EL MERCURIO de la Salud
Número 21 - Junio de 1998


ESPECIAL HISTORICO
El Palacio de los Inválidos

El Palacio de los Inválidos, construido durante el reinado de Luis XIV para albergar a heridos de guerra, tuvo su época de mayor demanda en los siglos XVII, XVIII y XIX. En la actualidad en el Palacio funcionan cuatro museos, entre los que se destaca el Musée de l'Armée, y dos iglesias, la del Domo y la de los Soldados. El objetivo por el cual fue fundado en 1674 sigue en pie, ya que alberga a 80 mutilados de guerra.


Mediante las resoluciones reales del 24 de enero y 15 de abril de 1670, el Rey de Francia Luis XIV encomendó al arquitecto Libéral Bruand la construcción del Palacio de los Inválidos donde serían albergados y atendidos los heridos de guerra.

La piedra fundamental fue colocada el 30 de noviembre de 1671. Los trabajos avanzaron a tanta velocidad que el decreto de instalación fue publicado tres años después y a partir de octubre de 1674 fueron instalándose los primeros pensionados.

En 1676 las repetidas ausencias del arquitecto Bruand aminoraron considerablemente la marcha de los trabajos. En consecuencia el ministro Louvois convocó en marzo al arquitecto Jules Hardouin-Mansart, que por ese entonces tenía 30 años de edad.

El 6 de abril de ese año el joven arquitecto presentó un proyecto original y ambicioso: crear una segunda fachada que se transformaría en la principal del Palacio de los Inválidos, edificando una iglesia con cúpula detrás de la Iglesia de los Soldados. Se convertiría en la Iglesia del Domo, donde en la actualidad descansan los restos de Napoleón Bonaparte.

Encargado de terminar el Palacio, Mansart firma en noviembre de 1676 los primeros contratos relativos a la Iglesia de los Soldados, que para su culminación retomó y completó los planos de Bruand.

Las obras finalizaron en 1691, pero las terminaciones y la decoración interior se prolongaron hasta 1706 a causa de la escasez de créditos. Luego sólo restaría construir algunos edificios anexos y sus fachadas respectivas del lado oeste, tarea llevada a cabo entre los años 1747 y 1750 por Jules Robert de Cotte.

Desde su fundación en 1674 el Palacio de los Inválidos albergó a gran cantidad de heridos de guerra, alcanzando el número máximo de pensionados durante los siglos XVIII, sobre todo durante el largo invierno de 1709, y XIX, después de las guerras del Imperio de 1815.

Ser admitido como pensionado significaba para todos esos hombres el final de una vida miserable. Sin embargo la admisión era rigurosa porque el reglamento era muy formal. Hubo casos como el del soldado de 70 años Nicolás Apurillot, también llamado Grillot, que fue rechazado en 1677 por no poseer los años de servicios ni presentar invalidez física.

El Consejo del Palacio, encargado de examinar cada caso de admisión, sólo aprobaba a los soldados incapaces de ganarse la vida y que hayan cumplido por lo menos con 10 años de servicio en el Ejército. En 1710 se hizo una reforma exigiendo desde entonces 20 años de servicio como requisito.

Los pensionados cumplían con un estricto régimen militar y sagrado. El último consistía en una rígida asistencia a los servicios religiosos, las procesiones y los retiros, así como también en cumplir con el ayuno durante la cuaresma. Los sacerdotes de la misión de San Lázaro eran los encargados de guiar hacia el camino de la salvación a los internos.

La disciplina militar era igual de estricta. Los soldados aún en estado de llevar armas hacían ejercicios, aseguraban los turnos de guardia y los servicios de honor análogos a los de una guarnición. Los cuatro refectarios situados en cada uno de los costados del patio de honor, adonde se servía la comida, funcionaba obligatoriamente a hora fija.

La alimentación era sana. Cada uno de los pensionados sólo tenía derecho a un cuarto litro de vino por comida. En el centro de cada refectorio se situaban los bebedores de agua, privados de tomar vino casi siempre a causa de medidas disciplinarias.

El reglamento del Palacio, que fue revisado en 1710, era draconiano. Una blasfemia o una querella podían valerle al soldado dos meses de prisión, y el tráfico de vino, de tabaco, o la introducción de personas extrañas eran severamente reprimidos. Los pensionados para salir al exterior necesitaban el aval del Gobernador.

Los inválidos del siglo XVII eran hombres acostumbrados a la vida ruda y arriesgada del ejército, en consecuencia se les hacía difícil adaptarse a la severa disciplina del Palacio. Los Registros de los archivos califican a algunos internos como borracho y libertino o insolente y mujeriego.

En el transcurso del siglo XVIII el reglamento del Palacio se volvió más flexible, con lo cual muchos inválidos comenzaron a vivir con sus mujeres e hijos. También una multitud de personajes extranjeros se instalaron en los locales, según surge del informe al Ministerio en 1773, en el que se puede leer: "el Palacio es un hormiguero de tiendas, de comerciantes, de colchoneros ... Los pasajes y la luz de los corredores están completamente obstruidos".

El Palacio de los Inválidos se había convertido en un lugar de paseo de los parisinos que recibían el relato de las aventuras militares de los pensionados.

También varios soberanos en persona visitaron a los viejos servidores. Tales son los casos de Luis XIV que varias veces asistió al Palacio o el del zar de Rusia Pedro el Grande que en 1717 bebió en un cubilete de estaño a la salud de los inválidos. Luego del Pasaje de Luis XVI en 1788 fue el turno de Napoleón, que inspeccionó el establecimiento, al que regresaría nuevamente en 1813 y en mayo de 1815, durante la guerra de los Cien Días. Su sobrino Napoleón III hizo lo mismo en agosto de 1855 acompañado por la Reina Victoria, llegada a París para asistir a la exposición universal.

Las autoridades del Palacio presentaban a sus huéspedes algunos servidores destacados, como Jean Menot o Angélica Duchemin.

Menot, llamado también la bronche (la rama), había sido herido en su pierna izquierda a causa de una bomba durante Fribourg, razón por la que fue admitido en 1714 en los Inválidos donde vivió hasta su muerte en 1772. Por su parte Duchemin, que era viuda de Brulon -soldado del 42º regimiento de infantería en 1794-, fue herida en 1799 y admitida como pensionada en 1802. Duchemin permaneció en los Inválidos hasta su muerte a los 87 años, en 1859.

De uno y otro lado de la Iglesia del Domo en la actualidad se halla la Institución Nacional de los Inválidos, cuyo centro de pensionados fue renovado en 1975. El lado izquierdo mirando hacia el Domo está compuesto de habitaciones modernas y espaciosas que dan a los jardines interiores o al Jardín del Intendente cuya fuente fue reconstruida en 1980. Las construcciones de la derecha correspondientes a la antigua enfermería del Palacio están destinadas al hospital propiamente dicho, centro especializado en el tratamiento de parapléjicos. Allí también se encuentra la botica -farmacia del siglo XVIII-, el laboratorio de Parmentier -1775-, un centro médico quirúrgico ultra moderno y un servicio de reeducación con gimnasio y piscina.

Hoy el Hospital de los Inválidos alberga aproximadamente a 80 mutilados de guerra admitidos por decisión ministerial. La notable diferencia del actual número con el de los pensionados desde su creación hasta el siglo XIX, (3000 en 1680; 4000 en 1715; 5000 después de las guerras del Imperio en 1815) se debe tanto a la multiplicación de hospitales militares como a la intervención de las familias que desde comienzo de este siglo se comenzaron a hacer cargo de los inválidos.

Los personajes como Menot y Duchemin, al igual que otros internos, dieron nacimiento en el siglo XIX a un verdadero mito del inválido, testigo de la epopeya del pequeño caporal, actor en Austerlitz, Wagram o Warterloo; cargados de recuerdos de una vida llena de aventuras, ellos son la insignia de la leyenda napoleónica.

Marco Aurelio Real (n)