La Página de Orestes 

 

Calixto García
(1839-1898)

Leonard Wood


El Arte de la Comunicación

Guantánamo: las claves están en el pasado (III)

          Como es sabido, el pueblo cubano para alcanzar su independencia tuvo tres grandes períodos de confrontación extrema con la Metrópoli española: la Guerra de los Diez Años o Guerra Grande de 1868 a 1878; la Guerra Chiquita, de 1879 a 1880; y la Guerra de Independencia, conocida por la mayoría de los historiadores objetivos como “Guerra hispano-cubano-americana”, de 1895 a 1898. Es en esta última en la que los Estados Unidos intervienen -de manera oportunista- sólo al final de la misma y con el objetivo de cambiar de dueños la colonia.; es decir: Cuba.

   La invasión norteamericana a Cuba, para intervenir en la contienda que los cubanos mantenían para alcanzar su independencia de España, se inició el 20 de junio de 1898. Después de hundir la flota española en las afueras de Santiago de Cuba y de varias batallas en los alrededores de aquélla ciudad, en la que recibieron la ayuda de las tropas cubanas bajo el mando del General Calixto García Iñiguez(5), España entra en negociaciones y el 16 de julio, firma un tratado de paz en la ciudad de Santiago de Cuba, el que fue seguido de un tratado formal, firmado en París el 10 de diciembre de aquel año  –por ese motivo se le denominó “Tratado de París”- que es el que puso fin a la dominación española en Cuba.   

   La primera intervención norteamericana comenzó el 1 de enero de 1899, como gobernador general fue designado John Brooke (su mandato fue corto: de enero a diciembre siendo sustituido por Leonardo Wood); de forma inmediata se tomaron dos medidas: la primera, de carácter económico, consistió en la rebaja de los aranceles a los productos norteamericanos que llegaran al país y la segunda, perseguía un objetivo político: el desarme de la población, particularmente el Ejército Libertador de Cuba (ELC); es decir, prepararon de las condiciones indispensables que les permitieran el dominio económico y político del país.  

   Las condiciones objetivas en que la economía cubana había quedado después de la guerra (destruida gran parte de las riquezas económicas, abandono de la agricultura debido a la criminal “Reconcentración” implantada por el sanguinario Valeriano Weyler, desolación, hambre y miseria de la gran mayoría de la población), facilitaron la penetración del capital yanqui.  

   Los grandes monopolios norteamericanos aprovecharon la ruina de los productores cubanos, como consecuencia de la guerra, así como de las facilidades que les otorgaban las autoridades de ocupación para adquirir a precios realmente irrisorios enormes cantidades de tierra fértil, especialmente las azucareras, donde sus grandes capitales les permitió establecer modernos centrales azucareros con una mayor capacidad de producción que hizo desaparecer los pequeños ingenios azucareros que aún existían. Desde 1899 hasta 1902 la política oficial del gobierno interventor yanqui estuvo dirigida, en lo económico, a facilitar las inversiones de capital con el objetivo claramente definido, en primera instancia, de apoderarse de las riquezas  económicas del país –azúcar, tabaco, minerales, medios de transporte, entre otros-, para posteriormente alcanzar la tan ansiada anexión de la mayor de las antillas.  

   Ante la enorme avalancha de “inversionistas”, los principales dirigentes independentistas cubanos, solicitaron al gobierno de ocupación, que prohibiera aquellos privilegios y concesiones a las empresas extranjeras y debido a tales peticiones, en el mes de marzo de 1899, el Congreso norteamericano puso en vigor la denominada “Enmienda Foraker”. La enmienda, que supuestamente limitaba las inversiones de capital en Cuba, fue una ley engañosa –como tantas otras- que sirvió de fachada de "desinterés y honestidad" a la ocupación. Los resultados se pueden deducir por lo publicado, seis meses después de su promulgación, por el periódico Times de Minnesota: “...no falta mucho para que los habitantes de Cuba se conviertan en poco menos que asalariados de los millonarios inversionistas americanos... serán deudores en un sentido tal como nunca lo habían sido antes”. 

Orestes Martí