EI arte carolingio
El
arte carolingio se caracteriza por un deseo de inspirarse en el arte
romano: se revalorizaron los cánones estéticos «clasicos», se
utilizaron colores (purpura, oro) y, materiales (marfil, alabastro,
estuco) frecuentes en el Bajo
Imperio, y se copiaron manuscritos de textos de autores clasicos y textos
religiosos en la scriptoria, a menudo ilustrados con esmero. Esta vuelta a
la plástica romana se sirvió tanto de la simple copia como de la
investigacion de modelos y teorías antiguas; pero, a pesar de todo, este
renacimiento cultural fue fundamentalmente de tipo religioso. En
arquitectura, se levantaron numerosos edificios. Sólo algunos conservan
partes intactas (Palacio de Aquisgrán, Saint-Germigny-des-Près, Lorsch).
Pero las excavaciones arqueológicas Y los textos atestiguan la existencia
de otros hoy desaparecidos (Saint-Denis, Saint-Requier). La escultura en
piedra no abundaba, pero si la orfebrería, la escultura en marfil y la
pintura mural (Auxerre). Destaca el arte de la
miniatura (iniciales ornamentadas, escenas) que se desarrollo en
distintos talleres ( Reims, Metz, Tours).
El
Imperio carolingio, cuya época de plenitud se sitúa a finales del siglo
VIII y en la primera mitad del siguiente, significó un magno intento de
reorganización del Occidente europeo, dividido hasta entonces entre
varios reinos bárbaros y aquejado de una grave situación de inseguridad
desde la crisis del Imperio romano. Fue obra de una dinastía franca de
mayordomos de palacio, cuyo máximo representante, Carlomagno, logró
conquistar Baviera y Sajonia y extender su influencia a Italia y borde
pirenaico de la Península Ibérica. Carlomagno, que fue coronado
emperador por el Papa en el año 800, promovió una amplia labor de
cristianización en el Imperio y le dotó de una organización política y
administrativa relativamente estable que deparó a Occidente medio siglo
de paz y prosperidad. No contento con ello favoreció un importante
resurgir de la vida cultural y artística, conocido con el nombre de «Renacimiento
Carolingio». Un renacimiento de las bellas artes, de alcance moderado,
pero que tuvo el mérito de sintetizar las tradiciones romanas,
bizantinas, célticas y germánicas de Occidente. La arquitectura
carolingia fue rica y variada, pero, en líneas generales, ha llegado muy
deteriorada hasta nosotros: muchos edificios han desaparecido y otros
fueron modificados en épocas posteriores. Los estudios arqueológicos han
permitido, en parte, analizar la diversidad de tipos arquitectónicos que
existieron, pero las dataciones son con frecuencia muy imprecisas. El
momento de máxima actividad constructora parece ser que correspondió a
la primera mitad del siglo IX, y la zona donde alcanzó mayor auge fue la
comprendida entre los rios Sena, Mosa, Rin y Main. La arquitectura
carolingia ofrece múltiples modelos y estructuras; unos fueron copia o
adaptación de las tradiciones a que hemos aludido; otros, creaciones
originales que respondían a las exigencias de la liturgia o a
transformaciones de la sensibilidad. En todo caso se creó un repertorio
de ideas que, continuando por el arte otoniano, serviría de base al románico.
Aunque los dos edificios más famosos del arte carolingio, la capilla de
Aquisgrán y la cripta de San Juan de Auxerre, son de estructura
diferente, el tipo de iglesia más frecuente en el arte carolingio es el
de planta basilical, herencia del paleocristiano. No responde a un esquema
único, sino que ofrece múltiples variantes. Hubo edificios basilicales
de tres naves, tRrminadas en uno o tres ábsides. Ejemplo característico
de ese último tipo es San Emerán de Ratisbona. Muy frecuentes son también
las plantas basilicales con un crucero o transepto, elemento éste que ya
existía en la arquitectura paleocristiana, pero que va a desempeñar
desde ahora un papel fundamental en la estructura de las iglesias. En la
arquitectura carolingia se emplean varios tipos de transeptos, unos son
largos y salientes, con una sola nave, como en la iglesia de Fulda; otros
son cortos y pueden estar divididos en espacios distintos por muros
intermedios, como, por ejemplo, en la iglesia de Steinbach.
Una variante frecuente en el arte carolingio es el tipo de planta
basilical con dos ábsides enfrentados, uno en la cabecera de la iglesia y
otro a los pies. Se trata de una disposición que existía ya en las
iglesias paleocristianas del Norte de África y que más tarde será
característica del románico alemán. Buenos ejemplares en época
carolingia son la iglesia de Fulda, ya citada, y la desaparecida iglesia
del célebre monasterio de Saint Gall.
Otro
elemento característico de este período es la existencia a los pies de
algunas iglesias de un conjunto formado por dos torres de aspecto macizo,
que los autores alemanes conocen con el nombre de Westbau o Westwerk. La
central de estas torres es de proporciones cuadradas y tiene aspecto de
fortaleza; en su interior consta de dos plantas, a la segunda de las
cuales se accedía por escalinatas situadas en las dos torres laterales.
El origen de este elemento, que transforma por completo el aspecto
exterior del edificio y le depara un aire nuevo de elevación y
verticalidad ha sido muy discutido.
Debía
responder a exigencias litúrgicas y pasó más tarde al arte románico
dando lugar a las grandes fachadas características de este estilo y del gótico.
El único ejemplo de Westbau conservado es el de la abadía de Corvey, de
fínales del siglo IX. Junto a estos planos basilicales, variados y
complejos, encontramos también edificios de planta centrada, capillas
poligonales o con forma trebolada. Dentro del primer tipo, que desarrolla
una tradición ya vieja en el arte cristiano, destaca el edificio más célebre
de todo el arte carolingio: la capilla palatina de Aquisgran. Formaba
parte del palacio imperial que Carlomagno mando construir en aquella
ciudad siguiendo modelos bizantinos y del que casi tan sólo la capilla ha
llegado hasta nosotros. Obra del arquitecto Eudes, consta de un espacio
octogonal central sostenido por sólidos pilares y rodeado de un
deambulatorio con muro exterior de dieciséis lados. El deambulatorio
tiene tribunas que se abren hacia el interior mediante grandes vanos con
doble fila de arquerías. El espacio central se prolonga hacia arriba
mediante un tambor con ventanas. El conjunto, sobriamente equilibrado,
culmina en una cúpula octogonal, cuya cima se alza a 30 metros del suelo.
El origen de esta capilla ha sido también muy discutido. Es probable que
se inspirara en San Vital de Ravena, aunque con proporciones y soluciones
diferentes, más simplificadas. Importante desarrollo alcanzaron también
en época carolingia las criptas destinadas a albergar las reliquias de
los Santos. Una de las más complejas y la más famosa de todas es la de
San Germán de Auxerre, edificada a mediados del siglo IX, pero muy
modificada en el XIII. Constaba originariamente de tres naves, rodeadas de
una girola con capillas laterales, y de una rotonda poligonal exterior.
La miniatura adquirió también un poderoso desarrollo en los talleres que
fueron creados en el Palacio Real y en las iglesias catedrales. Las
escuelas más importantes de este arte, que se inspira en modelos antiguos
y en las creaciones irlandesas, fueron Reims, Metz, Tours y Saint Gall.
Entre otros muchos códices miniados podemos citar los Evangelios de
Godescale, los de San Medardo de Soissons y el Evangelario de Lotario.
El
arte en Occidente resplandeció sólo en ejemplos esporádicos, limitados
y generalmente de matiz conservador. La única excepción la constituye
Irlanda, cuya historia es en verdad excepcional: este país, habitado por
pueblos celtas, no había sufrido la penetración romana y se había
convertido pacíficamente al cristianismo en el siglo VI, pero alcanzó
inmediatamente tal entusiasmo religioso y tal fe creativa que irradió a
través de sus misioneros una luz de purísima latinidad durante los
siglos más tenebrosos de Europa.
Aunque
la arquitectura y otras formas del arte monumental apenas han dejado en
Irlanda muestras muy significativas, exceptuando las grandes cruces de
piedra que se convirtieron en una expresión típica del país, en las
miniaturas, por el contrario, los artistas irlandeses revelaron una
extraordinaria originalidad, asimilando con rapidez elementos del
repertorio latino y fusionándolos con las características constantes de
su tradición céltica les imprimieron, por ejemplo, un ritmo abstracto y
lineal que alcanzó una singular fantasía y riqueza, como en el Libro de Kells, del siglo VII.
Tanto
en la Lombardia como en la Renania, como en la parte de la Galia se
conservan vestigios de monumentos de los siglos VIII y IX que presentan
ciertos caracteres comunes de decoración y de construcción. Es éste un
curioso testimonio de la unidad política del Imperio que constituyó
Carlomagno y que mantuvieron sus sucesores inmediatos. El esfuerzo que
hizo el emperador para organizar sus Estados y crear instituciones
estables extendióse al cultivo de las bellas artes. Él acumuló cuanto
quedara en Occidente de la tradición clásica, los principios orientales
de ornamentación que dieron a conocer los bárbaros germanos y los
recuerdos célticos de la Iglesia de Irlanda, uno de cuyos monjes, Alcuino
de York, fue el amigo predilecto del monarca e incluso el impulsor de
corrientes artísticas.
La
cultura irlandesa participó también del renacimiento carolingio en aquel
momento en que parecía que la Europa Occidental quisiera encontrarse a sí
misma y tener una voz propia que no fuese solamente el eco de la
bizantina. La antigüedad siguió sugestionando a los artistas carolingios
y cuando Carlomagno decidió construir en Aquisgrán, según una costumbre
antigua, una iglesia‑palacio, o sea una capilla palatina, siguió el
ejemplo de San Vital de Rávena. . Esta capilla fue alzada entre 790 y
804, y a pesar de las numerosas restauraciones de que ha sido objeto
conserva aún la estructura primitiva. Es de planta octogonal y está
cubierta en su parte media por cúpula que no es de alfarería ligera sino
de piedra.
La
nave octogonal que la rodea actúa de contrafuerte al empuje del elemento
cupular de en medio y tiene también pesadas bóvedas. En cada ángulo del
octógono hay un pilar macizo y entre cada dos pilares arcos (sostenidos
por columnas) en los pisos superiores. Las bóvedas estaban decoradas con
mosaicos, quizá bizantinos, de los cuales no queda nada; la decoración
actual es obra moderna.
La
capilla palatina de Aquisgrán ha sido considerada durante largo tiempo
como una imitación de San Vital de Ravena, pero- después de detenidos
estudios- se señalan en tal fábrica carolingia manifiestos caracteres
propios. Ella si que fue imitada numerosas veces durante el Imperio
carolingio e incluso en los comienzos de la época románica.
Del
tiempo de Carlomagno es también Germiny-les-Près, iglesia construida por
el abad godo posiblemente catalán Teodolfo (después obispo de Orleáns).
Cúbrese de pequeña, y alta cúpula, sostenida sobre cuatro pilares y con
naves a su alrededor. Lampérez considera Germiny-les-Près como iglesia
de tipo visigótico, análoga en planta y en alzado a la del Cristo de la
Luz, de Toledo; cabe incluirla dentro la tradición visigoda de Barcelona
o de Narbona.
Pero
en todas las construcciones de aquel periodo y en las demás expresiones
artísticas, de la joyería a la miniatura y de los bronces a los frescos,
los estudiosos advierten la aparición, aunque tal vez tímida, de
elementos nuevos y una inquietud creativa anunciadora de tiempos mejores.
Los elementos que quedan de la arquitectura del período carolingio son
escasos y en su mayor parte han sufrido demoliciones y transformaciones
posteriores. Citemos entre las obras más significativas el pórtico de la
abadía de Lorsch en Alemania, la iglesia de San Procolo de Naturno en el
valle de Venosta, la iglesia de la abadía de Corvey, interesante por su
cripta y por la estructura de su parte occidental, que corresponde a un
tipo de larga difusión en aquella época, y la iglesia de San Jorge en
Oberzell, sobre la isla de Reichenau del lago Constanza, de ábsides
contrapuestos.
La
corte imperial se trasladaba frecuentemente, lo que provocó la creación
de varias abadías allí donde se instalaba, en las cuales era natural que
se quisiera subrayar los atributos de la dignidad imperial. Se difundió
una particular disposición de la parte occidental de las iglesias (en la
oriental estaba situado el ábside), como se ha indicado hablando de la de
Corvey, en la que el emperador y su séquito asistían a las ceremonias
religiosas. Otro sector en que la arquitectura carolingia aportó
interesantes soluciones fue el de las criptas que, cubiertas por una bóveda,
representaron el preludio de hallazgos técnicos que madurarían en el período
del románico.
A
mediados del siglo IX , Carlos el Calvo, nieto de Carlomagno y su presunto
heredero espiritual, encargó al scriptorium de Tours una Biblia suntuosa.
En una miniatura de la misma aparece el rey en un trono, flanqueado por
dos altos personajes de corte y dos guardias; en la parte anterior, una
amplia comitiva de clérigos, dirigidos por el abad, transportan la
Biblia, que van a entregar al monarca. La escena está enmarcada
por un arco de medio punto sostenido por columnas con capitel
corinto, y bajo el arco surge la mano de Dios, mientras que en las enjutas
hay personificaciones de virtudes. Constituye un ejemplo significativo de
lo que fue el arte carolingio.
En
primer lugar, es fácil cómo la disposición en semi circulo de los clérigos
ayudaba a la creación óptica de un espacio, de una profundidad. El rey
está situado en la parte posterior, pero es de mayor tamaño que los
religiosos, lo mismo que sus acompañantes. En lo primero cabe ver el
intento de recobrar el clasicismo, copiando modelos antiguos. Sin embargo,
como la escena era nueva, es decir, había que inventarla, cometieron sus
autores el error técnico de invertir la perspectiva, porque seguramente
habían aprendido a copiarla, pero no a entenderla.
Las
vestiduras de los soldados, los arcos y sus capiteles, la reconquista de
la representación naturalista
de la figura humana, son otros tantos elementos propios del arte
carolingio.
La
mano de dios surgiendo de la nube y dirigida a la cabeza del monarca es un
indicio del sentido que se confirió al Imperium de la restauración y del
pacto con la iglesia. Con Carlomagno se resucita la figura del emperador
cristianizado, en colaboración, nunca libre de suspicacias, con el
Papa. Cabe recordar que la obra fue encargada por el emperador; esto es,
que el arte carolingio fue siempre financiado por la corona.
En
el terreno artístico también se tendió un puente con la antigüedad
cristianizada, entendiendo que no era tanto un cambio con el pasado
inmediato como una continuación de algo que no había dejado de existir.
Pero
la realidad era ya otra. En ciertos aspectos se consiguieron logros
excepcionales, pero dentro de unos limites muy reducidos. La situación
del imperio no podía permitir que el arte y la cultura se extendieran
demasiado por un territorio
de escasa y dispersa población, en el que las ciudades eran de pequeña
entidad.
Solo
a nivel de corte, y en centros que de alguna manera estaban vinculados a
ella, se dio esta manifestación sorprendente. Con frecuencia era
suficiente que desapareciera el personaje influyente que propiciaba las
actividades de algún centro, para que este dejara de producir
manifestaciones artísticas.
Los
modelos se buscaron en la antigüedad cuando fue posible, aunque
usualmente se recurrió a Italia, que como ningún otro país había
conservado parte de su espíritu. Bizancio era, de hecho, el heredero
legal del imperio romano, y, en el terreno político, la restauración de
Carlomagno y el Papa se oponía a sus intereses; pero en lo artístico
proporcionó modelos, y tal vez en alguna ocasión a los propios artistas.
No
todo se pudo recuperar. La escultura había desparecido, y en bizancio,
como consecuencia de la iconoclastía, incluso había sido olvidada. Los
arquitectos carolingios no tuvieron inconveniente
en expoliar las viejas ruinas
para conseguir capiteles y fustes. Sólo se realizó alguna obra parcial
y de pequeñas dimensiones que recordar el pasado, como el
emperador ecuestre en bronce al que se identifica con Carlomagno.
Existió
un gran auge en la Arquitectura, ya que se disponía de grandes medios
para realizarla. Las
referencias literarias, el extraño plano del ideal monasterio de Sankt
Gallen y algunos restos reales constituyen la prueba más palpable de
ello. El palacio del emperador en Aquisgran lo formaban cierto numero de
edificios, de los que solo se conserva la capilla palatina, más o menos
modificada, cuya planta centralizada y cuya estructura se inspiran en
otras, como san Vital de Ravena. En ella se construyeron bóvedas
variadas, como las de cuarto de cañón.
En
Corvey queda como único resto una de las grandes realizaciones de la época;
en Centula-Saint-Riquier existió un gigantesco monasterio, actualmente
desaparecido. También se construyeron criptas muy amplias, destinadas a
contener reliquias y permitir su visita
(Saint-Germain-l'Auxerrois). El plano de Sankt Gallen, o los
dibujos de la Centula, muestran torres cilíndricas, origen de las futuras
medievales. Pero hablar de ésta arquitectura es referirse a un mundo
desaparecido, salvo restos escasos o modificados (Germiny-des-Prés,
Lorsh).
Son
las artes suntuarias y las miniaturas las que permiten forjarse una idea
de lo que fue el esplendor del Imperio a lo largo de siglo IX.
El
libro de lujo es uno de los productos más bellos salidos de los talleres
artísticos: su producción costosísima solo podía llevarla a cabo una
minoría culta, o con resabios de cultura, y que dispusiera de
considerables medios económicos, porque a la materialidad del libro
(pergamino, letra, pintura) se unen las tapas de la encuadernación,
en marfil, plata, oro, piedras semipreciosas, etc. Los miniaturistas no
eran los mismos copistas. Posiblemente, los del tiempo de Carlomagno eran
extranjeros: tal vez del
norte de Italia, incluso, indirectamente de Bizancio. Algunos quizá
fueron muralistas, porque este tipo de pintura fue muy cultivado. Aunque
se conservan pocas muestras, estas (Saint- Germain-l'Auxerrois) permiten
afirmar que sus autores conocían el arte italiano y el tardorromano.
Carlomagno
favoreció la creación de un Scriptorium imperial, cuyos primeros
productos acusan la transformacion (evangeliario de Godescalco), para
llegar enseguida a una perfección (evangeliarios
de Ada y de Saint-Médard de Soissons). Pero fue en tiempo de su hijo
Ludovico Pío cuando llegó a su apogeo la influencia bizantina, en los
evangelios de la Coronación y de Aquisgran. Merece destacarse, asimismo,
que a la copia de libros se une la creación de bibliotecas, en las que se
recogían los que iban a servir de modelo a los artistas al servicio de la
corte.
Junto
a estos talleres de corte surgieron otros, en los que llegó a alcanzarse
una madurez más autónoma. Es el caso de Reims
(evangelios de Ebbo) y de Metz, donde Drogo, hijo natural de
Carlomagno, encargó un sacramentario con iniciales iluminadas. En San
Martín de Tours, en la época de Carlomagno, Alcuino organizó un
scriptorium, que en tiempos de Carlos el calvo llegaría a su apogeo
con las grandes Biblias, como la ya citada y lo de Moutier-
Grandval, o el salterio de Lotario.
La
influencia clásica o Bizantina es
omnipresente, incluso en los manuscritos
que a fines del siglo IX se hicieron en algún lugar dudoso del
norte, con fuerte influencia irlandonorthumbra en lo decorativo.
Son
numerosos los marfiles conservados, y de estos excepcionalmente se guardan
los modelos. Aún no siendo así, con solo observar las cubiertas del
evangeliario de Lorsch (Museo Victoria y Alberto, Museo Vaticano) se
recuerdan las obras del siglo VI justinianeo. La corte, Metz, Sankt
Gallen, Tours, fueron otros tantos centros creadores.
De
la riqueza de la orfebrería dan
idea las cubiertas de libros, como las del evangeliario de Lindau
(Biblioteca Morgan, New York) o del códice Áureo (Munich); cálices como
el de Tasilón (Kremsmünnster), u obras más
complejas, como el ciborium de Arnulfo (Munich). Y sorprende la
moda, en tiempo de Carlos el Calvo, de los cristales de roca tallados
(cristal de Lotario, Museo Británico).
Con
las disensiones dinásticas, los ataques de los normandos, la
descentralización del poder y la división de la iglesia decayó el
imperio, y con él el arte que
era una consecuencia muy inmediata de
este. Solo algunos centros como Sankt Gallen, superaron la crisis.
Al
igual que la arquitectura escasean las pinturas, mientras son abundantes
las miniaturas, relacionadas con la expansión cultural del periodo y que
aparecen en su mayoría en textos religiosos, evangeliarios y salterios.
Surge en estas miniaturas una corriente clasicista y otra, llamada
palatina, singularmente viva y rica en expresiones naturalistas que fue
seguida por la escuela de Reims y luego por la de Tours. Otro gran centro
de la miniatura fue Saint Gall, en Suiza.
Italia
no fue tan rica como Francia, ni como Germania (en cuya región del Rin
Posee varias iglesias de la época carolingia), en monumentos del tiempo
del Imperio de Carlomagno. Fue, sin embargo, en este periodo cuando se iba
formando en Lombardia la escuela de los maestros albañiles comacinos, así
llamados porque tuvieron su centro principal en Como, a poca distancia de
Milán. Sus procedimientos de cubrir bóvedas y de levantar campanarios
fueron imitados años mas tarde por las naciones románicas que se
formaron al desmembrarse el Imperio de Carlornagno. Los primeros comacinos
parece que habían llegado a Como desde Roma y que allí importaron
sistemas constructivos aprendidos en el arte clásico. Ya en el siglo VII
formaban sociedad, que tomo gran impulso en la centuria siguiente, que
propago sus procedimientos por diversas regiones y que fue absorbida por
los monjes benedictinos, quienes, a su vez, habían recibido influencias
de los misioneros irlandeses y de toda su tradición constructiva y
ornamental.
Los
comacinos enriquecieron lo aprendido en Roma con métodos de su inventiva.
Como decíamos, fueron especialistas en la construcción de bóvedas:
dividian la planta de la nave que pensaban cubrir en espacios cuadrados
por medio de arcos transversales, y en cada espacio construian una bóveda
de arista, sostenida por arcos diagonales que iban de pilar a pilar. Ello
daba a los pilares una forma compuesta, de modo que ya no tenían planta
rectangular o circular, como los que sostuvieron las bóvedas de arista de
la antigua Roma, pues los constructores romanos no habían empleado arcos
diagonales. Fue, pues, una verdadera innovación de los maestros comacinos
el método consistente en introducir los arcos diagonales que ayuden a
sostener la bóveda.
Pobres
y bárbaros relieves como en uno que semeja representar dos santos mártires,
obra del siglo VII hallada en Poitiers, o como el de tema decorativo a
base de hiedra, descubierto en San Pedro de la ciudadela de Metz, así
como estrictas imitaciones de capiteles romanos revelan el escaso
desarrollo de la escultura precarolingia. De otra parte, en la plenitud
del Imperio de Carlomagno apenas se desarrolla la estatuaria, e incluso
una divulgada estatuita del emperador a caballo no se desmiente que
pudiera ser ejecutada con posterioridad a la existencia del retratado.
En
general, la escultura carolingia se reduce a obras de simple ornamentación,
y acaso donde alcanzara un cierto desarrollo fuese en la Lombardia por
obra de artistas bizantinos emigrados de Bizancio a causa de la persecución
de los iconoclastas. Con la expansión artística del arte lombardo tal
aspecto escultórico también se propago hacia el norte y hacia el
Occidente: en Alemania, en Francia y en España. Con todo, el decorado
escultórico de los edificios suele quedar reducido a algunas celosías de
ventanas y al de las pilastras con los correspondientes capiteles comúnmente
corintios y en raros casos jónicos. Tienen manifiestos resabios bárbaros
varias de las obras escultóricas principales de los tiempos carolingios;
entre estas, los canceles esculpidos de Cividale y de San Ambrosio de Milán
y el cimborio de San Apolinar "in Classe" en Rávena.
Con
la fundación de escuelas y bibliotecas Carlomagno despertó la afición
hacia los libros; mas los libros que informan el arte de la miniatura
carolingia los habían producido los dos centros culturales desplegados
con anterioridad al emperador: Bizancio e Irlanda. Pero los transcriptores
no se limitaron a realizar meras copias, sino que en sus interpretaciones
alcanzaron un sentido personal, si bien moviéndose dentro un tipo
definido que les da carácter de escuela. Las diversas variedades oscilan
entre el bizantinismo que prosigue aún el gran arte de la pintura
grecorromana y la compleja caligrafía irlandesa a que nos referimos al
hablar del arte celta. Los miniaturistas carolingios ilustraron
principalmente la Biblia cuya portada solían decorar con la figuración
del magnate a quien el ejemplar iba dedicado. Así, por ejemplo, en la
Biblia de Carlos el Calvo -de la Biblioteca Nacional de Paris- el monarca
representóse rodeado de los monjes ofreciéndole el manuscrito; en otros
casos el personaje a quien se dedica el libro aparece rodeado de
cortesanos y de alegorías. En general, el texto está ilustrado con otras
fastuosas miniaturas unas veces constituidas por un solo tema que ocupa
toda la pagina y otras veces por fajas en cada una de las cuales se evocan
diversos pasajes.
En
la época carolingia, además de la Biblia, se decoraron evangelios,
salterios y sacramentales. Para evitar el roce en el color y el dorado,
las grandes láminas se protegían con tejidos de seda, a menudo
procedentes de manufacturas orientales, ya bizantinas, ya árabes.
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