A los Presbíteros, a los hermanos
y hermanas de Vida Consagrada, a los Fieles Laicos Agentes de Pastoral y
a todos los miembros de la Arquidiócesis
de México: ¡Que la
Palabra de Dios habite en ustedes con toda su riqueza! (Col. 3,16).
1.- INTRODUCCIÓN
Toda nuestra fe nace de un hecho fundamental, el acontecimiento de Jesucristo
nuestro Señor y Salvador, quien con su muerte y resurrección
nos ha manifestado el amor de Dios y su designio de salvación. Cristo
Jesús es el centro y totalidad de este hecho enclavado en la plenitud
de los tiempos (Cf. Gál 4, 4), desde donde fluye como una fuente
inagotable la acción salvífica de Dios hacia el pasado, en
el presente y para el futuro de toda la humanidad. Así, todo lo que
realmente vale para el hombre, se encuentra en Cristo y fuera de Él
no hay nada, por eso exclama san Pablo: "Dios tuvo a bien hacer residir
en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él
todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay
en la tierra y en los cielos" (Col 1,19-20).
La Sagrada Escritura, inspirada por el
mismo Dios y conservada con fidelidad y veneración por la Iglesia,
contiene todos los elementos de esta historia para nuestra salvación.
Así como Cristo, Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,14), nos manifiesta
el rostro de Dios (Cf. Jn 14, 9), así también, la Sagrada
Escritura nos muestra a Cristo y de alguna forma nos comunica su acción,
por ello se dice de la Escritura que es la Palabra viva de Dios: "eficaz
y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las
fronteras entre el alma y el espíritu... y escruta los sentimientos
y pensamientos del corazón" (Hb 4,12).
Todos los que formamos la Iglesia, pero especialmente sacerdotes, diáconos
y los laicos que están al frente de comunidades cristianas, hemos
de leer y estudiar asiduamente la Escritura, para no volvernos "predicadores
vacíos de la palabra, porque no la escuchamos por dentro" (S.
Jerónimo, Comm in Is, Prol. PL 24,17). Pero más todavía,
queridos hermanos y hermanas, la finalidad de esta exhortación pastoral,
radica en la preocupación que tengo de que llegue a todos los fieles
de nuestra querida Arquidiócesis esta Palabra de salvación,
sobre todo en este tiempo en que hay un creciente interés por ella
en todas partes, tanto, que no podemos dejar de recordar al profeta: "He
aquí que vienen días -oráculo del Señor Yahvéh-
en que yo mandaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de
agua, sino de oír la palabra de Yahvéh" (Am 8,11).
2.- LA PALABRA DE DIOS, ESPÍRITU DE LA IGLESIA
Si el mundo tiene hambre de esta Palabra, la Iglesia tiene la grave responsabilidad
de proclamarla y explicarla. Es el mandato fundamental que ha recibido de
Cristo: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la
creación" (Mc 16,15), fue por eso mismo la tarea fundamental
de los apóstoles, quienes buscaron siempre dedicarse de lleno a la
"oración y al servicio de la Palabra" (Cf Hch 6,1-4), con
la cual nace, crece y se alimenta la Iglesia misma (Cf Hch 2,42). No hay
obstáculo que pueda detener este anuncio, ni mandato humano que se
pueda oponer, ya que "hay que obedecer a Dios, antes que a los hombres"
(Hch 5,29). Tal vez lo único que pudiera detener esta proclamación
de la Palabra de Dios sea nuestra propia resistencia o descuido hacia ella,
de allí que nuestra responsabilidad sea mayor: ¡Ay de mí
si no evangelizara!, nos dice san Pablo, ¡Ay de nosotros si no evangelizamos!,
nos advierte la proclamación sinodal (ECUCIM, 2908).
No sólo el comienzo de la Iglesia
está iluminado por esta proclamación, sino toda su historia.
Baste recordar la obra inmensa de los Santos Padres en los primeros ocho
siglos, dedicada casi totalmente a la contemplación y explicación
de la Escritura; por otra parte, el medievo transcribió y meditó
cuidadosamente la Palabra de Dios, haciendo de ella el alma de su cultura;
el renacimiento la colocó como la primera palabra impresa, multiplicándose
las versiones latinas y las traducciones a las nuevas lenguas europeas.
Fue sólo por el abuso al que llegó la Reforma protestante
que la Iglesia pidió cierto detenimiento, para no hacer de la Palabra
un pretexto que justificara opiniones humanas. Por una extraña reacción,
la Palabra quedó muy distante del pueblo fiel, pero no de la fe que
lo nutre, ni de la vida cristiana que lo guía, por ello ha querido
recordar el Concilio Vaticano II que "la Iglesia siempre ha venerado
las Sagradas Escrituras como al cuerpo mismo de Cristo; pues, sobre todo
en la Sagrada liturgia, no deja nunca de tomar del altar y distribuir a
los fieles el pan de la vida, lo mismo de la Palabra de Dios que del cuerpo
de Cristo" (Dei Verbum
21), es así que debemos "dar
a conocer la Palabra de Dios contenida en las Sagradas Escrituras, como
un instrumento fundamental del conocimiento, profundización y meditación
de nuestra fe, de modo que ellos (los fieles todos), a su vez, la difundan
entre sus semejantes" (DV 25).
Toca a mí, Obispo de esta Arquidiócesis,
como exhorta el Concilio, formar oportunamente a los fieles que por la bondad
del Señor me han sido confiados, en el aprecio y conocimiento de
los libros sagrados, especialmente de los evangelios. Por eso considero
que, después de dar algunos pasos significativos en la dirección
que el segundo Sínodo nos ha señalado, y como complemento
a la Orientación pastoral acerca de la formación de agentes
laicos para acciones específicas, que recientemente he dirigido a
la comunidad arquidiocesana (25.05.96), es necesario que tomemos conciencia
del lugar que le corresponde a la Palabra en el quehacer de la Iglesia y
que hagamos todo lo que nos toca a cada uno para que sea mejor conocida
y, sobre todo, vivida. En efecto, si la Iglesia existe y se constituye por
la Palabra como pueblo de Dios y en comunidad evangelizada y evangelizadora
(Cf SD 33; Christif. 36), significa que ella "es, en verdad, sustento
y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del
alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual" (DV 21).
3.- HECHOS Y DESAFÍOS
La realidad en que nos encontramos ya ha sido analizada por el segundo Sínodo
arquidiocesano, donde junto a hechos concretos, nos ha presentado también
desafíos que cada día son más urgentes:
Ante una sociedad indiferente y deshumanizada, ante el gran número
de bautizados que viven al margen de la vida cristiana, ante una comunidad
de raíces cristianas, pero en gran parte de fe muerta e inactiva,
y ante una actividad eclesial inoperante, es urgente:
llevar a cabo un proceso evangelizador que dé prioridad al anuncio
'kerigmático' en orden a la conversión;
renovar profundamente la experiencia del Señor, de modo que los Agentes
siempre, y no sólo en las celebraciones litúrgicas, proclamen
de manera íntegra, creativa y testificante a un Cristo vivo, capaz
de transformar al hombre y su realidad histórica;
tomar conciencia de la necesidad de pasar de una pastoral centrada en el
culto y la administración, a una pastoral en que todo lo que se haga
vaya dirigido a la proclamación del misterio de Jesucristo.
¡Ay de nosotros si no evangelizamos!
(ECUCIM, 2908).
4.- CONTEMPLACIÓN DE LA PALABRA
El primer paso indispensable para todos es acercarnos a la Escritura para
contemplar la Palabra de Dios. Debe ser nuestro alimento de cada día,
para mirar desde allí toda otra realidad. Los pastores que están
al frente de las comunidades, los religiosos y religiosas, junto con los
agentes laicos que sirven en los distintos campos, y todos los fieles integrados
a los grupos y movimientos eclesiales, deben tener una cercanía real
y personal con la Palabra de Dios. El Concilio nos recuerda que el momento
privilegiado en que la Iglesia escucha la Palabra es la asamblea litúrgica
ya que en ella, Cristo "está presente en su palabra, pues cuando
se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla"
(SC 7). Dentro de toda la vida litúrgica, la Eucaristía ocupa
el lugar central en ese encuentro con nuestro Padre Dios a través
de su Cristo, ya que "como hizo en otro tiempo con los discípulos
de Emaús, él mismo nos explica las Escrituras y parte para
nosotros el pan" (Plegaria eucarística V). La celebración
dominical, debe prepararse cuidadosamente, para que la Iglesia toda reciba,
asimile y viva con amor y gratitud el don de la Palabra.
Más allá de la liturgia,
la Palabra de Dios debe presidir todos los momentos de fe personales o comunitarios,
los momentos significativos de nuestra vida, pero especialmente nuestra
oración, más aún, la Escritura misma es nuestra oración.
Se trata de lo que la Iglesia llama la lectio divina, es decir, ese esfuerzo
constante por escuchar ordenadamente la Palabra de Dios. Esta cercanía
con la Escritura nos lleva a contemplar en la fe las realidades que Dios
mismo nos ha revelado: más allá de las palabras, los signos
o los hechos narrados, llegamos a comprender que el Reino de Dios está
presente en nosotros, que Dios mismo, infinitamente trascendente, está,
extraordinariamente próximo. Esta contemplación es un don
de Dios, a nosotros nos toca buscarlo, quererlo, estar preparados para recibirlo;
no tengamos miedo ni pongamos resistencias, el resto lo hará el Espíritu
Santo que guía los planes de Dios.
Uno de los momentos de mayor sensibilidad
para escuchar la Palabra es la oración. La oración oficial
de la Iglesia no es exclusiva de sacerdotes, religiosos y religiosas, sino
de todo el Pueblo de Dios: es esperanzador que cada día existan más,
en número y en profundidad, grupos de laicos que se reúnen
en sus parroquias para orar con la liturgia de las horas, uno de los mejores
instrumentos que tenemos para orar con la Sagrada Escritura. Debemos buscar
que todos los grupos de oración comunitaria, donde la música
y los cantos son de gran apoyo, estos mismos estén inspirados en
el Evangelio, por eso "deben tomarse principalmente de la Sagrada Escritura
y de las fuentes litúrgicas" (SC 121).
En un tiempo en que nuestra ciudad se ha
hundido en un mar de palabras e imágenes efímeras y vacías,
en medio del ruido ensordecedor de la civilización moderna, con miles
de propuestas, pero con gran ausencia de Dios, los hombres y mujeres experimentan
una insatisfacción y soledad que fácilmente les puede llevar
por caminos distintos a los de la Iglesia y de la auténtica fe. No
nos extrañe, por ello, el auge del esoterismo y de nuevos movimientos
religiosos. El remedio saludable está en volver a la capacidad de
contemplación, a partir de las Sagradas Escrituras, capacidad que
llena el corazón y que permite pasar desde el laberinto de la incredulidad
hasta el testimonio del resucitado (Cf Jn 20,25) y la esperanza en nuestra
plenitud y salvación en Cristo.
Conviene recordar a este propósito
aquella exhortación de san Pablo: "Proclama la Palabra, insiste
a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y
doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán
la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán
con un montón de maestros por el prurito de oír novedades;
apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las
fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia,
soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña
a la perfección tu ministerio" (2 Tim 4,2-5).
5.- ANUNCIO DEL EVANGELIO
El pueblo de Dios, llamado también con frecuencia el pueblo de la
Palabra, mantiene su identidad en la medida en que, impulsado por el Espíritu,
anuncia el kerygma, proclama la predicación o desarrolla la catequesis.
La evangelización comienza con el
kerygma, que es el primer anuncio explícito sobre Cristo. "Conocer
a Cristo es todo; el resto es nada: de ahí la importancia de anunciarlo"
(ECUCIM 2904), nos ha dicho el Sínodo. Este imperativo pastoral es
especialmente importante dada la situación de nuestra Arquidiócesis,
donde prevalece la ignorancia e indiferencia religiosa, por lo que todos
los agentes de pastoral deben realizar una proclamación clara, vigorosa
y testificante de Jesucristo, superando los temores y los pretextos. El
anuncio debe dirigirse especialmente a los alejados de la vida eclesial,
que son la mayoría de los bautizados.
No hay que dudar en proponer, desde el
principio, un encuentro directo con la Palabra a través del texto
escrito (Cf Hch 8,4-5), ya que la Palabra de Dios es siempre viva y eficaz.
En esto deben poner especial empeño todos los grupos y movimientos
eclesiales, para que quienes llegan a ellos se encuentren inmediatamente
con la Sagrada Escritura.
Una de las formas más importantes
de evangelizar es la predicación. Se trata de la tarea primordial
de los presbíteros y diáconos, ya que la fe, dice san Pablo,
viene por la predicación (Rom 10,17). Es el medio más eficaz
para cultivar la vida cristiana de la comunidad. Toda predicación
debe partir de la Escritura y debe profundizarse desde la reflexión
de la Iglesia. En este sentido exhorto a mis hermanos sacerdotes y a los
diáconos a poner mayor empeño en el estudio constante y personal,
y, en la medida de lo posible, propiciar en ambiente fraterno y de oración
con otros sacerdotes, la preparación de la homilía dominical,
momento privilegiado para proclamar la Palabra y alimentar con ella a la
comunidad.
Sabemos que podemos acercarnos a la Biblia
desde distintos ángulos: literario, histórico, científico,
sociológico, pero que la única forma importante es descubrir
en ella la fuente de salvación para todos los hombres: porque "toda
la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para
argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre
de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena" (2Tim
3,16-17).
Por otra parte, hoy más que nunca
es urgente que la catequesis, en todas sus formas y etapas: infantil, presacramental,
juvenil, adultos, familiar, se sustente "en la fuente viva de la Palabra
de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura...",
pues "será tanto más rica y eficaz cuanto más
lea los textos con la inteligencia y el corazón de la Iglesia y cuanto
más se inspire en la reflexión y en la vida dos veces milenaria
de la Iglesia" (Cat Trad 27; Cf SD 33).
Si la catequesis es uno de los ministerios
permanentes de la Palabra, quiere decir que hunde sus raíces más
profundas en la Escritura, ya que en ella se sustenta de una manera estable
y tangible. Por eso es muy necesario que, ante los ataques y desorientación
que constantemente lanzan los grupos no católicos y las sectas falsamente
cristianas, nuestros fieles descubran que su crecimiento espiritual depende
del contacto directo con la Biblia en el corazón de la Iglesia (Cf
SD 294); en otras palabras, que la vean, junto a la Eucaristía, la
devoción a María y la comunión con el obispo y el Papa,
como signo de su identidad católica (SD 143). La Escritura nace en
la Iglesia y es para la Iglesia y el mundo. "La Biblia es nuestra",
decían los Padres de la Iglesia ante los ataques sectarios (Cf Tert.
De Praes 20-26). No olvidemos en ningún momento de nuestra labor
catequística que la Sagrada Escritura es parte fundamental del gran
tesoro de la fe que la Iglesia ha conservado con enorme fidelidad (Cf 1
Tim 6,20).
Dentro de los planes de la catequesis en
todos sus niveles, debe fortalecerse una verdadera cultura bíblica
que nos lleve a reafirmar nuestra fe, nuestro amor a Cristo y a la Iglesia,
y sea el mejor punto de referencia para todo esfuerzo ecuménico y
para todo apoyo ante la desorientación sectaria. Debemos comenzar
por una mejor formación bíblica de todos los agentes de evangelización,
a fin de que apoyados en una sólida y profunda línea de exégesis,
puedan actualizar la Palabra (Cf DV 12), y dar pasos en orden a una auténtica
inculturación del Evangelio (Cat Trad 53; RM 52-53).
No debemos escatimar ni recursos económicos,
ni esfuerzo personal, para hacer que la Palabra de Dios llegue a todos los
fieles (ECUCIM 3090; 3871).
6.- TESTIMONIO DE NUESTRA FE
El primer medio que el Sínodo propuso para la Nueva Evangelización
de nuestra Arquidiócesis fue el testimonio. Ya decía Pablo
VI que "el hombre contemporáneo escucha mejor a los que dan
testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan
es porque dan testimonio" (EN 41), por ello, continúa el Papa,
"para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste
en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios
en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente
al prójimo con un celo sin límites... Será sobre todo
con su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al
mundo, es decir, mediante su testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo,
de pobreza, de desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los
poderes del mundo, en una palabra: de santidad" (EN 41).
La Palabra de Dios todo lo ilumina, todo
lo juzga y le da sentido, su verdadero sentido. De ahí que es apremiante
que se apoyen en ella todas las actividades de la Iglesia en orden a proponer
los valores del Evangelio: solidaridad fraterna, promoción humana,
defensa de los derechos humanos, defensa de la vida en todas sus etapas,
acciones específicas hacia los jóvenes, las familias, los
obreros, la educación, el bienestar social, y muchas cosas más.
Las actitudes que debemos tener como pastores
y como cristianos comprometidos, junto a las que debemos suscitar por fidelidad
al evangelio y a nuestros hermanos, no pueden ser otra cosa que la respuesta
humilde y generosa a lo que Jesús pide a sus discípulos: "Brille
así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos"
(Mt 5,16).
No es difícil descubrir la relación
que existe entre contemplación, anuncio y testimonio de la Palabra,
quisiera destacar, queridos hermanos y hermanas, que es en esta última
etapa donde se dan los frutos de todo lo anterior, de tal forma que toda
la acción evangelizadora debe concluir en una pastoral social, con
acciones específicas de pastores y laicos, en favor de la familia,
de la promoción humana, del trabajo, en fin de la dignificación
de la cultura. Es ya parte del lenguaje común de la teología
bíblica hablar de la revelación de Dios mediante hechos y
palabras, por ello el Concilio Vaticano II nos dice que "el plan de
salvación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente
conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la
historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los
hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman
las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas" (DV
2).
Esta palabra-realización, tiene
su plenitud en Cristo: Él realiza lo que anuncia, de tal manera que
Él mismo es palabra y acontecimiento. La Iglesia, por su parte, debe
expresar en su actuación lo que significa su fe, de modo que el interés
por aliviar el sufrimiento humano, su opción por los pobres, por
la cultura de la vida, por la justicia y la verdad, y su compromiso con
la paz auténtica, no sean otra cosa que signos de la coherencia entre
fe y vida, entre palabras y hechos.
De nada nos serviría ser doctos
en la Palabra de Dios, como nuevos escribas y fariseos si no la ponemos
en práctica. Nada significa pasar el tiempo en grupos y comunidades,
estudiando la Biblia, si no llegamos al compromiso concreto: "la fe,
si no tiene obras, está realmente muerta" (Sant 2,17), nos dice
el apóstol Santiago.
7.- ACTITUDES PARA LEER LA SAGRADA ESCRITURA
En un ambiente cultural donde todo pierde su valor y significado, debemos
tener cuidado de no equivocar nuestra consideración hacia los textos
sagrados, que exigen de nosotros actitudes concretas y profunda veneración:
Espíritu de fe. Debemos estar plenamente convencidos de que estamos
ante la Palabra de Dios, que nos habla y nos interpela. No se trata de cualquier
lectura más, sino de la expresión en la que Dios ha querido
manifestarse Él mismo. Esto es lo que la Iglesia quiere señalar
continuamente cuando pide que al término de la lectura en contexto
litúrgico, el lector proclame: "Palabra de Dios".
Actitud de escucha. Si la Escritura es Palabra de Dios y estamos convencidos
de ello, debemos ponernos en apertura, con una gran sensibilidad, despojándonos
de la indiferencia y de la rutina, a fin de descubrir la voluntad de Dios,
como lo expresa el joven Samuel: "habla Señor que tu siervo
escucha" (1Sam 3,10). Esto implica tener una humildad interior, porque
la Palabra de Dios no penetra donde el orgullo humano quiere erigirse como
verdad suprema.
Actitud de discernimiento. Cuando Dios se manifiesta el hombre debe tratar
de entender lo que el Señor le pide. Debemos escudriñar los
textos buscando desde la fe comprenderlos, ya que la Palabra de Dios nos
propone siempre cosas nuevas. Es necesaria la Gracia de Dios, "y para
que la inteligencia de la revelación se haga cada vez más
profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe
por medio de sus dones" (DV 5).
Actitud de entrega. Esta es equivalente a la prontitud para aceptar
y cumplir la palabra escuchada. El que lee la Biblia está siempre
en actitud de entrega: Acepta al Padre que habla, a Cristo por quien habla
y al Espíritu Santo que nos ilumina ante quien habla y a la Iglesia
donde resuena esta Palabra. El mejor modelo de entrega y donación
lo encontramos en María, la Virgen y Madre: "He aquí
la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra" (Lc. 1,38).
Actitud de compromiso. Esta Palabra es Dios mismo que sale al encuentro
del hombre y le pide una respuesta. Nuestro compromiso es personal y comunitario,
es de cada uno y es como Iglesia. Que todas nuestras actividades sociales,
políticas o culturales, sea en ámbito familiar o laboral,
estén iluminadas por la Palabra de Dios y las orientaciones del Magisterio
de la Iglesia, a fin de no quedarnos en una mera filantropía o activismo
sociológico.
Conviene recordar, finalmente, lo que debemos
observar para una lectura provechosa:
La lectura de la Sagrada Escritura debe hacerse desde la fe y en el contexto
de la Tradición católica, es decir, bajo la guía del
Magisterio auténtico de la Iglesia.
Hay que evitar lecturas integristas o intimistas,
desencarnadas de la realidad histórica, como si la Palabra de Dios
fuera para otros momentos que no son los nuestros y ajena a la dimensión
social de la fe.
También se deberá tener cuidado
de no hacer lecturas o relecturas ideologizadas, como si la Biblia fuera
sólo un lugar donde se comprueban ideas, teorías o hipótesis
preestablecidas.
Igualmente habrá que evitar las
lecturas parciales y desfasadas del contexto bíblico global, como
si la Biblia sólo nos hablara de hechos aislados o únicamente
nos proporcionara datos sociológicos o culturales, arqueológicos
o folkloristas.
Por último, es muy importante no
caer en lecturas fundamentalistas, es decir, tomar el texto material y mecánicamente,
sin una sana interpretación que nos lleve al sentido y aplicación
en el contexto católico.
8.- CONCLUSIÓN
El Papa Juan Pablo II ha convocado a la Iglesia y a todos los hombres de
buena voluntad a celebrar el Gran
Jubileo por los dos mil años
de vida cristiana y nos señala un trienio de preparación.
El primer año, es decir, 1997, está dedicado a una intensa
reflexión sobre Cristo, y "para conocer la verdadera identidad
de Cristo, nos dice el Papa, es necesario que los cristianos, sobre todo
durante este año, vuelvan con renovado interés a la Sagrada
Escritura, en la liturgia, tan llena del lenguage de Dios; en la lectura
espiritual, o bien en otras instituciones o con otros medios que para dicho
fin se organizan hoy en todas partes" (TMA 40c).
Hago mío este deseo del Santo Padre
e invito a todos los fieles de esta comunidad arquidiocesana de México
a secundar esta iniciativa pontificia, aunado al impulso misionero que nos
pide el segundo Sínodo, que no puede tener otro sustento más
válido, que la misma Sagrada Escritura.
Así pues, exhorto a todos los responsables
de la pastoral para que la Sagrada Escritura esté más dinámicamente
integrada en todos los procesos de evangelización a fin de que sea
como su alma, sustento y vigor (Puebla 372; DV 21). Conviene
para ello desarrollar más la pastoral bíblica, con la finalidad
de que pueda brindar un servicio a todos los agentes de las pastorales específicas,
propiciando elementos para el estudio y la oración de la Palabra
de Dios.
No habrá una verdadera evangelización
si no se proclama abiertamente, a tiempo y a destiempo (2 Tim 4,2), por
todas partes a Cristo. Es urgente acercarnos a las familias, a los pobres,
a los alejados y a los jóvenes para conducirlos con alegría
y decisión a la conversión y la fe. Esa fue la práctica
de Jesús (Mc 1,15) y es mandato suyo que lo continuemos realizando
hoy (Cf Mt 28, 19-20; Hch 1,8).
Que nuestra Señora de Guadalupe,
portadora de la Palabra hecha carne (Cf. Jn 1,14) y a cuyo cuidado confió
el Padre en su infinita misericordia, a esta Ciudad Arquidiócesis de México, continúe inspirando y alentando esta responsabilidad
que con ustedes comparto.
Su hermano y servidor que los bendice.
México, D.F., a 30 de Septiembre de 1996,
Memoria de San Jerónimo, Presbítero y Doctor de la Iglesia.