El Padre
por Garland Dark
Aun cuando las campanas habían anunciado que la medianoche había llegado a Saillune, en el palacio aún se observaba una gran multitud de gente trabajando; cocineros, panaderos y pasteleros se encontraban muy ocupados en la cocina, mientras un ejercito de mayordomos y amas de llave recorrían el palacio ordenando y poniendo los últimos adornos, a la vez que los pajes se encontraban terminando de limpiar los establo. Al mando de esta multitud se encontraba el mismísimo Príncipe Phillionel, acompañado de su fiel consejero el Conde Wilfred. Ambos paseaban por el castillo, inspeccionando todo y dando el visto bueno a todo lo realizado.
-"¡Ah!, mi querido Will, mi hija se sorprenderá al ver este hermoso pastel"- dijo con su acostumbrada alegría el Príncipe, mientras observaba el pastel de crema de tres pisos de alto, y adornado con hermosas frutillas -"Mis felicitaciones a los pasteleros reales, realmente se han lucido esta vez".
-"Muchas gracias su Majestad"- le respondió el Jefe Pastelero, mientras hacía una reverencia.
-"Muy bien, vayan a descansar muchachos, pues mañana será un día muy agitado"- con esto, los pasteleros hicieron una reverencia y se marcharon -"Y bien, mi buen Will. ¿por qué estás tan callado?."
-"Lo siento su Alteza, pero es que me sorprende tanto ver como es tan querida su hija..."
El Príncipe, lo miro fijamente y le pregunto con un tono más serio: -"¿Qué quieres decir con eso?".
-"Nada malo, su alteza, es que me sorprende mucho la forma en que su hija se ha ganado el corazón de todo su pueblo, sin contar los de ciertos príncipes y nobles..."
-"¿Y?"- dijo impacientemente, mientras se dirigían al gran salón, que servía de comedor.
-"Bueno, es que..."- el Conde sintió un nudo en la garganta, pues conocía muy bien al Príncipe y sabía muy bien que ciertos cosas podían hacerlo olvidar que era un pacifista, especialmente cuando miraba a alguien con los misma expresión que lo estaba haciendo ahora con él -"... bueno... la princesa... su hija... Amelia...ya debería decidirse por... bueno ud. sabe a lo que me refiero..."
-"'¡¡¡ Ya basta de rodeos y dilo de una buena vez!!!- Exclamo con fuerza.
-"Es que ya es hora de que busque un novio digna de ella"
El Príncipe miró fijamente a su consejero y este sintió que lentamente se hacía más pequeño ante la presencia de él. Sabia que ese no era un tema de su agrado y que últimamente cada vez que se mencionaba el tema, solía disgustarse. Esto se debía a que la princesa ya había llegado a la edad en que, según las leyes debería casarse y esto tenía muy preocupado al consejo, y en especial a la nobleza, pues la princesa no hacía más que rechazar e ignorar a cuanto pretendiente llegaba a verla.
-"Mi hija puede tomarse todo el tiempo que quiera para elegir un novio y nada ni nadie podrá obligarla, ni insinuarle nada. ¿Esta claro?"- dijo finalmente en un tono seco y áspero.
-"Como Ud. ordene su Alteza, pero recuerde las leyes..."
-"Y tú recuerda quien es el Príncipe y quien manda por sobre esas leyes. Esas leyes no son justas, pues no siguen las Leyes del Amor y la Justicia que predominan en el mundo y las cuales yo juré defender."
-"Pero su Majestad, debo protestar..."
-"Escúchame bien Will"- dijo ahora con un tono más sereno y profundo -"Tu sabes cuanto quiero a mi pequeña niña, y también sabes que es lo único que me queda."- y al decir esto una pequeña lágrima se asomo por su ojo.
-"Lo se perfectamente".
El Príncipe se dirigió al gran cuadro que colgaba en el salón, donde aparecía él, junto a su difunta esposa y sus dos hijas. Ese cuadro lo habían terminado de pintar unas semanas antes de que la desgracia ocurriera, y con ella perdiera a su querida esposa y a su hija mayor.
Mientras observaba el cuadro, Wilfred se acercó a su monarca, quedando a su lado.
-"Ella es la única razón de mi existencia Will y deseo lo mejor para ella, por eso no puedo obligarla que se case con el primer príncipe que la nobleza elija "- dijo sin apartar la vista del cuadro -"No sería justo para ella, y eso no la haría feliz. Yo sólo deseo que se case con una persona que ella realmente ame y si para eso hay que esperar veinte años, que así sea".
Wilfred simplemente inclino su cabeza y acepto que el Príncipe tenía toda la razón, aún cuando esto traería problemas para todo el reino, pues la nobleza pronto se pondría más hostil y podrían intentar alguna locura, como destronar al Príncipe o algo peor. Eso no era un temor sin fundamentos, pues ya habían sucedido varios intentos de deshacerse del Príncipe y de su hija, pero ahora, si la nobleza se disgustaba y se unían, el no creía que esta vez iban a poder salvarse.
-"Muy bien su Majestad, no hablaré más del tema"- dijo finalmente con un aire de resignación -"¿Qué le parece si continuamos la inspección final?"- y con esto continuaron su recorrido por el palacio.
Después de revisar el último de los cuartos, se dirigieron al Jardín Real para tomar un poco de aire antes de irse a dormir.
-"Amelia tendrá una de las mejores fiesta de cumpleaños de su vida, ¿no lo crees mi buen amigo?".
-"Eso parece, su Alteza".
-"Y ahora que me acuerdo"- dijo mientras caminaban hacia la Fuente -"¿cómo te fue con las invitaciones especiales que te encargué?".
-"Bueno su Majestad, pude encontrar a todos los amigos de la Princesa, excepto uno."
-"¿Y quién te falto?".
-"Zelgadis Graywords".
-"Mmmm"- hizo el Príncipe, mientras meneaba su cabeza y su rostro mostraba una profunda decepción -"Una lástima, estoy segura que mi hija le hubiera gustado que él hubiera venido".
Wilfred se detuvo y quedo pensando seriamente en lo último que Phillionel había dicho: "Mmmm, tiene razón, pues ahora que me acuerdo estuvieron muy apegados mientras él estuvo aquí y luego el día que se fue estuvo muy triste, demasiado para ser sólo amigos. Y ahora que lo pienso, desde ese día es que le falta un brazalete... ella que es tan cuidadosa... me parece muy extraño... tal vez... tal vez sólo estoy imaginando cosas y me estoy apresurando en mis conclusiones, pero igual hay algo que me dice que hay más que sólo amistad entre ellos dos. Parece que mis preocupaciones me están haciendo ver cosas". Sus pensamientos fueron interrumpidos por el Príncipe Phillionel:
-"¿Estás seguro que le mandaste una carta?".
-"Por supuesto su Alteza"- y volvió a sumergirse en sus pensamientos: "Realmente no sé como se le ocurrió que yo me olvidaría de mandar una carta... ¿una carta?... un momento, ahora que recuerdo la princesa recibió una carta el año pasado, la cual al parecer era de alguien muy importante, pues casi mató al pobre cartero... ¿Quién era el que se la envío?... ¡¡¡maldición!!!, algo me dice que es importante...".
-"Disculpe su Majestad, ¿sabe quién le escribió la carta que su hija recibió en su pasado cumpleaños?" .
-"Por supuesto que sí. Fue Zelgadis"- dijo tranquilamente y sin mucha importancia, pero al oír la noticia Wilfred no pudo dejar de reír -"Pero, ¿Qué te pasa?, ¿Por qué ríes Will?".
-"Discúlpeme su Alteza, pero es que me acabo de dar cuenta de que nuestra querida princesa ya encontró el amor"- dijo alegremente.
Phillionel lo miró con una sonrisa en sus labios, giro en sus talones y se acerco a su consejero.
-"Ja, ja, ja, mi buen Will, parece que te estás haciendo viejo"- le dijo alegremente -"Pues parece que recién te estas dando cuenta. JA, JA, JA"
-"¿Perdón?"- respondió este con una gran sorpresa -"Pero, ¿Ud. ya sabía que pasaba algo entre ellos dos?."
-"¡¡¡Pero por supuesto que sí!!!"- y con esto le dio un fuerte palmazo en la espalda a Wilfred que casi lo hizo caer de bruces al suelo -"Después de todo soy su padre y también alguna vez fui joven y me enamoré, así que conozco perfectamente los síntomas y signos".
Wilfred lo continuo mirando con sorpresa, mientras el Príncipe seguía su recorrido alegremente. No podía creer que él no se había dado cuenta y que además no le digiera nada a él, pero luego de meditarlo un poco, se dio cuenta que tal vez era lo mejor para que su relación hubiera continuado, ya que si la nobleza lo supiera era más que seguro que harían todo lo posible para impedir que los dos estuvieran juntos. Ya podía imaginarse los gritos de los nobles y de sus quejas ya que Zelgadis no era noble, ni poseía títulos, ni siquiera era humano, pero eso ni a él, ni al Príncipe le importaban, incluso el resto de la gente de Saillune no le importaba que Zelgadis Graywords fuera una quimera, ya que no olvidaban como él, junto a Lina Inverse y Goudy Gabriev habían salvado el reino de caer en manos de los demonios. Si, ellos se habían ganado el corazón de la gente se Saillune. Además, las pocas veces que habló con él, se dio cuenta que era alguien inteligente, aun cuando le parecía un poco frío.
-"Vamos Will, que ya se hace tarde"- le grito el Príncipe, lo que hizo que despertara de su meditación y lo siguiera, pero a los pocos pasos sintió un ruido e instintivamente llevo su mano a su espada.
-"¿Wilfred?"-pregunto preocupado el Príncipe al ver la expresión y postura de su consejero. Ambos se quedaron callados e inmóviles y cuando parecía que no era nada, volvieron a escuchar el mismo ruido. Wilfred, con sus años de experiencia como Caballero de Saillune, pudo determinar de donde provenía y se sorprendió al saber que era en dirección de los aposentos de la Princesa.
-"Rápido su Majestad, sígame"- dijo mientras desenfundaba su espada y comenzaba a correr en dirección de la habitación real. Mientras ambos hombres corrían pudieron nuevamente escuchar un tercer ruido, pero este fue diferente.
-"Amelia"- dijo preocupado el Príncipe Phillionel, al reconocer la voz de su hija, y rebasó a su fiel consejero, para luego detenerse casi de inmediato. Luego agarro de un brazo a Wilfred y se lanzó hacia unos arbustos, quedando de esta forma totalmente cubiertos.
-"Pero su majes..."- su alegato quedo cortado por la mano del monarca, mientras la otra le indicaba que se quedara callado. Pudo notar además que sonreía, lo cual le pareció extraño, hasta que observo que era lo que pasaba en el balcón, lo cual lo hizo también sonreír de alegría.
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