Tanto el Poeta, como el Bailarín, como Ave eran hombres fornidos. Eso no evitaba que el Bailarín estuviese muy frágil de salud. Por eso necesitaba calor y satisfacía esa necesidad encerrándose en una habitación que tenía contacto con un baño donde prendía la ducha caliente y esperaba que el vapor llenara la habitación, a la vez que prendía una estufa (de tiro balanceado por supuesto porque tenía un terror patológico a morirse ahogado) que apagaba y prendía para regular la temperatura. Allí había dispuesto un banco, y había preparado la habitación, con la ayuda de Ave y del Poeta, para usarlo como una especie de sauna. A partir de ese momento, cada vez que iban a la casa del Bailarín a disfrutar de esos baños de vapor, que él debía hacer cada tanto y que prefería hacer acompañado para no sentir que estaba gastando gas inútilmente, decían irónicamente que iban al sauna.

Al Poeta le divertía mucho semejante extravagancia y hubiese deseado tener un dispositivo como ese para cuando se encontraba con Beatriz, la mujer con la que mantenía una relación informal desde hacía un tiempo, cosa que Ave nunca entendería.