La razón de la sinrazón

Por Mariana Hernández
mariannehz@mac.com

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Miércoles, 14 de agosto 2002

Recomiendo a los lectores regresar de tanto en tanto a este texto, pues está siendo renovado a medida que se van produciendo nuevos datos y nuevos razonamientos.

Lo peor que tienen los malvados es que lo vuelven malvado a uno. O tienden. Es su juego. No hay que seguírselo. Es la mejor venganza. La única que vale la pena. Dejarlos solos en su mugre moral.

¿Cómo discute uno con alguien que desmiente la evidencia? “No existe el Everest”, te dicen llegando a su cima. No hay Sol; no hay Luna. En Cien años de soledad, Gabriel García Márquez cuenta cómo los abogados de la compañía bananera comenzaron con leguleyerías menores y por ahí fueron in crescendo al demostrar que los trabajadores no existían. Y así hasta que terminaron por demostrar que la propia compañía no existía. Finalmente hicieron una masacre para nada, porque la empresa abandonó a Macondo. Aquella masacre no existió porque el gobierno decretó que no pasó nada. La diferencia es que en Macondo todo el mundo lo creyó y aquí hay un 90% de gente, incluso opositora a Chávez, que da fe de que sí hubo golpe. ¿No lo vimos todos, pues? ¿No lo exhibieron obscenamente acaso? Pocas veces el descaro fue tan oscuramente luminoso.

Esta decisión del Tribunal Supremo de Justicia, en este verano de nuestro descontento, me lleva a consideraciones distintas a la de demostrar su falacia. No me pondré a demostrar lo obvio por respeto a la inteligencia de quien me lee. Honor con honor se paga. Además, los 11 magistrados saben muy bien lo que hicieron. No voy a alegarles nada porque no me gusta que se rían en mi cara. Cosas mías. Sólo diré que quien sentencia eso puede sentenciar cualquier cosa. El infierno es el límite.

Me referiré más bien a la fragilidad de las instituciones.

Primera gravedad

Fuera de consideraciones sobre alguien que siempre, Dios me perdone, me pareció asqueroso como Miquilena —cosa que va para el pasivo de Chávez (ver “Los ex hombres del Presidente”)—, debo señalar lo más grave: primero que nadie se indigna porque un tipo pueda hacer algo así, presionar jueces, porque total lo peor del puntofijismo es que nos acostumbró a convivir con la inmundicia. Todo lo envileció, hasta la Revolución Bonita, porque Miquilena formaba parte de ella hasta hace nada, con indulgencia plena, hasta que se les volteó. ¿Qué impidió pararlo a tiempo? ¿Cuántos Miquilenas están todavía encapsulados dentro del “Proceso”? No todas las denuncias tienen por qué ser las mugres de Ibéyise Pacheco.

Segunda gravedad

Para satisfacer un entrevero coyuntural, los magistrados crean una crisis de paradigmas jurídicos en que sale perdiendo más la burguesía que los apaña que el pueblo contra quien conspiran. Porque se legaliza no sólo la rebelión militar (como las que habría en un hipotético gobierno golpista), sino que cualquier secuestrador podrá invocar que el Supremo dictaminó que estos tipos que apresaron, incomunicaron y ruletearon a Chávez no son culpables de nada. Tampoco son culpables los demás: los que apresaron y allanaron arbitrariamente, los que mataron, los que asaltaron una embajada, los que bloquearon el derecho a la información. Los que abolieron todos los poderes públicos, incluso el propio Tribunal Supremo que los absuelve.

Más vale que el Departamento de Estado de los Estados Unidos renueve la visa de Pedro Carmona Estanga, porque ese tipo no hizo nada. Es injusto humillarlo haciéndolo irse a Bogotá a renovar la visa, “porque ya no tiene residencia en Venezuela”, según dijo con irónico y cruel eufemismo Charles Shapiro, embajador del Imperio en Venezuela. Si así tratan a sus aliados, ¿qué quedará para uno?

Resulta que no hubo apresamiento del Presidente porque no hubo boleta de arresto, o un disparate similar. Como si fuera necesario. Entonces a Jorge Rodríguez no lo torturó ni le desprendió el hígado ni lo mató nadie porque tampoco hubo boleta de arresto. Tampoco nadie mató a Alberto Lovera ni a Leonardo Ruiz Pineda. Pida su boleta cuando lo arresten arbitrariamente, amigo lector, no vaya a ser cosa, Dios no lo quiera.

Es lo que se llama pisotear los principios, para decirlo con una sola frase, bien manida y sin originalidad, porque esta decisión no merece más.

Pero no caigamos en lo mismo que ellos. Hay que asumir el hecho de que hay un poder público en estado de rebeldía institucional contra la humanidad, que puede conducir a respuestas violentas, porque tras la violencia simbólica viene la violencia física, como se vio en los disturbios que siguieron a la sentencia anunciada. Hay que hacer malabarismos para evitar la violencia que la oposición golpista anda buscando, porque la bestialidad es el único clima en que se siente cómoda.

Hay que parar a Miquilena, pero no con los procedimientos de Miquilena. Oigan por una vez aunque sea a Carlos Escarrá. Pocas veces alguien fue tan lúcido en medio de una oscuridad tan tupida.

Con esa sentencia Venezuela bajó su autoestima como veinte peldaños.


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