La Página de Orestes 

 

Thomas Jefferson (1743-1826)

John Quincy Adams (1767-1848)

James Monroe (1758-1831)

James Knox Polk (1795-1849)

Franklin Pierce (1804-1869)

James Buchanan (1791-1868)

Ulysses Simpson Grant (1822-1885)

Theodore Roosevelt (1858-1919)

Franklin Delano Roosevelt  (1882-1945)


El Arte de la Comunicación

Guantánamo: las claves están en el pasado (II)

          El diferendo entre Cuba y los Estados Unidos no son, como se quiere hacer creer a la opinión pública, un conflicto entre el “régimen comunista de Castro” y los democráticos Estados Unidos de América. En realidad, los intentos del poderoso vecino del norte por apoderarse del archipiélago cubano tienen una historia de dos siglos y son la expresión concreta de sus concepciones imperiales de que Cuba les pertenece de hecho y de derecho y que, por tanto, tarde o temprano deberá ser anexada a los Estados Unidos. 

   Tales intentos han tenido múltiples formas, entre ellas: las  políticas, como la teoría de la Fruta Madura, esgrimida por John Quincy Adams en 1823, la Doctrina de James Monroe en 1826; el Destino Manifiesto en 1845, la Doctrina Evarst en 1878, la Diplomacia del Dólar y la del Buen Vecino de  Roosevelt(4); o los intentos de compra directa a la antigua Metrópoli española: Polk en 1848, Pierce en 1853, Buchanan en 1857 y Ulises Grant, en 1869.

 

  Thomas Jefferson (1743-1826), fue el presidente número 3 de los Estados Unidos (1801-1809). En 1805,  dijo que "comenzaba a considerar toda la corriente del golfo como agua jurisdiccional norteamericana", este pensamiento lo complementaba de la forma siguiente: "En caso de una guerra con España, los Estados Unidos se apoderarían de Cuba".

 

   John Quincy Adams (1767-1848), fue el presidente número 6 de los Estados Unidos, pero siendo secretario de Estado en el gobierno de Monroe, escribió: “Hay leyes de gravitación política como leyes de gravitación física, y Cuba, separada de España, tiene que gravitar hacia la unión que, en virtud de la propia ley, no iba a dejar de admitirla en su propio seno. No hay territorio extranjero que pueda compararse para los Estados Unidos como la isla de Cuba”.

 

   Con fecha 28 abril de 1823, John Quincy Adams envió al ministro de Estados Unidos en España  instrucciones que, entre otras cosas, decían: “El traspaso de Cuba a Gran Bretaña seria un acontecimiento muy desfavorable a los intereses de esta Unión (…) La cuestión tanto de nuestro derecho y de nuestro poder para evitarlo, si es necesario por la fuerza, ya se plantea insistentemente en nuestros consejos, y el gobierno se ve obligado en el cumplimiento de sus deberes hacia la Nación, por lo menos a emplear todos los medios a su alcance para estar en guardia contra él e impedirlo. (…) Estas islas (Cuba y Puerto Rico) por su posición local son apéndices naturales del continente norteamericano, y una de ellas, la isla de Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser, por una multitud de razones, de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión. (…)  Cuando se echa una mirada hacia el curso que tomarán probablemente los acontecimientos en los próximos cincuenta años, casi es imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable para la continuación de la Unión y el mantenimiento de su integridad (…)”. Adams, además, fue quien negoció  el tratado Adams-Onís por el cual se obligó a España a ceder la península de Florida.   

 

   James Monroe (1758-1831) fue el quinto presidente de los Estados Unidos (1817-1825) y quien formulara una declaración en el Congreso norteamericano –1823- en la que anunciaba que su país era totalmente contrario a cualquier intervención europea en el continente americano, basándose en el lema: "América es para los americanos”; tal declaración sería conocida posteriormente como Doctrina Monroe y realmente significaba “América es para los norteamericanos”.

   El periodista John L. O'Sullivan, en el año 1845, escribió un artículo en la revista Democratic Review de Nueva York, en el que explicaba las razones que justificaban la necesaria expansión territorial de Estados Unidos: "extenderse por todo el continente que nos ha sido asignado por la 'Divina' Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno”. Muy pronto, políticos y líderes de opinión aplaudieron el “Destino Manifiesto”, que fue pensamiento y visión del entonces presidente James Knox Polk. El Destino Manifiesto se convirtió en  una de las filosofías con la que los norteamericanos han tratado de justificar su comportamiento a escala mundial y su “peculiar” forma de relacionarse con otros pueblos. A lo largo de toda su historia, el Destino Manifiesto ha sustentado la convicción de que Dios eligió a los Estados Unidos para ser una potencia política y económica, una nación superior a las del resto del mundo. Algunos autores aseguran que en realidad tal filosofía es mucho más antigua y la sitúan en 1620, cuando los puritanos peregrinos arribaron a América en el pequeño velero de altas bordas conocido con el nombre de “Mayflower”.

   James Knox Polk (1795-1849), presidente número 11 de los Estados Unidos y que durante su mandato(1845-1849) tuvo lugar la guerra contra el pueblo mejicano y el robo de los territorios de California, Nuevo México y Texas, hizo todo lo posible  para comprar a Cuba: en 1848 ofreció adquirirla  por cien millones de dólares.

   Franklin Pierce (1804-1869) presidente número 14 de los Estados Unidos de América (1853-1857), trató de adquirir a Cuba en el año 1853.

   James Buchanan (1791-1868), presidente número 15 de los Estados Unidos de América (1857-1861), también continuó con los esfuerzos de sus antecesores para apoderarse de Cuba; en el año 1857 trató de comprarla a España. 

   Ulysses Simpson Grant (1822-1885), presidente número 18 de los Estados Unidos de América (1869-1877),  otro de los que proclamaban el "destino manifiesto", trató de adquirir a Cuba en el año 1869, cuando ya tomaba fuerza el primer período de confrontación violenta entre la colonia y su metrópoli: la Guerra de los Diez Años. 

(4) Franklin Delano Roosevelt (1882-1945), presidente número 32 de los Estados Unidos (1933-1945), era demócrata y utilizó “la buena vecindad” o diplomacia del dólar, a diferencia del otro Roosevelt –Theodore- (1858-1919), mandatario número 26 de la Unión Americana (1901-1909), que era republicano y aplicó la política del “gran garrote” o mano dura.  

Orestes Martí