Los retratos del caudillo

Desde que era yo un chamaco no he olvidado la emoción
que dejó en mi fresca mente mi abuelito Filemón;
yo jamás lo vi en persona pero guardo su impresión
por retratos de la sala de mi abuela Concepción.

Aún recuerdo aquél, enorme, de tamaño natural:
mi abuelito de uniforme que creí de general,
por aquí tenía su gorra y este brazo en un sillón,
su mirada muy cotorra, muy de la Revolución.

Entre más de diez retratos había un grupo singular
de mi abuelo y unos batos que cargaban un costal;
luego aquel, junto al librero, que mi abuela me negó,
donde estaba con Madero cuando un sobre le entregó.

Y esa foto, ya amarilla, de mi abuelo... ¿con quién creen?:
¡nada menos Pancho Villa, por detrás tenían un tren!
Mi abuelita se adornaba: -Ve a tu agüelo y a Obregón
y a Carranza que allí estaba, nada más que ahí no salió.

Para mí, mi candidata fue una foto de perfil
donde estaba con Zapata deteniéndole el fusil;
un papel el guerrillero lo leía con atención,
sus bigotes de aguacero y su ceño fruncidón.

Pero si algo molestaba era un tipo sepulcral
que de reojo fisgoneaba lo que leía el general.
Luego supe que mi abuelo nunca estuvo en una acción,
porque siempre fue cartero... pero en la Revolución.