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VORTEX OF SOUND
Estas exploraciones en clave post-punk, bajo sórdidos ambientes nocturnos, ocasionales agregados de jazz arty y elegante agresión delinearon sus primeros frutos discográficos: el EP Nineties Vs. Eighties (que explicita desde el título tanto su filiación como sus aspiraciones estilísticas) y el álbum Tropic of Scorpio (con sus trompetas asordinadas en plan swing/lounge, los malosos devaneos libidinosos de "My night of pleasure" y las húmedas promesas de gigoló alternativo en "Can't do anything but love you, babe"), grabados para el sello Adult Swim, de otro ex-Minor Threat, Jeff Nelson. El traslado a la discográfica de Chicago Touch and Go (esta ciudad me recuerda que el sensualismo tanático de la escudería Wax Trax! es un ingrediente a considerar en el estofado musical de estos señores), casa del visceral rock pigfuck Albini-orientado, refuerza el potencial de GvsB como vaso comunicante entre el vanguardismo de patriarcas del pop experimental (la angularidad de Pere Ubu, el delirio lingüístico de Mark E. Smith y la machacante redundancia de The Fall, la violenta sensualidad de The Birthday Party, la grave marcialidad de Joy Division) y una eventual accesibilidad que abra la posibilidad de un nuevo (bueno, no tan nuevo) rock para revitalizar el desolado panorama que dejó el plomizo hype del grunge. Venus Luxure Nº1, Baby (1993) y Cruise Yourself (1994, uno de los mejores discos de los 90s según Alternative Press) consolidan la enfática disciplina de los ritmos de Alexis Fleisig, la excelente potencia del doble ataque de bajos, el salvajismo de las guitarras (evitando siempre el típico riffeo vulgar tipo ya-prendí-mi-distortion-qué-malo-soy) y el impecable erotismo de la estrangulada voz de Mc Cloud, crooner malintencionado que teje con garbo la telaraña de su lúbrica seducción.
El sex appeal sonoro del cuarteto despierta
la codicia de la multimillonaria Gefffen, que
finalmente logra imponerse a las demás majors que cortejaban al grupo.
Pero, curiosamente (quizá sea un rezago -o, perdón, enseñanza-
de sus principistas inicios en la Dischord), prefieren honrar el acuerdo verbal
que los vinculaba a Touch and Go y grabar un
disco más con ellos para cumplir sus obligaciones contractuales morales.
(Mc Cloud y Temple continuaron con el sello para su proyecto paralelo, el
combo de "psycho-jazz" Net Wet Kojak).
Y, donde la generalidad de grupos y grupejos que enfrentan una coyuntura similar
hubiera optado por el viejo truco de armar un forzado compilatorio-Frankenstein
de "¡rarezas, lados B, covers y outtakes!" (léase despojos
indignos de incorporarse a un álbum normal) sólo para cumplir
nominalmente, estos muchachos se portan con el fe-no-me-nal House
of GVSB (1996), entusiasmante y afiebrada criatura que incorpora teclados
distorsionados, texturas electrónicas, ritmos de rigor casi castrense,
fragmentarias letras (Mc Cloud se declara fan de Henry Miller, por si acaso;
pensemos en el impacto que habrán producido en él las desbordantes
enumeraciones de los Trópicos millerianos), sobrecargas de bajos y
dislocadas visiones de desazón y distopía ("nada satisface"
repite en perorata delirante el número de apertura, "Super
fire"). El álbum, quinto mejor del año para Spin,
aporta evidencia auspiciosa de que hay en el rock moderno más rutas
que tomar que las que nos ofrecían Soundgarden
o Mr. Eddie Vedder (cuyo impostado y hueco dramatismo
vocal -que aborrezco apasionadamente- se ha convertido en omnipresente piedra
de toque para los heraldos del infierno musical "alternativo" de
centro comercial). Rabiosos crescendos, zumbantes líneas de bajo con
un protagonismo que recuerda las viejas glorias del post-punk británico,
coqueteos psicodélicos (los teclados de "Disco
Six Six Six"), sonidos deformes y temblorosos, ambientes oscuros,
envenenado wah-wah...House (al decir de algunos críticos, "una
maldita máquina sexual") ofrece tal variedad de recursos creativos
que resulta imposible abstenerse de caer en su excitante y visceral vórtice
de sonido. Los loops desaliñados de "Vera
Cruz" (propulsada por un beat electrónico fantasmal e hipnótico)
y "Crash 17 (X-Rated Car)", asimismo,
añaden dramatismo y originalidad a este discurso, acercándolo
al sonido industrial que ciertos grupos de guitarras han incorporado en los
últimos tiempos, a la vez que dan la pauta para el método de
trabajo que emplearían en su siguiente álbum.
EAT MY HEARTACHE / KISS MY SOUND SYSTEM
Para la primera entrega bajo su ventajosa asociación con la DGC, el cuarteto debe, previsiblemente, sortear múltiples presiones: la de no claudicar a la ética indie, la de destrozar en ventas, la de conservar su integridad. Aunque sin el brillo de su anterior manifestación discográfica (y sobreacentuando las connotaciones sensuales de su sonido), Freak*on*ica (1998) es un rotundo dementido y a la vez una confirmación de la importancia de GvsB en la escena alternativa gringa (pese a que los ingleses del New Musical Express basurearon el disco con un raquítico 4/10 en su escala de calificación), debido principalmente a un aún mayor aprovechamiento de las bases rítmicas (no obstante, el cuarteto prácticamente abandona -con la excepción de un solo tema- su tradicional contrapunto de bajos), a la riqueza sonora de los elaborados mosaicos electrónicos que sirven de fondo a los 13 temas y a la insinuante rasposidad de la voz de Mc Cloud, que imprime intensidad a las texturas del álbum. La acertada elección de Nick Launay como productor, en este sentido, les permitió (luego de tres discos trabajando con Ted Niceley) darle una nueva orientación al sonido del grupo y trabajar con una eminencia en la materia (cuyo respetable currículum incluye referencias como The flowers of romance de PiL, el segundo disco de Killing Joke, Gang of Four, Midnight Oil), afamada por saber explotar el sonido de bandas basadas en el ritmo. Se advierte que ese mayor uso de lo electrónico no es simple oportunismo (el disco se compuso y grabó en los meses más álgidos del boom technoide del 97) sino expresión de un interés que ya tenía precedentes en Nineties Vs..., del entusiasmo por actos como Fatboy Slim, de los cachuelos como DJs de Janney y Temple (pinchando eclécticamente desde disco 70s hasta lo ultimito en electrónica) y de su eventual acercamiento a gente como Atari Teenage Riot.
El material de Freak*on*ica
se compuso en la sala de ensayos del grupo, en la 8ava. Avenida
newyorkina, en una zona de permanente agitación dominada por la más
variopinta fauna nocturna, desde acelerados adictos al crack hasta prostitutas
callejeras (en disparatado contraste, la Disney organizó ahí
una mañana de domingo un desfile de promoción para "Hercules";
"One firecracker" -"you got Mickey Mouse/you
got pornography..."- refleja este ambiente decadente y disipado
que terminó filtrándose en las canciones mismas). La grabación
se trasladó más bien a la (comparativamente) calmada Minneapolis,
donde (señal de las bondades de un mayor presupuesto) tuvieron a su
disposición una sala del estudio para el registro mismo de las canciones
y otra para preparar sus propios sampleos, creados a partir de sonidos de
guitarra y batería procesados, cortados y vueltos a pegar para formar
loops marcianos más tarde incorporados a la mezcla final. Temas como
"Exorcisto", "Roxy"
o "Cowboy's orbit" quedan como ejemplo
de este método de trabajo, que recuerda los flamígeros segmentos
que Eno y Daniel Lanois
usaron como introducción de los más memorables temas del Achtung,
Baby!.
Cachosamente, ofrecieron un disco de
enfermos y malignos covers de Hootie & The Blowfish,
ofrecieron para el rock moderno del 98 lo que Titanic fue para Hollywood en
el 97 ("Deberían llamarlo Freakonic", bromeaba el propio
Mc Cloud), ofrecieron clips protagonizados por Whoopi Goldberg y Ted Danson.
El resultado por suerte es un impecable mecanismo de sexualidad, abandono,
tensión, locura, intensidad y descarrío verbal de la más
pura escuela The Fall. Escuchándolos azuzar
simultáneamente tu libido y tus rinconcitos tanáticos, bombardeándote
con hedonismo inconexo ("el placer lo es todo/sí,
se siente como la vida" -"Pleasurized") y ases callejeros
sacados de la manga (el brutal scratch de "Black
hole"), querrás salir a la calle a matar en smoking. Si
la superficie de ese prometedor iceberg que es el rock independiente americano
a veces parece retorcerse patéticamente como un desorientado pajarraco
decapitado, con ese complejo de la prensa gringa de encontrar al nuevo Cobain
(Dios nos libre); la progresiva maduración del sonido vigoroso, cafichesco
y enfáticamente rockero de Girls Against Boys podría
tomarse (crucen los dedos) como señal de mejores tiempos.