Como una sombra que se yergue lentamente sobre una superficie, el cansancio había ido en aumento progresivamente. Esos papeles debían estar listos y si era necesario había que permanecer despierto. Al fin habían terminado el trabajo y B se había llevado esos papeles con la promesa de presentarlos a quien correspondiera. Cada uno dormía ahora en algún sitio de la habitación. Parecía una escena sacada de aquel libro célebre de Crito Barrios (a la realidad le encanta copiar a la literatura), en que la tranquilidad siempre era seguida por algún hecho desafortunado, como cuando la calma antecede al tornado o cuando la marea baja y la falta de olas anteceden al tsunami. Ninguno quiso irse a su casa sin primero descansar, puesto que eso hubiese producido que se durmieran irremediablemente en el viaje, y todos sabían que era mejor no llamar la atención, pues mucha gente disfruta de percatarse de esos detalles mientras viaja.

Alguien apagó la luz. Las computadoras e impresoras también estaban apagadas. La casa se transformó en una especie de sitio sin tiempo, dado que donde no hay movimiento tampoco hay tiempo. El silencio fue lo más audible. Si alguien hubiese estado despierto hubiese podido escuchar los pasos, las voces y los ruidos en el pasillo, pero como todos dormían, lo único que escucharon fueron los golpes exageradamente fuertes en la puerta y finalmente su rápido derrumbe, que aún carentes de inteligencia, su vigilia sólo permitió percibir con estremecimiento y confusión. Era necesario que pasaran unos segundos para que su asombro y el curso de los hechos dieran lugar a la comprensión de qué estaba pasando.