Desentrañado el misterio, o mejor dicho, aclarado un malentendido, una falsa denuncia, un texto apócrifo, la pregunta siguiente es el por qué. Cuando un hombre descubre un asesinato no ha resuelto el problema. Por el contrario, el asunto recién empieza. Encontrar al culpable, los móviles y las razones para el homicidio es una urgencia de primer orden. Ningún buen investigador se saltearía este punto. Es indudable que haber desvirtuado la historia de esa forma no es un suceso gratuito. Los ocupantes de aquella habitación no eran ni falsificadores de documentos ni nada por el estilo. Pensar eso, como algunos han llegado a pensar, responde a que en verdad sí existe gente que falsifica pero esta gente hábilmente ha podido lavarse las manos inculpando a una barra de ladrones menores que ante una situación semejante han demostrado ser bastante indefensos. Para poder inculparlos de esa forma es indispensable que un conspirador se encuentre en la fuerza policial encargada del allanamiento que los despertó de su sueño. Si examinamos la situación, aquel al que llamamos Agente Encubierto, guiñó el ojo a los ladrones simulando que iba a ser él quien los salvaría. Fue quien aseguró haber encontrado una computadora que desapareció al ser enviada a la policía y unas impresoras que también desaparecieron, para algunos porque se las repartieron entre los policías pero en realidad porque nunca existieron. Este agente contaría indudablemente con distintos aliados y evidentemente estaría persiguiendo un objetivo.