El Imperio Carolingio

       

EI arte carolingio

El arte carolingio se caracteriza por un deseo de inspirarse en el arte romano: se revalorizaron los cánones estéticos «clasicos», se utilizaron colores (purpura, oro) y, materiales (marfil, alabastro, estuco)  frecuentes en el Bajo Imperio, y se copiaron manuscritos de textos de autores clasicos y textos religiosos en la scriptoria, a menudo ilustrados con esmero. Esta vuelta a la plástica romana se sirvió tanto de la simple copia como de la investigacion de modelos y teorías antiguas; pero, a pesar de todo, este renacimiento cultural fue fundamentalmente de tipo religioso. En arquitectura, se levantaron numerosos edificios. Sólo algunos conservan partes intactas (Palacio de Aquisgrán, Saint-Germigny-des-Près, Lorsch). Pero las excavaciones arqueológicas Y los textos atestiguan la existencia de otros hoy desaparecidos (Saint-Denis, Saint-Requier). La escultura en piedra no abundaba, pero si la orfebrería, la escultura en marfil y la pintura mural (Auxerre). Destaca el arte de la  miniatura (iniciales ornamentadas, escenas) que se desarrollo en distintos talleres ( Reims, Metz, Tours).

 El Imperio carolingio, cuya época de plenitud se sitúa a finales del siglo VIII y en la primera mitad del siguiente, significó un magno intento de reorganización del Occidente europeo, dividido hasta entonces entre varios reinos bárbaros y aquejado de una grave situación de inseguridad desde la crisis del Imperio romano. Fue obra de una dinastía franca de mayordomos de palacio, cuyo máximo representante, Carlomagno, logró conquistar Baviera y Sajonia y extender su influencia a Italia y borde pirenaico de la Península Ibérica. Carlomagno, que fue coronado emperador por el Papa en el año 800, promovió una amplia labor de cristianización en el Imperio y le dotó de una organización política y administrativa relativamente estable que deparó a Occidente medio siglo de paz y prosperidad. No contento con ello favoreció un importante resurgir de la vida cultural y artística, conocido con el nombre de «Renacimiento Carolingio». Un renacimiento de las bellas artes, de alcance moderado, pero que tuvo el mérito de sintetizar las tradiciones romanas, bizantinas, célticas y germánicas de Occidente. La arquitectura carolingia fue rica y variada, pero, en líneas generales, ha llegado muy deteriorada hasta nosotros: muchos edificios han desaparecido y otros fueron modificados en épocas posteriores. Los estudios arqueológicos han permitido, en parte, analizar la diversidad de tipos arquitectónicos que existieron, pero las dataciones son con frecuencia muy imprecisas. El momento de máxima actividad constructora parece ser que correspondió a la primera mitad del siglo IX, y la zona donde alcanzó mayor auge fue la comprendida entre los rios Sena, Mosa, Rin y Main. La arquitectura carolingia ofrece múltiples modelos y estructuras; unos fueron copia o adaptación de las tradiciones a que hemos aludido; otros, creaciones originales que respondían a las exigencias de la liturgia o a transformaciones de la sensibilidad. En todo caso se creó un repertorio de ideas que, continuando por el arte otoniano, serviría de base al románico. Aunque los dos edificios más famosos del arte carolingio, la capilla de Aquisgrán y la cripta de San Juan de Auxerre, son de estructura diferente, el tipo de iglesia más frecuente en el arte carolingio es el de planta basilical, herencia del paleocristiano. No responde a un esquema único, sino que ofrece múltiples variantes. Hubo edificios basilicales de tres naves, tRrminadas en uno o tres ábsides. Ejemplo característico de ese último tipo es San Emerán de Ratisbona. Muy frecuentes son también las plantas basilicales con un crucero o transepto, elemento éste que ya existía en la arquitectura paleocristiana, pero que va a desempeñar desde ahora un papel fundamental en la estructura de las iglesias. En la arquitectura carolingia se emplean varios tipos de transeptos, unos son largos y salientes, con una sola nave, como en la iglesia de Fulda; otros son cortos y pueden estar divididos en espacios distintos por muros intermedios, como, por ejemplo, en la iglesia de Steinbach.
Una variante frecuente en el arte carolingio es el tipo de planta basilical con dos ábsides enfrentados, uno en la cabecera de la iglesia y otro a los pies. Se trata de una disposición que existía ya en las iglesias paleocristianas del Norte de África y que más tarde será característica del románico alemán. Buenos ejemplares en época carolingia son la iglesia de Fulda, ya citada, y la desaparecida iglesia del célebre monasterio de Saint Gall.

Otro elemento característico de este período es la existencia a los pies de algunas iglesias de un conjunto formado por dos torres de aspecto macizo, que los autores alemanes conocen con el nombre de Westbau o Westwerk. La central de estas torres es de proporciones cuadradas y tiene aspecto de fortaleza; en su interior consta de dos plantas, a la segunda de las cuales se accedía por escalinatas situadas en las dos torres laterales. El origen de este elemento, que transforma por completo el aspecto exterior del edificio y le depara un aire nuevo de elevación y verticalidad ha sido muy discutido.

 Debía responder a exigencias litúrgicas y pasó más tarde al arte románico dando lugar a las grandes fachadas características de este estilo y del gótico. El único ejemplo de Westbau conservado es el de la abadía de Corvey, de fínales del siglo IX. Junto a estos planos basilicales, variados y complejos, encontramos también edificios de planta centrada, capillas poligonales o con forma trebolada. Dentro del primer tipo, que desarrolla una tradición ya vieja en el arte cristiano, destaca el edificio más célebre de todo el arte carolingio: la capilla palatina de Aquisgran. Formaba parte del palacio imperial que Carlomagno mando construir en aquella ciudad siguiendo modelos bizantinos y del que casi tan sólo la capilla ha llegado hasta nosotros. Obra del arquitecto Eudes, consta de un espacio octogonal central sostenido por sólidos pilares y rodeado de un deambulatorio con muro exterior de dieciséis lados. El deambulatorio tiene tribunas que se abren hacia el interior mediante grandes vanos con doble fila de arquerías. El espacio central se prolonga hacia arriba mediante un tambor con ventanas. El conjunto, sobriamente equilibrado, culmina en una cúpula octogonal, cuya cima se alza a 30 metros del suelo. El origen de esta capilla ha sido también muy discutido. Es probable que se inspirara en San Vital de Ravena, aunque con proporciones y soluciones diferentes, más simplificadas. Importante desarrollo alcanzaron también en época carolingia las criptas destinadas a albergar las reliquias de los Santos. Una de las más complejas y la más famosa de todas es la de San Germán de Auxerre, edificada a mediados del siglo IX, pero muy modificada en el XIII. Constaba originariamente de tres naves, rodeadas de una girola con capillas laterales, y de una rotonda poligonal exterior.
La miniatura adquirió también un poderoso desarrollo en los talleres que fueron creados en el Palacio Real y en las iglesias catedrales. Las escuelas más importantes de este arte, que se inspira en modelos antiguos y en las creaciones irlandesas, fueron Reims, Metz, Tours y Saint Gall. Entre otros muchos códices miniados podemos citar los Evangelios de Godescale, los de San Medardo de Soissons y el Evangelario de Lotario.

El arte en Occidente resplandeció sólo en ejemplos esporádicos, limitados y generalmente de matiz conservador. La única excepción la constituye Irlanda, cuya historia es en verdad excepcional: este país, habitado por pueblos celtas, no había sufrido la penetración romana y se había convertido pacíficamente al cristianismo en el siglo VI, pero alcanzó inmediatamente tal entusiasmo religioso y tal fe creativa que irradió a través de sus misioneros una luz de purísima latinidad durante los siglos más tenebrosos de Europa.

Aunque la arquitectura y otras formas del arte monumental apenas han dejado en Irlanda muestras muy significativas, exceptuando las grandes cruces de piedra que se convirtieron en una expresión típica del país, en las miniaturas, por el contrario, los artistas irlandeses revelaron una extraordinaria originalidad, asimilando con rapidez elementos del repertorio latino y fusionándolos con las características constantes de su tradición céltica les imprimieron, por ejemplo, un ritmo abstracto y lineal que alcanzó una singular fantasía y riqueza, como en el Libro de Kells, del siglo VII.

Tanto en la Lombardia como en la Renania, como en la parte de la Galia se conservan vestigios de monumentos de los siglos VIII y IX que presentan ciertos caracteres comunes de decoración y de construcción. Es éste un curioso testimonio de la unidad política del Imperio que constituyó Carlomagno y que mantuvieron sus sucesores inmediatos. El esfuerzo que hizo el emperador para organizar sus Estados y crear instituciones estables extendióse al cultivo de las bellas artes. Él acumuló cuanto quedara en Occidente de la tradición clásica, los principios orientales de ornamentación que dieron a conocer los bárbaros germanos y los recuerdos célticos de la Iglesia de Irlanda, uno de cuyos monjes, Alcuino de York, fue el amigo predilecto del monarca e incluso el impulsor de corrientes artísticas.

La cultura irlandesa participó también del renacimiento carolingio en aquel momento en que parecía que la Europa Occidental quisiera encontrarse a sí misma y tener una voz propia que no fuese solamente el eco de la bizantina. La antigüedad siguió sugestionando a los artistas carolingios y cuando Carlomagno decidió construir en Aquisgrán, según una costumbre antigua, una iglesia‑palacio, o sea una capilla palatina, siguió el ejemplo de San Vital de Rávena. . Esta capilla fue alzada entre 790 y 804, y a pesar de las numerosas restauraciones de que ha sido objeto conserva aún la estructura primitiva. Es de planta octogonal y está cubierta en su parte media por cúpula que no es de alfarería ligera sino de piedra.

 La nave octogonal que la rodea actúa de contrafuerte al empuje del elemento cupular de en medio y tiene también pesadas bóvedas. En cada ángulo del octógono hay un pilar macizo y entre cada dos pilares arcos (sostenidos por columnas) en los pisos superiores. Las bóvedas estaban decoradas con mosaicos, quizá bizantinos, de los cuales no queda nada; la decoración actual es obra moderna.

La capilla palatina de Aquisgrán ha sido considerada durante largo tiempo como una imitación de San Vital de Ravena, pero- después de detenidos estudios- se señalan en tal fábrica carolingia manifiestos caracteres propios. Ella si que fue imitada numerosas veces durante el Imperio carolingio e incluso en los comienzos de la época románica.

Del tiempo de Carlomagno es también Germiny-les-Près, iglesia construida por el abad godo posiblemente catalán Teodolfo (después obispo de Orleáns). Cúbrese de pequeña, y alta cúpula, sostenida sobre cuatro pilares y con naves a su alrededor. Lampérez considera Germiny-les-Près como iglesia de tipo visigótico, análoga en planta y en alzado a la del Cristo de la Luz, de Toledo; cabe incluirla dentro la tradición visigoda de Barcelona o de Narbona.

Pero en todas las construcciones de aquel periodo y en las demás expresiones artísticas, de la joyería a la miniatura y de los bronces a los frescos, los estudiosos advierten la aparición, aunque tal vez tímida, de elementos nuevos y una inquietud creativa anunciadora de tiempos mejores. Los elementos que quedan de la arquitectura del período carolingio son escasos y en su mayor parte han sufrido demoliciones y transformaciones posteriores. Citemos entre las obras más significativas el pórtico de la abadía de Lorsch en Alemania, la iglesia de San Procolo de Naturno en el valle de Venosta, la iglesia de la abadía de Corvey, interesante por su cripta y por la estructura de su parte occidental, que corresponde a un tipo de larga difusión en aquella época, y la iglesia de San Jorge en Oberzell, sobre la isla de Reichenau del lago Constanza, de ábsides contrapuestos.

La corte imperial se trasladaba frecuentemente, lo que provocó la creación de varias abadías allí donde se instalaba, en las cuales era natural que se quisiera subrayar los atributos de la dignidad imperial. Se difundió una particular disposición de la parte occidental de las iglesias (en la oriental estaba situado el ábside), como se ha indicado hablando de la de Corvey, en la que el emperador y su séquito asistían a las ceremonias religiosas. Otro sector en que la arquitectura carolingia aportó interesantes soluciones fue el de las criptas que, cubiertas por una bóveda, representaron el preludio de hallazgos técnicos que madurarían en el período del románico.

A mediados del siglo IX , Carlos el Calvo, nieto de Carlomagno y su presunto heredero espiritual, encargó al scriptorium de Tours una Biblia suntuosa. En una miniatura de la misma aparece el rey en un trono, flanqueado por dos altos personajes de corte y dos guardias; en la parte anterior, una amplia comitiva de clérigos, dirigidos por el abad, transportan la Biblia, que van a entregar al monarca. La escena está enmarcada  por un arco de medio punto sostenido por columnas con capitel corinto, y bajo el arco surge la mano de Dios, mientras que en las enjutas hay personificaciones de virtudes. Constituye un ejemplo significativo de lo que fue el arte carolingio.

En primer lugar, es fácil cómo la disposición en semi circulo de los clérigos ayudaba a la creación óptica de un espacio, de una profundidad. El rey está situado en la parte posterior, pero es de mayor tamaño que los religiosos, lo mismo que sus acompañantes. En lo primero cabe ver el intento de recobrar el clasicismo, copiando modelos antiguos. Sin embargo, como la escena era nueva, es decir, había que inventarla, cometieron sus autores el error técnico de invertir la perspectiva, porque seguramente habían aprendido a copiarla, pero no a entenderla.

Las vestiduras de los soldados, los arcos y sus capiteles, la reconquista de la representación naturalista    de la figura humana, son otros tantos elementos propios del arte carolingio.

La mano de dios surgiendo de la nube y dirigida a la cabeza del monarca es un indicio del sentido que se confirió al Imperium de la restauración y del pacto con la iglesia. Con Carlomagno se resucita la figura del emperador  cristianizado, en colaboración, nunca libre de suspicacias, con el Papa. Cabe recordar que la obra fue encargada por el emperador; esto es, que el arte carolingio fue siempre financiado por la corona.

En el terreno artístico también se tendió un puente con la antigüedad cristianizada, entendiendo que no era tanto un cambio con el pasado inmediato como una continuación de algo que no había dejado de existir.

Pero la realidad era ya otra. En ciertos aspectos se consiguieron logros excepcionales, pero dentro de unos limites muy reducidos. La situación del imperio no podía permitir que el arte y la cultura se extendieran demasiado  por un territorio de escasa y dispersa población, en el que las ciudades eran de pequeña entidad.

Solo a nivel de corte, y en centros que de alguna manera estaban vinculados a ella, se dio esta manifestación sorprendente. Con frecuencia era suficiente que desapareciera el personaje influyente que propiciaba las actividades de algún centro, para que este dejara de producir manifestaciones artísticas.

Los modelos se buscaron en la antigüedad cuando fue posible, aunque usualmente se recurrió a Italia, que como ningún otro país había conservado parte de su espíritu. Bizancio era, de hecho, el heredero legal del imperio romano, y, en el terreno político, la restauración de Carlomagno y el Papa se oponía a sus intereses; pero en lo artístico proporcionó modelos, y tal vez en alguna ocasión a los propios artistas.

No todo se pudo recuperar. La escultura había desparecido, y en bizancio, como consecuencia de la iconoclastía, incluso había sido olvidada. Los arquitectos carolingios no tuvieron inconveniente  en expoliar las viejas  ruinas para conseguir capiteles y fustes. Sólo se realizó alguna obra parcial  y de pequeñas dimensiones que recordar el pasado, como el emperador ecuestre en bronce al que se identifica con Carlomagno.

Existió un gran auge en la Arquitectura, ya que se disponía de grandes medios para realizarla.  Las referencias literarias, el extraño plano del ideal monasterio de Sankt Gallen y algunos restos reales constituyen la prueba más palpable de ello. El palacio del emperador en Aquisgran lo formaban cierto numero de edificios, de los que solo se conserva la capilla palatina, más o menos modificada, cuya planta centralizada y cuya estructura se inspiran en otras, como san Vital de Ravena. En ella se construyeron bóvedas variadas, como las de cuarto de cañón.

En Corvey queda como único resto una de las grandes realizaciones de la época; en Centula-Saint-Riquier existió un gigantesco monasterio, actualmente desaparecido. También se construyeron criptas muy amplias, destinadas a contener reliquias y permitir su visita  (Saint-Germain-l'Auxerrois). El plano de Sankt Gallen, o los dibujos de la Centula, muestran torres cilíndricas, origen de las futuras medievales. Pero hablar de ésta arquitectura es referirse a un mundo desaparecido, salvo restos escasos o modificados (Germiny-des-Prés, Lorsh).

Son las artes suntuarias y las miniaturas las que permiten forjarse una idea de lo que fue el esplendor del Imperio a lo largo de siglo IX.

 El libro de lujo es uno de los productos más bellos salidos de los talleres artísticos: su producción costosísima solo podía llevarla a cabo una minoría culta, o con resabios de cultura, y que dispusiera de considerables medios económicos, porque a la materialidad del libro  (pergamino, letra, pintura) se unen las tapas de la encuadernación, en marfil, plata, oro, piedras semipreciosas, etc. Los miniaturistas no eran los mismos copistas. Posiblemente, los del tiempo de Carlomagno eran extranjeros: tal vez  del norte de Italia, incluso, indirectamente de Bizancio. Algunos quizá fueron muralistas, porque este tipo de pintura fue muy cultivado. Aunque se conservan pocas muestras, estas (Saint- Germain-l'Auxerrois) permiten afirmar que sus autores conocían el arte italiano y el tardorromano.

Carlomagno favoreció la creación de un Scriptorium imperial, cuyos primeros productos acusan la transformacion (evangeliario de Godescalco), para llegar enseguida a una perfección  (evangeliarios de Ada y de Saint-Médard de Soissons). Pero fue en tiempo de su hijo Ludovico Pío cuando llegó a su apogeo la influencia bizantina, en los evangelios de la Coronación y de Aquisgran. Merece destacarse, asimismo, que a la copia de libros se une la creación de bibliotecas, en las que se recogían los que iban a servir de modelo a los artistas al servicio de la corte.

Junto a estos talleres de corte surgieron otros, en los que llegó a alcanzarse una madurez más autónoma. Es el caso de Reims  (evangelios de Ebbo) y de Metz, donde Drogo, hijo natural de Carlomagno, encargó un sacramentario con iniciales iluminadas. En San Martín de Tours, en la época de Carlomagno, Alcuino organizó un scriptorium, que en tiempos de Carlos el calvo llegaría a su apogeo  con las grandes Biblias, como la ya citada y lo de Moutier- Grandval, o el salterio de Lotario.

La influencia clásica o Bizantina  es omnipresente, incluso en los manuscritos  que a fines del siglo IX se hicieron en algún lugar dudoso del norte, con fuerte influencia irlandonorthumbra en lo decorativo.

Son numerosos los marfiles conservados, y de estos excepcionalmente se guardan los modelos. Aún no siendo así, con solo observar las cubiertas del evangeliario de Lorsch (Museo Victoria y Alberto, Museo Vaticano) se recuerdan las obras del siglo VI justinianeo. La corte, Metz, Sankt Gallen, Tours, fueron otros tantos centros creadores.

 

De la riqueza de la orfebrería  dan idea las cubiertas de libros, como las del evangeliario de Lindau (Biblioteca Morgan, New York) o del códice Áureo (Munich); cálices como el de Tasilón (Kremsmünnster), u obras más  complejas, como el ciborium de Arnulfo (Munich). Y sorprende la moda, en tiempo de Carlos el Calvo, de los cristales de roca tallados (cristal de Lotario, Museo Británico).

Con las disensiones dinásticas, los ataques de los normandos, la descentralización del poder y la división de la iglesia decayó el imperio, y con él el arte  que era una consecuencia muy inmediata  de este. Solo algunos centros como Sankt Gallen, superaron la crisis.

Al igual que la arquitectura escasean las pinturas, mientras son abundantes las miniaturas, relacionadas con la expansión cultural del periodo y que aparecen en su mayoría en textos religiosos, evangeliarios y salterios. Surge en estas miniaturas una corriente clasicista y otra, llamada palatina, singularmente viva y rica en expresiones naturalistas que fue seguida por la escuela de Reims y luego por la de Tours. Otro gran centro de la miniatura fue Saint Gall, en Suiza.

Italia no fue tan rica como Francia, ni como Germania (en cuya región del Rin Posee varias iglesias de la época carolingia), en monumentos del tiempo del Imperio de Carlomagno. Fue, sin embargo, en este periodo cuando se iba formando en Lombardia la escuela de los maestros albañiles comacinos, así llamados porque tuvieron su centro principal en Como, a poca distancia de Milán. Sus procedimientos de cubrir bóvedas y de levantar campanarios fueron imitados años mas tarde por las naciones románicas que se formaron al desmembrarse el Imperio de Carlornagno. Los primeros comacinos parece que habían llegado a Como desde Roma y que allí importaron sistemas constructivos aprendidos en el arte clásico. Ya en el siglo VII formaban sociedad, que tomo gran impulso en la centuria siguiente, que propago sus procedimientos por diversas regiones y que fue absorbida por los monjes benedictinos, quienes, a su vez, habían recibido influencias de los misioneros irlandeses y de toda su tradición constructiva y ornamental.

Los comacinos enriquecieron lo aprendido en Roma con métodos de su inventiva. Como decíamos, fueron especialistas en la construcción de bóvedas: dividian la planta de la nave que pensaban cubrir en espacios cuadrados por medio de arcos transversales, y en cada espacio construian una bóveda de arista, sostenida por arcos diagonales que iban de pilar a pilar. Ello daba a los pilares una forma compuesta, de modo que ya no tenían planta rectangular o circular, como los que sostuvieron las bóvedas de arista de la antigua Roma, pues los constructores romanos no habían empleado arcos diagonales. Fue, pues, una verdadera innovación de los maestros comacinos el método consistente en introducir los arcos diagonales que ayuden a sostener la bóveda.

Pobres y bárbaros relieves como en uno que semeja representar dos santos mártires, obra del siglo VII hallada en Poitiers, o como el de tema decorativo a base de hiedra, descubierto en San Pedro de la ciudadela de Metz, así como estrictas imitaciones de capiteles romanos revelan el escaso desarrollo de la escultura precarolingia. De otra parte, en la plenitud del Imperio de Carlomagno apenas se desarrolla la estatuaria, e incluso una divulgada estatuita del emperador a caballo no se desmiente que pudiera ser ejecutada con posterioridad a la existencia del retratado.

En general, la escultura carolingia se reduce a obras de simple ornamentación, y acaso donde alcanzara un cierto desarrollo fuese en la Lombardia por obra de artistas bizantinos emigrados de Bizancio a causa de la persecución de los iconoclastas. Con la expansión artística del arte lombardo tal aspecto escultórico también se propago hacia el norte y hacia el Occidente: en Alemania, en Francia y en España. Con todo, el decorado escultórico de los edificios suele quedar reducido a algunas celosías de ventanas y al de las pilastras con los correspondientes capiteles comúnmente corintios y en raros casos jónicos. Tienen manifiestos resabios bárbaros varias de las obras escultóricas principales de los tiempos carolingios; entre estas, los canceles esculpidos de Cividale y de San Ambrosio de Milán y el cimborio de San Apolinar "in Classe" en Rávena.

Con la fundación de escuelas y bibliotecas Carlomagno despertó la afición hacia los libros; mas los libros que informan el arte de la miniatura carolingia los habían producido los dos centros culturales desplegados con anterioridad al emperador: Bizancio e Irlanda. Pero los transcriptores no se limitaron a realizar meras copias, sino que en sus interpretaciones alcanzaron un sentido personal, si bien moviéndose dentro un tipo definido que les da carácter de escuela. Las diversas variedades oscilan entre el bizantinismo que prosigue aún el gran arte de la pintura grecorromana y la compleja caligrafía irlandesa a que nos referimos al hablar del arte celta. Los miniaturistas carolingios ilustraron principalmente la Biblia cuya portada solían decorar con la figuración del magnate a quien el ejemplar iba dedicado. Así, por ejemplo, en la Biblia de Carlos el Calvo -de la Biblioteca Nacional de Paris- el monarca representóse rodeado de los monjes ofreciéndole el manuscrito; en otros casos el personaje a quien se dedica el libro aparece rodeado de cortesanos y de alegorías. En general, el texto está ilustrado con otras fastuosas miniaturas unas veces constituidas por un solo tema que ocupa toda la pagina y otras veces por fajas en cada una de las cuales se evocan diversos pasajes.

En la época carolingia, además de la Biblia, se decoraron evangelios, salterios y sacramentales. Para evitar el roce en el color y el dorado, las grandes láminas se protegían con tejidos de seda, a menudo procedentes de manufacturas orientales, ya bizantinas, ya árabes.                         

 

Galeria

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abadía de Willibrord, también conocida como monasterio de Echternach,.jpg (31933 bytes) conjunto de aquisgarn.jpg (33209 bytes) Entrada a la abadia de Lorsch.jpg (135787 bytes) estatuilla en bronce que supuestamente representa a Carlomagno.jpg (63364 bytes) soldados.jpg (101310 bytes)
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