La ecuación pop/compromiso político no es ninguna novedad. Tienes casos disímiles que van desde la sofisticada onda jazzy de Style Council hasta el algo más obvio folk de Billy Bragg. Desde lo hecho por Robert Wyatt (con delicados covers de Víctor Jara y Pablo Milanés y todo) o la acre crítica social de los Housemartins hasta el antilaborismo feroz de Crass y el irritante inconformismo de los Dead Kennedys (empujados a la disolución tras el juicio ridículo que les abrió la justicia yanqui). Tienes hasta el caso del, ejem, ahora radiable colectivo anarco Chumbawumba. La más reciente y desconcertante manifestación de esta historia es la que comanda el alemán Alec Empire. Sea como autor de discos solistas (abarcando un espectro que va desde un tumultuoso drum'n'bass hasta incursiones en el terreno de una nada digerible avant garde), como cabeza del sello Digital Hardcore (con sede bicéfala, en su Berlín natal y Londres) o, sobre todo, como el insidioso conspirador que anima el flamígero trío Atari Teenage Riot, este prolífico sujeto traslada el discurso electrónico reciente a códigos de manifiesta rebeldía radical anti-sistema, imprimiendo un sello frontalmente combativo a un género comúnmente asociado al hedonismo y la evasión, y reivindicando sus posibilidades contestatarias. La revolución no será televisada, como advertía amenazador el segundo disco de Public Enemy, pero de ocurrir, en el incendiario universo agit-prop de Alec Empire la revolución será un infatigable bailongo asesino de breakbeats anfetamínicos e iracundas consignas contra el enemigo conservador.
REWIND
Iniciado
tempranamente en los ajetreos rockeros (coge la guitarra a
los 8 años, obtiene notoriedad como breakdancer a los 10, forma una
banda punk -Die Kinder- a los 12), Empire emprende
un proceso de búsqueda ético-musical, a la busca de un sonido
que le permita dar expresión a sus radicales inquietudes políticas.
En este retrato del artista insumiso, el signo ideológico tiene motivaciones
más sólidas que las de una simple y coyuntural pataleta hormonal
de adolescente problemático: su abuelo falleció en un campo
de concentración en los tiempos de la pesadilla hitleriana, lo que
le da un tinte más dramáticamente visceral a las virulentas
consignas antinazis que pueblan su discografía (la más célebre
es la de "que les den a los nazi punks por el culo", inscrita con
rabia en los sobres internos de algunos discos suyos). Previsiblemente, no
tarda en desilusionarse del punk: musicalmente se ha convertido en una fuerza
conservadora y sedentaria con poco que ofrecer. A los 16, edad a la que algunos
recién están abrazándolo, Empire abandona el punk y descubre
el potencial político del Acid. Son los tiempos de la caída
del Muro, del colapso del marxismo, del fenómeno de las raves, del
resurgimiento de la ultraderecha xenófoba y nacionalista en Europa,
y la marginalidad de la escena acid/techno parece proporcionar una alternativa
de resistencia contra la acción corruptora del establishment: "El
Acid tuvo una importante significancia política; representó
una protesta total, no dejar que nada se filtre desde el exterior, sin mentiras
políticas, sin promoción y, por lo tanto, inmune al sistema."
Ir a su primera rave es gancho suficiente como para que el muchacho empiece
a trabajar para conseguir su primer sampler. A los 18 debuta como DJ y empieza
a publicar 12" como white labels. Algunos detalles, sin embargo, no lo
convencen del todo: las actitudes racistas y las conexiones con skinheads
de algunos DJs; el peligro del aislamiento onanista del músico de dormitorio
(encerrado con su PC y sus DATs sin que le importe lo que ocurre en el mundo
"de afuera"); el conformismo consumista y la conducta supuestamente
apolítica de muchos ravers, fascinados con la moda y la droga y en
el fondo funcionales al sistema. Es el momento de pasar a algo diferente.
Escribe: Marco Rivera
Interzona 1, Marzo 1998