|
||||
Texto por Amenofhis III |
||||
En el Antiguo Egipto, la mujer jugó importantes papeles en el mundo social. Desde las altas funcionarias, hasta las que fabricaban el pan y la cerveza, estuvieron siempre tratadas al mismo nivel que el hombre. En el mundo de la teología y la religión, la mujer también jugó un papel fundamental. En esta sociedad religiosa femenina, la gran dama por excelencia era la Gran Esposa Real, que era la soberana de todos los rituales y ofrendas. La reina, para no hallarse abrumada con sus tareas, recalaba las responsabilidades en otras mujeres, que ayudaban a soportar la carga diaria. Los caminos para esta iniciación solían ser distintos al de los hombres, pero lo esencial perduraba en ambos casos. De las mujeres dependía, en cierto modo, el buscar la concordancia entre el mundo de los humanos y el mundo de las divinidades. Con sus bailes, sus cánticos con la realización de los misterios que tan solo ellas conocían, apaciguaban a las fuerzas ocultas, para así fortalecer la potencia que estas emanaban para el faraón. Los inicios de la mujer en la jerarquía religiosa, se recogen ya en las primeras dinastías. Durante la VI Dinastía se realizó una innovación en esta cofradía de sacerdotisas, añadiéndole los títulos y nombres de la madre del rey, así como el de la reina y las hijas del rey que se hallaba en el trono. De esta forma, la sacerdotisa se hizo con el título de "Madre de la pirámide", cuya misión era asimilar el papel de Isis como gran maga, la cual debería ejercer su magia sobre la pirámide. Las sacerdotisas que ostentaban altos rangos no se preocupaban demasiado por su estabilidad económica, puesto que como pago a su trabajo les eran otorgados una hectárea y media de terreno cultivable y una parte de los ingresos que se destinaban al área que ella dirigía. De esta forma, se garantizaba una total entrega y responsabilidad en el trabajo, que aunque pesado, se realizaba con buen ánimo. El trabajo de las sacerdotisas no era sencillo. Debían asegurarse de que los rituales diarios se llevasen a cabo siguiendo su orden correspondiente. Debían organizar las fiestas y administrar el trabajo de los funcionarios que con ellas trabajaban. El trabajo de los distintos funcionarios, al igual que en los santuarios que eran administrados por los sacerdotes, los funcionarios eran fijos ó temporales. La jerarquía femenina podría dividirse en cuatro grupos: 1)La sacerdotisa Hemut-Neter, que era la máxima autoridad, la servidora de la potencia divina. 2)La sacerdotisa Uabut, cuya misión era la de purificar. 3)La sacerdotisa Ureshut, cuya misión era velar por los bienes 4)La sacerdotisa Mer-Ut, cuyo nombre era "la amada" por el dios. Todas y cada una de las iniciadas que llegaban a las distintas cofradías, se comprometían enérgicamente con el enlace espiritual que se les iba a enseñar en los santuarios. Destacaba Egipto en esta faceta también, puesto que al contrario que otros países contemporáneos, las iniciadas no necesitaban la presencia de un hombre que las llevase por los caminos elegidos por la mujer, cuyo fruto ansiado era el conocimiento. Hay casos de sacerdotes que colocaban a sus hijas al frente de tareas importantes, y que las destituían luego si su incapacidad quedaba reflejada. Tampoco la vida de los santuarios tenía distinción por las damas nobles ó las damas de clase humilde, ni hermosas ni menos atractivas, pues para los egipcios, la belleza de la mujer era el poder que habitaba en su corazón. Dependiendo de la ubicación del santuario, las altas sacerdotisas recibían varios títulos, como "la esposa" en la ciudad de Nejen ó "la madre de dios", "la que amamanta" en el santuario de Edfú. Sin embargo, en ambos casos, la titulación pertenecía a las iniciadas en los misterios de Hathor, y se convertían en la encarnación de la diosa, como esposa y madre de Horus. Por lo general, todas las reinas alcanzaban el título de gran sacerdotisa de Hathor, de la diosa Neith y, a estos se le añadían otros como "pura sacerdotisa" del dios Upuaut. El dios Min tenía también su iniciada, bajo el nombre de "esposa de Min". Durante el Imperio Nuevo, las mujeres se incorporaron a la jerarquía en Karnak bajo la condición de músicas y cantoras, cuya función era la de acompañar con sus melodías y sus bailes a la Barca Sagrada de Amón. Alcanzaron luego, bajo el título de Adoratrices de Amón, el grado de alegría hacia el dios, que se veía colmado en la tierra como lo era en el cielo, milagro que tan solo las mujeres llegaban a lograr, a través de su sensualidad y magia, que eran sus herramientas en todos los rituales sagrados.
|
||||
|
||||
|