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Este proceso es gradual: la princesa Leia colabora eficazmente con los protagonistas masculinos pero no los sustituye y conserva en todo momento una apariencia decididamente femenina; Ripley en cambio es más fuerte que los hombres que la rodean y va más allá de ellos: no sólo no detiene la acción o la padece, como las protagonistas antiguas sino que la impulsa hasta su paroxismo triunfal. Además, Ripley adopta ya un look decididamente unisex:
poco pecho, uniforme de vuelo o de combate, suciedad de pólvora y sudor guerrero, etc... Sin embargo, no por ello se convierte en un hombre, pues no deja de ser atractiva, demuestra instinto maternal (cuando protege a la niña en Aliens), etc... Ya lo masculino no es patrimonio exclusivo de los hombres, lo mismo que los aspectos femeninos, dulces o medrosos, tampoco se dan exclusivamente en las mujeres. Lo que podríamos llamar 'la era Ripley' continúa en la protagonista de Terminator 2 y en otros filmes semejantes.
En los años noventa, con el personaje de Jodie Foster en El silencio de los corderos se da todavía un paso más allá. Se presenta en esta película una mujer de acción pero que ya no necesita cortarse el pelo o adoptar indumentaria masculina, sino que rivaliza con los hombres en inteligencia y arrojo desde su propia apariencia y aún fragilidad de mujer. Ya no se teme que la mujer activa y combativa parezca plenamente mujer,
por tanto quizá sea éste el papel femenino más completo de la nueva visión cinematográfica de las mujeres al final de nuestro siglo. Quizá el momento más hermoso y también importante del cine actual lo marquen las lágrimas de Hannibal Lecter cuando habla desde su jaula con la agente que es a la vez su adversaria y su confidente: el reconocimiento entre individuos iguales, antes reservado a las amistades o enfrentamientos masculinos, se da ahora entre hombre y mujer, que se consideran más allá del sexo como agentes libres.
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