Cuando quiero comprobar algún hecho
histórico sobre los Hermanos Marx, consulto al historiador de la
familia, Groucho.
Groucho tenía el único número cómico de nuestro espectáculo; caracterizaba al repartidor de pedidos de un carnicero, con un cesto del que colgaba una ristra de salchicas. Pero, en algún lugar de Arkansas, descubrí que en la comedia no todo son risas. Después del espectáculo, mientras descansábamos y contábamos la pasta para ver si teníamos suficiente para dormir en camas esa noche, un personaje nativo se acercó cabalgando hasta la puerta trasera del teatro:
- "¿Quién de vosotros es el tipo cómico que lleva el cesto de salchichas?", preguntó.
Groucho, creyendo que tenía un nuevo admirador, se adelantó y se identificó. El nativo le miró desde su montura con ojos relucientes y hostiles.
- "Mi hermana es la que toca el piano en este teatro -dijo- y no quiero volver a oírte hablándole de esa manera o te volaré tus sesos yankis, ¿me oyes?".
Groucho le oía. Pensaba que había añadido un toque sutil aquella noche, guiñándole un ojo a la pianista y diciéndole:
- "Adoro a mi mujer,
pero... ¡oh, chiquilla!".
Así que Groucho
cantó el aria de tenor. Es decir, la empezó. Alrededor del
duodécimo compás, le asaltó un ansia histérica
y compulsiva de armar bulla (todos lo veíamos venir) y dejó
de cantar. Yo estaba tras las bambalinas pero aquello era demasiado divertido
para perdérmelo. Corrí al escenario y empujé a Chico
fuera del taburete del piano. Groucho
me sacó de allí de otro empujón. Chico
sacó a Groucho.
Yo empujé a Chico.
A lo largo de toda la absurda ronda, el piano siguió sonando y Groucho
siguió cantando "La donna e mobile" en un italiano de doble
sentido. Bueno, el teatro se vino abajo.
Me sentía muy halagado cuando la gente decía que yo era la viva imagen de Chico. Supongo que lo era. Ambos éramos gambas en comparación con el tamaño medio de los langostinos del barrio. Eramos enclenques, pecosos, dotados de grandes ojos y melenas de pelo ondulado e indómito. Papá no se lucía más cortándonos el pelo que cortando tela para un traje.
Pero el parecido terminaba en el corte de pelo. Chico era una especie de genio de las matemáticas, con una capacidad sorprendente para los números y la geometría. Más tarde adquirió habilidades con los cuerpos no geométricos también.
Chico rara vez venía a casa directamente de la escuela. Si aparecía para cenar, se esfumaba en cuanto había comido. Estaba realizando una importantísima investigación para ampliar su conocimiento de la aritmética de una forma útil. Estaba aprendiendo a apostar en las carreras de caballos y en el boxeo y a jugar al póker, al pinacle y al klabiash haciendo de mirón en la trastienda de una tienda de puros de Lexington Avenue.
Estaba estudiando las leyes de la probabilidad observando el juego de dados itinerante del barrio, siempre un golpe de dados por delante de la policía. Y estaba estudiando las leyes de la física observando la acción y reacción de los sólidos esféricos en movimiento, en el salón de billar "Excelsior" del East Side.
Al cumplir los doce, Chico decidió que ya sabía todo cuanto tenía que saber sobre estas ciencias aplicadas y abandonó también la escuela. También dejó de investigar, de hacer de mirón y observar y se puso en acción. Desde entonces nunca dejó de tomar parte en todo tipo de acción.
Chico era
un buen maestro y con él yo era un discípulo aplicado. En
poco tiempo me enseñó a manejar un taco de billar, a jugar
a las cartas y a apostar en los dados.
Una vez pensé que había logrado despistarle. Vendí toda una carretilla de chatarra en el West Side y el chatarrero me dio 10 centavos en efectivo, que era lo máximo que había ganado nunca con un solo viaje. Juré que ese dinero no iría a parar al bolsillo de Chico. Por una vez estaba seguro, porque había encontrado el escondite perfecto.
En nuestra habitación, el papel de la pared tenía un pequeño desgarrón cerca del techo. Antes de que Chico volviese a casa esa noche, me subí en el tocador y metí mis 10 centavos junto a la pared, bajo el papel desgarrado. Era un trabajo fino y me fui a la cama con una gran sensación de seguridad.
A la mañana siguiente, cuando me levanté, el desgarrón del papel había aumentado de tamaño. Mis 10 centavos habían desaparecido junto con Chico. Era la única persona que yo conocía que podía oler el dinero a través del papel de las paredes. Tal vez no tuviese oído para la música, pero tenía una magnífica nariz para las divisas.
Así aprendí que la única manera de proteger mi dinero era gastarlo tan pronto como lo ganaba. Y también aprendí a gastarlo en algo que pudiera comerme o usar totalmente, como una cena o una partida de billar. Porque mis posesiones no estaban más a salvo de las garras de Chico que mi dinero. Chico era un devoto seguidor de la máxima "parte y comparte por igual".
La forma en que compartía mis pertenencias
consistía en empeñarlas tan pronto como les ponía
las manos encima y luego darme la papeleta de empeño que correspondía
a mi parte.
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Prefiero
ir al infierno |
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Prefiero
ir tras las rubias |
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Aaauuhhnn
hay más cosas de Harpo |
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