1. BIENVENIDA
Celebrante: En el nombre del Padre...
Guía:
"Padeció bajo el poder de Poncio Pilato. Fue crucificado,
muerto y sepultado
" son las palabras lacónicas pero densas
con las que confesamos nuestra fe en el misterio que celebramos hoy, Viernes
Santo: la muerte de Cristo en una cruz.
En este día, la Iglesia no celebra
la eucaristía sino que se congrega sumisa, en silencio y con respeto,
para conmemorar la muerte del Señor Jesús de tres maneras:
- celebración meditada de la
Palabra sobre la muerte redentora de Cristo, seguida por una emotiva Oración
universal por todos los hombres;
- adoración de la cruz, acompañada
por los gestos y sentimientos de veneración y contemplación
en torno a su significado;
- y recepción de la eucaristía,
memorial de encuentro.
La Liturgia de la Palabra nos propone
contemplar la pasión de Cristo partiendo de la profecía de
Isaías sobre el Siervo de Dios, entregado voluntariamente para rescatar
a su pueblo; continuando con la obediencia ejemplar de Jesús a Dios,
reflejada en las palabras de la Carta a los hebreos; y concluyendo con su
realización final en el relato de las últimas horas de Cristo
siguiendo el relato del Evangelio de Juan.
Por su parte, la Oración Universal
por los hombres sitúa a la comunidad cristiana en su función:
intercesora, además de servidora y misionera.
La "Adoración a la cruz"
lleva a aceptar este símbolo no como un instrumento de dolor, sino
como el signo con que Cristo reconcilia a los hombres con Dios y a ellos
entre sí.
Que al culminar nuestra celebración con la recepción de la eucaristía, nuestra fe en el Señor Crucificado sepa descubrirlo también en esos "Cristos ambulantes" de nuestras calles, en los pocos o muchos pobres que miramos con escasa compasión y ninguna limosna; en nuestros enfermos, de los que admiramos el coraje, pero con los que no queremos estar por no tener tiempo o dedicarlo a otras ocupaciones; en los huérfanos y viudas, cuya existencia y número conocemos, y por los cuales podríamos mostrar, por lo menos, interés, respeto y solidaridad... si es posible.
2. LITURGIA DE LA PALABRA
Primera lectura (Isaías 52,13 -
53,12)
El sufrimiento no fue inventado por Dios, pero El logra que saque provecho
quien lo padece. El profeta Isaías presenta al auténtico Siervo
de Dios sufriendo por las faltas de los demás e intercediendo por
quienes necesitan de su solidaridad heroica. Su actitud permitirá
a Dios manifestar sus designios de salvación.
O bien:
En forma de poema, Isaías pinta la suerte del Siervo de Dios:
sufre y muere no por sus faltas, sino por los pecados de su pueblo. El Señor
le promete exaltarlo después de su muerte para que brille su ejemplo
de solidaridad. La pasión y muerte de Jesús que hoy celebramos
cumple esta profecía.
Segunda lectura: (Hebreos 4,14-16; 5,7-9)
Cristo es enteramente hombre ya que ha pasado las mismas pruebas que
cualquiera de nosotros, a excepción del pecado, aprendiendo a obedecer
a Dios en el sufrimiento. Por ello, se ha convertido en salvación
para quienes obedecen a Dios como él.
O bien:
El autor de la Carta a los hebreos resume la vida y pasión de
Cristo como un acto de obediencia al Padre. Además, describe sus
consecuencias: por obedecer, Cristo es el modelo y el Salvador de cuantos
obedecen a Dios y viven como El desea.
Evangelio (Juan 18,1 - 19,42)
El relato de la pasión según
San Juan muestra que, con su muerte, Cristo se convierte en rey y alcanza
su glorificación junto al Padre. El no teme a la muerte, sino que
la vive y le quita su sentido de desastre. Por ello, entrega espíritu,
agua y sangre, elementos que dan la vida nueva a los creyentes.
O bien:
El evangelista Juan presenta a Jesús asumiendo su vida como un
camino que lo lleva a la gloria del Padre. Su final lo aclara todo: entrega
su espíritu a la comunidad y de su corazón abierto hace surgir
la sangre y el agua de la vida.
3. ORACIÓN DE LOS FIELES
La Iglesia nos propone hoy una bellísima
"Oración litúrgica universal" en que los católicos
nos unimos para pedir por la Iglesia, el Papa, el pueblo de Dios y sus ministros,
los catecúmenos, la unidad de los cristianos, los judíos,
los no creyentes en Cristo, los no creyentes en Dios, los gobernantes y
cuantos se encuentran en alguna dificultad.
Los contenidos de esta oración son tan amplios y profundos que no hace falta añadidura alguna, sino tan sólo meditar la que propone la liturgia de hoy.
4. EXHORTACIÓN FINAL
Monitor:
Luego de participar en el recuerdo litúrgico y doloroso de la
muerte del Maestro Jesús, Hijo de Dios y hermano nuestro, sólo
disponemos de una actitud digna de nuestra fe: el silencio y la meditación
ante este misterio de la misericordia divina.
Sabemos que Cristo nos ha redimido a
todos y a cada uno, en particular, con su muerte; y hemos aprendido también
que él ha logrado que nuestro dolor humano deje de ser trampa que
nos aniquila y se convierta en una forma válida con que completamos
en nosotros "lo que falta a su pasión en favor de la Iglesia".
Que nuestro silencio sea compasión cristiana para nuestros hermanos que sufren en la tierra y resulte misericordia efectiva que alivie a quien padece cerca de nosotros.
Celebrante: En el nombre del Padre...
5. SUGERENCIAS PARA MEDITAR
Hoy, Viernes Santo, la Iglesia calla,
se detiene y concentra para admirar y contemplar la muerte de su Señor.
No celebra un funeral ni evoca esta muerte como desgracia, fin de la vida
o pena y costo de la humanidad limitada. Por ninguna parte, la Liturgia
habla de aniversario de un difunto o de una visita al sepulcro de Cristo
para llevarle flores; no ve la muerte de su Señor como una tragedia
ni como la prueba fatal que amenaza a los cristianos. Al contrario, la mira
como guía que lleva a la convivencia con Dios, puente abierto al
país de la vida y largo camino por recorrer para llegar a ser uno
mismo.
La Iglesia no ve a Jesús miedoso
ante lo que será después de esta vida, o angustiado porque
está a punto de perderla. Al contrario, lo presenta asumiendo su
muerte como el único modo de llegar al Padre, viéndola como
lugar de esperanza y aceptándola como ocasión para ver al
Creador y decirle que ha cumplido su misión en la tierra. Por ello,
el relato de la pasión según San Juan presenta a Jesús
entregando el espíritu, la sangre y el agua de vida: vaciándose
literalmente para que su entrega sea total, plena, definitiva.
Al presentar la muerte del Mesías,
Juan y los otros evangelistas dan ecos y pormenores del largo camino que
la tradición bíblica recorrió hasta la persona del
Hijo de Dios. En tales relatos se descubre la figura del "Siervo de
Yahvé" que se entregó a la muerte a favor de sus hermanos:
"El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros
dolores... Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino;
y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes
" (Is 53,4-6). Ahí también aparece otra figura: la del
"Justo perseguido" del que hablan los Salmos 22 y 69 con su abandono,
soledad y frustración al verse hostigado por sus semejantes. Los
relatos de la pasión reflejan también la angustia del "Profeta
que anuncia a Dios" a pesar de su debilidad e incomprensión
que lo rodea, como Jeremías, Job y otros justos de la piedad bíblica.
El cristiano debe estar consciente,
como lo fue Jesús, de que la muerte no despoja al hombre de nada:
no le quita sus cosas, sino le permite manifestar cómo las ha utilizado;
no le roba tiempo, pues con el que ha vivido basta para agradecer a Dios
el habérselo concedido; no lo destruye o desbarata, sino que lo eleva
al mundo de los vivientes y de los gloriosos como su Maestro; ni lo desprecia
aventando su cadáver al sepulcro, a la soledad y a la nada... sino
que le prepara un cuerpo glorioso parecido al de su Señor.
Los mensajes de este Viernes santo son
demasiado claros para no tomarse en cuenta: piden al hombre que, a partir
de la contemplación de su Maestro, ya muerto en la cruz, prometa
no matarse a sí mismo ni a otros; que dé cuenta de la tierra
en que ha nacido y aún vive; que mida la solidaridad que ha practicado
con quienes han pasado a su lado; y que, en fin, acepte su propia muerte
para llegar al Padre. Pero, a la vez, le pide que no acepte morir simplemente,
sino que sepa vivir como sugiere el poeta ("Acostúmbrate a morir,
antes que la muerte llegue; porque muerto sólo vive, el que estando
vivo, muere") y como recalcan los místicos de Oriente: "He
sido crucificado con Cristo; y ya no soy yo el que vivo, sino es Cristo
quien vive en mí" (Gál 2,20) y de Occidente: "Vivo
sin vivir en mí; y tan alta vida espero, que ... ¡muero porque
no muero!".
Los cristianos tienen en la cruz, instrumento
y lugar de la muerte de Cristo, el signo que puede evocarles todo lo anterior
y les pide su compromiso. Por eso, la liturgia católica pide adorar
la cruz: no para recordar el castigo que hombres de épocas pasadas
daban a sus contemporáneos, en particular a los que juzgaban "malos",
sino para asegurarnos que quien realmente quiere ser "cristiano"
... vive sin temor a la cruz de Cristo; la acepta como signo de salvación;
y la convierte en vocación por aprender y recinto qué habitar
cuando esté dispuesto a dar la vida por otros.
En fin, aunque muchos hermanos nuestros acostumbran representar la pasión de Jesús "en vivo", lo fundamental es que hoy recordemos, celebremos y nos propongamos a ese Señor como modelo de vida para comprender a fondo y de frente nuestra realidad y su misterio del dolor y muerte. Estas realidades rodean y abarcan nuestra vida, pero no para destruirla, sino para anunciarnos que: "¡Para vivir ... hay que morir!"