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Estábamos entonces en Wall Street, la parte más baja de Manhattan. Debíamos llegar a casa, a unas 120 cuadras, antes de que anocheciera. Partimos camino como todo el resto de la gente, a pie.

 

Algunos tenían la esperanza de tomar los autobuses, pero las colas eran larguísimas. Se notaba la preocupación en la cara de la gente. Después del 11 de septiembre, los neoyorkinos esperaban lo peor.

 

 

Para algunos caminar hasta sus casas era más difícil que para otros. Los camioneros y otros transportistas pedían $20 por llevarte. Los cajeros no funcionaban. Entre los tres no llegábamos a los $30.

Estábamos en Soho cuando Dalí tuvo una brillante idea. ¿Por qué no ir a Times Square y fotografiar todo aquello apagado? Sonaba fabuloso. No se cómo no se me ocurrió antes. Partimos hacia allá lo más rápido posible, pues la noche comenzaba a caer y realmente era difícil ver nada.

 

El espectáculo era realmente hermoso, completamente sobrecogedor.

 

Llegó el punto en que todo era completamente negro. Detrás de este cartel se veían decenas de rascacielos, pero esa noche, nada... Era casi como estar en el fondo del mar.

Llegamos a Times Square al cabo de una hora. Ire tenía sus piecitos rotos por las sandalias que llevaba.

Luces de seguridad iluminaban las calles principales pero en las secundarias no se veía nada. Comencé a tener problemas con mi cámara. Era nueva y no sabía como manejarla en extremas condiciones de luz.

Dalí tomaba fotos como loco mientras yo trataba de arreglarmelas con mi cámara nueva. Decidí preguntarle a uno de los fotógrafos, que tomaba fotos delante de Dalí, cómo manejar el menú de mi cámara. Probablemente él sabría como arreglarlo.

Hablamos por unos minutos. John tomó mi cámara y trató por todos los medios de cambiar el menú. Mientras, me enseñó algunas de sus fotos, impresionantes. Al cabo de un rato Irene y Dalí decidieron que era hora de seguir adelante. Así que me quedé con mi cámara maltrecha.

 

 
Me despedí de John agradeciéndole su ayuda y mientras me iba, caminando de espaldas lentamente, lo miraba y pensaba... que chico más encantador... que inteligente... que lástima que no me puedo quedar a hablar...y con un suspiro de resignación, le sonreí y me despedí.
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