Arqueo Aegyptos Grandes Nombres Del Antiguo Egipto Champollión El gran heredero del saber perdido |
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¿Cuántos sueños incomprendidos se han visto engullidos por el misterio que rodea a Egipto? Sin duda, el misterio y sueño incomprendido más intenso y bello que rodea la figura de Egipto, sucedió en Francia a finales del siglo XVIII. Para poder comprender éste milagro tan maravilloso, tal vez debiéramos retroceder hasta el siglo III de nuestra era, cuando se cerró el último santuario egipcio, el Santuario de Isis en Filae. La teoría oficial, nos dice que el idioma, la escritura y la cultura egipcia muere con el último sacerdote capaz de leer y escribir el jeroglífico y el hierático. Es aquí donde entra en escena el sueño incomprendido, porque a partir de aquel momento, ni uno solo de los viajeros que llegaron a Egipto a través de los siglos pudo descifrar el mensaje que aquellas maravillas talladas en la piedra, una piedra que parecía estar viva, intentaba decirles. Monjes, aventureros, soñadores, todos permanecían mudos ante la belleza que emanaban aquellas piedras, impotentes ante la ansiedad de desvelar el misterio que guardaban con tanto celo. Si nuestro sueño incomprendido es capaz de atravesar cualquier frontera, podemos comprender lo que ocurrió a partir de aquel momento en el que se cerró la última morada de Isis. Aunque nadie fue consciente, porque nadie creía ya, la magia de los Medu-Neter, el misterio de la piedra y la belleza interna de los antiguos egipcios, se elevaron hacia los cielos formando un invisible pero bellísimo abanico de colores mágicos cargados con el poder de la regeneración de la vida infinita y eterna; y tras haberse embarcado en la Barca de Millones de Años de Ra, el padre creador, se limitaron a cruzar el cosmos de Este a Oeste, mientras esperaban que éstos tres elementos (magia, misterio y belleza) se convirtiesen en una única razón de ser: un sueño incomprendido. Egipto es Eterno, y la eternidad no entiende de impaciencia. Egipto aguardaba en silencio, tranquilo, sereno. Éste sueño llegó por fin, y lo incomprendido tomó forma humana un 23 de diciembre de 1790. En una modesta vivienda de la ciudad de Figeaç, en Francia, un librero asiste atónito a lo que parece ser la irremediable muerte de su esposa, que además de ser paralítica, está embarazada y preparada para dar a luz. El médico informa al desdichado marido que su mujer no soportará el parto, y ella y la criatura morirán sin remedio. Entonces, el librero recordó la existencia de un anciano llamado Jacquo, un conocidísimo curandero, que poseía el increíble don de conocer los secretos que las plantas habían heredado de la madre naturaleza en los albores de los tiempos. Así pues, Jacquo acudió a la llamada del desesperado marido, y viendo a la parturienta en tal estado, la observó breves instantes y le dijo: " No se preocupe usted, señora, pues su hijo nacerá sano y fuerte. Además, en el futuro será reconocido, admirado y envidiado por todos. Su fama lo hará célebre en el mundo entero". Está claro que llegados a este punto, habrá que montar una barrera, aunque sea imaginaria, entre la realidad y el mito. Así pues, hizo beber a la mujer, que estaba dominada por el pánico, un cuenco de vino caliente, y le preparó un ungüento y unas cataplasmas a base de raíces y hojas de plantas medicinales. Al modo de las antiguas comadronas que en el Antiguo Egipto traían al mundo a los hijos de las divinidades, parecía que toda la Enéada estuviese pendiente de aquella casita de la ciudad de Figeaç. El caso es que, después de tres días y en contra de lo que la toda poderosa medicina había predicho, el 23 de diciembre de 1790 nació Jean Françoise Champollión, como nacido de las manos del mismísimo creador. Los que hallan leído algo acerca de Champollión, ó los que hallan leído la novela de Christian Jacq "El Egiptólogo" que narra su vida, pensarán que a todas luces, éste fue un niño prodigio y hombre extraordinario. Pero la verdad es que las casualidades de la vida no son sino los deseos del destino. Y es que resulta imposible de creer que un niño de cinco años que ya sabe leer y escribir perfectamente, que a los once años domina el latín, el griego y el hebreo; y que con dieciséis años habla ya ocho lenguas muertas, no halla sido acariciado (por lo menos) por los tiernos brazos de Ra el Creador. La unión entre lo divino y Champollión alcanzó cotas inimaginables, puesto que incluso le ofrecieron un puesto a sueldo del mismísimo Vaticano, claro está, antes de que descifrara los jeroglíficos y echara por tierra gran número de mitos bíblicos. ¿Qué hay de mágico en toda esta historia? A la vista está: Todo lo que descubrió (y ha legado a los modernos egiptólogos) Champollión, no aparecía ni siquiera en el más extravagante sueño incomprendido de aquellos primeros viajeros del Valle del Nilo. Súbitamente, todas las historias y leyendas negras sobre el país de los Dioses, se desvanecieron en la nada como en la nada se desvanecen los últimos rayos de sol. De pronto, los primeros estudiosos de Egipto, que (todo hay que decirlo) investigaban sin conocer la Verdad de la Palabra, vieron como sus escritos y trabajos corrían serios peligros. Éste hecho hizo que Champollión se ganase un montón de enemigos. ¡Pero cuando uno está tocado con la bendición de Amón-Ra, no hay nada que escape a sus deseos! Y así fue, como gracias a la conocida piedra Rosetta y con el griego, demótico y jeroglífico que en ella había escrito, éste heredero directo de la Enéada descifró el enigma de la piedra. Champollión llegó incluso a aprender chino, pensando que en éste idioma estaba la clave. Sus amigos no entendían como podía pasarse horas hablando el copto, el idioma más parecido al egipcio antiguo, y cuando le preguntaban "¿con quién lo hablas?", él respondía "con migo mismo". En 1828, viaja por primera vez a su amado Egipto, y en su diario relata que nada más pisar tierra, tuvo la sensación de que estaba como en casa, que su corazón estaba lleno de júbilo por regresar al hogar que nunca debió abandonar. Mientras otros occidentales destacaban como una mancha negra sobre las arenas del desierto, Champollión se confundía con la gente, se adaptó perfectamente a todos los pequeños inconvenientes que le surgían. En Egipto, pasó más de un año, y como si un antiguo sacerdote le hubiese predicho que iba a ser su última estancia en su querido y amado Valle del Nilo, Champollión trabajó como un encarnizado, visitando santuarios y moradas de eternidad; copiando casi todos los textos que había en cada monumento que visitó, y fue el primero en comprender el significado de las palabras de dios, pero no lo que los jeroglíficos enseñaban a simple vista, sino las más milenarias y antiguas enseñanzas, todas y cada una de ellas bañadas en una sabiduría tan profunda, que hubo momentos en los que se sintió acongojado mientras descifraba el mensaje oculto de la piedra. Pocos años después, muere Jean Françoise Champollión, el más ilustre soñador incomprendido... incomprendido en el mundo de los hombres, puesto que en el mundo de los dioses fue el más sabio entre los mortales de su época. Un soñador que, nacido de la mano de la madre naturaleza, se convirtió a su muerte en uno más de los elementos de la Duat. |
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