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Arriba, perdida entre colinas
se yergue la Ciudad Mágica
inclinada sobre el vacio; sus torres
invaden el reino de los dioses.
Mas allá, navega una luna brillante
por el cielo de otoño despejado;
pero abajo queda el mundo, oscuro
por la lluvia fina como niebla de primavera.
Un dragón del cielo se abalanza hacia abajo;
las nubes se levantan para formar su tronco.
Como el tigre vuelve a su risco,
el viento pasa raudo por entre los árboles.
Quiero a este monje que habita en el monte,
tan fiel a sus tareas;
en el rio del anochecer, las lámparas prestan calor
a su canto solitario.
Wang Yang-ming |
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