, o se niega a comprarle, y no le da crédito.
Ni lastimar, ni alarmar siquiera, debe un deudor necesitado a sus acreedores. No
debe levantarse entre países que comercian poco, o no dejan de comerciar por
razones de moneda, una moneda que perturba a los países con quienes se comercia
mucho. Cuando el mayor obstáculo al reconocimiento y fijeza de la moneda de
plata es el temor de su producción excesiva en los Estados Unidos, y del valor
ficticio que los Estados Unidos le puedan dar por su legislación, todo lo que
aumente este temor, daña a la plata. El porvenir de la moneda de plata está en
la moderación de sus productores. Forzarla, es depreciarla. La plata de
Hispanoamérica se levantará o caerá con la plata universal. Si los países de
Hispanoamérica venden, principalmente, cuando no exclusivamente, sus frutos en
Europa, y reciben de Europa empréstitos y créditos, ¿qué conveniencia puede
haber en entrar, por un sistema que quiere violentar al europeo, en un sistema
de moneda que no se recibiría, o se recibiría depreciada, en Europa? Si el
obstáculo mayor para la elevación de la plata y su relación fija con el oro
es el temor de su producción excesiva y valor ficticio en los Estados Unidos,
¿qué conveniencia puede haber, ni para los países de Hispanoamérica que
producen plata, ni para los Estados Unidos mismos, en una moneda que asegure
mayor imperio y circulación a la plata de los Estados Unidos?
Pero el Congreso Panamericano, que pudo ver lo que no siempre vio; que debió
librar a las repúblicas de América de compromisos futuros de que no las libró;
que debió estudiar las propuestas de la convocatoria por sus antecedentes políticos
y locales, –la plétora fabril traída por el proteccionismo desordenado,
–la necesidad del Partido Republicano de halagar a sus mantenedores
proteccionistas, –la ligereza con que un prestidigitador político, poniéndole
colorines de república a una idea imperial, podía lisonjear a la vez, como
bandera de candidato, el interés de los productores ansiosos de vender y la
conquista latente y poco menos que madura en la sangre nacional;–el Congreso
Panamericano, que demoró lo que no quiso resolver, por un espíritu imprudente
de concesión innecesaria, o no pudo resolver, por empeños sinuosos o escasez
de tiempo, –recomendó la creación de una Unión Monetaria Internacional,
–la creación de una o más monedas internacionales, –la reunión de una
Comisión que acordase el tipo y reglamentación de la moneda. Las repúblicas
de América atendieron, corteses, la recomendación. Los delegados de la mayoría
de ellas se reunieron en Washington, México y Nicaragua, y el Brasil y el Perú,
y Chile y la Argentina, delegaron a sus ministros residentes. El ministro
argentino renunció el puesto, que ocupó más tarde otro delegado. Las otras
repúblicas enviaron delegados especiales. El Paraguay no envió. Ni envió
Centroamérica, fuera de Nicaragua, y de Honduras, cuyo delegado, hijo de un
almirante norteamericano, no hablaba español. Presidió la Comisión, por
acuerdo unánime, el Ministro de México. Sesiones de uso, comisiones previas,
reglamento; lo uniforme no era allí la moneda, sino la duda, cambiada a
chispazos en los debates, –la seguridad–de que no podía llegarse a acuerdo.
Uno hablaba del "comercio real". Otro se declaraba, antes de sazón,
hostil "a esa idea imposible". Pidió un delegado de los Estados
Unidos una larga demora, "para tener tiempo de conocer la opinión
pendiente de la Cámara de Representantes sobre la acuñación libre de la
plata"; y un delegado, al obtener que se redujese a términos de cortesía,
lícita la pretensión excesiva del delegado de los Estados Unidos, estableció
que "se entendiese cómo la demora era, para que la delegación del país
invitante pudiera completar sus estudios preparatorios, puesto que de ningún
modo se habría de suponer que la opinión de la Cámara de Representantes
hubiese por necesidad de alterar las opiniones formadas de la Comisión".
Cumplida la demora y desbandada la Cámara de Representantes sin haber votado,
la ley de plata libre, las delegaciones ocuparon de nuevo sus puestos en la mesa
de la Comisión. Acaso habían oído algunos lo que decían sin reserva gentes
notables del país. Oyeron acaso que la Comisión no parecía bien a los que
pasaban por amigos de la mayoría del gobierno. Que al gobierno no agradaba el
interés de su minoría en mantener, por los que se tachan de artificios, la política
continental. Que este alarde peligroso de la política continental, ni de una
minoría era siquiera, sino de un solo hombre. Que esta Comisión hueca debía
cesar, para que no sirviese de comodín político a un candidato que no se para
en medios y sabe sacar montes de las hormigas. Que la simple discusión de una
moneda de plata común alarmaba y ofendía a los mantenedores del oro, que
imperan en los consejos actuales del Partido Republicano. Que los países
Hispanoamericanos verían por sí, sin duda, si les quedan ojos, el peligro de
abrirse, por concepto de cortesía o por impaciencia de falso progreso, a una
política que los atrae, por el abalorio de la palabra y los hilos de la
intriga, a una unión fraguada por los que la proponen con un concepto distinto
del de los que la aceptan. Se puso en pie un delegado de los Estados Unidos,
ante la Comisión por los Estados Unidos convocada para adoptar una moneda común
de plata, y propuso, al pie de una robusta exposición de verdades monetarias,
donde llamaba "sueño fascinador" a la moneda internacional, que
declarase la Comisión inoportuna la creación de una o más monedas de plata
comunes; que se opinase que el establecimiento del patrón doble de plata y oro,
con relación universalmente acatada, facilitaría la creación de aquellas
monedas; que recomendase que las repúblicas representadas en la Conferencia
conviden juntas, por el conducto de sus respectivos gobiernos, a una Conferencia
Monetaria Universal, para tratar del establecimiento de un sistema uniforme y
proporcionado de monedas de oro y plata. "Hay otro mundo–decía el
delegado–y un mundo muy vasto del otro lado del mar, y la insistencia de este
mundo en no elevar la plata a la dignidad del oro es el obstáculo grande e
insuperable que se presenta hoy para la adopción de la plata
internacional". ¡Los Estados Unidos, pues, marcaban a la América
complaciente el peligro que hubiera corrido en acceder con demasiada prisa a las
sugestiones de los Estados Unidos!
A cinco repúblicas–a Chile, Argentina, Brasil, Colombia y Uruguay, –dio la
Comisión el encargo de estudiar las proposiciones de los Estados Unidos, y la
Comisión, unánime, acordó recomendar que se aceptase las proposiciones
norteamericanas. "No podía extrañar la Comisión que los delegados de los
Estados Unidos reconociesen las verdades que la Comisión Internacional se
hubiera visto obligada a reconocer por sí misma". "La Comisión
acataba, como que es de elemental justicia, el principio de someter a todos los
pueblos del universo la proposición de fijar las sustancias y proporciones de
la moneda en que han de comerciar los pueblos todos". "Sueño sería,
impropio de la generosidad y grandeza a que están obligadas las repúblicas,
negarse directa o indirectamente, con violación de los intereses naturales y
los deberes humanos, al trato libérrimo con los demás pueblos del globo".
Pero no propuso la Comisión, como los Estados Unidos, que se convidase "a
las potencias del globo", "por no correr el peligro, con una invitación
no bastante justificada, de alarmar con temores, no por infundados menos
ciertos, a los poderes que pudiesen ver en la convocatoria el empeño, por más
que hábil y disimulado, de precipitarlos a una solución a que de seguro llegarán
antes por sí propios, caso que quieran llegar, que si se les excita la
suspicacia, o se lastima su puntillo con una insistencia que no tendría la razón
de allegar al problema monetario un solo factor nuevo de importancia, ni un solo
dato desconocido". "La plata debe irse acercando al oro".
"La producción inmoderada aleja la plata del oro". "A la moneda
de plata no se la puede, ni se la debe, hacer desaparecer". "Se ha de
tender a la moneda uniforme, pero por el acuerdo confiado y sincero de todos los
pueblos trabajadores del globo, para que tenga base que dure, y no por los
recursos violentos del artificio llevado a la economía, que fomentan rencores y
provocan venganzas, y no pueden durar". "Pero el convite en conjunto
no se recomienda. " Y cuando a su paso por los detalles monetarios tocaba a
la Comisión marcar el espíritu con que Hispanoamérica los entendía, y
entiende cuanto atañe a la vida individual e independiente de sus pueblos, lo
marcó así:
"Los países representados en esta Conferencia no vinieron aquí por el
falso atractivo de novedades que no están aún en sazón, ni porque
desconociesen los factores todos que precedieron y acompañaron el hecho de su
convocatoria sino para dar una muestra, fácil a los que están seguros de su
destino propio y su capacidad para realizarlo, de aquella cortesía cordial que
es tan grata y útil entre los pueblos como entre los hombres, –de su
disposición a tratar con buena fe lo que se cree propuesto con buena
voluntad–y del afectuoso deseo de ayudar, con los Estados Unidos como con los
demás pueblos del mundo, a cuanto contribuya al bienestar y la paz de los
hombres". "No ha de haber prisa censurable en provocar, ni en contraer
entre los pueblos compromisos innecesarios que estén fuera de la naturaleza y
de la realidad". "El oficio del continente americano no es perturbar
el mundo con factores nuevos de rivalidad y de discordia, ni restablecer con
otros métodos y nombres el sistema imperial, por donde se corrompen y mueren
las repúblicas; sino tratar en paz y honradez con los pueblos que en la hora
dudosa de la emancipación nos enviaron sus soldados, y en la época revuelta de
la constitución nos mantienen abiertas sus cajas". "Los pueblos todos
deben reunirse en amistad, y con la mayor frecuencia dable, para ir
reemplazando, con el sistema del acrecentamiento universal, por sobre la lengua
de los istmos y la barrera de los mares, el sistema, muerto para siempre, de
dinastías y de grupos". "Las puertas de cada nación deben estar
abiertas a la libertad fecundante y legítima de todos los pueblos. Las manos de
cada nación deben estar libres para desenvolver sin trabas el país, con
arreglo a su naturaleza distintiva y a sus elementos propios".
Cuando se pone en pie el anfitrión, los huéspedes no insisten en quedarse
sentados a la mesa. Cuando los huéspedes venidos de muy lejos, más por cortesía
que por apetito, hallan al anfitrión a la puerta, diciendo que no hay qué
comer, los huéspedes no lo echan de lado, ni entran en su casa a la fuerza, ni
dan voces para que les abran el comedor. Los huéspedes deben decir alto la
cortesía por que vinieron, y cómo no vinieron por servidumbre ni necesidad,
para que el anfitrión no crea que están tallados en una rodilla, o son títeres
que van y que vienen, por donde quiere que vayan o vengan el titiritero. Luego,
irse. Hay un modo de andar, de espalda vuelta, que aumenta la estatura. Un
delegado hispanoamericano–entendiendo que la Comisión Monetaria no venía más
que "a cumplir lo que se había recomendado"–apadrinó, sin ver que
una recomendación lleva aparejada la discusión y confirmación antes del
cumplimiento, la opinión sin cabeza visible que andaba serpeando por entre los
delegados: que la Comisión Monetaria no había venido, como creían los Estados
Unidos que la promovieron, a ver si podía y debía crearse una moneda
internacional, sino a crearla ahora, aunque los Estados Unidos mismos
reconociesen que ahora no se podía crear; y el delegado propuso un plan
minucioso de moneda de América, que llamó "Columbus", sobre los
trazos de la moneda de la Unión Latina, más un Consejo de Vigilancia,
"residente en Washington".
No habían dicho los Estados Unidos que el obstáculo para la creación de la
moneda internacional fuese la resistencia de la Cámara de Representantes a
votar la acuñación libre de la plata, sino la resistencia del mundo vasto del
otro lado de la mar a aceptar la moneda de plata en relación fija e igual con
la moneda de oro; pero un delegado hispanoamericano preguntó así: "¿No
sería más prudente, dada la probabilidad de que la nueva Cámara de
Representantes vote antes de fin de año la acuñación libre de la plata,
suspender las sesiones de la Conferencia, por ejemplo, hasta el día primero de
enero de 1892, cuando probablemente este asunto habrá sido decidido por el
gobierno de los Estados Unidos?" Y cuando otro delegado urgía, por el
decoro de los huéspedes, la aceptación, lisa y prudente, de las proposiciones
de los Estados Unidos, salva la del Congreso Universal, habló un delegado
hispanoamericano, que no habla español, para pedir y obtener la suspensión de
la sesión. ¿Quién podía tener interés, puesto que los hispanoamericanos lo
tenían, en que la Comisión promovida por los Estados Unidos continuase en
funciones, contra la opinión terminante de los mismos Estados Unidos? ¿Quién
azuzaba, en una asamblea de mayoría hispanoamericana, la oposición a las
proposiciones de los Estados Unidos? ¿A quién, sino a los que hacen bandera de
la política continental, propuesta por los Estados Unidos, perjudicaba que la
idea de una moneda continental se declarase imposible en la Comisión reunida
para su estudio por los mismos Estados Unidos? ¿Por qué surgía, ni cómo podía
surgir de un modo natural en la Comisión Monetaria, de mayoría
hispanoamericana, el pensamiento de oponerse a la clausura de una Comisión
reunida para tratar de un proyecto que expresamente declaraban irrealizable,
casi unánimemente, los delegados hispanoamericanos? Si a sí no se servían, ¿qué
interés, en el seno de ellos, se aprovechaba de su buena voluntad excesiva, y
los ponía a su servicio? ¿O era, como decían los que saben del interior de la
política, que el interés de un grupo político, o de un político tenaz y
osado de los Estados Unidos, levantaba por resortes ocultos e influencias
privadas una asamblea de pueblos contra la opinión solemne del gobierno de los
Estados Unidos? ¿Era que la asamblea de pueblos hispanoamericanos iba a servir
los intereses de quien los compele a ligas confusas, a ligas peligrosas, a ligas
imposibles, desdeñando el consejo de los que, por su interés local de
partidarios o por justicia internacional, les abren las puertas para que se
salven de ellas?
Se meditó; se temió; se urgió; se corrió gran riesgo de hacer lo que no se
debía: de dejar en pie al capricho de una política ajena, desesperada y sin
escrúpulos, –una asamblea que, por lo complejo y delicado de las relaciones
de muchos pueblos de Hispanoamérica con los Estados Unidos, podía, en manos de
un candidato inclemente, ceder a los Estados Unidos más de lo que conviniese al
respeto y seguridad de los pueblos hispanoamericanos.
Mostrarse acomodaticio hasta la debilidad no sería el mejor modo de salvarse de
los peligros a que expone en el comercio, con un pueblo pujador y desbordante,
la fama de debilidad. La cordura no está en confirmar la fama de débil, sino
en aprovechar la ocasión de mostrarse enérgico sin peligro. Y en esto de
peligro, lo menos peligroso, cuando se elige la hora propicia y se la usa con
mesura, es ser enérgico. Sobre serpientes, ¿quién levanta pueblos? Pero si
hubo batalla; si el afán de progreso en las repúblicas aún no cuajadas lleva
a sus hijos, por singular desvío de la razón, o levadura enconada de
servidumbre, a confiar más en la virtud del progreso en los pueblos donde no
nacieron, que en el pueblo en que han nacido; si el ansia de ver crecer el país
nativo los lleva a la ceguedad de apetecer modos y cosas que son afuera producto
de factores extraños u hostiles al país, que ha de crecer conforme a sus
factores y por métodos que resulten de ellos; si la cautela natural de los
pueblos clavados en las cercanías de Norteamérica no creía aconsejable lo
que, más que a los demás, por esa misma cercanía, les interesa; si la
prudencia local y respetable, o el temor, o la obligación privada, ponían más
cera en los caracteres que la que se ha de tener en los asuntos de independencia
y creación hispanoamericana, en la Comisión Monetaria no se vio, porque acordó
levantar de lleno sus sesiones.
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