Como es sabido, el pueblo cubano para alcanzar su
independencia tuvo tres grandes períodos de confrontación
extrema con la Metrópoli española: la Guerra de los
Diez Años o Guerra Grande de 1868 a 1878; la Guerra
Chiquita, de 1879 a 1880; y la Guerra de Independencia,
conocida por la mayoría de los historiadores objetivos
como “Guerra hispano-cubano-americana”, de 1895 a
1898. Es en esta última en la que los Estados Unidos
intervienen -de manera oportunista- sólo al final de la
misma y con el objetivo de cambiar de dueños la
colonia.; es decir: Cuba.
La invasión norteamericana a Cuba, para
intervenir en la contienda que los cubanos mantenían
para alcanzar su independencia de España, se inició el
20 de junio de 1898. Después de hundir la flota española
en las afueras de Santiago de Cuba y de varias batallas
en los alrededores de aquélla ciudad, en la que
recibieron la ayuda de las tropas cubanas bajo el mando
del General Calixto García Iñiguez(5), España entra
en negociaciones y el 16 de julio, firma un tratado de
paz en la ciudad de Santiago de Cuba, el que fue seguido
de un tratado formal, firmado en París el 10 de
diciembre de aquel año
–por ese motivo se le denominó “Tratado de
París”- que es el que puso fin a la dominación española
en Cuba.
La primera intervención norteamericana comenzó
el 1 de enero de 1899, como gobernador general fue
designado John Brooke (su mandato fue corto: de enero a
diciembre siendo sustituido por Leonardo Wood); de forma
inmediata se tomaron dos medidas: la primera, de carácter
económico, consistió en la rebaja de los aranceles a
los productos norteamericanos que llegaran al país y la
segunda, perseguía un objetivo político: el desarme de
la población, particularmente el Ejército Libertador
de Cuba (ELC); es decir, prepararon de las condiciones
indispensables que les permitieran el dominio económico
y político del país.
Las condiciones objetivas en que la economía
cubana había quedado después de la guerra (destruida
gran parte de las riquezas económicas, abandono de la
agricultura debido a la criminal “Reconcentración”
implantada por el sanguinario Valeriano Weyler, desolación,
hambre y miseria de la gran mayoría de la población),
facilitaron la penetración del capital yanqui.
Los grandes monopolios norteamericanos
aprovecharon la ruina de los productores cubanos, como
consecuencia de la guerra, así como de las facilidades
que les otorgaban las autoridades de ocupación para
adquirir a precios realmente irrisorios enormes
cantidades de tierra fértil, especialmente las
azucareras, donde sus grandes capitales les permitió
establecer modernos centrales azucareros con una mayor
capacidad de producción que hizo desaparecer los pequeños
ingenios azucareros que aún existían. Desde 1899 hasta
1902 la política oficial del gobierno interventor
yanqui estuvo dirigida, en lo económico, a facilitar
las inversiones de capital con el objetivo claramente
definido, en primera instancia, de apoderarse de las
riquezas económicas
del país –azúcar, tabaco, minerales, medios de
transporte, entre otros-, para posteriormente alcanzar
la tan ansiada anexión de la mayor de las antillas.
Ante
la enorme avalancha de “inversionistas”, los
principales dirigentes independentistas cubanos, solicitaron al gobierno de ocupación, que
prohibiera aquellos privilegios y concesiones a las
empresas extranjeras y debido a tales peticiones, en el
mes de marzo de 1899, el Congreso norteamericano puso en
vigor la denominada “Enmienda Foraker”. La
enmienda, que supuestamente limitaba las inversiones de
capital en Cuba, fue una ley engañosa –como tantas otras-
que sirvió de fachada de "desinterés y honestidad" a la
ocupación. Los resultados se pueden deducir por lo
publicado, seis meses después de su promulgación, por
el periódico Times de Minnesota: “...no falta mucho
para que los habitantes de Cuba se conviertan en poco
menos que asalariados de los millonarios inversionistas
americanos... serán deudores en un sentido tal como
nunca lo habían sido antes”.
Orestes
Martí
|