EL LLAMADO

Yo también he querido ser. Veo claro en el aparente desorden de mi vida: en el fondo de todas esas tentativas que parecían inconexas, encuentro el mismo deseo: arrojar fuera de mí la existencia, vaciar los instantes de su grasa, torcerlos, purificarme...
Érase una vez un hombre que se había equivocado de mundo... Quería persuadirse de que vivía en otra parte, detrás de la tela de los cuadros, detrás de las páginas de los libros, detrás de los discos del fonógrafo...
JEAN PAUL SARTRE, La Náusea

I
Aquella noche había reunión en el Hueco. Yo había escuchado, desde que llegué a la Mancha Subte, hablar sobre las primeras reuniones en el Hueco, las realizadas entre el 87 y el 88, cuando la Mancha descubrió que podía hacer de esa casita construida a medias aquel paraíso. Así que desde mi llegada, sentí que aquellas historias de noches trascendentes, de rebeldía y aventura, cobraban vida. Había gente que frecuentaba los conciertos, gente "antigua" y gente "nueva" y personas de otros ámbitos, gente de universidades y grupos folclóricos; por un lado los punks y por otro, los intelectuales. El pasillo que conducía al Hueco estaba repleto de gente. En su interior, se había dispuesto bancas largas, construidas con vigas y ladrillos, alrededor de la salita, donde otras veces se hacía conciertos. Los muros seguían adornados con las banderolas pintarrajeadas de spray que hizo el colectivo del Chusko; los vidrios rotos dejaban entrar el frío de aquel invierno y dejaban ver el cielo nublado. El conversatorio aún no comenzaba y ya la ansiedad me inquietaba.
Pero, ¿qué era la Mancha Subte o el Movimiento Subterráneo? ¿Era un grupo político secreto? ¿Un grupo cultural? ¿Una secta? ¿Una pandilla? ¿Cómo se era Subte? ¿Drogándose? ¿Emborrachándose? ¿Leyendo muchos libros? ¿Conociendo la realidad social? ¿Dibujándose una A encerrada en un círculo sobre un pantalón viejo? ¿Había que ir a conciertos punk? ¿Escribir canciones con lisuras y contra el gobierno? ¿Odiar a los tombos? ¿Usar botas militares? ¿Escuchar a los Sex Pistols, Ramones, Expoited, The Clash? ¿Ser como Sid Vicious? ¿Decirse ecologista, antisexista, antitaurino, antiautoritario? ¿Denunciar a las potencias por la miseria del Tercer Mundo? ¿Apoyar la Lucha de Clases? ¿Era sólo una búsqueda de afecto? ¿Un medio de realización? ¿Una manifestación contra el consumismo y la manipulación a la juventud? ¿Sólo música? ¿Sólo ideas políticas? ¿Una manera de escapar de responsabilidades? ¿Decirse anarquista y leer a Bakunin? ¿Odiar a Marx? ¿Odiar a Sendero Luminoso? ¿Al MRTA? ¿Ser terruco? ¿Odiar las modas? ¿Luchar por la libertad, por el pueblo, contra el Estado? ¿Odiar las ideologías?… ¿Qué mierda era ser Subte…? En ese entonces, ser subte lo era todo para mí, pero no podía definirlo completamente.
-¿Y quienes son esos amigos tuyos? -preguntaba mi vieja- Está bien que escuches su música, que vayas a sus conciertos, que conozcas a otra gente; pero a mí me gustaría saber por qué ya no paras con los chicos del barrio.
Porque a los chicos del barrio lo que yo hacía les parecía cosa de locos. Al no estar interesados en nada de lo que se hablaba en la Mancha, sólo se burlaban y se conformaban con los hechos cotidianos de sus vidas. A mí me aburrían, con ellos ya no sucedían cosas especiales; sólo en la Mancha las cosas tomaban sentido, todo era especial. Deseaba tanto escapar del mundo ordinario de la gente que, según lo que yo creía en ese entonces, era común y vacía.
-A tu papá no le gusta que andes con chicos que no son de tu edad -decía mi vieja-. Ni que discutas de política en tu colegio, ¿no te das cuenta que lo haces quedar mal? Él ha hecho un esfuerzo por lograr que ingreses a ese colegio.
Luego hablaba de mi ropa, tan sucia, tan descuidada, de mis cabellos en punta y la casaca de jean que nunca me quitaba, la misma de la cual los chicos del barrio hacían escarnio. Ya no los aguantaba, prefería caminar por el Centro, recorrer la Avenida Wilson hasta la avenida La Colmena y entrar en ese otro mundo de las carretillas de cassettes, de discos y posters, de gente que pululaba más allá de las fronteras imaginarias con las que yo delimitaba la ciudad, las cuales empezaban a desmoronarse. Allí, poco a poco, fui intimando con los que vendían, comprando cintas o pidiendo que me las hicieran escuchar.
-Esos grupos son de terroristas, ¿no? -decían los chicos de mi barrio, a veces entre risas, a veces en discusiones fuertes-. ¿Acaso no hablan todo el tiempo sobre rebelarse contra el "sistema"? A ver, dinos, ¿qué es el sistema?
Cuando yo trataba de explicarles qué era el sistema, ellos se aburrían, se burlaban de cada frase o me decían que mi única intención era dármela de más inteligente, de más culto. En medio de la Mancha, sí se podía hablar de esas cosas, leer sobre ello en los fanzines que publicaban artesanalmente, con dos o tres hojas fotocopiadas.
-La palabra fanzine significa fan-magazine, o sea revista hecha por un aficionado -decía el Chusko-. Algo que cualquiera puede hacer sin ser profesional.
El puesto cassettes que más frecuentaba era el del Chusko, a él le compraba más cintas, después de haberlo conocido en mis primeras noches de juerga con los Subtes, allá en la puerta de la No Helden. Era ahí, entre sus cintas y el paso de los transeúntes, que mi mente empezaba a maquinar. Recuerdo esas tardes del verano del 91 en las que, vestido con mi vergonzoso uniforme escolar, regresaba a mi casa, dejando atrás las primeras fantasías de mi infancia tardía. Mundos inmensos brotaban de esos pasos, al ritmo de mis divagaciones, todas delineadas según los acordes y latidos de Eutanasia, Leuzemia, Narcosis, bandas míticas que ya habían fenecido para cuando yo llegué a la Mancha. Pero en ese momento otras bandas aparecían. PTK, Psicosis, Autonomía, eran bandas que por ese entonces compartían escenario con la banda del Chusko, Incendiaria.

Dime por qué estás aquí
¿Acaso sientes lo que pasa a tu alrededor?
¿Buscas libertad? ¿Buscas diversión?
¿Buscas un refugio en medio de la confusión?
Un ideal, una pasión,
El corazón fundiéndose con la razón.
Una realidad que te obliga actuar,
A matar tu silencio y empuñar tu libertad,
A vencer tus temores y enfrentar la oscuridad,
Y darle a tu vida un sentido de verdad

Era la letra de esa canción la que mejor resumía el sentimiento que me embargaba en esos días. Alguna vez el Chusko me dijo que él había sentido que Rata Sucia de Leuzemia resumía sus inquietudes. Para mí, esa canción de Incendiaria, tan sencilla, llevaba dentro todo aquello que hubiese querido explicarle a los chicos de mi barrio, a los del colegio, a mi vieja, y talvez a mi padre. Pero, ¿ellos sentirían lo mismo que yo? ¿Lo valorarían? Imposible. Debía dejar que ese mundo inspirado por el destello de mi nueva vida se refugiase hasta llegada la oportunidad. Y era otra canción de Incendiaria la que me decía que yo no estaba solo.

Eres testigo de todo crimen, de toda ruina
Sientes la muerte en cada llanto y en cada herida
Buscas refugio, algo querido, algo perdido
Sientes la ausencia de todo abrazo y todo abrigo
Tiempo de buscar, tiempo de reconocerte,
Para comprender por qué eres diferente
Tú sabes que habrá una inmensa victoria
El silencio de la gloria
Sólo para construir tu identidad

Era una canción que yo escuchaba a todo volumen en mi habitación, en la pequeña radio que mi tío me había regalado, pero apenas mi padre llegaba a la casa, la apagaba o bajaba el volumen. Él no se enteró, sino después de dos o tres años, que yo ya no frecuentaba el barrio, que yo estaba cambiando. Todo fue por la primera amonestación del colegio, la advertencia recibida de parte de su amiga directora.
-Talvez este no es un colegio para él -le decían los directivos-. Existen colegios donde él podría desarrollar esas inquietudes que tiene, colegios experimentales, como les llaman. Por ejemplo, vea este artículo que su hijo preparó para el periódico mural…
Cuando mi padre me reprendía era como que lo hiciera un extraño, alguien que no vivía en mis ilusiones y, por tanto, lejos del mundo real.
-Yo sé que tu padre es un poco duro -decía la vieja-, pero debes estar agradecido por lo que te da. Todos estos diez años que no vivió con nosotros, tú lo sabes, el nunca nos faltó económicamente. Eres un malagradecido…
Esas amonestaciones y reprimendas sólo me llevaban a refugiarme más en mi mundillo incipiente, en los fanzines.
"La autogestión -decía el fanzine Para Resistir, editado por el colectivo del Chusko- es un proyecto social que tiene como método y objetivo que la empresa, la economía y la sociedad entera estén dirigidas por los trabajadores de todos los sectores vinculados a la producción y distribución de riqueza (…) Es un proyecto, es decir, no es un modelo acabado. Su estructura, organización y aun su existencia es y será fruto del deseo, el pensamiento y la acción de los miembros del grupo involucrado sin preconceptos ni imposiciones (…) Extenderla a la sociedad implica desaparecer los centros de poder que ahora se reservan la gestión política y social - es decir Estado, partidos, burocracias, ejércitos, etc.”
¿Y cómo construir todo eso? ¿Dónde poder, al menos, conocer algo más sobre eso que tanto me encandilaba? Yo veía que en los fanzines figuraban direcciones y apartados postales de Colectivos, grupos de gente que se reunía para sacar adelante esas ideas…y yo sabía que estar en uno de ellos le daría a mi vida lo que la cotidianidad no podía darle. Por eso cuando el Chusko me dijo que se estaba preparando un conversatorio en el Hueco, sentí que ese mundo no estaba tan lejos, que era una realidad que me abría las puertas de otra imaginación. Entonces su figura se irguió como una huella profunda en los acontecimientos.
Ver a Incendiaria en concierto, al Chusko con el bajo y al micrófono, entonando himnos en los que se hablaba sobre hechos de nuestra vida cotidiana, haciéndonos sentir que aquello era más que música, más que un concierto. Entre el pogo, las luces, el chirrido de la guitarra y los gritos de la gente entonando los coros, la voz del Chusko le cantaba al corazón de la gente, la cual llegaba desde los Conos de la ciudad al Hueco, para que Incendiaria les transmitiera vida. Hablo así acerca del Chusko ya que, a medida que transcurra mi relato, se descubrirá que él es el verdadero protagonista de está historia, pues él encarnaba la expresión máxima del activismo y la coherencia, la consistencia de ideas y el compromiso, a través no sólo de sus canciones, fanzines, el colectivo, sino por medio de su voluntad de nunca quedarse pasivo, de jamás rendirse, aunque se viera rodeado de gente que no colaboraba en nada con los proyectos, que sólo llegaba para quejarse, escapando de responsabilidades mayores o viendo todo como una excusa para evadirse, emborracharse y drogarse. Era ese espíritu siempre dispuesto, lo que me conmovía de él. Si hablo de mí es porque fue a través de mis ojos y del filtro de mi imaginario que descubrí su esencia.
Todas las noches que lo encontré en el Hueco dirigiendo las reuniones de los colectivos, entre los cajones viejos y los muebles raídos y sucios donde se sentaban jóvenes venidos desde todos los rincones de Lima, sólo para tratar de sacar adelante sus proyectos, nunca lo vi desanimado y jamás perdió el control en las discusiones sobre acción directa, autonomía y autogestión, como sí solían hacerlo los que se decían radicales y comprometidos con los ideales anarquistas, aquellos niñitos rebeldes que querían inmolarse tontamente por algo que aún no comprendían del todo. Él hablaba desde una posición quizás no tan comprometida con ideas fijas, pero si con la realidad de la que ellos vivían aislados.
Yo frecuentaba el Hueco desde los 13 años. Poco a poco fui conociendo a gente que decía tener las mismas inquietudes que yo, que trataba de dar curso a sus ideas a través del colectivo, para lo cual exponían muy bien sus ideas, pero que eran incapaces de renunciar a su hermetismo, atribuyéndoselo como una virtud. Durante esos años yo también pensaba que uno debía ser así, duro y sufrido, arraigado a una forma de pensar que no aceptaba cuestionamientos. Uno debía encarnar toda la incomprensión del mundo para sentirse digno de ser llamado rebelde. Ese orgullo era temor de verse renovado. Lo más aterrador siempre fue verse el rostro perdido en la ciénaga del tiempo, perder las muletas que sostienen nuestras miserias, quedarse sin argumentos para pedir cariño. Pero el Chusko nunca tuvo ese temor, siempre fue él mismo. Era el único de nosotros que no tenía un pasado al cual arrimarse, una familia a la cual responder, para él la idea no necesitaba de poses, todo en su vida fluía espontáneamente.
Las noches de reunión en el Hueco eran, pues, un hervidero de pasiones encontradas donde el Chusko, con su palabra pausada, su mirada profunda, su tono irónico cuando la ocasión lo exigía, marcaba una alternativa que era desoída por los que hablaban cerrando su entendimiento.
¿De qué hablábamos? Bueno, jamás hubo un tema, ya que los tópicos iban y venían según el animo de la gente. Así, pues, un día podíamos organizar una fiesta para conseguir fondos para un concierto; otras veces nos devanábamos los sesos pensando donde volantear panfletos contra las corridas de toros, el servicio militar o el arte de escaparate; otras veces podíamos pasar horas tratando de definir al subte comprometido con sus ideales, dueño de una coherencia impecable. Pero en esas oportunidades era cuando menos podíamos ponernos de acuerdo.
El Hueco había sido tasado por los tombos hacía buen tiempo. Ya habían entrado varias veces con el pretexto de buscar drogas y artículos robados. Siempre se llevaban las pocas cosas que el colectivo podía reunir con un esfuerzo titánico: guitarras de baja calidad, acústicas y eléctricas, amplificadores de 40 watts, parlantes viejos, tarolas y bombos de una banda escolar -tan antiguas que una vez descubrimos que una batea con una frazada metida dentro sonaba mucho mejor-, todo lo que podíamos reunir para que los grupos pudiesen ensayar, aunque en una situación paupérrima. Al entrar en la sala luego de una incursión policial, se podía ver la desnudez total, el cemento frío de esa casa construida a medias que nos dejó un amigo antes de irse a Europa. Uno de los encargados de cuidar de la casa mientras él volvía era el Chusko.
-Volveremos a reunir instrumentos, Chibolo. No te preocupes -decía tranquilo, mientras yo me devanaba los sesos de la rabia.
Pero aquel no era el único talento del Chusko. Yo apreciaba sobre todo su capacidad para vivir del aire, a salto de mata, sin la certeza o tranquilidad de un ingreso económico fijo. Su manera de salir adelante sólo con pequeños proyectos llevados a cabo dentro de la Mancha, era admirable, pues en ella se traducía su coherencia y convicción de ideas. Todo en su vida, desde los fanzines que vendía uno por uno hasta las cintas que vendía en la carreta en sociedad con el Chato o Kino, eran un esfuerzo autogestionario. Además su fuerza física para soportar tantas noches en vela, macerando sus entrañas con ron barato y pisco-de-a-luca, me resultaba increíble. Me sorprendía su modo de hablar sobre cualquier tema, tan seguro y atento a la vez, exhalando bocanadas de aliento alcoholizado, ya sea en el Hueco o en cualquier bar del centro de Lima, en Quilca o en la Plaza Francia. Hablaba de política, culturas antiguas, economía, sociología, filosofía, religión, psicología, de la historia peruana y mundial, siempre escuchando a la persona con la que hablaba, dispuesto a seguir aprendiendo. Verlo pelear con sujetos que lo sobrepasaban en altura y peso era algo común. Su estatura mediana, su piel cobriza, su corte de cabello militar, su caminar siempre erguido con la mirada al frente, eran rasgos que me permitían distinguirlo a distancia. Siempre llegaba sonriendo, dispuesto a conseguir unas monedas para seguir bebiendo o un lugar donde pasar la noche.

Atrás...

Siguiente...