Luego de que esos agentes entraran a la habitación todo pareció pasar muy rápido. Revisaron todo lo que había. En un pequeño armario metálico ubicado frente a la cama al lado de la puerta por la que entraron encontraron una cartera. Uno de los agentes la abrió y tras mirar su contenido se la mostró a otro agente que había a su lado. Los ocupantes de la habitación miraban todo sin poder hacer más que protestar un poco y pedir que no les desordenaran todo. Ellos sabían que debían mantener la calma porque estaban bastante jugados. Los condujeron a la comisaría y la casa quedó sólo poblada por agentes que por orden de juzgado podían permanecer allí todo el tiempo que quisieran. Algunos aprovecharon para robar lo que les fuera provechoso. Otros aprovecharon para buscar evidencia. Otro agente, miró a los ocupantes de la habitación antes de ser llevados y les guiñó un ojo sin que los demás agentes lo vieran para transmitirles que haría lo posible por sacarlos del quilombo. Ellos se tranquilizaron aunque sabían que ese aliado no podría evitar que estuviesen demorados unos cuantos días, en caso de ser perfecta su gestión encubridora. El Agente Encubierto sabía que debía hacer desaparecer la cartera, que era la peor evidencia. Sin embargo poco pudo hacer para evitar que fuera trasladada a la comisaría. Por eso salió un rato al pasillo y llamó por celular a un colega para que esperara ese envío y lo hiciera desaparecer. Luego volvió a entrar a la habitación y ayudó a sus compañeros a saquear la casa llevándose consigo lo que pudiera servir de evidencia y también aquello que le gustaba. En la comisaría, los ocupantes fueron interrogados por un comisario gordo con bigotes. Su secretaria, una mujer bastante desagradable a la que todos menos ella conocían como Espanto, tomó nota de la declaración de A, de la declaración de C y de otros más.

Tipeaba en silencio y cada tanto hacía alguna observación sobre lo declarado.

La noticia sobre esta presunta banda no tardó en aparecer en los diarios.