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OPINIÓN  | lunes 06 de noviembre de 2000

 

Fe y genuflexión nuclear

El informe técnico emitido por el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), después de la visita al averiado submarino británico «Tireless» realizada el viernes por la comisión mixta, acordada entre Aznar y Blair, ha reforzado las conclusiones anteriores sobre las condiciones de seguridad, según las cuales no existiría ningún peligro para la población. La presencia de técnicos españoles en el submarino nuclear británico era una más que razonable exigencia del Gobierno español, ante la alarma que había cundido entre la población. Buena prueba de que se trata de algo más que de un gesto de amistad entre los dos Gobiernos dirigido más bien a la galería, ha sido la reacción desmesurada del Gobierno colonial de Gibraltar, que ha tildado la visita de los técnicos españoles de «genuflexión política hacia España».

Este desafortunado episodio ha servido para confirmar de nuevo las desgraciadas consecuencias que tiene el mantenimiento, anacrónico y opuesto a la doctrina y a las resoluciones de Naciones Unidas, de la situación colonial de la Roca. Agravada además por su condición de base militar. Gran Bretaña no sólo mantiene una situación condenada por la comunidad internacional sino que además destina la colonia a actividades que pueden entrañar riesgos, como el caso del «Tireless» ha venido a confirmar, para la seguridad de la población española vecina. Por eso resulta aún más ridícula y patética la reacción del Gobierno gibraltareño ante las legítimas pretensiones españolas de comprobar de primera mano el alcance del riesgo de la avería.

La inspección se ha visto, por otra parte, limitada por algunas circunstancias negativas. Por un lado, los técnicos españoles no han tenido acceso a las áreas restringidas y, por tanto, al recinto donde se encuentra el reactor nuclear y su panel de control. Por lo tanto, aunque la visita ha permitido conocer la organización prevista para realizar la reparación y los aspectos técnicos y administrativos relacionados con la seguridad del reactor, lo cierto es que, como el propio informe reconoce, al Consejo de Seguridad Nuclear no le queda otro recurso que confiar en la palabra de las autoridades británicas que rechazan la existencia de riesgo para la población. Es más que una visita de cortesía, pero menos de lo debido, pues la inspección de los técnicos españoles debería incluir al reactor y a todas las fases del proceso de reparación. En caso contrario, la valoración que puedan hacer las autoridades españolas del alcance de la avería no puede ser otra cosa que puro reflejo de la que realicen las autoridades británicas. Por otra parte, sobre la actuación del CSN en todo este episodio han planeado sombras de incertidumbres y torpezas. Descartar la existencia de riesgos sin acceder al reactor del «Tireless» se antoja más un acto de fe en la versión británica, por muy razonable que sea esta confianza, que un peritaje serio de los daños.

En suma, existen indicios de que el Gobierno español pueda no tener toda la información necesaria del caso y, en cualquier caso, tendría la ofrecida por el Ejecutivo británico. En casos como éste no es infrecuente que se produzcan alarmas injustificadas y reacciones irracionales, pero las mejores armas para superarlas son la información y la transparencia. Es esta la terapia adecuada para librar a la población de congojas innecesarias ante un riesgo que, hoy por hoy, no existe. La posible ampliación de la base de Rota, sufragada por Estados Unidos y que supondría modificar el convenio bilateral que ayer mismo quedó renovado, debería estar inspirada por ese diáfano principio de las palabras claras para evitar cualquier clima de inquietud.

Tampoco es extraño que la oposición trate de rentabilizar políticamente el incidente del «Tireless» —ayer Rodríguez Zapatero acusó a Aznar de «secretismo»—, pero no se debe negociar con la alarma ciudadana. La presencia de los expertos españoles ha sido, aunque insuficiente, positiva, como ha reconocido la secretaria de Política Internacional del PSOE. Al final, el caso del submarino no es sino un problema —la avería de un barco de propulsión nuclear—, dentro de otro más grande, el oprobio colonial del Peñón.


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