Arqueo Aegyptos

La Gran Morada

La Casa Jeneret

La palabra Harén es muy conocida en el mundo del Antiguo Egipto, y casi siempre, va acompañada de la imagen de un lascivo rey que está rodeado de bellas y desnudas féminas educadas en una sola arte: complacer los deseos del hombre. Y, como suele ocurrir en muchos aspectos del Antiguo Egipto, la verdad es muy distinta. Pretendemos desmitificar este aspecto nada real del concepto de una palabra mal utilizada, y aprovechar para decir que es inaudito que la egiptología se empeñe en utilizar esta palabra, "harén" para referirse a la institución, casi principal del Estado, con la que se han identificado los harenes musulmanes, puesto que también en esta jerarquía del Antiguo Egipto había comunidades exclusivamente femeninas. El nombre correcto que se debiese utilizar sería el de Casa Jeneret, que significa "casa cerrada", "casa de las bellezas" ó "el lugar cerrado". 

El papel consolidado de la mujer en el Antiguo Egipto albergaba una relación total y absoluta con los asuntos del Estado. Además, la palabra Jener también significa "tocar música" ó "llevar el ritmo", que como veremos más adelante, jugaba un papel fundamental en esta institución. 

Para entender la importancia de la Casa Jeneret debemos saber que su máxima autoridad era la Gran Esposa Real. Las dependencias se hallaban junto al palacio del rey, y allá donde hubiese un palacio, había una Casa Jeneret.  En estas residencias reales habitaban la madre del rey, la Gran Esposa Real, las esposas secundarias así como los hijos e hijas de todas las reinas, principales y concubinas. La directora, la primera dama del reino, ostentaba el título de Sehpset, "la venerable", mientras que las otras mujeres gozaban de los privilegios que les concedía su título de Ornamento Real. Eran estas mujeres pertenecientes a la nobleza. 

Durante las dinastías XVIII y XIX las Ornamento Real estaban ligadas, de una forma u otra,  al linaje genealógico de la gran reina Ahmés Nefertari. En varias ocasiones, las esposas secundarias se convirtieron en madres de reyes, y ellas vivían en la Casa Jeneret. De estos ejemplos tenemos a las madres de conocidos reyes de la XVIII Dinastía, como fueron la Dama Tia, madre de Thutmosis IV y esposa  de Amen-HotepII; la Dama Mutemunia, esposa de Thutmosis IV y madre de Amen-HotepIII; la Dama Tiy, esposa de Amen-HotepIII y madre de Amen-HotepIV-Ajenatón; a la Dama Nefertiti, esposa de Ajenatón y madre de Anjesenamón, la consorte de Tutankhamón; y en la XIX Dinastía tenemos a  la Dama Tuya, esposa de Seti I y madre de Ramsés II. Incluso Nefertari e Isetnofret, esposas de Ramsés II pertenecían a la jerarquía de la Casa Jeneret.

Ya desde los días pre-dinásticos, y dentro de las primeras dinastías, se adoptó el talento  de las mujeres para tratar asuntos de Estado. La mujer no era despreciada ni tratada como un juguete sexual. Fue Egipto, casi el primer país en consolidar una igualdad entre hombres y mujeres, que irían anulando paulatinamente primero los griegos, luego los romanos, más tarde los cristianos y, finalmente, el Islam echó por tierra todos los esfuerzos que la sociedad del Antiguo Egipto había puesto en consolidar un estado cualitativo entre los dos sexos. 

Las reinas solían tener una gran influencia sobre el faraón. Poco a poco, se fue adquiriendo una gran importancia en los asuntos políticos internos y externos. La Casa Jeneret era una gran institución independiente del palacio real. La educación de los príncipes y princesas reales  se llevaba a cabo aquí, hasta que llegaban a una edad en que eran trasladados a un lugar apropiado para completar su educación y formación. Su subsistencia estaba garantizada gracias a las múltiples tareas que se producían en su interior, talleres de alfarería, talleres de tejidos, talleres de carpintería, graneros propios, además de sacar beneficio de los terrenos que tenían arrendados a empresarios y particulares. Había casos, como la Casa Jeneret de Mer-Ur, en El-Fayum; que disponía de sus propias reservas de caza y de pesca.

 

En el Imperio Antiguo los dignatarios que eran ó deseaban estar cerca del Faraón se desposaban con las mujeres que ocupaban altos cargos en el interior de la Casa Jeneret. Así, los hombres se garantizaban la posibilidad de ascender en sus cargos políticos, y al mismo tiempo, el rey se aseguraba una total fidelidad y responsabilidad con estos matrimonios. Durante el Imperio Nuevo, las tareas más complicadas se confiaban a las esposas de los primero profetas de Amón. Eran estas damas grandes e influyentes personajes que pertenecían a la sociedad del clero tebano.

 

Entre las principales actividades que se daban cita en la Casa Jeneret estaban la confección de vestidos, creación de objetos y útiles de belleza y aseo. La jerarquía de esta institución se repartía entre la Gran Esposa Real, los funcionarios que trabajaban directamente para los talleres, los administradores de todos y cada uno de los departamentos y los sirvientes que realizaban múltiples tareas.  Incluso algunos altos cargos se retiraban aquí en su vejez,  para gozar de la tranquilidad y el descanso merecido, hasta el fin de sus días, como fue el caso de la reina madre Tiy. Las damas de la Casa Jeneret se instruían en numerosas facetas, pero sobre todo en la danza y la música. Aprendían a tocar el arpa, la lira, el laúd, la flauta. Sus danzas y sus melodías estaban destinadas a la aplicación de capacidades mágicas que de ellas enramaba. De esa forma se conjuraba un ambiente de armonía que expulsaba las energías negativas y las vibraciones nocivas. Eran la música y el baile lo que apaciguaba a la divinidad, y el mundo entero se regocijaba. De ello nos llega constancia a través de la mastaba de Mereruka en Saqqara, y el  "Secreto de las Damas Jeneret", que no era sino una danza ritual de siete mujeres que, encarnando la fuerza de la tierra propiciaban el orden del Universo.

Pero no todo eran bellas rosas en los jardines de la Casa Jeneret. Dada su importancia esta institución llegó a detentar un gran poder, que les concedió el poder convocar conjuras con el fin de atraer el poder en sus personalidades. Había muchos príncipes nacidos de las esposas secundarias, y que en su mayoría no eran princesas extranjeras, sino damas de la nobleza que arrastraban un linaje dinástico, biznietas y tataranietas de grandes faraones. Estos príncipes tenían muy complicada la ascensión al trono ya que la Gran Esposa Real tenía asegurada la línea dinástica. De esta forma, nunca faltaron odios ni rencores, que fueron formando pensamientos oscuros en las mentes de estas esposas secundarias, que no se habían conformado con ser el recuerdo de  un gran linaje, y vivían con la presencia constante de poderlo prolongar en el tiempo. Estas tensas situaciones dieron en ocasiones origen a conspiraciones reales que solían terminar de forma caótica, ó bien ponían en peligro la estabilidad del trono.

Las líneas de sucesión llegaban a tratarse también en la Casa Jeneret, y a veces a espaldas del propio rey. Usualmente, la belleza y astucia de la mujer convertía a la institución en una trampa, y con ello, a todos los asuntos de sucesión dinástica. Durante el Imperio Nuevo se concedió a la Casa Jeneret la dote de participar en las decisiones de la política exterior. Era la Gran Esposa Real la que influía en sobremanera en los actos del Faraón, y por lo tanto en las decisiones de Estado. A menudo, la reina solía tener como consejeras de confianza a las propias esposas secundarias, a las que no veían como una rival, sino que por sus dotes se habían convertido en una pieza más del sofisticado engranaje de la maquinaria que movía a la Casa Jeneret. Las propias reinas se ocupaban de mantener correspondencia con las soberanas de los países rivales ó aliados. Jugaron un papel decisivo para el feliz desenlace que ambas partes trataban de buscar.

 

Como se puede apreciar, el rey confiaba plenamente en la Casa Jeneret. Las más arduas y complicadas tareas, la margen de los acontecimientos amorosos que también se daban cita en estos recintos, convertían a este lugar en una institución casi imprescindible para el buen funcionamiento. Además, el propio visir recogía las ordenes diarias en la Casa Jeneret cuando el rey se hallaba en viaje diplomático ó en campaña militar. Para estas tareas de complicado trato, se escogían a las mujeres de más talento y astucia. De hecho, esta era una norma básica, y cuando el faraón se disponía a desposarse con una princesa extranjera, el padre debía elegir a la más destacada de sus hijas, a la más preparada para poder educarse y formarse sin problemas en la instrucción que iba a recibir en la Casa Jeneret del Antiguo Egipto.

 

© 2005, Amenofhis III (Luis Gonzalez Gonzalez) amenofhis_29@hotmail.com