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Mensaje de Mayo 1ro del 2005
¿A Qué Tememos?
Lectura Bíblica: Mateo 10:26-33
Introducción
En uno de los notables discursos de inauguración presidencial, resalta el de Franklin D. Roosevelt de Marzo 4, 1933. En este tiempo que la depresión había sucumbido hasta lo último, hace un llamado al pueblo americano a reconocer que "lo único que se puede temer, es al temor mismo - terror sin nombre, sin razón, sin justificación que paraliza el esfuerzo necesario para convertir el receso en un avance." Tenia justificación en apelar al sentido solemne con que se dirigió al pueblo americano de ese tiempo, ya que se habían concentrado en lo material y esto hacia mella en la economía del país. ¿Qué clase de temor era este? Provenía de un temor material - se trataba de la carestía del poder adquisitivo.
El temor al que se refiere nuestra lectura, es el de divulgación. El temor de hablar las cosas de Dios. La Biblia nos alienta a hablar con convicción, hablar sin temor, hablar con testimonio de sincera confesión. Podemos mencionar algunas clases de temores, pero divulgar La Palabra de Dios nunca puede ser causa de temor. Más bien, nos alienta a envestirnos de valentía e iniciativa propia para dar a conocer Su mensaje de salvación.
Hablando con convicción (versículos 26-27)
Cristo instruye a Sus discípulos a divulgar Su palabra, ya sea que se haya dicho en privado. No hay verdades que puedan retenerse ni ocultarse, especialmente si son verdades que liberan para vida eterna. Jesús había enseñado a los discípulos las cosas del Reino de Dios para que ellos compartieran con el mundo entero lo que habían escuchado. Definitivamente, no hay nada que se mantenga oculto que no se llegue a saber, ni escondido que no haya de salir a la claridad. En otros tiempos, no se había divulgado el misterio de Cristo a los antiguos sino que Dios la predestinó para el tiempo nuestro (1 Corintios 2:7), para que conociendo la verdad, participemos de esta salvación y la demos a conocer para aquellos que no saben de Dios. Es reconfortante para el creyente saber que esto tiene un cumplimiento seguro en el día del Señor, y que en ese tiempo saldrá a la luz las iniquidades de los impíos, a la misma vez, las obras de los santos. Dios conoce los corazones, y a su debido tiempo, todo ha de salir a la luz para condenación o vida eterna.
La comisión que Dios nos da es clara, de proclamar el Evangelio a toda criatura, sin hacer ninguna distinción. No importa que pasemos dificultades o vicisitudes en el proceso de cumplir esta tarea. Así como en un tiempo nos fue dado el evangelio a nosotros, démoslo con convicción y seguridad, que ha su tiempo hemos de ver los frutos que son para vida eterna. Los enemigos del evangelio no sólo quieren eliminar al mensajero, sino que quieren eliminar la propagación de la Palabra de Dios. Tal como el Embajador, debemos dar la Palabra exactamente como nos la encomendaron. Además, Dios nos recomienda a hablar sin temor.
Hablando sin temor (versículo 28)
Nuestro pasaje leído nos da a conocer la forma correcta y la forma equivocada del tener temor. Existe el temor que proviene del pánico que invade a la persona al percibir algún daño físico. El otro es el temor reverencial; que sino lo preservamos, puede llevarnos a nuestra destrucción eterna. El uno tiene que ver con nuestra vida existencia y el otro con nuestra vida espiritual. Cuando tememos el perder la vida porque estamos envueltos en las cosas de Dios, perdemos la perspectiva a la que hemos sido encomendados, ya que los enemigos del evangelio sólo pueden matar a nuestros cuerpos. Estos sólo quieren silenciar a los que denuncian en contra del pecado y el castigo de muerte espiritual para los que se deleitan en la iniquidad. A aquellos que están envueltos en los placeres mundanos, no les agrada escuchar que están predestinados a la condenación del infierno y que «allí será el lloro y el crujir de dientes» (Mateo 24:51b).
La Biblia nos exhorta a no temer a los que matan al cuerpo porque en sí, están acelerando nuestra reunión con Dios. Para el Apóstol Pablo, él consideraba el morir como una ganancia si era por causa del avance del evangelio porque el partir y estar con Cristo es muchísimo mejor (Filipenses 1:21,23) Aquellos que con sinceridad de corazón temen a Dios, no tienen por qué temerle a los hombres, porque ya hemos sido «sellados con el Espíritu Santo de la promesa» (Efesios 1:13). Esto significa que somos guardados para el tiempo que se cumpla la redención que es en Cristo Jesús. Pertenecemos a Dios y el sello del Espíritu nos identifica como tal. ¿A qué tememos? Si el enemigo mata al cuerpo, inmediatamente iremos a pasar delante de la presencia del Señor. Es alentador saber que el sello del espíritu se podría comparar con el sello que le ponemos a la carta que enviamos por correo. Este sello nos asegura que la carta llegará a su destino. Así mismo nuestro espíritu, si dejamos de existir, se reunirá inmediatamente con el Señor. Nuestra salvación nos garantiza una comunión con Dios que es eterna. Nadie nos separara de Dios, ni a El de nosotros (Romanos 8:35,39). Así que se espera que el discípulo de Dios se motive a hablar con testimonio de sincera confesión.
Hablando con testimonio de sincera confesión (versículos 29-32)
Nos declara Las Escrituras que le debemos temer a Dios y no a los hombres, porque el mismo «que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» puede también preservar. Si buscamos el hacer la voluntad de Dios, no puede haber margen para el temor. Más bien, confiamos que si somos fieles vamos a gozar de las recompensas eternas.
La mano de Dios siempre está con aquellos que son fieles a Su Palabra. Aún en lo que pensemos que es insignificante, la Providencia de Dios esta ahí. Si Dios toma en cuenta las aves del cielo y nuestros cabellos, concluimos que mucho más se va a ocupar de nosotros que somos Sus hijos. Esto nos debe dar confianza que delante de los ojos de Dios, valemos mucho y somos muy preciados para El. Estamos bajo Su Providencia Protectora y nada puede afectar a los hijos de Dios sin el permiso del Padre Celestial. Cristo reconoce como suyos a los que testifican Su Nombre y nos promete que El mismo nos confesará delante de Dios. Además de ser un deber, es un honor confesar a Cristo como nuestro Señor y Salvador. El buen discípulo debe de tomar como un privilegio no sólo el creer en Cristo, sino también de confesarlo delante de todos los hombres.
Conclusión
Encomendémonos a Dios en oración para que la fortaleza de Su Espíritu nos permita el hablar con denuedo el mensaje de salvación. El mensaje de parte de Dios nos alienta a hablar con convicción, sin temor y con testimonio de sincera confesión delante de todos los hombres. No temamos a los hombres, sino a Dios, que es Poderoso para darnos vida eterna. Amén.
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