Por más grave que pueda ser la crisis surgida entre Madrid y Londres por la continuada presencia en Gibraltar del maltrecho submarino nuclear británico «Tireless», no es éste un asunto que deba hacer variar los ejes de nuestra política exterior. La reciente declaración del ministro Piqué advirtiendo de la necesidad de concertar posiciones con París y Berlín no implica antagonismo alguno con Londres. José María Aznar y Tony Blair tienen una buena sintonía fruto del peregrinaje que ambos han hecho hacia posiciones centristas proviniendo de familias ideológicas divergentes. Ello les convierte en potenciales aliados en cuanto al modelo económico y social que quieren para sus países. Pero España no puede ni quiere ser ajena al proceso de construcción europea en marcha del que la actual clase política británica ha optado por marginarse crecientemente: será a su próxima generación a la que le corresponda pedirles cuentas.
Más grave es que entre los muchos frentes de crisis que asolan a la UE se han puesto de manifiesto recientemente varios en asuntos de política exterior: desde el establecimiento de relaciones diplomáticas con la distante Corea del Norte hasta las divisiones de los Quince ante la condena a Israel por el uso excesivo de la fuerza contra los palestinos. Si no hay consenso, díficilmente se puede mediar. Y ahí España estuvo en minoría.