“Todo lo que pido es un poco de coherencia” dijo en tono suplicante aquel personaje shakesperiano de Tom Stoppard. Nunca la obtuvo. Estaba inserto como protagonista en una historia que ya había sido contada y en cuyo marco su sitio era periférico. Recordemos a este personaje habitando un espejismo de centralidad mientras su suerte era echada a sus espaldas.
El autor de El lector racional insiste apasionadamente en la conveniencia de una centralidad narrativa, con la esperanza de no ahuyentar a su hipotético lector. Veamos dónde trastabillan sus argumentos:
1.El lector del autor del artículo es un tipo universal que se alimenta de la incertidumbre acerca de qué seguirá en una línea argumental que tiende a un fin, aunque la naturaleza y finalidad de ese fin permanezcan ocultos en una discusión por venir.
El autor esboza este lector arbitrario, acosado por el ansia de misterios, para justificar la necesidad de una coherencia argumental. Para él, si el número de textos no es acotado, y si no están interconectados adecuadamente, podemos ir renunciando a la posibilidad de un lector. El problema con esto es que en ningún momento se puso en duda, o cuestionó, el status del lector; simplemente se le atribuyeron ciertos rasgos (asumidos, no justificados) para reciclarlo como argumento a favor de la necesidad de coherencia. Habría que elaborar largos párrafos acerca de lo que un lector es o debería ser hoy en día para siquiera pensar en la posibilidad de hacerlo instrumento de una argumentación. También, y previamente, habría que elaborar largos (mucho más largos) párrafos en lo tocante a la “finalidad”, en principio tan consistente como el cielo platónico o el paraíso cristiano. Pero el autor ha decidido dejarlo para más adelante, no vaya a ser cosa que el resultado afecte a la coherencia de su artículo.
2.El E.N.P. parecería articular “múltiples historias centrales”, o una historia central múltiple, o múltiples centralidades de historia, o una centralidad de historia múltiple o algo así. Para ser francos, lo que vemos en el experimento posmoderno son una serie de textos que se enlazan con otros textos en forma no-lineal. Lo que quiero decir es que no hay centro. No hay nudo. No hay introducción. No hay desenlace. Exigir una centralidad múltiple es un disparate conceptual. ¿Qué quiere decir esto? ¿Adónde va a parar la noción de centralidad si la hacemos brotar de todas partes? ¿Qué sentido tiene hablar de “centro” en una constelación de textos que pueden ser abordados por diversos ángulos? Ciertamente, las posibilidades de lectura son múltiples; y por eso mismo cada uno pondrá el “centro” donde más le guste, o no lo pondrá en ningún lado. Si vamos a hablar de multiplicidad de lecturas, atengámonos de ahogarlas en el fondo de un centro.
3.Si bien es cierto que el Autor de Experimento Posmoderno se auto-impuso como premisa cierta especie de coherencia, eso no quita que quizás se haya equivocado. La coherencia textual exige linealidad, que puede lograrse a través de varias maneras; por ej. las vicisitudes de algún personaje protagonista, alrededor del cual giran personajes secundarios, circunstancias varias, conflictos. Todo supeditado al destino de este personaje que configuraría una totalidad de sentido, proponiéndose quizá como reflejo de la realidad. Otra forma de generar coherencia es a partir de la búsqueda de un sentido global en un texto que quizá no parecía prometerlo, aludo aquí a los modernos que manejan la metáfora: Joyce, Kafka y otros. Esto presupondría una única e indivisible mente creadora que se ha tomado el trabajo de sepultar algún vago sentido último entre las palabras de un texto. Este no es el caso. Aquí el Autor busca la desintegración, la fragmentariedad, la ausencia de hilos conductores que resistan el paso del significado. Experimento Posmoderno es su modesta forma de cometer suicidio. Por eso los procedimientos tienden a la contradicción, la aleatoriedad, la repetición, el azar, los cambios bruscos de registro y género; para evitar la omnipresente tentación de decir “Ah, entonces quería decir esto…”
4.Resulta verdaderamente indistinto a los fines de este proyecto el que las historias no se sucedan coherentemente. ¿Qué problema hay si en un texto aparece el señor A, en otro el señor B, y en otro el señor Z, y en ningún momento se cruzan, o se cruzan pero cuando lo hacen A es B y Z es el agua sucia que se escurre de un trapo de piso, y quien solía ser B ahora es H, un perro? Ahí está el misterio que busca el autor de El lector racional, en ver cuales son las posibilidades, cuál es el límite. Hasta dónde puede forzarse la escritura antes de abismarla definitivamente en la esquizofrenia. Y mal que me pese, y para que el autor del artículo que critico no se deprima, en el vértigo del delirio verbal también va a haber alguien cavando y ensuciándose las manos para hallar “un sentido”, o “finalidad”, o como quieran llamarle.
Somos inexpertos y lo único que intentamos es explotar un nuevo soporte. Tenemos claro que si lo que hacemos puede ser trasladado a un libro, esto no ha tenido razón de ser. El que quiera una historia coherente, tradicional, cómoda, puede remitirse a los textos impresos, hay muchos y de calidad en las librerías. Si se acercan a estas páginas, por favor guarden antes el deseo de coherencia en el cajón de la mesita de luz, y después vengan. Si hacen esto, puedo prometerles que se van a ahorrar la angustia de los viejos chicos de Stoppard.
Notas
Para una crítica de este texto ver Sobre el lector y la obra