Si
no es posible concebir empleo más relevante en la tierra que el servicio de
Dios; si el menor servidor de Dios es más rico, más poderoso y más noble que
todos los reyes y los emperadores de la tierra, a menos que éstos sirvan
fielmente a Dios, ¿cuáles no serán las riquezas, el poder y la dignidad del
fiel y perfecto cristiano que se sacrifica al servicio de Dios enteramente y sin
reserva en cuanto le es posible? Tal es un fiel y amoroso esclavo de Jesús y de
María que se ha entregado todo entero, sin reservarse nada para sí, por medio
de su Santa Madre, al servicio de este Rey de reyes; todo el oro de la tierra y
las bellezas de los cielos no valen nada en comparación suya.
Esta devoción hace que el esclavo fiel dé sin reserva a Jesús y a María
todos sus pensamientos, palabras, acciones y padecimientos de toda la vida; de
modo que ya sea que vele o que duerma, ya sea que beba o que coma, o que haga
las acciones más grandes o las más pequeñas, siempre se dirá en verdad que
lo que hace, aun sin pensar en ello, es para Jesús y para María, en virtud de
su ofrenda absoluta.
No hay ninguna otra práctica por la que se desprenda uno más fácilmente
de este espíritu de amor propio que se desliza en las mejores acciones
imperceptiblemente, y nuestro buen Jesús concede esta inmensa gracia en
recompensa del acto heroico y desinteresado que se ha llevado a efecto, entregándole,
por medio de su Santísima Madre, todo el valor de las buenas obras. Si da el céntuplo
en este mundo a los que por su amor dejan los bienes exteriores temporales y
perecederos, ¿qué céntuplo no dará al que le sacrifique también sus bienes
interiores y espirituales?
Jesús, nuestro gran amigo, se nos ha dado sin reserva, en cuerpo y alma,
con sus virtudes, gracias y méritos. Se dispuso totalmente para mí,
dice San Bernardo: Me ha ganado enteramente dándose enteramente a mí. ¿No es,
pues, acto de justicia y reconocimiento que nosotros le demos todo lo que
podamos darle? El ha sido primeramente liberal con nosotros: seámoslo nosotros
con El, en justa correspondencia, y Jesucristo será para nosotros durante
nuestra vida, en nuestra muerte y por toda la eternidad más generoso aún. Será
generoso con los generosos, dice San Germán.
Del “Tratado
de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, de San Luis María
Grignion de Montfort, Segunda Parte, II ‘Motivos de esta perfecta
Consagración’, Primer motivo, §135- 138.
Segundo
motivo, que nos
muestra que es justo en sí mismo y ventajoso para los cristianos el consagrarse
por entero a la Santísima Virgen, para entregarse así con más perfección a
Jesucristo.
Este buen Señor no ha despreciado de estar encerrado en el seno de la
Santísima Virgen como un esclavo de amor, y de vivir sometido y obediente a
Ella durante 30 años. En esto es en lo que, repito, se pierde el espíritu
humano al reflexionar seriamente en esta conducta de la Sabiduría encarnada,
que no ha querido, por más que pudiera hacerlo, darse directamente a los
hombres, sino por medio de la Santísima Virgen; que no ha querido venir al
mundo en la edad de un hombre perfecto e independiente de otro, sino como débil
y pequeño niño, dependiente de los cuidados y de la asistencia de su Santísima
Madre.
Esta sabiduría infinita, que tenía un deseo inmenso de glorificar a
Dios, su Padre, y de salvar a los hombres, no ha hallado medio más perfecto y más
corto para hacerlo que someterse en todo a la Santísima Virgen, no sólo
durante los 8, 10 o 15 primeros años de su vida, sino durante 30 años, y ha
dado más gloria a Dios, su Padre, en este espacio de tiempo de sumisión y de
dependencia de la Santísima Virgen, que aquel que le hubiese dado empleando
estos 30 años en hacer prodigios, en predicar por toda la tierra, en convertir
a todos los hombres: ya que, si hubiese creído esto otro más perfecto, lo
hubiese realizado. ¡Oh, cuán grandemente se glorifica a Dios sometiéndose a
María, a ejemplo de Jesús!
Teniendo a nuestra vista este modelo tan visible y tan conocido de todo
el mundo, ¿no seríamos unos insensatos en esperar hallar un medio más
perfecto y más corto de glorificar a Dios que el de someternos a María, a
imitación de su hijo –y Señor nuestro- Jesucristo?
María
y la Santísima Trinidad.
Recuérdese ahora, a favor de la dependencia que debemos tener de la Santísima
Virgen, la dependencia que nos da el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El Padre no nos ha dado ni nos da a su Hijo sino por medio de María, ni
adquiere hijos adoptivos sino por María, y no comunica sus gracias sino por María;
Dios Hijo ha sido formado para todo el mundo por Ella, se forma diariamente y
nace en las almas por Ella, en unión del Espíritu Santo, y comunica sus méritos
y sus virtudes por Ella. El Espíritu Santo ha formado a Jesucristo por María,
y forma los miembros de su cuerpo místico por Ella, dispone de sus dones y sus
favores por su medio. ¿Podríamos en una extrema ceguera, desviarnos de María,
es decir, no consagrándonos a Ella, no dependiendo de Ella para ir a Dios y
para sacrificarnos a Dios?
María
según textos de Padres.
He aquí algunos textos de Padres que he escogido para probar lo dicho.
-
Dos son los
hijos de María: el hombre Dios y el puro hombre; María es madre corporal de
uno, espiritual del otro. San
Buenaventura y Orígenes.
-
Esta es la
voluntad de Dios, que nos quiso tener enteramente por María; y así cualquier
esperanza, cualquier gracia, cualquier salvación, sabemos que dimana de Ella. San
Bernardo.
-
Todos los
dones, virtudes y gracias del Espíritu Santo, cuántos quiere, cuándo quiere,
según su voluntad, son administrados por sus manos. San
Bernardino.
-
Porque eras
indigno de que se te diese (Cristo) se dio a María, para que por Ella
recibieses todo lo que tuvieses. San Bernardo.
Viendo
Dios que somos indignos de recibir sus gracias inmediatamente de su mano, dice
San Bernardo, las da a María para que nosotros adquiramos por Ella todo lo que
quiere darnos, y cifra también su gloria en recibir de manos de María el
reconocimiento, el respeto y el amor de que le somos deudores por sus
beneficios.
Es, pues, muy justo que imitemos esta conducta de Dios, para que, como
dice el mismo San Bernardo, la gracia torne a su Autor por el mismo
canal que nos la ha transmitido. Esto es lo que nuestra devoción verifica:
se ofrece y se consagra todo lo que uno es y todo lo que se posee a la Santísima
Virgen, a fin de que Nuestro Señor reciba por su mediación la gloria y el
reconocimiento que se le debe; reconociéndose indigno e incapaz de acercarse el
cristiano a la Majestad infinita por sí mismo, se vale para ello de la
intercesión de la Santísima Virgen.
Además, es esta práctica de grandísima humildad, virtud que Dios ama
sobre todas las demás virtudes. Un alma que se ensalza, rebaja a Dios; un alma
que se humilla, ensalza a Dios. Dios resiste a los soberbios y da sus gracias
a los humildes; si te abajas creyéndote indigno de aparecer ante Dios y de
acercarte a Él, Él desciende y se abaja para venir a ti, para complacerse en
ti, y para elevarte a pesar tuyo.
¡Oh, cuánto
ama la humildad el corazón de Dios! A esta humildad empeña esta práctica de
devoción, puesto que nos enseña a acercarnos a Dios, no por nosotros mismos,
por más dulce y misericordioso que Él sea, sino sirviéndonos siempre de la
Santísima Virgen, ya sea para comparecer ante Dios, para hablarle, para
acercarse a Él, ya sea para ofrecerle una cosa, o para unirse y consagrarse a
El.
Del “Tratado
de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, de San Luis María
Grignion de Montfort, Segunda Parte, II ‘Motivos de esta perfecta
Consagración’, Segundo motivo, §139-143.
Testimonios:
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