- ¿Ves ese que está ahí?
- Sí.
- Le decimos el Afásico.
Un empleado antiguo presentaba a uno nuevo las distintas personas de la oficina. En su itinerario, nuevamente era el Afásico lo más interesante. De hecho, éste era el personaje más llamativo de la oficina. Haciendo su trabajo era perfecto. No cometía errores y sus capacidades mentales eran como las de cualquier persona normal. Pero cuando comenzaba a hablar se diferenciaba de todos. Su incorrecta forma de expresarse, eludiendo palabras o reemplazándolas por otras parecidas, olvidando aquellas que definen justo lo que quiere decir, y haciendo oraciones agramaticales eran dentro del estudio toda una marca registrada.
El empleado nuevo recorrió rápidamente algunos boxes y luego fue confinado al suyo propio.
“Finalmente, esta va a ser tu cárcel” dijo el empleado antiguo para terminar el recorrido con un poco de humor.
El Nuevo, como todos lo llamarían hasta aprenderse su nombre, miró el box y percibió en él energía. La energía de haber estado allí aprisionado y concentrado trabajando una cantidad de horas enorme. Se preguntó quiénes habrían pasado por ese mismo box antes que él; si la habrían pasado bien; si alguna vez alguien habría tenido sexo ahí dentro; si en ese estudio habría surgido alguna vez una idea interesante. El empleado antiguo lo despertó de estos pensamientos y le indicó el trabajo que debía hacer.
El Nuevo tuvo una buena integración en la oficina. Todos le parecían gente tranquila. El fin de semana esa idea cambiaría enormemente y se daría cuenta de que esa ropa de oficina era sólo un disfraz. Una máscara que cuando cae revela nuestra realidad como hombres. Esa realidad que un hombre como el Poeta, antiguo empleado de aquella oficina cuya renuncia era ya noticia muy vieja, no puede ocultar durante mucho tiempo sin sentirse herido en su orgullo. Aún era muy temprano para esos descubrimientos y el Nuevo empezó a realizar el trabajo que se le encomendaba con las infatigables energías de quien aún no se ha cansado de hacer siempre lo mismo.