Sentado
frente a un tabloide de madera pulida, donde se han dibujado 19 líneas
horizontales y 19 verticales para marcar el escenario de la lucha que se
avecina, cojo una piedra tan esbelta como extraña y me dispongo a efectuar
mi primera jugada. El ambiente es místico, solemne; hay 361 intersecciones
donde ubicar la piedra y todo podría pasar desde el primero momento. El
juego de la vida ha comenzado...
El
juego de Go nació en el sur de China aproximadamente hace 4.200 años.
Coincide tanto en su naturaleza como en su filosofía con las tradiciones del
Tao, Ying y Yang, y el I-Ching (de eso hablaremos más adelante).
El
historiador chino Ban Gu (92-32 A.C.) en su libro Yi Zhi (La
Esencia del Go) escribe: “El tablero debe ser rectangular y representa las
leyes de la tierra. Las líneas deben ser rectas como las virtudes divinas.
Hay piedras blancas y negras, divididas como el Ying y el Yang. Su disposición
en el tablero es como un modelo de los cielos”. Adecuada descripción de la
energía del Go: equilibrio.
La
leyenda cuenta que el emperador Yao (Siglo XXIII A.C.) creó este juego para
desarrollar en su hijo Dan-Zhu la inteligencia y estrategia (puesto que tenía
problemas mentales y el emperador no iba a dejar su reino en manos de un
inepto).
Su
nombre original fue “wei-chi” que significa algo así como “piedra
rodeada”, luego fue llevado a Corea donde se lo conoció como Baduk;
en el siglo VIII apareció en Japón donde se lo conoció como I-Go
o simplemente Go.
Un
dato más sobre su historia: Sun-Tse (o Sun-Tsu) escribió El arte de la
Guerra en el siglo V A.C. basándose exclusivamente en las estrategias
aplicadas en el Goban
(como se lo llama al tablero).
La
guerra avanza y la situación se vuelve caótica. Tengo una invasión
profunda en el sector derecho, mis piedras están débiles en la esquina
superior izquierda y en la ladera sur la batalla es encarnizada.
Debo
decidir: protejo los territorios ganados, recupero lo perdido, presiono a mi
oponente. Cada jugada es vital y puede decidir el destino.
Entonces,
cojo una piedra y la pongo en el tablero. Su suave sonido rompe la
inquietud...
Más
que un juego, el Go puede ser considerado como un arte. Es realmente simple
aprender sus reglas –seis en total-; pero desenvolverse en un tablero tan
extenso requiero mucho más que simples cálculos matemáticos, es necesario
apelar al sentido intuitivo de posición, de visión a futuro, e, inclusive,
de estética.
La
relación es simple: tratemos de comprender la idea de infinito.
Es
mejor graficarlo de esta manera: las probabilidades para la primera jugada
son 361. Para la segunda jugada debemos multiplicar 361 posibilidades de la
primera jugada por 360 intersecciones vacías: 129.960 en total. Si
mantenemos el esquema, para la quinta jugada tenemos casi seis billones de
posibilidades. (Si. Lo escribí bien: seis billones). El resultado final de
probabilidades para una partida ideal de Go –en donde se utilicen todas las
piedras- supera en tres veces la cantidad de átomos en nuestra galaxia.
Sorprendente, ¿no?
Según
estos cálculos podemos predecir que no se repetirá una partida de Go, no
importa cuantas personas lo jueguen, hasta que nuestro planeta desaparezca.
Olvidémonos,
entonces, de los números puesto que no podemos controlar tal cantidad.
Debemos intuir y manejar el partido de Go de una manera personal; decidir tal
como lo haríamos en nuestra vida cotidiana. El tablero se convierte, de esta
manera, en un lienzo donde pintamos un autorretrato. Y, de hecho, lo haremos.
Cada
partida es una obra irrepetible impregnada con el carácter de sus autores: Arte. |