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Entrevistas
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"MANOLO GARCÍA. ENTREVISTA"
(Ignasi Molla, El Semanal, 17 de Mayo de 1998)
 
Tal vez incómoda. Tal vez innecesaria. Tal vez... Pero el hecho es que la pregunta está ahí. Se la hacen miles de seguidores del que fue uno de los grupos con más éxito de crítica y público de la última década.
La pregunta es sencilla: ¿Por qué? ¿Por qué un grupo en lo más alto de su trayectoria se disuelve? ¿Por qué, si sus dos mitades van a seguir componiendo canciones? ¿Por qué, si no se han peleado?
 
Y la respuesta es tan sencilla como la pregunta:
"Después de más de cien canciones, poco a poco notas que se va acabando. No es que pase nada, no es que te cabrees, es que se va durmiendo todo un poco. Y de repente, cada uno coge su guitarra y todo vuelve a ser como un ciclo que se cierra, todo vuelve a empezar".

Manolo García, la mitad y voz de El Último de la Fila, responde precisamente porque para él todo vuelve a empezar. Volver a empezar significa presentar un disco nuevo ("Arena en los Bolsillos") como si fuera el primero. Porque El Último ya es historia y en la nueva historia Manolo García asume todos los riesgos en solitario.

¿Y cómo es eso de empezar de nuevo después de veinte años? ¿Qué sensación se tiene cuando hay que hacer las cosas sin Quimi Portet al lado?
"He echado de menos a Quimi mucho, en lo personal, en la amistad, en la risa, en la chispa que él tiene, en su capacidad de trabajo. En lo musical no, en lo musical me he sentido como en una nave nueva que iba en otra dirección. Aunque sí que a veces me he girado en el asiento, delante del tablero de mandos del estudio, y he estado a punto de hablarle... Eso sí que lo he sentido."

Y en lo musical, ¿qué hay de distinto en el disco de Manolo García de los discos de El Último de la Fila?
"En las nuevas canciones, en algunos momentos soy el tío de El Último; en otros, el de hoy, y en otros, el que puedo llegar a ser mañana. He hecho un disco en el que no me he cortado... Hay un batiburrillo porque yo soy así. A mí me gustan los fados, el trance; sigo escuchando a Deep Purple -que me ponen como una moto- y me gusta King Crimson, Pearl Jam o Niña Pastori... De alguna manera no tenía ningún tipo de plan premeditado para hacer un disco en determinada dirección. Para mí, en lo musical, lo importante es el día a día y disfrutar... La música es una piscina de agua clara, limpia... O, mejor que una piscina, un mar sin contaminación, lleno de peces, de vida. Nos va quedando poco, todo está acotado, medido, haga esto, no haga aquello, póngase esto, póngase lo otro, pague aquí, vaya allá... ¡Por amor de Dios! ¡Libertad total!"

Manolo García habla. Habla y habla a poco que le pregunten. Habla con esa voz tan característica que se escuchaba en todas y cada una de las canciones de El Último. Precisamente es esa voz la que para muchos va a hacer imperceptible el cambio. Esa voz que ningún cambio podrá cambiar.
"Yo no me voy a cambiar, no me voy a operar las cuerdas vocales. Me ha costado toda una vida cantar así y sería tonto por mi parte cambiar. ¡Tengo una manera de hacer que es un regalo del cielo!"

A Manolo García el cielo le ha hecho muchos regalos y él lo sabe. La voz. La relación con Quimi ("algo vital, irrompible"). El placer de la música ("algo que está al alcance de unos pocos privilegiados"). La ilusión. Y el saberse alguien ("Todo el mundo es alguien, siempre. La cucaracha más infame, si tiene amor propio y tiene ganas, ya no es tan infame. ¡Es una señora cucaracha!").

Claro que hasta las señoras cucarachas tienen sentimientos. Y les gusta que lo que ellas hacen guste a las otras señoras cucarachas.
“Si mi disco no gustase, no negaré que el amor propio quedaría herido, y que sentiría una pesadumbre... Pero no sería tocado en la línea de flotación. Mi línea de flotación está bastante más abajo. Yo no pretendo triunfar en el mundo de la música, pretendo triunfar en mi mundo, eso es más importante.
Mi mundo lo manejo yo. Aunque sería hipócrita si dijese que no pasa nada. Tengo sentimientos, tengo ilusiones y me encantaría que dijesen: ¡que disco tan bonito, que bien! Pero si no es así yo seguiré haciendo canciones, si no es para quinientos será para cien, o si no para mi primo al que siempre le han gustado mucho mis canciones. Si hay un batacazo, soy tan cabrón y tan práctico a veces que buscaría sustitutos inmediatamente para no echar nada de menos. Rápidamente el tocar en pequeños bares se convertiría en algo estupendo, porque antes ya lo ha sido. Es tonto echar cosas de menos, es un sufrimiento vano, inútil. Hay que ilusionarse con lo que tienes delante, con lo que puedes conseguir...”

Tocar en los bares. Y seguramente seguir pintando. Pintar cuadros como esos que ilustran el libreto que acompaña al disco. Esos cuadros que acompañan a Manolo García en casa y cuando está de gira (“pintar es una forma de soledad muy sugerente”). Y si de los bares y los pinceles no se vive, rescatar tal vez un oficio de juventud. Diseñador, por ejemplo. Porque antes de ganarse las lentejas con las canciones también trabajaba en otras cosas. Como casi todo el mundo.
“Yo no acabé el bachillerato porque era un paquete, porque me suspendían, porque me enamoré de la profesora de Matemáticas y como ella lo notaba me echaba de clase, y yo no estudiaba... En fin, era un desastre y empecé a trabajar.”

Así pues, Manolo García es músico pero podría ser otras muchas cosas. Podría ser pastor de ovejas, dice. Y uno no tiene motivos para que no sea cierto.
“Lo importante es la pretensión, el horizonte que tú tengas. Si no pretendes irte de vacaciones a Cancún, ni cambiar de coche cada año, ni tener un yate, vivimos en un mundo en el que con migajas se vive, y se vive bastante tranquilo. Creo, y de una manera muy firme, que la forma en la que estamos dirigidos no es la única, que hay otras. Por eso hay tanta orejera, porque les da miedo que veamos las otras formas, pero las hay. Ya no es irte a las misiones ni nada de eso, las hay aquí.”

Manolo García habla y habla hasta que de repente se para: “Estoy hablando demasiado. Yo no entiendo nada, no soy nadie para postular ni decir lo que se debe... No soy nadie ni sé nada”. Es como si tuviera miedo a hablar demasiado, consciente de que muchos, por algo tan sencillo como sus canciones, van a escuchar o leer atentamente lo que dice. Por eso, si sigue hablando, escucha con cuidado sus palabras.
“Creo que es un poco lamentable el afán de progreso y modernización mal entendido. Hay cosas que hay que intentar arreglar pero a veces los afanes personales de la gente que dirige todo esto son un poco mezquinos, un poco vanidosos.”

Está hablando de su ciudad, Barcelona, donde inició el camino que le ha llevado hasta donde está hoy.
“El tema de la arquitectura a veces me parece bastante grosero. Se hace una arquitectura grosera, funcionalmente estúpida y funcionalmente chunga. No hay materiales con alma, hay demasiado diseño. Cada vez veo más asfalto y cada vez leo cosas más terribles; veo cosas terribles y veo más gente jodida; y veo más soledad en las ciudades. Mucho bar de diseño y mucha copa y mucha historia pero veo a la gente joven cada vez más perdida, no a toda pero sí alguna de ella. Como ha sido siempre, pero como ahora hay tanta información y todos nos enteramos de todo y todos participamos de todo y quieren que participemos... hay mucha gente sola y triste y los valores van cambiando, y es lógico que cambie, pero ¿va a mejor? Yo tengo mis dudas...”

Y, a pesar de todo, a pesar de las palabras, no es un pesimista. “Hay que morir con las botas puestas”. O, como canta en una de sus nuevas canciones, “si la vida es un sueño, como dijo algún navegante atribulado, prefiero el trapecio, para verlas venir en movimiento”.
 


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