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    Orestes Martí - Manuel Alberto Ramy Cuba: La Revolución llega a su 50 aniversario (VII)
 Entrevista a Luis Sexto
 Las Palmas de Gran Canaria - La Habana, Cuba
 2008-01-10
 
  
  Luis Sexto (1945. Remedios, Villaclara), se inició en el periodismo en 
  1972. Licenciado de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de la 
  Habana. Fue jefe de las páginas ideológica y cultural en el diario 
  Trabajadores. Jefe de redacción cultural y editor de turno en la agencia 
  Prensa Latina. Trabajó en la Revista Bohemia, donde mantuvo una columna de 
  opinión durante muchos años. Colabora en la radio nacional en programas de 
  debates y opinión. Profesor en la Facultad de Comunicación Social de la 
  Universidad de la Habana. Ha dado cobertura a importantes acontecimientos en 
  el exterior. Actualmente escribe en el Periódico Juventud Rebelde y sus 
  trabajos también pueden ser leídos en su Blog.
 
 Autor de varios libros de poemas, crónicas, narrativa y técnicas del 
  periodismo, Luis Sexto (LS) es un intelectual de obligada entrevista por su 
  reconocida independencia de criterios... a él le (P) preguntamos:
 
 P: Cuba ha celebrado el 50 aniversario del triunfo de su Revolución 
  ¿vivió aquel acontecimiento? ¿Cómo lo recuerda?
 
 LS: En enero de 1959 yo era un adolescente; me faltaban suite meses para 
  cumplir 14 años. Recuerdo nítidamente aquel día: parece que el sol empezó a 
  brillar con una luz distinta. El júbilo era masivo, desbordante, infatigable. 
  Siete años de tiranía –hambre, opresión, sangre- habían concertado al país en 
  una voluntad casi unánime y por tanto el triunfo de la revolución era un sueño 
  pluralmente alimentado y esperado. Aquel primero de enero fue un día único en 
  la historia de Cuba. Nunca más podrá repetirse.
 
 P: ¿Qué influencia considera ha tenido la Revolución cubana en su 
  entorno social?
 
 LS: Puedo decir que cuanto soy, es obra de la influencia de la revolución. Y 
  paradójicamente lo bueno y lo malo de mi vida se relaciona con el proceso 
  revolucionario. Mi familia era pobre. Con la revolución mi padre tuvo trabajo 
  estable por primera vez; mamá también y mejoró sus ingresos. Sin embargo, 
  siete años más tarde, mi madre emigró con mi hermana pequeña, y 
  posteriormente, poco a poco, mis dos hermanos varones, aunque tenía empleo y 
  oportunidades de estudiar, se marcharon hacia Miami. Quedamos mi padre y yo. 
  Mi familia fue víctima de las facilidades migratorias que los Estados Unidos 
  les conceden a los cubanos. La tentación era muy fuerte: desde el país más 
  rico del mundo, una mano te llamaba y te ofrecía una vida con más 
  posibilidades económicas. Por mi parte, la revolución cimentó mis raíces 
  patrióticas y culturales, Y permanecí aquí por libre decisión, aunque he 
  podido marcharme.
 
 P: ¿Qué opinión le merece el bloqueo norteamericano a Cuba? 
  ¿Aconsejaría a la nueva Administración norteamericana su levantamiento 
  atendiendo al reclamo de la opinión pública internacional, especialmente a los 
  resultados de las votaciones de la ONU?
 
 LS: El bloqueo norteamericano ha sido un permanente acto de guerra de un país 
  gigantesco contra un país pequeño y subdesarrollado. Es culpable de muchas de 
  las insuficiencias y deficiencias de Cuba; ha incluso ha condicionado una 
  mentalidad de asedio que limita el pensamiento y la creatividad de los 
  cubanos. Del mismo modo, el bloqueo no es la única causa de la precaria 
  situación de la sociedad socialista cubana. Para algunos puede resultar una 
  excusa plausible para explicar cuanto aún no se ha podido hacer o se ha dejado 
  perder. El bloqueo se derrota principalmente desde dentro, organizando la 
  economía de modo que genere riquezas y renuncie a sobrevivir con poco y con 
  menos. Pero aún no aprecio esa voluntad. Me parece que, para que los Estados 
  Unidos rectifiquen ese acto violatorio del derecho internacional, sería bueno 
  que la nueva administración de la Casa Blanca elimine la red extraña y 
  malévola del bloqueo económico y comercial contra Cuba. Tal vez, puedan 
  reivindicarse en alguna medida ante el pueblo de Cuba
 
 P: ¿Cuáles considera son las "asignaturas pendientes" del proceso 
  revolucionario cubano?
 
 LS: Cuba necesita recomponerse; revalorar todas las asignaturas. Porque las 
  aprobadas se han deteriorado, han perdido valores, y las que aún estaban 
  pendientes necesita aprobar definitivamente. No podemos vivir de la 
  justificación de un pasado reciente en que pudo conquistarse una parte de la 
  justicia. La revolución necesita revaluarse, renovarse, desechar lo que ya ha 
  demostrado su desgaste, y mirar hacia delante, con visión contemporánea y a la 
  luz del fracaso del socialismo del siglo XX. Ello implica un reajuste en el 
  papel del Estado, de modo que se desplace de ser una especie de factótum, 
  hacia una conducta que lo transforme en un regulador y un garante de los 
  espacios de los sujetos económicos, concediéndoles a los individuos una 
  autonomía que ahora no tienen. ¿Por qué los campos permanecen enyerbados; por 
  qué la productividad en las industrias es baja, y los costos elevados, y la 
  calidad productiva y de los servicios muy inadecuada; por qué la sociedad no 
  se horizontaliza en vez de persistir en el verticalismo burocrático? Las 
  fuerzas productivas necesitan desatarse. La democracia necesita revitalizarse. 
  Esas son asignaturas pendientes. El futuro, me parece, no admite arrastres. La 
  revolución tiene una obra incompleta y, por ende, una deuda con más de tres 
  generaciones. Y sobre todo, la revolución está comprometida consigo misma: 
  tiene que perdurar sobre la tierra y no en los sueños.
 
 P: ¿Cuáles son sus expectativas de la Revolución cubana en los próximos 
  años?
 
 LS: La peor desgracia que podría ocurrirle a Cuba como pueblo es la caída de 
  la revolución. Si la revolución aún no ha podido cumplir toda su utopía, es, 
  sin embargo, una garantía de la independencia, la integridad y el posible 
  mejoramiento de la nación. Sabemos por experiencia propia y por la visión 
  profética de algunos de sus más preclaros conductores que la revolución puede 
  perecer envenenada desde dentro. La corrupción y el inmovilismo pueden 
  esclerosarla. Estoy obligado, pues, a creer que el futuro será distinto: Cuba 
  en revolución, pero renovada, sin las ataduras del dogma, confiada en la 
  lealtad de su pueblo y otorgándole al pueblo los medios para defender y 
  definir su futuro. Ahora bien, el futuro comienza mañana. El tiempo es poco.
 
  
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