1974. La sombría certeza de un inminente colapso mundial apocalíptico, una severa crisis psicológica y la decepción de sentir que la banda había dejado de ser un proyecto viable y satisfactorio llevaron al cerebral, formalísimo y flemático Robert Fripp a disolver unilateralmente el célebre combo que fundara, King Crimson. Tres años duró su retiro de la escena musical; en el transcurso de este tiempo se acercó a las extrañas teorías de crecimiento personal del filósofo George Guardjeff y su continuador J.G. Bennett, e inclusive siguió un influencial internado de 10 meses en un Centro de Educación Continua auspiciado por el segundo.

Exposure fue el gran regreso discográfico de Fripp y, creo, el pináculo del fructífero período posterior a su hibernación creativa, que entre 1977 y 1984 lo llevó a colaborar con Peter Gabriel (quien, de hecho, lo extrajo del autoexilio invitándolo a las sesiones de su debut solista), David Byrne, Brian Eno, David Bowie, Talking Heads, Blondie, The Roches, Daryl Hall, Flying Lizards, etc; a experimentar con grandes formatos de loops minimalistas (la famosa técnica Frippertronics, heredera de los hallazgos de Eno en su “Discreet music”); a flirtear, pese a su fama de “progresivo”, con lo bailable y la new wave (a través del rollo Discotronics y con The League of Gentlemen) y, en suma, incorporar al vocabulario pop un estilo que condensaba elementos experimentales, progresivos, no-occidentales y modernos (a contrapelo del dinosaurismo caduco de la mayor parte de sus sinfónicos compañeros de generación), como constó en la impresionante trilogía del regreso crimsoniano. Un período entusiasmante y ejemplar, rebosante de ideas y marcado por una actitud aventurera y atrevida; una veintena de discos aproximadamente, tuvo intervención frippiana protagónica o indirecta). Rodeado de un selecto equipo de colaboradores (ver recuadro), Fripp concretaba con Exposure el inicio de un plan estratégico de reinserción en el mercado musical (no un simple comeback, sino la punta de lanza de todo un proyecto elaborado y coherente), como parte de una trilogía que exploraría el formato de la canción pop como conciso documento en que deben cuajar, en los confines de apenas tres minutos y pico, todas las ideas, sentimientos y exploraciones del artista, encapsuladas como un artefacto además llamativo y empático. Sin embargo, los funestos tentáculos de una industria reaccionaria y anquilosada frustraron los planes iniciales, al menos en su forma original, y lo llevaron a replantearse las cosas. Un poco de historia no nos vendrá mal en este momento.

Escribe: Marco Rivera

No aparecido en la revista

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