Seguramente José María Aznar quiso tranquilizarnos tomando a coña el submarino nuclear inglés fondeado en Gibraltar. Pero el «Tireless», con su peligrosa avería y mantenido en «top secret» para los españoles, tiene poco que ver con el «Yellow submarine» de los Beatles. Tony Blair ha venido a España y ha dado «plenas garantías» de que la reparación del «Tireless» en la bahía de Gibraltar no supone riesgo alguno para las costas españolas ni para los habitantes de la zona. Y Aznar, una de dos: o se lo ha creído o ha hecho como si se lo creyera. Porque hay que tener tragaderas y estar dispuesto a comulgar con ruedas de molino para creerse eso. Añade Blair que el submarino no se puede trasladar, y esa es otra afirmación que hay que creer bajo palabrita del Niño Jesús.
Pero vamos a ver, míster. Si es cierto que el estado del «Tireless» permite ofrecer seriamente plenas garantías de seguridad, ¿por qué no dejan ustedes que lo visiten técnicos españoles? Y otra pregunta de sentido común: Si hubiese verdaderamente serio riesgo de contaminación, ¿lo habrían reconocido así, abiertamente, las autoridades británicas y lo habría confesado el propio Blair en la rueda de prensa? Nuestras relaciones con los ingleses son buenas, y Aznar se entiende bien con Blair. La presentación de una propuesta conjunta para introducir cambios en la política económica de la Unión Europea es un indudable éxito del Gobierno español y especialmente de su presidente. Pero lo que ha hecho Blair con España no es para que lo recibamos con cohetes.
Llevar un submarino nuclear averiado a que lo reparen en Gibraltar, y endosarnos a los españoles el mucho o poco riesgo que suponga la cercanía del «Tireless», es un acto de prepotencia contra España, un desdén a la soberanía española y un abuso difícilmente tolerable del concepto colonial que los ingleses tienen de la Roca. Y no debe de ser despreciable ese riesgo cuando el Almirantazgo ha retirado de la circulación todos los submarinos de ese mismo modelo. Algún peligro les habrán visto aún antes de que se averíen. Tony Blair sonreía en la rueda de prensa para dar seguridades a los españoles. Habría sonreído igual para decir: «No tengan miedo, no pasa nada», mientras estaban vendiendo durante diez años la carne letal de las «vacas locas».
Durante su estancia en España, ha dicho Tony Blair que a lo mejor la semana próxima consienten en que algún técnico español visite el submarino para conocer con los ojos y no con los oídos el verdadero estado de su inquietante avería. ¡Anda, pero si el submarino está fondeado en Gibraltar desde hace varios meses! ¿Todavía necesitan pensárselo más? ¿No basta que los ingleses mantengan en su poder ese trozo de tierra robada a España? ¿Tienen, además, que utilizarla para la peligrosa reparación de una avería nuclear? ¿Pueden meter ese riesgo debajo de nuestras posaderas sin siquiera permitirnos que comprobemos el alcance del peligro? ¿No es esto tomarnos por el pito del sereno?
En muy pocas ocasiones Aznar y sus Gobiernos han dado a la oposición socialista motivo serio y real para lanzar contra ellos una crítica razonable. En esta ocasión, Cristina Narbona estaba llena de razón en su alegato de censura. No se tiene en pie el trato que el Gobierno ha dado a este oscuro asunto del submarino nuclear. Si exceptuamos algún exceso verbal del que jamás se privan los socialistas, incluso el más entusiasta seguidor del partido popular podría suscribir las palabras de Cristina Narbona. Y encima alguien tendría que aconsejar a José María Aznar que use las coñas con cuidado, mesura y oportunidad. No es cosa de poner a las gentes del Campo de Gibraltar a cantar el «Yellow submarine». Eso que lo cante Blair.
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