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la Muerte de Santa Claus


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LA MUERTE DE SANTA CLAUS.
por: Héctor Ugalde (UCH)

  Un policía duro y curtido como yo ya debería haberlo visto todo. Eso
creía hasta la navidad del 93: hasta haber visto a Santa Claus muerto.

  Por un momento, con la impresión, desfilaron ante mi, imagenes de
algunas de las 45 navidades que he vivido. Imagenes borrosas, pero
alegres: las primeras, imagenes claras y solitarias: las de las últimas.

  La voz de mi ayudante paró el cinematográfo en mi mente.
- ¿Qué opina, jefe Malo?

  El ser llamado "Jefe Malo" y el ver sus ojillos interrogantes activó
otra película, la de mi recuerdo de cuando llegué al pueblo, a la
jefatura de policía:
  "Soy el nuevo jefe"
  "Pablo Bueno, para servirle, soy su ayudante"
  Se me presentó como un hombrecillo pacífico con sed de justicia. Me
dijo que él era "un hombre 'Bueno' que no soporta lo malo"
  "Pues yo soy Pedro Malo"
  Entonces me miró con esos ojillos interrogantes y escrutadores.
  Y es que, aunque Pedro Fierro es mi nombre, Pedro Malo es mi alias.
Cuando nací, mi padre, admirador de "Martin Fierro" me quiso poner ese
nombre, pero a la mera hora se equivocó, aunque nunca lo aceptó, dijo
que era a propósito, que Pedro Fierro era un nombre duro: piedra y
fierro...
  Pero la piedra se desmorona y el fierro con calor se ablanda. Eso lo
descubrí con Teresa, pero me dejo marcado. Eso me endureció más y me
creó la fama de malo, de rebelde, de cabrón. Pero agarré parejo y tuve
mis broncas con algunos jefes del "alto mando". Y por ser tan jijo de la
tiznada recibí el castigo del exilio, así fue como caí en este pueblo
como jefe de policía, con un ayudante "Bueno" que no soporta lo malo...

- ¿Quién es?
- Pancrasio Reyes, el maestro.
- ¿Y qué andaba haciendo disfrazado de Santa Claus?

  Mi ayudante me explicó la costumbre que tenían en el pueblo de elegir
a una persona para que por varios años se disfrace de Santa Claus, y así
cumpliendo el papel de juez supremo, castigue o premie las malas o
buenas acciones de cada niño.

  Y mientras iba explicando, veía al hombrecillo que era mi ayudante,
bajito y rechoncho, lo cual fue motivo de bromas con nuestros nombres:
Pedro Picapiedra y Pablo Marmol.

  Y aquí estaba yo, Pedro Fierro Malo Picapiedra, en el auditorio del
pueblo frente a al misterio de un maestro muerto disfrazado de Santa
Claus, sentado en una silla.

  Una vez recuperado el control, examiné más de cerca el cuerpo. Herida
de bala, con entrada entre los ojos y salida por la parte superior del
cráneo.

  Frente al cadáver, entre las botas, encontré una gorra roja tirada.
No era la del Santa Claus, pues este todavía tenía la suya, aunque
sangrante y agujerada. Además ésta era pequeña, como la de un niño.

  ¿Un niño? No lo podía creer. Sin embargo la trayectoria del disparo
era de abajo hacia arriba, y bueno, los últimos en estar con Santa Claus
fueron los niños.

  Así pues tenía que entrevistar a los niños, niños de... ¿A que edad
les dirían la verdad? niños de 10 a 14. No quería pensar en la
posibilidad de que hubiese sido un niño más pequeño.

- Trae a los niños de entre 10 y 14 años para que los entreviste.
- ¿Aquí?
  Los ojos de mi ayudante miraron temerosamente el cadáver Rojo en la silla.
- ¿Cómo crees? ¡Traélos a la oficina del auditorio!
- Está bien, jefe Malo.
- ¡Y que el doctor se lleve el cádaver!
- El doctor no está. Fue al Rancho de los Rodriguez a atender un parto.
- Bueno, entonces que el buitre de la funeraría se lo lleve.

  -------------------

  Los niños fueron entrando, con los ojos abiertos como platos,
inquietos y asustados.

  Al verlos, mi plan de un interrogatorio frío y brutal, como los miles
que había realizado, se vino abajo. Sólo se me ocurrió preguntarles qué
pensaban de Santa Claus. Así fui escuchando comentarios como:
- ¡No me dió regalos!
- ¡Me hizo llorar!
- ¡Santa Claus no me quiere!
- ¡Soy un niño malo! ¡Santa Claus me lo dijo!
- ¡Me pegó!
- ¡Santa Claus es malo!

  Al terminar el interrogatorio, cuando se fueron los niños, me quedé
pensativo. ¡Nunca había visto niños más tristes y resentidos! ¡Este
maestrito que se creía Santa Claus era más cabrón que yo! ¡Era el más
cabrón de todos los cabrones!

  No sé cuánto tiempo estuve pensando. Cuando alcé la vista allí estaba
mi ayudante, a la espera de mis ordenes. El "Bueno" de mi pequeño
ayudante.

  De pronto se me ocurrió.

- ¿SantaClos tenía un Ayudante? ¿verdad?

  Mi ayudante asintió en silencio.

- ¿Un ayudante bueno que no soporta lo malo?

  Los pequeños ojos de mi ayudante me miraron con tristeza.

- Me entrego. ¡Llevéme a la cárcel!
- No. Mejor vamonos. ¡Fue suicidio!
- ¡Pero eso no es justicia!
- ¿Justicia? Ya se hizo.
- Pero, pero merezco un castigo.
- Pues te aguantas, porque tu castigo será seguirme ayudando aunque seas
  un ayudante "Bueno" que no soporta lo malo...

                                  FIN


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