En materia de investigación, la desidia del cuerpo policial es harto conocida. Basta que una requisa se realice con un mínimo de negligencia para que muchos datos que podrían haber resultado determinantes en la resolución de un caso se esfumen instantáneamente. Entonces la confusión y el desorden general crecen como mala hierba en las comisarías, en las delegaciones y en los escritorios trasnochados de los uniformados burócratas.
Tenemos al comisario de ceño fruncido sudando y maldiciendo. Abrió la caja del rompecabezas de mil piezas y comprueba consternado que faltan seiscientas quince. Sin embargo, suponer que tales precisiones son frecuentes constituye un abuso imperdonable del vicio de la esperanza. En general no entiende nada y punto. Entonces apela a su flaca imaginación y exprime de ella respuestas varias e insuficientes que serán alimento de la prensa, y en algún momento, del público desorientado. Fin de la investigación.
El Agente Encubierto es posible gracias a este caos, que él y otros engordan oportunamente a base de equívocos, informes truncos, testigos fantasmas. Elementos todos de la pirámide del error. Los procesos de creación del caos y los agentes que los ejecutan hayan su justificación en la vieja y conocida y famosa búsqueda de utilidades. Temerarios exploradores lanzados a la peligrosa empresa de dar con la Recompensa Última, aventuran diversos e intrincados ardides, simulaciones y estafas para conseguirla. El objetivo no es desdeñable y los inextricables vericuetos de la fuerza pública ofician de follaje donde estos personajes camuflan sus operaciones.
Es menester no dejarse engañar por la pompa en apariencia inofensiva de un nombre como “Agente Encubierto”, detrás de la sombra de este hombre y entre los resquicios de la niebla que lo envuelve repta un pasado que, ignorado por muchos, ha provocado estragos en el mundillo de civiles, mafiosos, proxenetas, putas y policías. Es un parásito alojado en el intestino del sistema. Mientras las personas de la superficie se enceguecen de responsabilidades y ocupaciones, el gusano incógnito ha ganado peso y volumen. Pero es huésped de un cuerpo que ha empezado a podrirse y no lo resiste. El Agente Encubierto no es idiota, se ha dado cuenta de ello. Sus años de intrigas y traiciones le han granjeado enemigos pesados. Un último trabajo y a la oscuridad definitiva, a la tibia oscuridad dónde nada se distingue, se ha prometido por última vez.
Cuando supo de aquel objeto mágico, entendió que la suerte le señalaba el camino a seguir. No fue poca la sorpresa que le produjo enterarse que quién lo poseía era aquella concheta del Paradise; no fue poca, tampoco, la ira que se apoderó de él cuando supo que una bandita de ladrones de cuarta categoría se había hecho de casualidad con el precioso artefacto.