Manolo García, la mitad y voz de El Último de la Fila, responde precisamente porque para él todo vuelve a empezar. Volver a empezar significa presentar un disco nuevo ("Arena en los Bolsillos") como si fuera el primero. Porque El Último ya es historia y en la nueva historia Manolo García asume todos los riesgos en solitario.
¿Y cómo es eso de empezar de nuevo después
de veinte años? ¿Qué sensación se tiene cuando
hay que hacer las cosas sin Quimi Portet al lado?
"He echado de menos a Quimi mucho, en lo personal,
en la amistad, en la risa, en la chispa que él tiene, en su capacidad
de trabajo. En lo musical no, en lo musical me he sentido como en una nave
nueva que iba en otra dirección. Aunque sí que a veces me
he girado en el asiento, delante del tablero de mandos del estudio, y he
estado a punto de hablarle... Eso sí que lo he sentido."
Y en lo musical, ¿qué hay de distinto en
el disco de Manolo García de los discos de El Último de la
Fila?
"En las nuevas canciones, en algunos momentos soy
el tío de El Último; en otros, el de hoy, y en otros, el
que puedo llegar a ser mañana. He hecho un disco en el que no me
he cortado... Hay un batiburrillo porque yo soy así. A mí
me gustan los fados, el trance; sigo escuchando a Deep Purple -que me ponen
como una moto- y me gusta King Crimson, Pearl Jam o Niña Pastori...
De alguna manera no tenía ningún tipo de plan premeditado
para hacer un disco en determinada dirección. Para mí, en
lo musical, lo importante es el día a día y disfrutar...
La música es una piscina de agua clara, limpia... O, mejor que una
piscina, un mar sin contaminación, lleno de peces, de vida. Nos
va quedando poco, todo está acotado, medido, haga esto, no haga
aquello, póngase esto, póngase lo otro, pague aquí,
vaya allá... ¡Por amor de Dios! ¡Libertad total!"
Manolo García habla. Habla y habla a poco que le
pregunten. Habla con esa voz tan característica que se escuchaba
en todas y cada una de las canciones de El Último. Precisamente
es esa voz la que para muchos va a hacer imperceptible el cambio. Esa voz
que ningún cambio podrá cambiar.
"Yo no me voy a cambiar, no me voy a operar las cuerdas
vocales. Me ha costado toda una vida cantar así y sería tonto
por mi parte cambiar. ¡Tengo una manera de hacer que es un regalo
del cielo!"
A Manolo García el cielo le ha hecho muchos regalos y él lo sabe. La voz. La relación con Quimi ("algo vital, irrompible"). El placer de la música ("algo que está al alcance de unos pocos privilegiados"). La ilusión. Y el saberse alguien ("Todo el mundo es alguien, siempre. La cucaracha más infame, si tiene amor propio y tiene ganas, ya no es tan infame. ¡Es una señora cucaracha!").
Claro que hasta las señoras cucarachas tienen sentimientos.
Y les gusta que lo que ellas hacen guste a las otras señoras cucarachas.
“Si mi disco no gustase, no negaré que el amor
propio quedaría herido, y que sentiría una pesadumbre...
Pero no sería tocado en la línea de flotación. Mi
línea de flotación está bastante más abajo.
Yo no pretendo triunfar en el mundo de la música, pretendo triunfar
en mi mundo, eso es más importante.
Mi mundo lo manejo yo. Aunque sería hipócrita
si dijese que no pasa nada. Tengo sentimientos, tengo ilusiones y me encantaría
que dijesen: ¡que disco tan bonito, que bien! Pero si no es así
yo seguiré haciendo canciones, si no es para quinientos será
para cien, o si no para mi primo al que siempre le han gustado mucho mis
canciones. Si hay un batacazo, soy tan cabrón y tan práctico
a veces que buscaría sustitutos inmediatamente para no echar nada
de menos. Rápidamente el tocar en pequeños bares se convertiría
en algo estupendo, porque antes ya lo ha sido. Es tonto echar cosas de
menos, es un sufrimiento vano, inútil. Hay que ilusionarse con lo
que tienes delante, con lo que puedes conseguir...”
Tocar en los bares. Y seguramente seguir pintando. Pintar
cuadros como esos que ilustran el libreto que acompaña al disco.
Esos cuadros que acompañan a Manolo García en casa y cuando
está de gira (“pintar es una forma de soledad muy sugerente”).
Y si de los bares y los pinceles no se vive, rescatar tal vez un oficio
de juventud. Diseñador, por ejemplo. Porque antes de ganarse las
lentejas con las canciones también trabajaba en otras cosas. Como
casi todo el mundo.
“Yo no acabé el bachillerato porque era un
paquete, porque me suspendían, porque me enamoré de la profesora
de Matemáticas y como ella lo notaba me echaba de clase, y yo no
estudiaba... En fin, era un desastre y empecé a trabajar.”
Así pues, Manolo García es músico
pero podría ser otras muchas cosas. Podría ser pastor de
ovejas, dice. Y uno no tiene motivos para que no sea cierto.
“Lo importante es la pretensión, el horizonte
que tú tengas. Si no pretendes irte de vacaciones a Cancún,
ni cambiar de coche cada año, ni tener un yate, vivimos en un mundo
en el que con migajas se vive, y se vive bastante tranquilo. Creo, y de
una manera muy firme, que la forma en la que estamos dirigidos no es la
única, que hay otras. Por eso hay tanta orejera, porque les da miedo
que veamos las otras formas, pero las hay. Ya no es irte a las misiones
ni nada de eso, las hay aquí.”
Manolo García habla y habla hasta que de repente
se para: “Estoy hablando demasiado. Yo no entiendo nada, no soy nadie
para postular ni decir lo que se debe... No soy nadie ni sé nada”.
Es como si tuviera miedo a hablar demasiado, consciente de que muchos,
por algo tan sencillo como sus canciones, van a escuchar o leer atentamente
lo que dice. Por eso, si sigue hablando, escucha con cuidado sus palabras.
“Creo que es un poco lamentable el afán de
progreso y modernización mal entendido. Hay cosas que hay que intentar
arreglar pero a veces los afanes personales de la gente que dirige todo
esto son un poco mezquinos, un poco vanidosos.”
Está hablando de su ciudad, Barcelona, donde inició
el camino que le ha llevado hasta donde está hoy.
“El tema de la arquitectura a veces me parece bastante
grosero. Se hace una arquitectura grosera, funcionalmente estúpida
y funcionalmente chunga. No hay materiales con alma, hay demasiado diseño.
Cada vez veo más asfalto y cada vez leo cosas más terribles;
veo cosas terribles y veo más gente jodida; y veo más soledad
en las ciudades. Mucho bar de diseño y mucha copa y mucha historia
pero veo a la gente joven cada vez más perdida, no a toda pero sí
alguna de ella. Como ha sido siempre, pero como ahora hay tanta información
y todos nos enteramos de todo y todos participamos de todo y quieren que
participemos... hay mucha gente sola y triste y los valores van cambiando,
y es lógico que cambie, pero ¿va a mejor? Yo tengo mis dudas...”
Y, a pesar de todo, a pesar de las palabras, no es un
pesimista. “Hay que morir con las botas puestas”. O, como canta
en una de sus nuevas canciones, “si la vida es un sueño, como
dijo algún navegante atribulado, prefiero el trapecio, para verlas
venir en movimiento”.