Endilgarles etiquetas como "la banda más sexy del territorio", "los Fabio del alt-rock", "classic bad motherfucker music" es casi recurso de rigor en cada ocasión que la prensa ha concedido atención a quienes no sería descabellado considerar como uno de los actos más condenadamente seductores de la escena gringa. Dicen que el rock (que toma prestado el nombre de la jerga negra que designa el acto amatorio), en su interacción bajo-batería y proclividades licenciosas, reproduce simbólicamente la salvaje pulsión del sexo; escuchar a esta banda recuerda el potencial físico y sensual que normalmente debería tener este tipo de música.
Son cuatro sexy motherfuckers que desatan su lujuria en concisas gemas en las que, entre voluptuosos ritmos, guitarras de sonido saturado, brochazos sampladélicos y sucio ruido electrónico, el susurro calentón del mefistofélico Scott Mc Cloud nos intenta convencer de que, normal nomás, el infierno es denso pero excitante territorio funky. Así de geniales e irresistiblemente libidinosos son los GvsB, con el sucio latido del corazón de las grandes ciudades (los cuatro sujetos operan desde New York -ciudad que ocupa un lugar central en su estética-, pese a ser originarios de Washington D.C.) y el hedonista decadentismo propio del fin de siglo.
Empezaron como el proyecto "post-hardcore"
Soul Side, bajo el patronazgo de Ian
Mc Kaye y el heroico rollo independiente del sello Dischord,
con la corrección política de la zanahorienta escena straight
edge de Washington DC, su idealismo punkeke y el singular ascetismo que los
hacía renegar del trago, la droga y hasta el pogo. 3 de los cuatro
cerebros de este combo militan hoy en GvsB: Mc Cloud (guitarra, voz, sampleos),
Alexis Fleisig (batería, sampleos), Johnny Temple (bajo, teclado).
Asociándose con su ingeniero y productor habitual, Eli Janney (bajo,
teclado, voz # 2), dieron un paso adelante, conservando el espíritu
DIY ("hazlo tú mismo") aprendido con Dischord
pero ampliando el horizonte de sus referentes musicales y de sus aspiraciones
estéticas. Sin vainas, sin reciclajes tramposos, sin gato por liebre,
sin disfuerzos, sin asaltos al guardarropa del sagrado Bowie
1973 o a la utilería de Alice Cooper,
el nuevo cuarteto se presentaba como digno pero no mimético heredero
del rabioso feísmo de los Big Black (con
el sonido que hubieran tenido si Steve Albini se hubiera tomado un Urbadan
y un ceviche de conchas negras antes de hacer las partes vocales del Songs
about fucking), de la inteligente disección del cadáver rockista
que practicó Wire (de quienes se prestan
pistas para incorporar repetitividad y elementos electrónicos a un
discurso nacido del punk) y de los afilados machetazos guitarreros (más
la ajustada -tight as a bitch, como diría Iggy
Pop- sección rítmica) de los primeros Gang of Four. No
fueron los únicos ni los primeros en adentrarse por semejantes territorios
estilísticos: el difunto combo newyorkino Cop
Shoot Cop (aunque más cercanos en propuesta al gran Foetus),
que también incorporara a su estética el uso de dobles líneas
de bajo y sampleos para enturbiar el paisaje aural de sus canciones, podría
considerarse como una suerte de primo hermano. El factor postpunk del sonido
de esta banda, sin embargo, es un ingrediente que, aunque importante, suele
sobredimensionarse en el examen de su registro; parte de la descarada sensualidad
de sus temas y del minimalismo de sus bases puede rastrearse en precedentes
menos obvios como el sonido de aislados grupos avant-funk como Liquid
Liquid, el inmenso legado del sátiro Clinton
(George) y sus Funkadelic/Parliament y la onda
go-go de Washington.
Escribe:
Marco Rivera
Interzona 4, Marzo 1999