|
Mensaje de Marzo 6 del 2005
Hermandad de los hijos de Dios
Introducción
Una serie de televisión llamada Cheers tenía una entonación al principio del programa que decía: a donde todos conocen tu nombre. La escena se desenvolvía en un bar a donde los patrones que frecuentaban, supuestamente se conocían por nombre y aparentemente, gozaban de una hermandad que los unía. Los hijos de Dios gozan de una hermandad muy en particular. No de la misma forma como los personajes de la televisión, a donde ellos iban a contar sus penas y sufrimiento buscando refugio en la bebida. Los cristianos tenemos a Cristo como nuestro común denominador y nos refugiamos bajo el abrigo del Altísimo. Nuestra hermandad es mucho mas sólida, porque somos unidos desde la raíz. Compartimos gozos y amarguras, apoyándonos los unos a los otros. Y lo mas sublime es, que compartimos la Gloria venidera que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Lectura Bíblica: Salmo 133
Preámbulo
Por lo general, la mayoría del género humano pertenece a cierta asociación, grupo o comunidad a donde encuentran ciertos lazos de hermandad. Nosotros tenemos en particular de pertenecer a una Iglesia local, a donde gozamos de la hermandad en el amor de Dios. Es conocido, que si estamos en unidad, vamos a compartir lo que es común en nuestra congregación. Nos mueve una misma visión, un mismo amor, un mismo fin. Todos trabajamos para que las riquezas del bien común, o el aporte a la obra sea compartida por igual.
Compartiendo la misma raíz (Juan 15:1-10)
Las Sagradas Escrituras nos compara a los cristianos a los pámpanos injertados en la vid y claramente sabemos que la vid representa a Cristo, nuestro Señor. Gozamos del hecho de pertenecer a la misma planta y que la misma savia fluye a través nuestro para que podamos dar frutos. Dios Padre es el Labrador, y como tal, nos va cuidar y a proveer de todas nuestras necesidades. Al punto, que va a podar nuestras asperezas e imperfecciones para que demos frutos en abundancia. A todos Sus hijos nos trata por igual, no hay nadie que tenga un trato de preferencia. Así que gozamos de un mismo Señor, un mismo Proveedor, que nos cuida y nos ama por igual. ¿Qué ocurre si nos apartamos del Señor? Sin Dios, nada podemos hacer. Pasamos a ser como barco a la deriva, que somos llevados de un lado a otro por diferentes vientos. Quedamos como oveja extraviada, deambulando fuera de la manada, corriendo el riesgo de ser acechado por el maligno o de quedar en la interperie donde el azote de la naturaleza nos castigue con su inclemencia. ¿Habrá un lugar seguro? Sí, bajo el refugio de la mano de Dios. Todos somos atraídos y alentados a pertenecer a la gran familia de Dios. Solo así, hemos de tener el privilegio de ser escuchado por Dios, de pedir y recibir según Su Divina voluntad, de compartir todas las riquezas que Jehová nos ofrece a manos llenas. Este lazo de hermandad es muy fuerte entre los cristianos que el Señor nos llama a «sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición» (1ra Pedro 3:8-9).
Compartiendo nuestras cargas (Gálatas 6:2)
Somos afortunados sabiendo que tenemos la misma procedencia, a la misma vez, que tenemos el respaldo de los unos con los otros. No tenemos que llevar las cargas por nosotros mismos. Si pertenecemos a la Iglesia de Cristo, podemos contar con los hermanos en la fe de levantarnos en momentos que desfallecemos, o de estar presentes en tiempos de infortunio. Sabemos que no todas las cargas se pueden compartir, habrán algunas que tenemos que afrontarlas solos, pero las que si ameritan ayuda, La Palabra de Dios nos dice que ayudemos a nuestros hermanos en necesidad. El Apóstol Pablo nos indica en Gálatas 6:1 que si hay un hermano que ha caído en pecado, le ayudemos a restaurarse a la comunión con Dios y con los santos en espíritu de amor y mansedumbre. Habrán hermanos que son débiles en la carne, «pero los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos» (Romanos 15:1), porque ¿qué si caemos nosotros mismos? Definitivamente, vamos a necesitar la fortaleza del hermano para que nos ayude a restaurarnos con sus oraciones y sus palabras de aliento.
En algún punto de nuestras vidas vamos a pasar aflicciones, penas, amarguras por la pérdida de un ser querido o alguna circumstancia fuera de nuestro control. Es ahí que necesitamos del apoyo de los hermanos, especialmente en momentos de dolor. Podemos estar postrados en una cama del hospital, o imposibilitado en nuestros hogares; contamos con el amor del hermano que con su acto de presencia nos ayuda. Criticamos tanto que los amigos de Job tenían una letania de razones por las desgracias que este estaba pasando, que descartamos el acto de presencia y buena voluntad de parte de ellos. Ellos acudieron al hogar de Job e intentaron de ser útiles en los momentos de desgracia y pérdidas en la vida de Job. Nosotro debemos ser sensibles, asistiendo al hermano con mucha cautela, tratando de ayudar en vez de añadir a sus desgracias. Recordemos el buen hábito de escuchar y de dar de nuestro tiempo.
Compartiendo la gloria venidera de Dios (Mateo 16:27)
Lo mas maravilloso de todo esto, es que tenemos la seguridad de la gloria de Cristo en Su segunda venida acompañado por Sus Angeles y huestes celestiales. Vendra a recompensar a todos según las obras que hayan cumplido. Jesús dice: «He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana» (Apocalipsis 22:12,16) . Esta manifestación nos da la esperanza de ver al Hijo del Hombre en Su exaltación y nos alienta a seguirle, aunque en este mundo tengamos que sufrir por causa del evangelio. Nos anima el saber que estamos fortalecidos en el Señor y que nos tenemos los unos a los otros. Es importante el hecho de este galardón que vamos a recibir porque así veremos la realización de la salvación consumada en la persona de Jesucristo. Se puede decir que el valor del galardón es relacionado segun los frutos que hayamos producido. «Y cuando aparesca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria» (1 Pedro 5:4). Solidifiquemos nuestra hermandad, confiando en el Señor de nuestras vidas para que gozosos recibamos juntos la magnífica gloria de Dios.
Conclusión
Oremos para que nuestros lazos de hermandad sean de testimonio del amor de Dios en nuestro diario vivir. Demos gracias a Dios porque pertenecemos a una misma raíz y que el cuerpo de Cristo está unido por todas las cuyunturas. Alentémonos a la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo que habrá de venir a recoger a Su pueblo. Amén.
|