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«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.» Apocalipsis 3:19

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Mensaje de Abril 3 del 2005
Mantengamos Nuestra Mirada en Cristo

Introducción

En términos de hoy en día, nuestra mirada siempre es atraída hacia lo sensacional - lo que está ocurriendo en el momento, ya sea en nuestras propias vidas, el medio ambiente, la sociedad, o la naturaleza. ¿Adónde estamos mirando actualmente? Cada uno de nosotros tenemos nuestros propios intereses, y nos llevamos por eso. Corremos un riesgo bien alto cuando desviamos nuestras miradas o la mantenemos alejadas de Cristo. Pero cuando los sucesos tocan el umbral de nuestras propias vidas, volvamos nuestras miradas inmediatamente hacia Aquel que es mucho más grande que la vida misma. Así que, ¿qué es lo más sensato hacer? Mantengamos nuestra mirada en Cristo.

Lectura Bíblica: Mateo 14:22-31

Preámbulo

En un artículo del Pan Diario, el escritor hace un recuento de una persona que sobrevivió los campos de concentración nazis, con una fe firme y su esperanza puesta en Dios. Esta persona miró la cara del mal, bien de cerca. Vio los actos mas inhumanos que el hombre puede inmaginarse, y cuando salió de esto dijo lo siguiente: “Si miras al mundo te sentirás perturbado. Si miras dentro de ti, te sentirás deprimido. Pero si miras a Cristo te sentirás descansado.” Es muy importante en donde fijamos nuestra mirada, porque todo puede brillar alrededor nuestro, o podemos ser engañados con insinuaciones sutiles.

¿Qué ocurre cuando desviamos la mirada de Cristo? (versículo 30)

Nuestra lectura nos dice que cuando Pedro persibió el fuerte viento se turbó y comenzó a sentir una sensación de inseguridad. Y es que nuestros sentidos son traicionados cuando se posesiona el miedo en nuestros corazones. ¿Cómo sucede esto? Cuando nos enfrentamos a lo desconocido, a lo sobrenatural, o algo que sentimos que no podemos controlar, perdemos la sensación de seguridad. En este caso, Pedro se estaba enfrentando a la naturaleza del tiempo, al fuerte viento que lo azotaba. Algo que ninguno de los hombres tiene control. Porque, ¿qué hombre puede controlar la tempestad, la lluvia, el viento, las olas, los terremotos?

En ese momento incontrolable por el hombre, es que se desata las consequencias. Nos dice el pasaje que entró la desesperación en Pedro y comenzó a hundirse. Asi es también con el creyente, que cuando entra la perturbación del pecado, desviamos nuestras miradas de Cristo y comenzamos a descender hacia lo inevitable. Nos dejamos distraer por lo que el enemigo nos quiere presentar, que miramos por primera vez, y nos traiciona el sentido de la vista. La Biblia nos dice que «La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas» (Mateo 6:22-23a).

Tenemos el ejemplo de la tentación y desobediencia de Adán y Eva. La serpiente apeló e incitó al sentido de la vista cuando le dijo a Eva que si comiere del fruto prohibido «serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos» (Génesis 3:5b-6a). Este suceso nos demuestra que desviar nuestra mirada de Cristo distorsiona el resultado y nos exponemos como presas fáciles para que el pecado entre en nuestras vidas.

Consequencias de mantener la mirada lejos de Cristo

El hecho de hundirse Pedro nos dice que desvió completamente la mirada de Cristo. La duda abre las puertas a la caída, y nos deslizamos al pecado hasta sumergirnos en él. ¿Qué ocurre? Que Dios nos aparta de la comunión con El, porque Dios no puede vivir a donde está el pecado.

Pensamos que quizás podemos gozar del mundo por un tiempo, mientras que reorganizamos nuestras vidas, fuera de la mirada de Dios. Algunos se engañan pensando que Dios les ha de dar un momento de gracia, antes de ser llamados a Su presencia. Otros se hunden más y más en el pecado cuando comparan sus vidas con la vida próspera del impío, y preguntan como en Jeremías 12:1 «¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y tienen bien todos los que se portan deslealmente?» Aunque no podemos contestar a ciencia cierta la razón, sabemos que el Señor entrega en sus concupiscencia a aquellos que persisten en el pecado.

El hombre se hace mas susceptible al engaño de Satanás cuando cuestiona en su corazón si lo que ha estado haciendo para Dios tenga algun valor. Sí vale la pena, llevar adelante el ministerio que ha sido encomendado, o si la humildad y el servicio sea reconocido por Dios. Acordémonos que «vuestro adversario el Diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pedro 5:8) y usualmente toma como presa a aquel que anda apartado de Dios. ¿Qué es lo más sensato hacer?

Mantener nuestra mirada en Cristo (versículos 30b-31a)

Aunque las adversidades nos zarandee como oja al viento no despeguemos nuestra mirada de Cristo. Dios tiende a glorificarse en la debilidad del hombre para que este participe de las maravillas de Jehová y se fortalesca en la fe. Como ilustración tenemos la exhortación de Dios hacia Pablo cuando este pedía que le quitara un aguijón de su carne, El Señor le dijo «Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.» (2 Corintios 12:9a). Por eso se regocija Pablo, porque tiene la seguridad de que en sus debilidades puede experimentar el poder de Dios.

El creyente, así como Pablo, toma bríos excepcionales y se complace en las flaquezas, angustias, persecuciones, reproches, sufrimientos, enfermedades a causa del nombre de Cristo, porque en su punto más débil es que recibe la fortaleza (versículo 10). Así que, ¿a quién miramos? Debemos mantener nuestra mirada en Cristo. En ocasiones nuestra fe será probada, para que la calidad del resultado sea motivo de alabanza, gloria y de honor, en la revelación de Jesucristo (1 Pedro 1:9). Somos amoldados palmo a palmo, por la mano poderosa de nuestro Creador, para que cuando lleguemos delante de Su presencia nos hayamos acercado a la perfección de Su Hijo Jesucristo. ¿Y si desviamos la mirada? Con mucha confianza y entereza, clamemos como Pablo: «¡Señor, sálvame!» El Señor ciertamente nos ha de auxiliar.

Conclusión

Unámonos en oración para que este mensaje quede anclado bien dentro de nuestro ser. Que podamos fortalecernos en las pruebas y todas las tormentas que nos salga en nuestros caminos. Y que el Espíritu Santo de Dios nos ayude a mantener nuestras miradas en Cristo, «el autor y consumador de la fe» (Hebreos 12:2). Amén.

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